El fotógrafo que amaba las piernas de los hombres
Paul Rodríguez Alayo es otro de los muchos jóvenes que salieron de Latinoamérica a España con el objetivo de armar una carrera artística aquí. Llegó con 26 años; lleva 10 en Madrid, y poco a poco va logrando hacerse un hueco en el competitivo campo fotográfico, especializándose en el cuerpo masculino. De ahí que su trabajo se haya centrado en gimnastas, bailarines y actores. Sabiendo más de él, sabemos más de cómo se vive la fotografía como profesión, como pasión y como terapia. Publicamos 10 imágenes de sus diversos proyectos, seleccionadas por él mismo.
Y de toda la anatomía masculina, Paul, ¿cuál es la parte que más atrae tu cámara y tu mirada?
Las piernas y el culo… Desde siempre. También me pregunto que, aunque sea gay, por qué me atrae tanto, tanto, el cuerpo del hombre. Quizá sea porque tardé en salir del armario; quizá por la figura paterna, mi padre es ingeniero, muy buena persona, pero muy estricto, muy cuadriculado, que me ha marcado mucho, y de pequeño una figura que la viví como ausente, como lejana, estaba siempre viajando
¿Por qué siempre el blanco y negro?
Prácticamente siempre, quizá porque siempre he tenido cierta prevención a resultar burdo, a no ser elegante… Pero la mirada se me iba siempre al cuerpo masculino. Miguel Oriola, mi tutor de fotografía en la escuela EFTI, me dio dos consejos que me han ayudado mucho. Uno: Si te gusta fotografiar hombres, fotografía hombres, que es lo que mejor vas a hacer. El otro: cuando estés mal, cuando tengas toda la mierda dentro, sal y dispara, sal, sal a hacer fotos. De hecho, he tenido una época de insomnio, en la que me lanzaba a la calle a las dos o las tres de la madrugada a fotografiar a desconocidos, hombres de espaldas, en medio de la oscuridad y la soledad… Esas fotos reflejan perfectamente cómo me sentía.
Lo mismo que le costó sincerarse con su sexualidad, a Paul le costó apostar por lo que realmente le gustaba. Ha ido dando pasos poco a poco a lo largo de sus 36 años, pero sin marcha atrás. Empujado por esa mente pragmática de su padre, comenzó en Lima estudios de Arquitectura, de Medicina, de Administración de Empresas, hasta que se decantó por Ciencias de la Comunicación. Y hasta que luego apostó por la Fotografía: vino a Madrid a estudiar en la Escuela EFTI .
Y hasta que decidió apostar por los hombres.
“También decidí venirme a Madrid porque aquí se vivía y se vive la homosexualidad de forma muy abierta y natural, algo que en Perú hace 10 años era bastante tabú. Ahora afortunadamente las cosas están cambiando”.
Así, paso a paso, entre algunos contratiempos y rodeos, ahora ya puede decir que lo ha sacado, que hace lo que realmente llevaba dentro y no acababa de soltar.
¿Qué nombres te han servido como referentes?
Me suelen encantar los fotógrafos clásicos en blanco y negro que pasan por la sala de la Fundación Mapfre en Bárbara de Braganza, como Nicholas Nixon.
Las imágenes de Paul Rodríguez Alayo captan sobre todo a bailarines, atletas y actores. Estuvo tres semanas pegado a las coreografías de la Compañía Nacional de Danza para su trabajo final en EFTI. Luego al grupo teatral La Joven Compañía, tres meses, durante la preparación del proyecto Homero, que incluía la representación de La Ilíada y La Odisea. Después, muy cerca de los atletas de la Selección española de Gimnasia Artística Masculina. En los últimos trabajos ha captado los montajes de la compañía de danza Kor’sia, creada por Mattia Russo y Antonio de Rosa, ambos procedentes de la CND; y del director y dramaturgo Juan Frendsa, ex componente de La Joven Compañía.
“Siempre interesándome por la trastienda, por los procesos creativos, por lo que hay detrás del montaje, por el antes, por la preparación, por los ensayos”.
De esa atracción por el cuerpo masculino, un paso más en su carrera: de las tomas improvisadas, a desnudos masculinos ya en estudio.
De esa fascinación por cómo se cocinan las cosas, un proyecto junto al conocido chef peruano Omar Malpartida, que llegó a Madrid en 2013 y va ya por su cuarto restaurante. “También sentía la necesidad de hacer algo que tuviera que ver con mis raíces, algo bonito sobre Perú y todo su potencial”.
Aventuras personales que va alternando con su trabajo como asistente del fotógrafo de moda Darío Vázquez. “De su estilo me gusta sobre todo la naturalidad, la espontaneidad con la que afronta un mundo tan artificioso como es el de la moda; es algo que va mucho conmigo”.
Pero no solo le interesan los procesos físicos, también los emocionales. No solo las angulosas rotundidades de piernas y glúteos. También los vericuetos de la mente y del alma. Profundizar. Sacar lo de dentro. Como lo ha ido sacando él, hasta mostrarse más completo y natural. “Es algo que siempre me ha preocupado, cómo trasladar los sentimientos a una foto. Mis fotos reflejan mis estados de ánimo, de igual manera que los reflejarían mis poemas si fuera escritor”. Otro de los proyectos en los que se ha embarcado Paul es un delicado trabajo de retratos, de rostros. Sesiones que le sirven también de terapia, para exorcizar dolores que lleva dentro tras una ruptura de pareja. Convoca a actores y les hace escuchar una canción triste de Pablo López, El patio, “una canción que tiene que ver mucho con el desprendimiento, con la valentía de olvidar”, que comienza bien directa: “¡Fuera!, vete de mi casa”, “que yo sigo jugando, qué más da, sigo jugando solo”…
Y va captando en la cara de esos hombres acostumbrados por su trabajo a reflejar ánimos todo lo que les sale desde dentro.
“Y yo sigo jugando, qué más da, sigo jugando solo”, canta Pablo…
“Me está ayudando a sanarme, a sentirme mejor”, confiesa Paul.
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