Los fans como fuerza política
¿Por qué los fans de Lady Gaga son más transgresores que la propia Lady Gaga? ¿Por qué Depeche Mode es un símbolo político contra los ayatolás de Irán? El crítico y comisario independiente Iván López Munuera habla de estas y otras cuestiones al hilo de la última exposición que ha comisariado, Pop Politics: Activismos a 33 Revoluciones, abierta hasta el 21 de este mes en el CA2M de Móstoles (Madrid).
MARIO BROCA
¿Qué aporta la exposición Pop Politics sobre el tema del fan?
En Pop Politics: Activismos a 33 Revoluciones artistas contemporáneos como Jeremy Deller y Nick Abrahams, Aitor Saraiba, Luke Fowler, Lorea Alfaro, Christian Marclay, Francesc Ruiz o Momu & No Es toman la figura del fan como un agente activo. Contribuyen así a superar la lectura de la figura del fan como un agente pasivo, un receptor acrítico y socialmente desorganizado sin capacidad para intervenir en los procesos de producción y significación de lo pop.
¿En qué se traduce el trabajo de estos artistas?
En que han documentado cómo en muchos casos los fans abordan proyectos de emancipación personal o colectiva en la manera en que se vinculan a las ‘estrellas’ de la música, de las que disponen de manera independiente, reprogramando las correlaciones entre icono e ideología en el ámbito de su experiencia cotidiana.
¿Sirve de ejemplo Lady Gaga?
Sí. Posiblemente lo más interesante de Lady Gaga sean sus fans, autodenominados Little Monsters. Ellos se convierten en sujetos activistas que a través de sus apariciones y de sus performatividades entran en conflicto con el medio en el que se mueven, movilizando afectos, diferencias y políticas diversas. Los fans se convierten no en espectadores pasivos, sino en agentes emancipados que disponen de la estrella muchas veces trascendiendo sus políticas y sus planteamientos.
¿Algún caso que sirva para ilustrar esto?
No hay más que ver las apariciones de algunos Little Monsters radicados en España, que hicieron una flash mob con sus vestidos habituales (hombres vestidos con corpiños, enseñando los pechos, maquillados, con plataformas) en las inmediaciones de la Catedral de la Almudena de Madrid hace un par de años. Hicieron algo que la propia Lady Gaga no hizo: actuar en un escenario tan inesperado, tan excluyente en la representación de lo diferente, que su presencia se convirtió en un proceso activista inmediato (aunque esta no fuese la intención primera de los fans, sino rendir un homenaje y pedir que diera más conciertos).
¿Qué es lo que más le interesa del proceso de lanzamiento de una estrella como Lady Gaga?
La aparición de Lady Gaga en la escena mundial hizo que muchos historiadores del arte se echaran las manos a la cabeza. Las imágenes que ella y su equipo (Haus of Gaga) fabrican siempre se conectan con imágenes que han sido muy potentes y muy activistas en su origen: los vestidos de carne de Jana Sterbak, las Drag Kings de Sarah Lucas, las transformaciones de Orlan, la violencia de Valie Export o la ambigüedad del cine de Kenneth Anger. Sin embargo, todas estas imágenes aparecen de algún modo desactivadas al ser usadas por Lady Gaga, que lima todos los aspectos de sorpresa y activismo con las que fueron concebidas. Sus apariciones no sorprenden del todo porque de ella se espera precisamente eso, ser sorprendente: está en un contexto donde la rareza o la diferencia son aceptadas (una performance musical en unos premios, por ejemplo), en un lugar donde esta performatividad es habitual, no desafiante. En este sentido es curioso comprobar cómo ningún vídeo suyo ha sido catalogado para mayores de 18 años (al menos hasta la fecha).
El caso de Madonna, ¿se puede analizar como un fenómeno específico? ¿Cree que ha sido la estrella más influyente?
No me atrevería a afirmar que ha sido la más influyente, pero desde luego ha creado un campo completo donde es posible detectar diferentes posicionamientos sobre la apreciación del cuerpo, el papel de la identidad y la presentación ante los demás durante los últimos treinta años. Después de todo, Madonna vive en los medios, en la propia imagen que quiere dar de sí misma y que los demás reconfiguran de manera continua, jugando con el campo escópico y la asignación de géneros.
¿Es algo preconcebido?
