Manuel Marsol, el ilustrador español que triunfa en la Feria del Libro de Bolonia
Manuel Marsol (Madrid, 1984) ha sido el primer español en ganar el prestigioso Premio Internacional de Ilustración de la Feria del Libro de Bolonia-Fundación SM, tras cuatro años consecutivos seleccionado para la Mostra. Un premio en el que ilustradores de todo el mundo tienen puesto el ojo; de hecho, cada año más de 3.000 candidatos se interesan por presentar sus trabajos y ser seleccionados. Las ilustraciones premiadas forman parten ahora de su último trabajo publicado, ‘Yökai’ (Fulgencio Pimentel), y que ha coescrito con Carmen Chica. Un premio que se concede todos los años dentro de la Feria Internacional del Libro Infantil de Bolonia que comenzó ayer, 28 de marzo.
La Feria Internacional del Libro Infantil de Bolonia es un paraíso de creatividad donde cada año se reúnen miles de personas del sector del álbum ilustrado. Durante cuatro días, autores, ilustradores, editores se reúnen en la ciudad italiana para presentar al mundo sus novedades, negociar derechos y adelantar proyectos editoriales. Manuel Marsol desembarcó allí por primera vez en 2012 con timidez y con la esperanza de publicar algún día un álbum ilustrado. Seis años después, vuelve a Bolonia con dos encargos muy concretos tras ganar el premio: una exposición individual y un libro que publicará en las próximas semanas la editorial SM. Dos encargos asociados al premio. En estos seis años, Marsol ha desarrollado una carrera profesional impecable y llena de alabanzas, donde ha publicado varios títulos de gran relevancia, como Ahab y la ballena blanca (Edelvives) y El tiempo del gigante (Fulgencio Pimentel), por los que ha recibido importantes premios. En 2014 ganó el Premio Internacional de Álbum Ilustrado de Edelvives y el Premio de V Catálogo Iberoamericano de Ilustración.
Unos días antes de partir hacia Bolonia, hablamos con él para que nos desvele algunos secretos y nos cuente cómo ha vivido estos años.
¿Qué ha supuesto para ti ganar el premio de ilustración de la feria de Bolonia? ¿Te ha cambiado en algo?
No sé si me ha cambiado la vida, pero sí sé que me ha agobiado bastante. Ha sido un año complicado. Por un lado, ha sido fantástico por la ilusión que te hace que te den el premio; pero por otro lado, entre que uno es autoexigente, que es algo que ve mucha gente y que entre nosotros los ilustradores le damos mucha importancia, he afrontado este proyecto con un exceso de responsabilidad y autoexigencia. Para mí hacer este libro no ha sido tan fluido como lo han podido ser otros libros o proyectos en los que he trabajado hasta la fecha y que salían de una manera más natural. Aquí estaba trabajando pensando que tenía que hacer una exposición, que tenía que hacer un libro y que iba a tener mucha visibilidad. Ha sido un gran reto, he tenido momentos de bloqueo, de no saber muy bien cómo hacerlo. Parece que te piden que te reinventes, hacer una nueva versión de ti mismo después de haber recibido el premio. Trabajar con todo esto sobre la mesa no es sencillo; es verdad que está muy bien porque a nivel económico supone una liberación, te puedes centrar en ello exclusivamente. Es fantástico por un lado, pero tiene la cosa de estar demasiado metido en un solo proyecto durante meses, lo que hace que pierdas un poco el foco.
Aunque es un premio muy importante tanto a nivel económico como de prestigio, luego no es un premio del que se sepa mucho.
No. Yo siempre pienso que es un premio al que en principio le damos más importancia todos los que estamos en el sector. Sobre todo los ilustradores, porque nos gustan mucho la exposiciones que se montan en la Feria de Bolonia. Nosotros sí le damos esa atención, pero es verdad que luego eso no va más allá del nicho de la ilustración. Si comparas la importancia de este premio con otros campos como el cine o la literatura, incluso la literatura juvenil, este tiene mucha menos repercusión mediática.
Pues sepamos algo más del premio. ¿Quién compone el jurado?
Cinco personas del mundo del álbum ilustrado, seleccionadas por la feria y que varían cada año. Hacen una primera selección entre los miles que se presentan y eligen la mostra; ahí se quedan unos 70 ilustradores, con los que se hace la exposición en Bolonia y el catálogo. Y desde comienzos de esta década, la Fundación SM y la Feria del Libro de Bolonia otorgan un premio dentro de esos 70; eligen a un ilustrador menor de 35 años para darle el gran premio. En esta última fase se vuelve a cambiar el jurado y se queda en tres, dos propuestos por la feria de Bolonia y uno por la Fundación SM. En mi caso fueron Susanne Berner, María Jesús Gil y Lorenzo Mattotti.
