Tazas tímidas y bancos ‘Godot’: el diseño sin taparrabos de ‘los díez’
El estudio ‘los díez’, formado por los hermanos madrileños Javier y José Luis Díez, presenta su doble trabajo como diseñadores de producto y como creadores de piezas de poesía visual en el Museo Nacional de Artes Decorativas hasta el 2 de septiembre. Una inteligente exposición en la que el fino sentido del humor y la ironía se mezclan con la esencialidad del diseño, sin excesos. Desde el banco ‘Godot’ a la ‘taza tímida’, podemos repasar objetos que, más que pensados, parecen pensar, que nos devuelven el valor de mirar con sentido crítico lo que nos rodea.
Son las piezas favoritas de Javier Díez, uno de los díez, con quien recorro la exposición (que, por cierto, lleva un nombre tan cultista –los díez, en los campos expandidos–, en referencia al término que en los años 80 puso de moda la crítica norteamericana Rosalind Krauss para señalar cómo las prácticas artísticas contemporáneas apostaban por lo mixto, traspasar fronteras, romper moldes, expandirse a las parcelas colindantes)… Son, decía, sus piezas favoritas: Por un lado, en el lado de la poesía objetual, una puerta –rescatada de la muestra Desubicados (2015, galería H2O, Barcelona)- que se abre hacia una pared, hacia ninguna parte, que resume bien todo su ejercicio por preguntarse por el sentido y sinsentido de las cosas y la vida cotidiana. “Es mi favorita y nuestra pieza más cara: 15.000 € más IVA”, dice Javier con sorna y seriedad. Por otro lado, en el lado del diseño industrial, su estantería Librería Virtual, esa que desaparece al colocar los libros en sentido horizontal y dejarlos suspendidos de una pared. Dos piezas que resumen bien sus espacios expandidos.
(En mi estantería particular de gustos, destaco la obra Ídolos, colección de interruptores de la luz que parecen piezas de Brancusi, prehistóricas esculturas de la fecundidad o los moái de Rapa Nui; es una de las virtudes de estos dos díez: las múltiples lecturas que desprenden sus esenciales diseños).
Los díez son creadores de empáticos y recurrentes chismes, de juegos en los que lo posible se hace imposible y lo imposible, posible; de campos en los que cruzamos continuamente al otro lado del espejo para encontrarnos con tazas en las que el asa no sobresale sino que, por timidez, crece hacia dentro del recipiente, o relojes que solo cuentan el paso de los siglos. Lo explica bien y juguetón Vicente Verdú, escritor, periodista y pintor, en el libro catálogo realizado para la exposición: “El verso y el reverso de los díez dibuja (o diseña) el mapa cerebral desde donde se aborda no solo el arte de interés sino el interés del arte. En suma, el enaltecimiento de la vida común en descomunal y lo indefinible en un asiento, una ropa o un cajón”. “Objetos puros y sin taparrabos. Despojados de su función práctica pero no de su razón pura”. “Los objetos poéticos de los díez: de lo conocido nace lo impensado, de la rutina surge la sorpresa y de la función (pedestre) al romanticismo de lo inútil”.
Es la mirada que juega, asocia, que le da la vuelta a las cosas y las situaciones, porque a menudo el acierto no está tanto en la respuesta como en saber cambiar la pregunta. Lo expresa así Pep Carrió, diseñador gráfico, en el libro-catálogo: “Los díez trabajan en los dos lados, ellos diseñan los objetos cotidianos, creados para ser vividos, usados, para acompañar las vidas de quienes los adquieren, sobrios, estudiados, utilizables… y en algunos casos también poéticos. Al otro lado, la reinvención, la mirada que juega, que trastoca, que crea complicidades con el espectador, la mirada que hace que los objetos hablen”.
Y Pedro Feduchi, arquitecto y diseñador, sitúa a los díez en la mejor tradición de humor español del absurdo, culto y popular al mismo tiempo, en esa línea que va de Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Gila y Ops a Tip y Coll: “Ese humor patrio, mezcla de los humores sanguíneo y flemático, ha sido poco reivindicado, pero nos ha calado muy en lo hondo. Quizá ahora se haya olvidado, pero creo que no podemos perder de vista esa gran estirpe que tenemos inscrita en nuestro ADN. Cuando miro tantas cosas serias pero llenas de fino humor con las que los díez nos agasajan me surge su recuerdo. Son de la misma casta, de este tipo de humor sutil que siempre logra sacarnos una sonrisilla al rato de ver sus ingeniosos objetos”.
El coleccionista Adolfo Autric lo ve así: “Han sabido recoger la tradición de la Escuela de Ulm aliviando su asepsia con notas surrealistas en la mejor tradición postmoderna. Y es que nada es más duro que el minimalismo. Que los esfuerzos sean invisibles, que la esencia se haga visible. Y más difícil todavía que el resultado no sea impersonal, que el rigor no devenga en rigidez. En esta tesitura, a esta pareja les redime el humor, la ironía, la poesía. A veces en forma de un destello, tan mínimo que puede estar incluso solo en el nombre. Por ello no hay en ellos transición a la poesía visual; siempre ha estado presente en su trabajo, redimiéndoles de la frialdad del arquetipo. Más que inteligencia hecha visible, su trabajo es sentido hecho invisible; más allá del menos es más, practican el menos sugiere más”
Y Juli Capella, gran conocedor del diseño industrial, y comisario de la exposición, lo resume de esta manera: “Son raros. No tal vez esquizofrénicos. Pero sí contradictorios. Sanamente complejos. O tal vez completos”.
Hay algo esencial y tranquilo, lejos de alharacas y artificios, en la espera de ese reloj que marca siglos y del banco para espacios públicos que lleva por nombre Esperando a Godot. Arturo Leyte, filósofo y editor, lo explica : “De la obra de los díez no se deriva un programa para alcanzar ese territorio que ni siquiera se sabe si sería mejor y más favorable, pero sí la necesidad de hacer de la misma frontera un tema relevante. Porque, en realidad, el tema (tema de suyo imposible) es la múltiple frontera entre el trabajo y la invención; la invención y la cosa; la cosa y su interrogación. Aprendamos a vivir, más allá de Godot, en esa interrogación en la que nos sumerge la obra de los díez, no para ser filósofos ni diseñadores, sino simplemente humanos que se interrogan por lo que tiene alrededor y son capaces de descubrir la belleza en cada cosa”.
Y, en fin, terminamos con quien esto escribe en lo escrito para ese libro-catálogo expandido en el que ha sido invitado a participar: “Hay que mirar, observar y contemplar mucho para encontrar tanto sentido en el sinsentido, tanto sinsentido en la vida que fluye, tanta fluidez en la rutina, tanta funcionalidad, a veces la chispa genial de lo que parece fácil (y no lo es), y tanta poesía”. “Les conocí al arrancar la década con la exposición que propusieron para la galería Mad is Mad de su vertiente de poesía objetual, a lo Brossa, a lo Madoz, con la pulcritud de quienes diseñan producto. Y he llegado a la conclusión de que el principal secreto de los díez para alegrarnos vidas de obsolescencias programadas sea saber mirar, detenerse a pensar, jugar un poco y asociar”.
‘Los díez en los campos expandidos. Diseño de producto y poesía visual’. En El Museo Nacional de Artes Decorativas (Madrid). Hasta el 2 de septiembre.
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