Andrés Peláez: “El mejor teatro hoy se está haciendo en las salas alternativas”
Se ha dicho de él que es la persona que más sabe de teatro en España; también que ha sido guardián de sus secretos y protector de su memoria. Estudioso de la historia teatral desde el que era el Museo Municipal de Madrid, además de haber llevado a cabo innumerables trabajos y exposiciones sobre las artes escénicas, ha sido motor y director del museo Nacional del Teatro y patrono del Festival de Teatro Clásico de Almagro durante más de 30 años. Al entrevistarle para celebrar hoy, 27 de marzo, el Día Mundial del Teatro, comprobamos que deja pocos títeres con cabeza, repartiendo calificativos -sin el menor recato- entre tirios y troyanos, desde Cospedal hasta el Teatro Español, de Manuela Carmena al teatro del Siglo de Oro. Sus contestaciones no tienen desperdicio.
Quienes lo conocen saben que no se corta un pelo. Habla y sabe muy bien de qué, poniéndole nombre propio a lo que cuenta y sin dejar margen a la interpretación. Pausado, contundente, histriónico, socarrón y divertido, es un pozo sin fondo de conocimientos, experiencias, historias y también de chascarrillos.
Andrés, ¿qué has visto últimamente?
Comedia Aquilana, de Torres Naharro, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico; El Público, por la compañía japonesa Ksec Act… y el horror ese de ahí enfrente, en el Teatro Español.
¿Te refieres a ‘El ángel exterminador’; por qué horror?
Para empezar, porque es muy difícil adaptar una película.
Hay experiencias de películas llevadas al teatro…
Y todas malas. Lo único que ha salido bien es una ópera que siempre tiene más libertad y en el fondo si te sale bien la música, pues el argumento da un poco lo mismo. Si hay buenas voces y buena partitura, te vale; sobra el argumento… Mira, Carmena (la alcaldesa de Madrid) no puede llevar Cultura; es un error. Creo que lo está haciendo para evitar los enfrentamientos internos. Para hacer cambios, lo primero es explicar qué planes tienes para los museos, para las bibliotecas, teatros, asociaciones; y luego, los nombres, pero la distribución de los cargos así es lo mismo que hace la peor de las derechas.
Pero tú has formado parte de algún jurado para nombrar a los responsables de las salas de titularidad municipal.
Sí, y quise que mi voto en contra figurase y me dijeron que no se podía…
Queda claro que no estás de acuerdo con la política cultural del Ayuntamiento de Madrid.
No, y con la del Ministerio de Cultura, tampoco, ni con los nombramientos de la Compañía Nacional del Teatro Clásico, ni del Inaem. El mejor teatro hoy se está haciendo en las salas alternativas, porque los directores no tienen dinero y entonces se centran en lo que hay que centrarse.
¿Quieres decir que el teatro no debe financiarse?
No, no es eso. Tienen que recibir dinero, quizá no tanto o quizá lo que hay que hacer es cambiar algunos conceptos y fijarse en a quién poner al frente de un teatro; ¿por qué tienen que ser artistas? Los artistas-directores que están al frente son creadores y están llenos de fobias, de filias; hay gente muy buena a la que no llaman porque no quieren. Al frente de esos teatros deberían figurar buenos gerentes, buenos gestores con equipos detrás.
¿Cómo empieza tu aventura con el Museo Nacional del Teatro de Almagro ?
Desde el Museo Municipal de Madrid (ahora Museo de Madrid), donde trabajaba entonces, se manejaba la idea de montar un museo en Almagro. Me dicen que vaya a Almagro y a ver qué se me ocurría. Y fui; el espacio era pequeño, pero vi que era el momento de rescatar todos los fondos que estaban metidos en un garaje. Tardaron más de diez años en iniciarse las obras; quien lo pone en marcha es Aznar, porque en una visita a Almagro que hizo con Esperanza Aguirre, entonces ministra de Cultura, el alcalde se quejó diciendo que aquello estaba empantanado y que iba a costarle la reelección. Y entonces Aznar le dijo a Esperanza: “Mañana recibe a este hombre y ponedlo en marcha”.
