La Tristura nos sobrecoge con la inmensa soledad de los niños robados
La compañía teatral La Tristura (integrada por Itsaso Arana, Violeta Gil y Celso Giménez), que tiene excelente reputación pero que hay que aprovechar para ver cuando está, porque se prodiga poco, conoció la tragedia de los niños robados a través de uno de los afectados y la ha utilizado para montar algo así como una película dentro del teatro, y esa película es Cine, que se puede ver en los Teatros del Canal, en Madrid, este fin de semana con resultados insólitos que mezclan hermosura, inteligencia y emoción.
Entre 200.000 y 300.000 personas podrían haber sido niños robados durante el franquismo y los primeros años de la Transición. Personas que fueron separadas de sus padres al nacer y dados en adopción a otras familias a cambio de dinero y a través de irregularidades y documentos falsificados, de tramas corruptas de médicos, jueces y religiosos. Muchos de ellos descubrieron posteriormente que su vida se fundamentaba sobre una mentira. Y muchos de ellos tratan ahora, muchas veces sin éxito, de conocer su verdadera historia, de investigar sus raíces.
“La soledad que sienten los que fueron niños robados, la que provoca no saber de dónde vienes, quiénes son tus padres, no es similar a la soledad urbana contemporánea, sino que va más allá: es una soledad cósmica”, dice Arana. Por eso en la obra se relaciona en algunas ocasiones el inabarcable número de neuronas que habitan el cerebro con el mismo inabarcable número de estrellas que forman la galaxia: puede haber inmensa soledad en el Universo o dentro del cráneo.
A través de trucos escénicos, como el reparto de auriculares entre el público que permiten una especie de primer plano teatral análogo al de las películas (al menos en el sentido auditivo), la utilización de una lámina transparente que separa al público de la escena creando esa especie de distancia cinematográfica y el sabio uso de la iluminación y diferentes sets de decorados, La Tristura narra la historia de Pablo, un niño robado ya en la treintena (un hombre robado, pues), como si fuera en la gran pantalla.
“Con estos elementos intentamos hacer que el espectador se imagine todo lo que queda fuera de campo”, dice Arana. Y lo consiguen: en cierta manera, la película se proyecta dentro de cada cabeza. Para ello han querido utilizar escenas arquetípicas del cine, como una conversación en un dinner, otra de un huésped con la camarera de un hotel o la del hombre que llama a su ex pareja desde la soledad de su habitación, desde un lugar lejano tanto en el espacio como en el tiempo. Son imágenes que todos tenemos grabadas una y otra vez en nuestro imaginario fílmico. “Siempre hemos sentido fascinación y algo de envidia por el cine, y casi hemos sido mejores espectadores de películas que de teatro”, explica la artista.
Así, los cuadros que se generan en cada escena tienen el espinazo del cine estadounidense, del fotograma noir, de la road movie crepuscular o de la soledad (también estadounidense) de un cuadro de Hopper. El protagonista, Pablo, es interpretado por el músico Pablo Und Destruktion, entre cuyas virtudes se encuentran la de ser un “animal escénico”, a juicio de la compañía (que le contactó para ofrecerle este proyecto) y la de ser asturiano. Como Pablo no es actor y no actúa como un actor, el personaje genera cierta sensación de naturalidad y vulnerabilidad que le confieren gran verosimilitud. Su interpretación se enmarca en las de las otras actrices, sí profesionales, Fernanda Orazi e Itsaso Arana, que siempre aciertan encarnando a los demás personajes que aparecen en este viaje geográfico y de descubrimiento personal. Además, Und Destruktion aliña el drama con canciones, guitarra eléctrica en mano, que llegan al tuétano. “En nuestros montajes los principios suelen ser certezas y los finales imaginaciones”, dice Arana. Si la historia parte de hechos reales, acaba con la, también muy cinematográfica e hipotética, aparición del fascinante malo de la película (un juez implicado en el robo de niños), algo así como el Kurtz de El corazón de las tinieblas, que revela cómo funciona el mundo en realidad, en toda su crudeza.
A La Tristura se le suele asociar con lo posdramático, lo vanguardista; en este caso han apostado por contar una historia de forma más fabulada, más narrativa, que en anteriores entregas. “Cuando empezamos, hace más de diez años, tras conocernos en la Resad, no nos satisfacía la forma en la que se narraba en el teatro y nos fuimos en otra dirección, más de presentación que de representación”, cuenta Arana. “Ahora queríamos volver al punto de partida incluyendo todo lo aprendido en el viaje”.
Un montaje de clara vocación estética, pero también política. Como dice Celso Giménez, “aunque estamos en el siglo XXI, aún tenemos que hablar del pasado para entender el mundo en el que vivimos y construir un mundo más justo, en la medida de lo posible”.
‘Cine’, de La Tristura, se representa este fin de semana, hasta el 20 de mayo, en los Teatros del Canal, Madrid.
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