Enrique Llamas: “La prensa abusa del morbo de la crónica negra”
‘Los Caín’ trata de la cerrazón humana y la maldad, ambientada en un claustrofóbico pueblo castellano en los años setenta, donde la vida se rige por el principio de “es mejor no preguntar”. El periodista Enrique Llamas, zamorano de 28 años, colaborador de ‘El Asombrario’ acaba de publicar su primera novela (AdN , Alianza de Novelas), con un toque ‘Twin Peaks’. Una opresiva historia muy bien escrita, con detalle; de esas historias en las que sientes a alguien vigilándote continuamente, pues notas un escalofrío en la nuca. Hablamos con él de su obra y de la invasión del tratamiento más morboso de la crónica negra en los espacios informativos.
“Nadie supo nunca que aquella primera noche la tumba de Arcadio Cuervo quedó mal cerrada. Y nadie, ni siquiera sus hijas, supo que siempre habría de estarlo, porque en la tarde del entierro ya anochecía, y la cerraron deprisa y a ciegas. No sirvió de nada que al día siguiente, cuando la mañana apenas clareaba, la persona encargada intentase sellarla con la tranquilidad de quien sabe que, entre los vivos, los muertos solo dejan herencias”.
“El entierro de Cuervo fue uno de los muchos al que la mitad del pueblo acudió solamente en cuerpo. No había viuda, y sus hijas adolescentes se hicieron cargo de todas las premuras con las que dieron tierra a su padre. El funeral por el alma de Arcadio escribió lo que a partir de ese momento empezarían a ser las costumbres de los vecinos durante los días de luto”.
Así comienza tu novela, Enrique. ¿De dónde sacas ese oscuro y claustrofóbico ambiente rural que protagoniza ‘Los Caín’?
Del entorno en que yo crecí, no por lo oscuro, sí por lo rural. Soy de Zamora ciudad, pero mis cuatro abuelos son de pueblos muy pequeños, dos de Zamora y dos de León. He crecido muy cercano a ese ambiente rural, sobre todo en los veranos. Además, es la España que yo más recuerdo de mis primeras lecturas, la España de Delibes.
Tú eres del 89. La España de tu niñez fue la de los 90, pero has ambientado la novela en los años 70.
Al principio, había ambientado la novela en la actualidad, quería transmitir la sensación de que el protagonista se queda sin cobertura, en un pueblo aislado. Pero al introducir la pareja de la Guardia Civil y otros elementos, me di cuenta de que el aislamiento era mucho mayor y más creíble si llevaba la historia a los años 70.
¿Cómo te documentaste sobre esos años? ¿Le preguntabas a tus padres?
Le preguntaba mucho a mis padres, sí, a mi madre enfermera, y a mi padre, que fue maestro en pueblos. Pero no hay grandes sucesos que marquen la época, sólo detalles de la vida cotidiana, como las marcas de perfumes que usan los protagonistas, o las marcas de tabaco, o los modelos de coche, como el 127 del protagonista. Yo creo que logras crear mejor atmósfera a partir de detalles de la vida cotidiana que no introduciendo grandes acontecimientos de la época.
¿Cómo fue tu infancia?
Pues muy feliz. Tuve la suerte de no crecer en Madrid, sino en un sitio más pequeño, que te da más libertad. Y rodeado de libros, porque mis padres son muy lectores los dos.
¿Qué leías?
Leía y releía a Delibes. Y me encantaban Los tres mosqueteros. Y Elvira Lindo, leer Manolito Gafotas me llevó a leer después sus novelas y las de Antonio Muñoz Molina, y a Rosa Montero.
¿Y cómo recuerdas tu adolescencia?
Ahí ya entré en las lecturas de Ana María Matute y Carmen Martín Gaite. Y sobre todo descubrí el cine. Terciopelo Azul, de David Lynch, que me llevó a Twin Peaks, que es una de las influencias claras en la novela. Y la obra de Isabel Coixet, que es muy intimista, muy del día a día, y de la que también veo influencias. Y descubrí a Andrés Barba, que habla mucho de la infancia y la adolescencia.
Leo la primera página y se me viene a la cabeza García Márquez o Juan Rulfo, y, sin embargo, no los mencionas en tus lecturas e influencias.
El arranque de Cien años de soledad es de los mejores de la literatura universal, desde luego, pero yo no le reconozco en mis influencias; aunque a veces sales a la calle, llueve y no te das cuenta.
¿Has escrito desde siempre?
De pequeño, poco, lo normal del colegio; empecé a escribir de forma más seria cuando vine a Madrid, con 17 años, a la Universidad. Vine a estudiar Periodismo, y ya me quedé. Lo que me ha dado Madrid es que es una ciudad en la que ocurre todo, y me ha dado acceso a conocer por ejemplo a muchos escritores; tuve la suerte de entrar en un ambiente cultural rico, gracias al colegio mayor Isabel de España, donde vivía, y con los que sigo teniendo relación, ya de amistad. Además, la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, que era un desastre, salvo algunos profesores muy buenos, tenía de bueno que te empujaba a desenvolverte tú solo. A aprender por tu cuenta.
¿Qué recuerdas de la carrera de Periodismo?
Dos o tres profesores muy brillantes, los que más tangencialmente tocaban el periodismo. Recuerdo con especial cariño a Paloma Losada, que daba Literatura española del siglo XX; y sobre todo una clase suya sobre La reina de las nieves, de Martín Gaite, en la que explicó la estructura de la novela y que es muy similar a la que he trasladado a Los Caín.
Acabaste Periodismo, ¿y después?
Terminé en 2012, un año terrible por la crisis y la precariedad en los trabajos, y sobre todo terrible para acabar Periodismo. Y empecé a trabajar con Imma Turbau en la Feria del Libro, organizando los encuentros de cara al público, y de ahí a Acerca, una empresa de comunicación especializada en arte contemporáneo.