¿Y por qué precisamente en Almagro?
Para empezar, ofrecía un espacio, y porque contaba con el Corral de Comedias más antiguo de España, con un teatro del siglo XIX y con un festival internacional. En Madrid se hubiera perdido entre los grandes museos, y allí enseguida se situó bien. Y eso que se hicieron muchas presiones para trasladarlo a Madrid, y yo dije que por encima de mi cadáver. Gracias a Adolfo Marsillach se hizo el traslado sin tener la orden ministerial obligada… En el año 1992, en que Madrid era la Capital Europea de la Cultura, propuse una exposición sobre la historia del teatro y con la recaudación se hizo gran parte de la restauración de los Palacios Maestrales, edificio mudéjar del siglo XIII, añadidos al primer espacio, que aunque no era muy grande, nos daba la posibilidad de hacer un discurso museístico importante.
Y a lo largo de treinta años y pico, el museo crece…
Crece en más de un 300%. Empezó con grandes donaciones de las familias del teatro. La primera en hacer una donación fue Nuria Espert, seguida por Paco Nieva y la viuda de Fernando Fernán Gómez, la de Agustín González, los Gutiérrez Caba. Y eso movilizó a otros. Pero no solo se reciben donaciones, también se compra en subastas. Bien es verdad que aquellos fueron unos años en los que el dinero fluía con mucha alegría. Carmen Alborch y Tomás Marco ayudaron mucho.
¿Qué destacarías de los fondos del museo?
Lo más importante está en el archivo, donde hay documentos del siglo XVII y del XVIII de altísimo interés; lo que también hay es una muy buena colección de dibujos para vestuario y escenografía, que quizá sea una de las más importantes colecciones de Europa. Son más de 15.000 dibujos; cosa muy difícil de encontrar porque habitualmente se tiran. Y conseguí que el ministerio incluyera una cláusula para que se firmara con los escenógrafos y figurinistas la obligación de entregar los originales. Tenemos los dibujos de Dalí para el Don Juan, dibujos de pintores del grupo de El Paso, de pintores del siglo XVIII. En fin, un fondo con el que se podría hacer una historia del dibujo y de la indumentaria… Es un museo clave para los estudiosos de los museos, porque encuentran tejidos, dibujos, pinturas, grabados, y para los curiosos del teatro es un filón. De allí salen continuamente tesis doctorales. Lo que pasa es que ahora ha caído -por designios del ministerio- en manos de alguien que no sabe una palabra de teatro y lo está convirtiendo –algo contra lo que yo luché- en un museo de pueblo. Una cosa es que tú facilites el acceso a las asociaciones de vecinos y demás, pero el principal cometido es facilitar la entrada a los profesionales, porque además de ellos se va a alimentar.
¿El museo interesa más a las gentes del teatro o a los estudiosos?
Vamos a ver… Los actores son un género raro; lo que les interesa es el mundo de la fotocopia. Copian la parte del texto en la que ellos hablan. De lo que están muy pendientes es de ser contratados, y entiendo el problema profesional grave que tienen. También tengo que reconocer que los hay que van al museo y se pasean con verdadero gozo. Pero sin duda los que más disfrutan suelen ser los escenógrafos y los figurinistas, porque estos sí ven allí sus trabajos revalorizados. Luego hay otro público, los mitómanos y un público culto que lo sigue muy bien, que deja notas interesantes, que reclama cosas que no están y que deberían estar.
¿Qué pieza te hizo más ilusión que llegara al museo?
Esta pregunta me la han hecho muchas veces y sobre todo me la he hecho yo… Y son unos dibujos de Federico García Lorca para La zapatera prodigiosa. Son los únicos dibujos de Lorca que están en una colección pública; todo lo demás está en Fundación Lorca.
Y has llegado a la conclusión de que son lo que más ilusión te hizo conseguir.
Sí, porque no era fácil y fue un triunfo conseguirlos. En la Fundación estaba en pleno auge el marido de Isabel Lorca, el tal Montesinos, que era un depredador. Luché contra los Lorca y me fui a Barcelona y los conseguimos; ahí estuvo genial Carmen Calvo, que era la ministra de Cultura, que se mantuvo firme ante las amenazas de ir a la prensa…
¿Por qué en Barcelona?
