Compañía Nacional de Danza: entre el asombro, lo sobrecogedor y la nostalgia
El programa que ha preparado José Carlos Martínez para las veladas de la Compañía Nacional de Danza en el Teatro de la Zarzuela, con obras de Galili, Kylián y Duato, es tan elegante, tan bien elegido y tan emocionante que habla por sí solo de la estupenda labor que el director artístico de la compañía está realizando, pese a hacerlo en un país donde las administraciones han relegado a la danza a la categoría de ‘Cenicienta de las artes’.
Empieza la noche con la pieza Hikarizatto del israelí Itzik Galili y la primera palabra que viene a la mente tras terminada la obra es ‘asombro’. En esta propuesta, que crece como la espuma, la compañía se ve sometida a un nivel de exigencia técnica extremo que se acrecienta por el efecto anímico que provoca en el espectador la música de percusión sobre la que se levanta.
Hikarizatto, según se explica en el pase de mano, quiere decir ‘luz saturada’ en japonés, pero, en este caso, perfectamente podría traducirse por algo así como ‘elogio del paso a dos’. Salvo algunos pasajes de conjunto, la obra está construida a base de parejas que bailan en pequeños cuadrados de luz que se iluminan caprichosa, matemática y estudiadamente durante toda la obra y por todo el escenario. Se divide la escena en celdillas luminiscentes, como si de un secuenciador de bailarines se tratase, y así Galili puede dar rienda suelta a la estudiada combinatoria de posibilidades formando diagonales de parejas, columnas de parejas, espirales de parejas… El coreógrafo ha tenido una genial idea y no va a soltar la presa tan fácilmente. La retuerce y lleva hasta sus últimas consecuencias.
La luz cenital y dura danza acompañando a los cuerpos y los pasos se suceden vertiginosos sin dar un respiro a los 20 bailarines que se ven presos en una trampa tejida por el coreógrafo en la que cualquier fallo desbarataría sin piedad el conjunto, como lo haría un disparo sobre una bandada de estorninos o la aparición repentina de un grupo de delfines en la geometría perfecta de un banco de sardinas.
Gods and dogs de Jirí Kylián es una obra sobrecogedora en todos sus aspectos. La música electrónica de Dirk Haubrich se mezcla, en un concepto creado por el propio Kylián, con los dos primeros movimientos del Cuarteto de cuerda opus 18, número 1 en fa mayor de Beethoven logrando un vívido efecto de desolación emocional. Desolación no en un sentido destructivo, sino más bien de vacío. Esa angustia que se siente cuando uno se enfrenta por primera vez a la disolución de sus propias fronteras y es incapaz de dilucidar si está cuerdo o loco; si vive o sueña; si recuerda o inventa; si realmente la tranquilidad no es otra cosa que el principio de una crisis o si la apariencia de salud no enmascara, de alguna manera, la enfermedad…
En esta pieza Kylián casi logra, milagrosamente, que los espectadores vean su interior como cuando te ves a ti mismo desde fuera. Es una sensación extraña y onírica que se experimenta en ocasiones, por ejemplo, tras padecer un intenso proceso de ataque de pánico. Pero pese al arrebato anímico, el poso que precipita Gods and dogs es reconciliador y luminoso: eres tú mismo frente a tu realidad, pero sin procesar, sin ningún elemento externo distorsionador, una realidad en crudo como punto de partida para domar las dificultades que impone la vida. Todo, utilizando según el propio Kylián ha manifestado, la vestimenta como metáfora.
El coreógrafo también firma la escenografía de esta pieza que cumplirá una década a finales de este año. Y, ¡qué puesta en escena! En ocasiones parece que estuviéramos ante alguno de los mejores aciertos de Romeo Castellucci. Sobre todo cuando al fondo, una cortina formada por cientos de larguísimos flecos bate contra la pared emitiendo un sonido que se integra perfectamente en la música como si fuera el rumor de las olas rompiendo en el claroscuro de una noche plateada. Y cuando sobre el negro de esa noche se proyecta una imagen, tan tenue a propósito, que igual podría ser un perro, la luna entre las nubes o la espalda de un bailarín. Kylián te ofrece algo tan personal como esa libertad suprema que tiene cada uno de elegir la personalidad y el aspecto de sus propios dioses o de lo abstracto.
Cierra la velada Por vos muero de Nacho Duato. Y se confirma el acierto que tuvo José Carlos Martínez al pedirle una obra para que la CND pudiera bailarla. Siete años son demasiados. Cuando el Ministerio de Cultura decidió prescindir de él, Duato se llevó sus trabajos, dejando el repertorio de la compañía tremendamente diezmado. Así lo decía en su contrato y así lo hizo valer el valenciano. A principios del próximo mes de julio vuelve de Berlín y se establecerá otra vez en España. Ojalá podamos volver a ver más trabajos suyos bailados por compañías españolas en teatros españoles.
Acertado resulta también haber programado esta obra justo después de Gods and Dogs, pues nos permite apreciar cómo Duato recogió la herencia que Kylián le regaló durante sus años de bailarín y más tarde coreógrafo estable en el Nederlans Dans Theater.
Por vos muero es un ballet optimista y profundo. Diserta sobre la danza, pero también sobre el amor, sobre la necesidad del otro y de elevarse. Alguien definió esta obra como un hit de Duato y desde luego que lo es. Está escrito sobre una música bellísima: una selección de música antigua española de los siglos XV y XVI interpretada por la Capella Reial de Catalunya dirigida por Jordi Savall. Pero para este cronista es, sobre todo, un ballet que se estrenó el 11 de abril de 1996 en el Teatro de Madrid hace nada menos que 22 años.
Y lo estrenó aquella Compañía Nacional de Danza tan joven que hacía tan solo tres años que se llamaba así, Compañía Nacional de Danza. Lo estrenó aquella compañía en la que admirábamos a bailarines y bailarinas como Mar Baudesson, Tony Fabre, Patrick de Bana, Emmanuelle Broncin, África Guzmán, Ruth Maroto o Nicolo Fonte. Aquella compañía que contagiaba su entusiasmo y su voluntad y empeño de modernidad. Todavía recuerdo cómo bailábamos, imitando aquella cautivadora forma de moverse, a la salida de cada estreno por los alrededores de La Vaguada camino del metro de Barrio del Pilar. Éramos veinteañeros. Y pienso que tal vez estos días otros veinteañeros se ilusionen igual por ese mundo tan fantástico que crea esta compañía. Ese universo que volvimos a vivir anoche en el Teatro de la Zarzuela. Qué suerte que Nacho Duato estuviera al frente de esta compañía durante 20 años; qué suerte que, al menos, uno de sus trabajos haya regresado. Qué suerte que José Carlos Martínez dirija ahora esta compañía y siga logrando que esos bailarines y bailarinas consigan detener el tiempo. Y un consejo, no os perdáis estas veladas en la Zarzuela con la CND, Galili, Kylián y Duato. Ir a verlos y a sentirlos es, sin duda, hacerse uno mismo un gran favor.
Compañía Nacional de Danza. Teatro de la Zarzuela hasta el 10 de junio de 2018.
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