En todo ese recorrido periodístico, ¿cómo surgen ‘Los Caín’?
Yo soy una persona que tiene que tener siempre un libro entre las manos, creo que la ficción es un instrumento perfecto para entender la realidad. Los tres primeros años de la carrera hice prácticas en la radio, en la SER en Zamora; y recuerdo que me impactó una noticia del verano de 2010, que los ciervos de la Sierra de la Culebra empezaron a morirse de forma muy extraña y masiva. Era especialmente preocupante, afectaba mucho a la economía de la gente del lugar. Tardaron semanas en saber qué estaba pasando, por la abulia histórica de las autoridades respecto a Castilla. Resultó ser una bacteria que mutaba y les mataba, una consecuencia de la ola de calor. Pero en ese proceso tan largo en saber qué era lo que sucedía, yo me monté otra película en la cabeza, que es la que meto en el libro.
Además, veo que lo que quiero contar no cabe en un relato corto. Entonces mi cerebro empieza a funcionar como un colador, y todo lo que recibo en el día a día pasa por un filtro de si me sirve para la novela o no. Cuando tengo ya suficientes datos para armar una novela, organizo los datos por capítulos y empiezo a escribir.
El proceso de escritura me lleva un año y pico, luego se queda otro año en un cajón, hasta que Belén Gopegui, Imma Turbau e Ignacio del Valle, escritores con los que tengo confianza y a los que les paso lo escrito, me dicen que la tengo que cortar, que es muy larga. Los tres me dicen que tengo buen material y me animan, pero me insisten en que es muy larga y así no voy a encontrar editor. Eran 400 folios en Word, y finalmente han quedado en 210.
Me imagino que ese proceso de cortar, de reducir lo escrito a la mitad, habrá sido complejo y doloroso.
Lo mejor, como cuando a un niño se le está cayendo un diente y se lo arrancas de un tirón casi sin que se entere, es cortar en caliente. O como cuando un miembro se necrosa, que te lo tienes que amputar por muy doloroso que resulte, porque, si no te lo cortas, corres el peligro de morirte tú… Belén Gopegui me dijo: piensa qué es lo que quieres contar y quédate solo con eso.
¿Y cuál es la esencia de ‘Los Caín’, lo que has querido contar y no cortar?
Quiero contar una historia sobre la cerrazón humana y la maldad, que las personas podemos ser malas, muy malas. Que la maldad existe y muchas veces no es justificable.
En tu novela se repite como un mantra: “No preguntes, aquí es mejor no preguntar”. ¿Te has tenido que aplicar mucho ese consejo en tu vida?
Lo de no preguntes, no. Pero sí que a veces es mejor no saber, o fingir que no sabes.
¿Tu hábito de escritura?
Me levanto por la mañana antes de entrar al trabajo y con el teléfono apagado, para escribir todos o casi todos los días. Entro a la oficina a las 10, me levanto a las siete. Así que tengo ahí dos horas para escribir. Es el momento del día en que no me molesta nadie; por la tarde, al salir del trabajo, no podría, ya tienes el cerebro cansado. Es que lo hago así o no lo hago. Eso sí, necesito silencio para escribir. Para escribir y en mi vida, el silencio me ayuda mucho.
¿Qué supone para ti publicar en una editorial de peso tu primera novela y en un proceso relativamente rápido?
Me da más seguridad en mí mismo. Pero no pretendo cambiar mi vida ni mi trabajo, que me encanta y con el que aprendo mucho, me resulta muy útil para la escritura, me aporta mucho.
Como periodista, ¿te atraen los sucesos?
Los sucesos son la parte más fascinante del periodismo, no el del socavón, sino la crónica negra. Creo que la crónica negra de un país revela cómo es ese país. Puerto Hurraco revela cómo era la España de los Juegos Olímpicos, más allá de la imagen de modernidad que nos querían vender en los noventa. Una cosa es la imagen que se quiere dar de un país, y otra es la realidad, lo que está pasando. La crónica negra muestra mucha ignorancia también. En cada suceso se ve el trasfondo de un país, se ve el nivel cultural de una sociedad.
En tu novela también hay dos hermanas que dan un poco de miedo, como las de Puerto Hurraco, víctimas y verdugos de una España atrasada y cerrada.
Son presas del hetero-patriarcado; viven condenadas para el resto de su existencia por el legado de su padre, viven del peso del pasado y de la muerte de su padre.
¿Y no crees que se está abusando de la crónica negra y los sucesos en los espacios informativos?
Creo que determinados programas de televisión son muy nocivos para la sociedad, y para la educación de la sociedad, que promueven, igual que las redes sociales, que la gente piense que mi opinión desinformada vale lo mismo que la tuya informada. Y creo que se establecen muchos juicios paralelos muy peligrosos, como sucedió con el caso de Rocío Wanninkhof. Hicieron polvo a una señora que no tenía nada que ver. También el comportamiento primero de los medios con la madre de Diana Quer resultó muy criticable. Hay programas muy peligrosos.
Pero, Enrique, si me dices que los sucesos son tan importantes, habrá que darles amplia cobertura.
Hay que cubrirlos, sí, pero de otra manera, dejando muy claro qué es lo que está demostrado y lo que no. La crónica negra es importante, pero se está haciendo de una manera muy morbosa, buscando a menudo el escarnio público.
¿Te gustaría ser redactor de prensa y cubrir sucesos?
Mmmm… Estoy muy a gusto donde estoy.
La novela ‘Los Caín’ se presenta mañana (jueves 17 de mayo), en la librería Tipos Infames, de Madrid, a las ocho de la tarde.
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