Porque el propietario había sido una especie de noviete de Lorca y los había guardado. Ese noviete tuvo a su vez otro noviete que estaba pasando una mala situación económica y los sacó a subasta.
¿Y el objeto más estrambótico?
¡Bueno! La pieza más estrambótica es el corazón de un tenor, que lo donó al Teatro Real. Era Giuseppe Anselmi, que adoraba a Gayarre y que quiso que su corazón permaneciera en España, en Madrid, para toda la vida. Y aquello lo dejó escrito y parecía una metáfora, hasta que un día avisan al Teatro Real de que en la aduana había algo que recoger. Era y es una cajita muy bonita donde está el corazón seco como una pasa, ahí está…
Incluso después del tremendo homenaje que te hizo el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro http://festivaldealmagro.com/ no te dejaron jubilarte del museo…
No, no querían y me quedé un par de años más. Pero cuando llegó -con sus malas maneras- Montserrat Iglesias, la nueva directora general del Inaem, del que dependen todos los teatros nacionales, el Centro de Documentación Teatral y el Museo Nacional del Teatro, decidí marcharme.
¿Vuelves de vez en cuando por el museo?
En el museo he estado 32 años y 30 he sido miembro del patronato del festival. Y no, yo por allí ya no voy, porque no quiero ver lo que se está haciendo. Tengo un gran recuerdo; pero sobre todo me ha dejado infinidad de amigos, muchísimos del mundo del teatro, porque nunca les he pedido nada y siempre he estado abierto a que sus cosas se guardaran, se respetaran.
En teatro clásico eres un lopista declarado…
Sí, sí, bueno, ojo, yo sobre el teatro del Siglo de Oro tengo que decir algo: el 90% de la producción es de juzgado de guardia. Pero el otro 10% es realmente valioso. El teatro del Siglo de Oro se come cada bodrio… Todas las comedia eran iguales; en tres días se escribía una y se vendía; con finales precipitados, de pronto se decía: “Pues nada, se ha arreglado todo esto, tú te casas con esta, esta con este, ‘¿y yo me puedo casar con la criada?’, ¡pues claro que sí!”. Pero también hay textos como El Caballero de Olmedo, Fuenteovejuna, La dama duende, que son piezas de gran nivel.
Vamos, que en el Siglo de Oro no era oro todo lo que relucía…
No, por mucho que se empeñen los filólogos. Compañeros míos de teatro clásico buscan, rebuscan y encuentran cosas, y yo digo que cuando todo eso estaba oculto, por algo sería… Aun así, un buen director sabe arreglar y hacer una buena digestión de esos textos.
¿Y qué me dices de los grandes festivales de teatro clásico como Mérida y Almagro?
Son dos puntales… Luego está el Grec, más vanguardista y que goza de un presupuesto superior al de Mérida y Almagro juntos.
Pero antes decías que el dinero a veces no hace bueno el teatro.
Pero cuando se llega al asunto de hacer un festival, si no se cuenta con producción propia y se recoge lo que hay por ahí, te puedes encontrar con verdaderas porquerías; y con dinero puedes traerte cosas buenas de otros lugares, que merezca la pena verlas. El festival de Almagro es el buque insignia porque recupera todo el teatro del Siglo de Oro con algunas producciones de distintas procedencias, algunas muy interesantes. Se ve un poco de todo y está bien. En Mérida es más complicado; el teatro clásico grecorromano es muy corto de títulos y están siempre que si Troyanas para arriba y Troyanas para abajo… Además, tiene un único espacio para las representaciones. En Almagro hay diversidad de espacios y en una noche puedes tener cinco espectáculos. Y además a mí, después de muchas experiencias, el teatro al aire libre no me gusta, en verano los asientos están que arden y el teatro hay que verlo bien, de manera muy receptiva. No puedes ir a ver una representación después de haberte cenado una docena de berenjenas…
Hablemos del teatro contemporáneo; por acotar, de los últimos 60 años. Para empezar, la Guerra Civil había laminado el teatro en España…
No del todo. Se fueron algunos, pero no tantos. Aquí se quedó Luis Escobar, que era falangista, al frente del Teatro María Guerrero, y Cayetano Luca de Tena al frente del teatro Español; no se fue Sigfrido Burman que era el mejor escenógrafo, que creó la escuela madrileña en los años 40; ni Vitín Cortezo, figurinista, que no se fue porque lo protegió Luis Escobar. Lo que sí hubo fue una censura para los autores nuevos, pero también es verdad que se la colaron muchas veces; un ejemplo, Historia de una escalera, de Buero; pensaron “¡Ay, qué bonito, el cuento de la lechera!”. Aunque la guerra sí dejó devastados los teatros -no había dinero-. Pero los creadores y actores no se fueron; bueno, se fue Margarita Xirgu y alguno que otro.
