“Todo está en los detalles”, James Salter y el don para observar de cerca

El escritor James Salter

El escritor James Salter

El escritor James Salter

El escritor James Salter

Tras un verano en que el Taller de Escritura de Clara Obigado nos acompañó con 22 relatos en torno al deseo, retomamos en ‘El Asombrario’ sus aportaciones quincenales en torno al arte de la lectura y la escritura, con recomendaciones, autores, libros, sugerencias, entrevistas… para todos nuestros lectores que quieren disfrutar y profundizar en la compañía de buenos textos, algo que desde nuestra revista cada vez consideramos más necesario para escapar de las avalanchas de vulgaridad y frivolidad. Hoy nos detenemos en el escritor James Salter (Nueva York, 1925 / 2015), que aseguró: “Los escritores que me gustan son los que tienen un don para observar de cerca. Todo está en los detalles”.

La vuelta del verano es siempre un buen momento para emprender proyectos que teníamos aparcados. Cuando entrevisto a gente para las clases de escritura creativa, no es raro encontrarme con personas que han esperado casi toda una vida para empezar a escribir, para reanudarlo después de un parón, para cumplir un sueño. También con jóvenes ávidos de aprender el andamiaje sobre el arte de escribir historias. La literatura es así, transversal e intergeneracional.

Uno puede llegar a convertirse en un escritor por muchos caminos. Por cuenta propia o asistiendo a clases de escritura creativa. Pero incluso aunque lo hagamos a solas, siempre necesitaremos de una mirada ajena, que es la base de los talleres, y del magisterio de alguien que nos acompañe en nuestras lecturas y en nuestro proceso. Algo así es lo que le ocurrió al escritor norteamericano James Salter, uno de los grandes narradores anglosajones de la segunda mitad de siglo XX. Después de una vida digna de una novela (recomiendo su autobiografía Quemar los días), a los 44 años Salter se encontró con el escritor Robert Phelps, autor de un libro que le había entusiasmado, The literary life, una crónica fotográfica de los escritores y libros fundamentales del primer medio siglo XX en Estados Unidos. Cuando lo leyó, Salter, que hasta entonces había permanecido al margen de la vida literaria, supo que quería formar parte del segundo volumen, el que recorriera la segunda mitad del siglo XX. Phelps nunca llegó a publicar esa segunda parte pero acogió a Salter, confió en él y con sus recomendaciones refinó su gusto literario. Fue su particular curso de literatura comparada, dice Salter en El arte de la ficción (Salamandra), un pequeño libro por el número de páginas, pero inmenso por la cantidad de verdades que recoge. Todas ellas contadas con una gran humildad, con elegancia, sin el tono elevado y prepotente con el que lo hubieran hecho otros autores consagrados, casi con la inocencia de un joven escritor aprendiz que confiesa sus secretos con naturalidad en la barra de un bar. El arte de la ficción recoge las tres conferencias que Salter dictó en la Universidad de Virginia, a los 89 años, cuando formaba parte ya del canon literario norteamericano de la segunda mitad del siglo, tal y como deseó cuando conoció a Phelps

Salter tenía dos cualidades que a mí me parecen imprescindibles para convertirse en escritor. Una es la ambición de llegar a poder escribir algún día una gran obra, la mejor que uno pueda. La meta de cualquier escritor es escribir una obra maestra, nos recuerda Salter citando a Cyril Connolly. “Y cada cierto tiempo alguien lo hace, para disgusto de otros escritores que creen que solo hay cierto número de verdaderas obras maestras y ahora alguien se ha anotado una más”. Y otra la humildad. Es con esa humildad y admiración con la que Salter nos habla de algunos autores que marcaron su formación, como Flaubert, Babel, Borges, Bellow, Woolf, Nabokov… Y como buen nabokoviano, asegura: “Los escritores que me gustan son los que tienen un don para observar de cerca. Todo está en los detalles”. Desde luego Salter tenía esa capacidad de mirar y hallar donde otros no verían nada y de anotarlo con un estilo y una voz inconfundibles.

Lejos del romanticismo que a veces rodea a la escritura, Salter les habla a los estudiantes del esfuerzo que supone, de que a veces debes dejar de vivir para poder escribir, de que das mucho a cambio de muy poco. Pero ese poco lo merece todo. Entonces, ¿cuál es el impulso que nos lleva a escribir?, se pregunta. “Bueno, ciertamente por placer, aunque está claro que no es un placer tan grande. En ese caso, para complacer a otros. He escrito con eso en mente a veces, pensando en ciertas personas, pero sería más honesto decir que he escrito para que otros me admiren, para que me quieran, para ser elogiado, reconocido. A fin de cuentas, esa es la única razón”. No todos los autores nos hablan con tanta honestidad del oficio y de lo que significa.

Salter pertenece a una generación de escritores norteamericanos que se formó básicamente por su cuenta, antes de que proliferaran en las universidades las clases de escritura creativa, de donde han surgido una buena parte de los grandes narradores de hoy en Estados Unidos: Foster Wallace, Lorrie Moore, George Saunders, J. Safran Foer. Con el mismo tono cercano y nada pretencioso con que nos habla de su propia formación de escritor, de sus gustos, de sus costumbres (escribe a mano, por ejemplo) y del proceso de creación de algunas de sus obras, Salter nos deja en El arte de la ficción algunas gemas sobre lo que debe ser la enseñanza de la escritura, algunas frases que cualquier profesor de escritura debería tener grabadas en su frente. Frente a la visión militarizada de la enseñanza (si no escribes como yo, no vales), Salter cree que “enseñar a escribir se parece a enseñar a bailar”. Una idea que suscribo. En mis clases prefiero tener compañeros de baile a súbditos en el escalafón militar, aunque sé que hay ciertas personas que necesitan este tipo de formación donde yo creo que no hay cabida para la creatividad y para que cada uno encuentre su propio camino. Al fin y al cabo, lo que hace un profesor de escritura es acompañar al escritor principiante en ese viaje.

El arte de la ficción es un libro fresco, escrito con la frescura de la vejez, la de un escritor enorme que estaba a punto de morir. Es una reivindicación de la libertad que debe acompañar siempre a cualquier escritor, del valor de las palabras, de su poder para perpetuarnos. “Llega un día en que adviertes que todo es un sueño, que solo las cosas conservadas por escrito tienen alguna posibilidad de ser reales”, dice el epígrafe que abre su última novela, Todo lo que hay. De lectura obligada para los amantes de la gran literatura, escritores o no.

Taller de Escritura de Clara Obligado

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