Nueva York no quiere chatarreros
Willets Point es un barrio peleón. Situado al sur del aeropuerto de La Guardia en Nueva York, justo donde el East river hace un meandro para transformarse en el Flushing river y acabar muriendo allí donde comienza el exclusivo centro de golf de Flushing Meadows, esta zona de Queens ha sido desde principios de los años 60 como la aldea de los galos en las historias de Astérix y Obélix. Desde hace más de 40 años, los mandatarios de la ciudad han tratado de reconvertirla en un negocio de apartamentos de lujo y centros comerciales y hasta un casino, pero siempre han chocado contra la misma barrera: la chatarra, los chatarreros y sus abogados.
A Willets Point también se le conoce como el triángulo de acero, ya que sus 320.000 metros cuadrados llevan toda una vida ocupados por trabajadores dedicados a la chatarra y los repuestos de automóviles. Década tras década, los distintos responsables del Ayuntamiento de la ciudad han intentado acabar con ellos y, al no ser capaces de hacerlo ‘por las buenas’, simplemente lo abandonaron a su suerte en la típica estrategia política: si mediante la lucha judicial no podemos con ellos, el abandono y la privación de servicios básicos sí lo harán. Consiguieron, a base de ratas, agua estancada y residuos fecales, lo que no fueron capaces de hacer los abogados.
Jaime Permuth es un fotógrafo guatemalteco afincado en Nueva York que ha realizado un trabajo documental con el que inmortaliza el microcosmos del triángulo de acero que pronto desaparecerá. La Fábrica publica ahora el volumen Yonkeros, en el que en 95 fotografías Permuth rinde homenaje a estos trabajadores.
Yonkero es un término del spanglish derivado de junk (basura), con el que se denomina a la persona que trabaja con la chatarra, y se transforma en yonke para denominar la chatarrería. Permuth captura estampas decadentes de las calles del barrio y las escenas cotidianas de sus trabajadores. Una serie tomada de día y noche, con nieve o en pleno verano, para «rendir tributo a Willets Point y a su vasta acumulación de piezas que, como cualquier catálogo, es también un poema», reconoce su autor.
Un mundo aparte y marginado en medio de la gran ciudad que tiene sus días contados. Los más de 300 negocios serán desplazados con las familias de clase trabajadora que dependen de ellos. El Ayuntamiento de la ciudad ya publicita las bondades de la próxima remodelación del barrio. «Este libro es un homenaje a su espíritu, su lucha y el lugar que hicieron propio durante tantos años», afirma Permuth. Así, Yonkeros adquiere un poderoso valor testimonial, que documenta y reivindica a Willets Point y sus yonkeros.
«Mecánicos y trabajadores de rostros toscos, erosionados, con tatuajes y talismanes como los balleneros de Melville o los presos carcelarios. Hombres que huyeron buscando afanosamente una última oportunidad, por fin echando raíces, trabajando horas interminables, ¿para qué? […] Solo para que se les diga al final que la tierra de su redención ha sido sentenciada a convertirse en un depósito de desechos en el fondo del océano. Cuando Willets Point haya desaparecido, ¿adónde irán estos hombres? La respuesta, cualquiera que sea, forma también parte de la respuesta a la pregunta sobre el tipo de ciudad en que se está convirtiendo Nueva York» , sentencia Francisco Goldman en el prólogo.
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