A unos días de llegar a Bolonia, ¿cómo estás?
Estoy contento porque después de un año, tras el momento en que te dan el premio, sabes que tienes una fecha marcada en el calendario y por fin ha llegado. Recuerdo la primera vez que fui a Bolonia en 2012, que no es hace tanto; yo no tenía ni idea de cómo funcionaba la feria, estaba recién salido del máster, llevaba solo seis meses centrado en esto. Cuando vi los trabajos seleccionados, me quedé muy impresionado y sentí una especie de reto personal. “Yo también quiero dedicarme a esto”. La primera vez que uno va a Bolonia siempre tiene la sensación de encanto y de miedo. Porque me pregunté: ¿dónde quepo yo? Tengo muy presente una imagen de lo que llaman en la feria el muro de las lamentaciones, que son unas paredes donde los ilustradores dejan sus tarjetas, sus mails, sus trabajos… Hay gente que hasta madruga para encontrar el sitio perfecto. Es tremenda la sensación de ver ese muro por primera vez, que para mí era una manera muy gráfica de ver la cantidad de gente con propuestas que está intentando hacerse un huequecito. Ver ese muro tan inmenso en 2012 con mi tarjetita puesta ahí… Yo solo podía pensar y fantasear con la posibilidad de, en lugar de estar en ese huequecito en medio de todo eso, poder tener un hueco para mí en la exposición. Ni en mis mejores sueños pensaba que esto podría llegar. Ahora estoy muy ilusionado y contento, porque viene mi familia a verlo, y al mismo tiempo me siento liberado de que te pregunten mil veces: ¿a ver qué haces para la expo?, ¿a ver qué libro haces?
¿Y qué libro has hecho?
SM te da un premisa; te tienes que basar en un cuento, una historia o una leyenda popular de tu país. Cuando ganó Catarina Sobral, tuvo que hacer algo inspirado en Portugal; Juan Palomino, en México, y a mí me toca España, lógicamente. Para eso lo primero que hice fue documentarme leyendo todo tipo de leyendas y cuentos populares, desde el Ratoncito Pérez, que no es algo con lo que yo me identificase mucho, hasta todo tipo de leyendas de la tradición española. He leído mucho. Una de las ideas de este premio es que te dan dinero para que te despreocupes. Me he documentado mucho en leyendas españolas, pero ¿qué me pasaba? Como el tipo de álbumes que a mí me gusta hacer no es tanto un cuento tradicional ni adaptado, ni decorado, me di cuenta de que yo quería era hacer mi propia historia, utilizando mi propio lenguaje. Con ese juego que hay entre texto e imágenes. Y para eso necesitaba un control mayor sobre la historia. Fue una época de enormes dudas y bloqueos, de no dar con la leyenda perfecta, y aquí creo que viene también mi nivel de autoexigencia. Nada era suficiente para mí. Leí muchas leyendas que eran españolas pero que se parecían a otras cosas que ya había leído de leyendas europeas.
Así que al final decido intentar hacer una historia basada en una leyenda de leyendas, de todas las cosas que había ido recogiendo durante el proceso de documentación; y añadir esa parte que a mí me gusta tanto, que es trabajar a partir de emociones de mi infancia, hacer libros que partan de cosas que yo he sentido muy intensamente. Con mis padres y mi hermana hacíamos muchos viajecitos a Segovia, Toledo… Mis padres eran profes de Historia del Arte y en esos viajes nos contaban historias relacionadas con la historia, con iglesias románicas, como la iglesia de la Veracruz, y nos transmitían esa extraña sensación de estar frente a algo donde por ejemplo 700 años atrás estuvieron los Templarios, sensaciones que ahora de alguna manera quería que se reflejaran en el libro. Lo que he hecho es tratar de plasmar en el libro cómo llega una leyenda hasta nuestros días. Cómo a partir de un hecho misterioso, inexplicable, de un tipo que se llama Don Fermín y que va camino del monte y desaparece al entrar en una cueva y ya no vuelve; cómo a través de la imaginación y las especulaciones de un pueblo se construye una leyenda de qué pasó con Don Fermín. ¿Qué pudo sucederle en la cueva?, ¿se lo llevaron los demonios?, ¿encontró un tesoro? Todas esa elucubraciones nos llevan hasta nuestros días. Es un libro que más que ver hay que experimentar.
¿Cuánto tiempo dedicas hasta que nace la idea definitiva?