No tanto. La mayoría de veces las esto se produce ‘a pesar de’ sus propias iniciativas. Es decir, no siempre de forma consciente. Tomemos el caso de un video como el de ‘Open Your Heart’. Estamos a mediados de los años ochenta en un contexto como el estadounidense, en el que, en plena crisis del sida, los medios de comunicación reaganistas se empeñan en volcar imágenes regresivas de la mujer, imágenes ‘saludables’ que tratan de dar una imagen tradicional (Dallas, Falcon Crest, por ejemplo). Madonna subvierte esta imagen en un video que aborda la figura de una stripper en una cabina de sex shop. En vez de dar la imagen habitual de los espectadores observando el baile sexy, pone al espectador en el lugar de la stripper, deconstruyendo el discurso y permitiendo nuevas lecturas. Creo que lo más interesante de Madonna es comprobar las discusiones que puede llegar a canalizar, asociadas con el contexto que las recibe. Como decía, muchas veces ‘a pesar de’ sus propias intenciones.
¿Se atreve a explicar brevemente el proceso de la música como campo de acción política?
Ha sido un proceso continuo. A lo largo de los siglos XX y XXI se han dado toda una serie de acontecimientos en la música Pop (o formas musicales populares urbanas, ya sea rock, punk, postpunk, disco, tropicalismo, psicodelia, tecno, electro, hip-hop…) que han variado por completo el tejido cultural y social. Unas acciones no siempre presentes en las historias al uso pero que, sin embargo, han producido una quiebra radical en la estética, las vinculaciones sociales y las interacciones con los órdenes establecidos.
Y esa quiebra radical, ¿en qué se aprecia?
En los archipiélagos de alternativa, ironía, desatención y disidencia frente a lo hegemónico. Que no son subculturas ajenas a un contexto global, sino que están conectadas entre sí, híbridadas y contaminadas. Una arena política que ha influido de manera determinante en el presente, en muchas de las manifestaciones estéticas y artísticas de hoy en día.
Muchas veces la figura del fan se ha visto como una figura alienada, presa del consumismo y de las directrices de la estrella o el grupo. Pero parece que esta visión es discutible ¿no es cierto?
Desde luego. Como decía, entre el mensaje emitido por la industria pop y una sociedad de fans receptores existe una gruesa piel de construcciones sociales en las que dichos mensajes son confundidos, reprogramados, disputados, hibridados, disentidos y recombinados.
¿Por ejemplo?
Para todo oyente, The Velvet Underground es el paradigma de una sociedad en cuyas canciones y formas de socialización se aboga por una realidad múltiple, diversa y por la liberación de los estereotipos, pero su batería Maureen Tucker es una activa participante del hiperreligioso Tea Party Movement. Como señalaban Robert Venturi, Denise Scott Brown y Steven Izenour en 1977, precisamente hablando de lo pop, al afrontar una investigación sobre un contexto ideológico, simbólico, político y social muchas veces es recomendable suspender los juicios de valor previos. Se debe evitar la mirada por encima del hombro a todo aquello que parece marginal y recurrir a la observación minuciosa de cómo una realidad concreta es parte de un extenso tejido de relaciones.
¿Cuál es ese proceso de relaciones? ¿Cómo se convierte el fan en un sujeto activo, incluso cruel con la estrella, que puede acabar reconfigurándola y que en ocasiones toma elementos de otras ideologías que ni siquiera se hallaban en esos discursos originales de la estrella o el grupo?
Creo que, en este sentido, es crucial explotar la teoría de la red de actores, que señala la importancia tanto de humanos como de no-humanos (discos, portadas, obras de arte, cotilleos, clubs, legislaciones) y los discursos asociados a ellos.
¿Hay algún ejemplo que le guste especialmente?
Particularmente interesante a este respecto es el trabajo de Jeremy Deller y Nick Abrahams ‘Our Hobby Is Depeche Mode’ (2006), presente en Pop Politics, donde se recogen diversas historias de fans del grupo Depeche Mode, de los países de la antigua Unión Soviética a Irán o Reino Unido. En este sentido, es muy relevante el momento dedicado a Teherán, donde los fans arriesgan sus vidas para poder escuchar la música de la banda inglesa. Y es que durante la Revolución Islámica de 1979, el Ayatola Jomeini había conseguido incrementar el papel político de lo pop tras prohibir los sonidos occidentales. La nueva sociedad no podía parecerse al Sha y su familia, ni siquiera en sus peinados. Por eso, pese a que Depeche Mode como grupo sean complacientes con los poderes fácticos y sociales en Gran Bretaña (en sus letras no hay ninguna voluntad de polemizar), la llegada de su música a socializaciones no previstas por ellos supone una activación reprogramada de su música en términos de disidencia frente al poder dominante, una actitud que ellos nunca tuvieron.
¿Cómo se configura la dimensión política del fan? ¿Qué importancia tienen los fanzines, los flyers, los pósters…?