En los 60 irrumpe el teatro independiente (Los Goliardos, Es Joglars, Comediants, La Cuadra, Tábano…), con textos de Brecht, de Arrabal, de Genet y también textos propios, al tiempo que en las salas convencionales se representaba a Ibsen, Chéjov, Ionesco, Strindberg, Sartre, Camus, Weiss…
Creo que fue el momento de la apertura en el que se produjo una necesidad; supuso un acercamiento de nuestra cartelera a la cartelera europea; de alguna manera también lo intentó Luis Escobar en los años cuarenta… Durante el franquismo aquí no se salía de Alfonso Paso, comedietas de teléfono blanco, además de la revista y la zarzuela. Cuando llegan los socialistas y se abren teatros y los que había vuelven a ser públicos, el Ayuntamiento de Madrid recupera el Teatro Español, se crea el Centro de Nuevas Tendencias; entonces se produce un momento de efervescencia del teatro, de buenos títulos, buenos autores. Ahora el momento es otro; para empezar, el 21% de IVA ha sido mortal para los teatros. Eso ha hecho que las compañías privadas estén compuestas por uno o dos actores; no hay quien soporte una gira con ocho o diez actores.
De ahí, supongo, el buen momento de los monólogos.
Por ejemplo, en la Sala Arapiles se representa Óscar o la felicidad de existir, un texto avalado por la Universidad de Navarra, bien es cierto que con tufillo Opus, pero con una actriz estupenda, Yolanda Ulloa; se ha querido hacer muchas veces, pero es muy difícil porque la actriz tiene que hacer 11 personajes. En el teatro Lara –donde hay funciones hasta en los retretes-, los miércoles José Carlos Plaza ha dirigido a dos chicos (Carlos Martínez Abarca y Javier Ruiz de Alegría) en una versión de Historia del zoo, de Albee, extraordinaria; en el Teatro del Barrio he visto Emilia, con texto de Anna Rodríguez, y con un trabajo especialmente destacable de la actriz, Pilar Gómez. Salas pequeñas como estas son un verdadero gozo.
Madrid, has dicho tú en alguna entrevista, tiene una relación con el teatro muy especial.
En los años 50, 60 o 70, o venías a Madrid o poca cosa se podía ver fuera, salvo pequeñas compañías que hacían teatro de gira, convencional… Y ahora solo pueden hacerlo compañías pequeñas o muy subvencionadas. Además, cuando llegan a los teatros grandes, municipales, van a caché; si llenas, el dinero que se saca, se reparte. Y eso es correr mucho riesgo. Por ejemplo, cuando ha salido de gira Incendios ha habido una parte de los actores que han aceptado el caché, pero Nuria (Espert) no saldría expuesta a no cobrar una noche.
Hay ciudades en las que se nota mucho que el teatro ha perdido presencia, como en Valencia, en Murcia, tu tierra…
En Valencia nada, lo que llega de giras y los sainetes en valenciano. Y en Murcia, el Romea y el Teatro Circo, que son dos muy buenos teatros, están en manos de un cacique, que es otra de las cosas que ocurren en muchas ciudades, sobre todo en las que gobierna el PP.
¿Dónde ver el mejor teatro ahora?
En Madrid y Barcelona. Barcelona vive un muy buen resurgir de teatro. Antes era un teatro con un tono de medio aficionado; ahora cuenta con el Lliure, el Nacional de Cataluña, la sala Goya; un caldo de cultivo muy interesante.