Muchísimo. Llegar hasta la idea definitiva es lo que más me ha costado. El proceso de documentación y el proceso de decidir, de saber exactamente qué es lo que voy a hacer, de saber qué es lo que quiero. Ya he dicho que tenía un grado de autoexigencia tan alto que me hacía pensar que nada era suficiente. Quería una historia con mucho potencial gráfico. Otra de las premisas que hay es que tiene que lucir mucho la exposición. Las leyendas tienen un recorrido muy corto y no las veía con mucho desarrollo. Lo que más me costó fue saber qué es lo que quería contar. El premio me lo dan en abril; mayo y junio los dedico a terminar proyectos pendientes, y ya en julio me pongo a tope. Julio, agosto, septiembre y casi casi octubre, ahí todavía no tenía nada decidido…
Y estás en lucha entre el nivel de exigencia por un lado y el tiempo marcado que se va acercando…
Tic, tac, tic, tac…
¿La creatividad se ve presionada?
En mi caso sí, y eso que yo vengo del mundo de la publicidad, donde los plazos son muy cortos y hay mucha exigencia. Pero en publicidad esta todo más acotado y trabajas en equipo. Aquí la libertad era absoluta, aunque con esa premisa de la leyenda española, pero a veces cuantas más opciones tienes más difícil resulta. He tenido que tomar muchas decisiones. Normalmente las historias han venido a mí, me han salido de una manera muy natural; te pones a dibujar, tienes algo en la cabeza… y empiezas a tirar del hilo y ese proceso es más natural. En este caso no, aquí la idea no ha ido madurando naturalmente. Llegué a rellenar un cuaderno entero de posibilidades; un cuaderno que es un bucle sin orden y sin desarrollo. Ese cuaderno para mí es el ejemplo claro de lo que es estar bloqueado, de lo complejo que es a veces la creatividad, que no es un camino directo, que hay que dar muchos rodeos hasta que de repente, pum, llegas. Quería tener la historia clara antes de mancharme las manos dibujando, pero al final me di cuenta de que esa no es mi manera de trabajar. Así que empecé a dibujar y empecé a encontrar esas conexiones a través de disfrutar con el dibujo, de crear una atmósfera y, de repente, cuando empiezo a dibujar, todo empieza a cuadrar, y el proceso de documentación empieza a cobrar sentido
¿Contento con el resultado?
Sobre todo contento por haberlo hecho. Porque en algún momento llegué a pensar que no llegaba, que no iba a poder. Contento con haber sido capaz de combinar mis expectativas con las de la editorial, y con mis inseguridades. Hacer algo donde siga siendo yo. Ha sido el proyecto más difícil hasta la fecha para mí, no tanto por el contenido sino por el contexto en el que lo he realizado.
Y después de Bolonia, ¿qué?
Buena pregunta. Es como cuando uno acaba la carrera; para mí tiene que venir una época donde yo me recoloque. No es que me haya vaciado; pero necesito oxigenarme un poco, reposar todo lo que he vivido y explorar nuevos proyectos que me han surgido.
¿Este premio sirve para que te llamen, te da repercusión internacional?
Lo cierto es que no mucho (lo de las llamadas). Sí siento que tengo un reconocimiento por parte de la gente del sector, donde me siento valorado. Pero luego la realidad es que hay un mercado muy limitado.
¿Cuáles son tus referentes en el álbum ilustrado?
Javier Sáez Castán, que lo digo siempre, no solo como ilustrador sino por su narrativa, por su estructura y por su forma de concebir un libro. Para mí él es uno de los grandes creadores de ese estilo, lo que algunos llaman el libro objeto, donde todas las decisiones están muy razonadas y encajan como el mecanismo de un reloj. Y la manera de narrar está creada expresamente para ese libro. Son libros muy especiales y a mí me encantan, me gusta como ilustrador, pero sobre todo como creador. Sus libros son perfectamente coherentes. De España, como ilustrador me gusta mucho Jesús Cisneros. Y a nivel internacional, It’s raining elephants, Atak, Kitty Crowther o Jon Klassen son algunos buenos ejemplos.
Cuando trabajas con Carmen Chica en el texto, ¿como lo hacéis?
Trabajamos a la vez. En los dos libros que hemos hecho, hemos partido de unas ilustraciones que yo tenía hechas y que tenían un concepto de fondo del que tirar del hilo. Luego lo escribimos a cuatro manos, nos empezamos a hacer preguntas en torno a esas imágenes y de repente aparece una frase que nos parece que está reflejando bien un tono, que está creando un juego con la imagen. Y cuando lo que nos contestamos funciona, lo incorporamos al libro. Las historias no solo las tiene que contar el texto o la imagen, sino los dos a la vez. Se van turnando y el texto va dejando un hueco para que tú lo rellenes con la imagen. Nos gusta dejar silencios. Lo bonito de los álbumes ilustrados es lo que ha de rellenar el lector. Ese hueco, ese silencio, es el que realmente tiene importancia. Lo rellena el lector en su cerebro y hace que el resultado sea único y personal. Los álbumes ilustrados tienen esa potencialidad, que no tiene tanto el cuento ilustrado.
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