Marta Sanz, ¿la vida consiste en trabajar todo el día y culparte si no lo haces?
Tras la anestesia con que hemos vivido este último tiempo, cuando las mareas parecen algo muy lejano por la densidad del problema catalán, por fin parece que algo se mueve en la calle de nuevo. Los mayores se manifiestan por su presente y por el futuro de todos. Las mujeres harán una huelga que espero que sea masiva el 8 de marzo. “Nos hemos hecho viejos antes de tiempo por culpa de la reforma laboral”, escribe Marta Sanz en ‘Clavícula’ (Anagrama), el libro en el que me detengo hoy. Un libro sobre el dolor físico, moral y social, en un mundo que ha arrinconado el valor de la cultura. “La vida consiste en trabajar todo el día y culparse por esos momentos en que no se está trabajando”.
Un amigo escritor comentaba con ironía el otro día en Facebook: “Mientras los mayores se movilizan, nosotros tuiteamos”. Y otro se preguntaba: “¿Para cuándo una huelga de autónomos precarios?”. La situación en la que vivimos hoy en España es de tal emergencia –la última broma vino de una patronal andaluza que pedía un contrato de formación para mayores de 45 años– que me pregunto por qué no hemos tomado ya las calles exigiendo a los políticos que nos tomen en serio.
“Nos hemos hecho viejos antes de tiempo por culpa de la reforma laboral”, escribe con razón Marta Sanz en Clavícula (Anagrama). Un libro que me ha acompañado durante estas últimas semanas. Hay libros de lectura lenta. No porque tengan mil páginas o sean tan sesudos que uno necesite releer cada párrafo para entender lo que ha escrito el autor. Sino porque son libros para subrayar y pensar. Nos dejamos llevar por la historia que nos cuentan, pero nos paramos cada tanto porque no queremos perdernos ningún detalle. Es lo que me ha ocurrido con Clavícula, un relato autobiográfico donde la autora madrileña se desnuda con valentía, sin medias tintas, para hablarnos del dolor, físico y psicológico, pero también del dolor social, el que proviene de un mundo que nos exprime y nos engaña a la vez (“No me puedo resistir a los mandatos de mi época. Los reconozco, me resisto, me vencen. Peno”).
Durante un vuelo, Marta Sanz siente de repente un dolor indefinido. Un dolor que no había sentido antes. La indefinición es la peor amenaza para el ser humano y para un hipocondríaco es casi una sentencia de muerte. El dolor es un síntoma y también una consecuencia. A partir de ahí, Sanz nos sumerge en su historia, nos abre una de las ventanas de su vida para que podamos mirar.
La autora se expone ante nosotros, con honestidad. Entrevera el relato de su peregrinaje por los distintos médicos en busca de una respuesta, o de una solución, con una reflexión en torno al cuerpo, al cuerpo de la mujer, pues como dice la cita de Marguerite Duras que abre el libro: “Uno se encarniza. No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo”. La situación personal de la autora, con un marido de 56 años en el paro y sin ninguna prestación, con un trabajo devaluado (como todos los que tienen que ver con la creación) que la obliga a estar permanentemente en la cuerda floja y a decir que sí a todos los encargos, le sirve a Sanz para hablarnos también del mundo en el que vivimos. Un mundo que ha arrinconado definitivamente a la cultura.
“Los hijos de los camareros, de los mecánicos, de los campesinos, incluso los hijos de los profesionales liberales de la primera generación, somos el proletariado de la letra. Lejos quedaron los tiempos en que la cultura era un elemento de desclasamiento positivo. Estajanovismo puro. Oigo los ruidos machacones de las máquinas y veo a Chaplin ajustando las tuercas de la cadena de montaje y los botones de las mujeres. La vida consiste en trabajar todo el día y culparse por esos momentos en que no se está trabajando”, escribe.
El dolor físico, pues, quizá sea una consecuencia de ese dolor social y personal: “Mi dolor es una letra cuando tengo miedo de no poder pagar las facturas o de subvencionarme una vejez sin olor a vieja. Creo que esta confesión es absolutamente impúdica pero fundamental”.
“Mis lamentos son umbilicales. Nacen del principio de la vida y de la era de los dinosaurios”, asegura la autora en otro momento, en un libro en el que se dan la mano la poesía y la prosa más descarnada, sin concesiones. “Qué hijas de puta somos las enfermas imaginarias”.
La literatura del yo, que tanto se practica hoy en día y no siempre con éxito, cobra todo el sentido en este libro de Marta Sanz. Una anécdota le sirve para que nos adentremos en los recovecos de una vida, de su vida, una historia la que el personaje no deja de interpelarse y de interpelarnos a los lectores. A la autora le gustan los libros “que producen orzuelos. Los que abren enigmas en las palmas de las manos. Los que aprietan la garganta y nos cortan la respiración”. Y Clavícula dibuja enigmas en las palmas de las manos.
De todos los hilos narrativos que uno puede encontrarse en este libro (cómo el dolor puede apropiarse de nuestras vidas, la memoria y la familia, las dificultades para salir adelante en un país que desprecia la cultura, las trampas de la sociedad capitalista), quiero destacar uno. Y es que además de muchas otras cosas, Clavícula es sobre todo una historia de amor, la de la autora con su marido, con un hombre que la espera cuando llega de viaje, que la consuela, que la cuida y la comprende, que tiene miedo de su miedo. Un hombre que la anima a decir que no.
Comentarios
Por c, el 04 marzo 2018
con el tipo d demandas de que ls mayores de 45 hagan cursos de formacion sin cobrar,
es como nos meten miedo para no protestar por la precariedad falsos autonomos etc etc etc :
asi pensamos : » aver si por protestar va a ser PPeor»…
…Pero no, protestando será mejor y si no protestamos al final pondrán en marcha que ls mayores de 45 tengan qiue hacer cursos de formacion