Todos deberíamos ser Palestina frente al terrorismo del Gobierno de Israel
Releemos el relato ‘Un momento en Ramala’, de mi admirado John Berger, para reivindicar Palestina, recordar a las 100 personas que la maquinaria militar del Estado de Israel ha asesinado esta semana con la más absoluta impunidad, y pedir justicia internacional contra Netanyahu y Trump, dos gobernantes infames que causan tanto dolor a un pueblo sometido y humillado, pero que no pierde su dignidad.
En 2003 el escritor y crítico John Berger visitó Ramala, en Cisjordania. Como saben, Ramala, el Monte de Dios en árabe, es de facto la capital de lo que llaman la Palestina Independiente tras el Acuerdo de Oslo, que de independiente no tiene nada porque está sometida a todos los niveles al control israelí. Berger publicó el relato de su visita en Un momento en Ramala, uno de los textos incluidos en español en un libro, Con la esperanza entre los dientes (Alfaguara), imprescindible para quienes aún piensan que otro futuro es posible. En otro texto que ahora no ubico, Berger afirma que uno puede dejar de ser optimista, pero lo que no puede perder nunca es la esperanza. La esperanza es una luz que nos hace seguir adelante. Creo que aceptar la derrota es conceder al sistema la última bala.
Durante su visita a Ramala, Berger se encuentra con un antiguo camarada, dibuja, se mezcla con los palestinos, sufre por la situación en la que viven. Con la lucidez y la mirada que le caracterizan, nos habla de las piedras, las piedras que lanzan los palestinos al imponente ejército israelí, David contra Goliat. Nos habla de las fotografías de los muertos que dieron su vida en su lucha contra el Estado israelí, sobre todo de la Segunda Intifada, que comenzó en septiembre de 2000.
“Estos rostros transforman las borrosas paredes callejeras en algo tan íntimo como una cartera plena de papeles y fotos privadas. La cartera tiene un compartimento para la tarjeta de identificación magnética emitida por los servicios de seguridad israelíes (sin la cual ningún palestino puede viajar ni unos cuantos kilómetros) y otra para la eternidad. En torno a los carteles, los muros muestran las cicatrices de las balas y las marcas de las esquirlas de obús.
Hay una abuela, que pudiera ser la abuela en muchas carteras. Hay niños, apenas adolescentes. Hay tantos padres. Escuchar las historias de cómo se toparon con su muerte es recordar lo que significa ser pobre. La pobreza fuerza las decisiones más duras, esas que casi no conducen a nada. Ser pobres es vivir con ese casi”, escribe Berger.
Antaño ciudad de vacaciones, Ramala está situada a unos 15 kilómetros al norte de Jerusalén, la Ciudad Santa, la ciudad en la que el infame Donald Trump, por razones espurias, ha decidido trasladar ahora la embajada de Estados Unidos. Él sabía, sus asesores sabían, Netanyahu sabía, que esa decisión iba a desatar la ira contenida e impotente de los palestinos.
El resultado de las protestas ha sido que han muerto a sangre fría más de 100 personas, muchos de ellos niños, y hay miles de heridos. Para que se hagan una idea, en el terrible atentado de Isis en Barcelona de 2017, que nos conmovió a tantos, murieron 15 personas. ¿Qué ocurre cuando es un Estado, como el israelí o el norteamericano que lo apoya, el terrorista? Aunque el caso se ha llevado a las Naciones Unidas, el eco de esta terrible matanza ha sido muy tibio.
Israel, Netanyahu y los talibanes que lo apoyan, siempre se defienden de las críticas a estas matanzas con el antisemitismo. Y nada tiene que ver, se disfraza en la retórica y en el populismo. Es como cuando Pujol decía que cuestionar su honorabilidad (ya vemos dónde está ahora) era cuestionar a Cataluña. Que haya antisemitismo, que lo hay por otros motivos y hay que combatirlo sin duda, no justifica que un Estado donde viven los herederos del Holocausto utilice métodos terroristas para someter a los palestinos, humillarles y arrinconarles, en un apartheid.
“Es imposible subestimar la importancia otorgada al estrangulamiento del decoro. Se usa para recalcar quiénes son los vencedores y quiénes deberían reconocerse conquistados. Los palestinos deben sufrir, a menudo varias veces al día, la humillación de jugar al rol de refugiados en su propia tierra”, nos recuerda Berger.
Hay voces críticas dentro de Israel, como la del escritor Amos Oz, que hablan de la necesidad urgente de que haya dos Estados, de que se respeten las resoluciones de Naciones Unidas. Pero son voces acalladas por el estruendo de los radicales, por el ruido de la mecánica del aparato del Estado. Mucho me temo que hasta que la comunidad internacional no lo fuerce o hasta que en Israel haya un gobierno que apueste por esta solución, algo que desde luego no parece que vaya a ocurrir a corto plazo, la vida no mejorará para los palestinos. Y no se merecen que les olvidemos.
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