¿Cuáles son para ti los nombres son imprescindibles del teatro español de los últimos sesenta años?
De autores, Buero, aunque al final… Sí, se yergue la figura de Buero Vallejo. Hace un teatro muy sólido, no solo Historia de una escalera, con algunos títulos como Las palabras en la arena, El sueño de la razón o El concierto de san Ovidio, que ahora se repone y que es un monumento. Las figuras de Martín Recuerda y Alfonso Sastre tienen grandes momentos, pero es un teatro más irregular. De directores de escena, entre todos, José Luis Alonso y también Miguel Narros; y más próximo, Mario Gas, figura clave que sigue dando lecciones y de quien todos tienen que aprender.
¿Y de actores/actrices?
España ha dado mejores actrices que actores. Ha dado buenísimas primeras actrices y extraordinarios actores secundarios. La primera de las actrices es Mary Carrillo, un bombazo, caprichosa y todo lo que tú quieras, pero una barbaridad de señora. Luego, tendríamos que hablar de Amparo Baró, otra barbaridad; lo último que hizo, Agosto, fue impresionante. Y de actores, Bódalo, que se hizo bueno con el paso del tiempo, lo mismo que le pasó a Fernando Rey, que al principio era malísimo, pero al que el oficio le hico crecer; y Enrique Diosdado… Y nos queda, aunque ya no hace nada, Julia Gutiérrez Caba, y su hermano Emilio, otro grandísimo actor, que ahora quiere dedicarse más a la dirección.
De las generaciones posteriores, ¿a quiénes señalarías?
Más jóvenes está ese Carlos Hipólito que es una joya, lo mismo en el musical que en el clásico. De actrices me gusta mucho Adriana Ozores, con un despliegue de actriz que va de dramática a payasa, y que tiene ese mundo de los Ozores y es estupenda…
Ahora, entiendo, se gasta menos dinero en escenografía, figurinismo…
Claro, no hay dinero y entonces se aprovecha todo lo que se tiene, se rehace todo… Si es que no hay dinero; incluso en El ángel exterminador se gastan todo el presupuesto en pagar a los 20 actores y luego van vestidos de trapillo y con una escenografía absurda. Ahora, dicho todo esto, sí es cierta una cosa: los teatros están todos llenos.
Luego, hay hambre…
Sí, hay ganas de teatro. A la gente joven le gusta ir al teatro. Yo espero que cuando haya un cambio de ministerio y se vaya ese ministro de cultura que tenemos -Méndez de Vigo- cambien las cosas; y eso que el hombre va al teatro, pero yo creo que se duerme. Y es que cuando le preguntaron por el cine dijo que lo que él no dejaba de ver era Cine de Barrio… Y Montoro atacando… A ellos no les interesa el teatro. Me contaba José Luis Alonso que un día le llamó Franco -porque le llegaban muchas quejas de cosas que se hacían, como La madre de Gorki, Marat- Sade…, y le preguntó: “En Rusia, ¿qué ven?”. Y José Luis le dijo: “Pues mire, ven sobre todo ópera y ballet”. “¿Y por qué?”. “Pues porque es un régimen absoluto y para que no piensen”. Y Franco le respondió: “¡Ah, pues a la ópera y al ballet!”… Y estos son así. ¿Tú has visto que Rajoy haya ido alguna vez al teatro? Jamás, ni por pudor ni por dignidad.
Andrés, me consta que siempre has dicho lo que has querido y como has querido.
No, yo he dicho siempre lo que me ha parecido que tenía que decir. No es que me dé igual. Es que ni siquiera me han llamado la atención… La única que me ha llamado la atención una vez y me puso una demanda fue María Dolores de Cospedal, cuando era presidenta de Castilla-La Mancha, demanda que el juez rechazó.
Para terminar la entrevista, te diré que además de muy ilustrativa ha sido divertida, aunque te prevengo que recortaré los epítetos que has regalado a más de uno, no vaya a ser que con tanta mordaza suelta acabes frente a un juez…
¿Y la buena mañana que he pasado yo
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