A través de medios de comunicación especializados con lemas del tipo ‘hazlo tú mismo’ [o DIY, Do It Yourself], se propone la posibilidad de una microeconomía anticorporativa basada en la convicción de que los medios de comunicación habituales son alienantes, demasiado lentos, faltos de imaginación e insuficientes para dotar de representación colectiva a sensibilidades e intereses especializados. Elementos como los fanzines, campañas de comunicación virales y acciones como el samizdat o el agit prop forman parte de estas prácticas, convirtiéndose en temas privilegiados en la trayectoria de los artistas contemporáneos.
Y respecto a los medios tecnológicos a través de los que se produce la música, también presentes en la exposición, ¿hay algo destacable
Sí. Son medios que pueden llegar a generar sus propios discursos, lo que es claramente visible con el hip-hop. Como cuenta Jeff Chang en su libro Can’t Stop Won’t Stop: A History of the Hip-Hop, y recoge Alex Ross en Escucha esto, el género surgió en guetos empobrecidos de altos bloques de viviendas en los que las familias no podían permitirse comprar instrumentos para sus hijos e incluso la forma más rudimentaria de ejecución musical parecía estar fuera de su alcance. Así, el fonógrafo pasó a ser un instrumento. En el South Bronx de los años setenta, DJs como Kool Herc, Afrika Bambaataa y Grandmaster Flash utilizaron los tocadiscos para crear un collage vertiginoso a través de loops, breaks, beats y scratches. Elementos que después fueron imitados a través de tecnologías que reproducían lo que en principio era una carencia, elaborando un sofisticado medio de comunicación y una prosodia muy particular.
¿Cómo evoluciona la identidad sexual del fan en su relación con la estrella o el grupo?
El cuerpo y las discusiones identitarias se configuran como campos de trabajo donde realidades débiles o marginadas buscan hacerse fuertes a través de conquistas del día a día. Se trata de pronunciamientos, resistencias o asociaciones mediadas por la configuración y reapropiación de modas, ropas o peinados, que se hacen efectivas en su interacción con redes de acción colectiva. Prácticas en las que la política se sirve de la organización de la cotidianeidad, el diseño, el maquillaje, la decoración de interiores o la presentación de identidades en escena, elementos tradicionalmente vistos como esferas dominadas por la banalidad y la falta de compromiso en la respuesta a las hegemonías de poder pero que, sin embargo, han encontrado oportunidades para su desarrollo en las tradiciones de la música pop.
En este sentido, assume vivid astro focus presenta en la exposición ‘Cyclops Trannies’, de 2011, sobre la construcción de su identidad por parte de un grupo de transexuales.
Son activismos que podríamos denominar del día a día. Activismos que no siempre son tan evidentes o tienen tanto prestigio. La principal fuente de inspiración en este caso proviene de una selección de representaciones del cuerpo de la mujer a través de distintos medios: imágenes extraídas de revistas tipo Playboy o de revistas de música ‘booty’, dedicadas al hip-hop y caracterizadas por sus letras de explícita carga sexual, como ‘Sweets o ‘Straight Stuntin’. Publicaciones que recogen imágenes estereotipadas de la exuberancia corporal y que avaf (assume vivid astro focus) reinterpreta a través del retrato de diferentes transexuales, personas que tratan de reconstruir sus cuerpos a través de la cirugía o de elementos como los peinados, las vestimentas o el maquillaje, para alcanzar o fallar en la búsqueda de su ideal particular. Reflejan la construcción física y social que conlleva su propia fisicidad, convirtiéndose en explosiones de libertad sexual, corporal e identitaria.
Aitor Saraiba se ocupa en la exposición del caso de Morrissey, ¿cómo lo analiza?
‘Let Me Kiss You’ (2010) de Aitor Saraiba es un archivo documental sobre los fans latinos de Morrissey, líder y voz de The Smiths, en la ciudad de Los Angeles. Para ellos, la imagen del cantante de los Smiths, que por los contenidos de las letras de sus canciones pareciera desear siempre estar en otro sitio, siempre desubicado, se convertía en símbolo de la comunidad chicana de California, desplazada en las tomas de decisión, extranjeros en cualquier lugar. Para ellos, la figura de Morrissey se convertía en alguien que parece relatar su día a día: ellos, considerados chicanos en Estados Unidos, gringos en México, encuentran en Morrisey su banda sonora, alguien que es capaz de dar voz a su realidad. Se reúnen para cantar sus canciones, se visten como él, se peinan como él, habilitando nuevos significados, nuevas maneras de entender su cotidianeidad.
¿Qué otras estrellas o grupos le parece significativo citar sobre el fenómeno fan en la actualidad?
Realmente cualquiera, ni siquiera tiene que ser un grupo en concreto, sino el fenómeno del fan en sí mismo. Esto se percibe por ejemplo en la obra de Momu & No Es. A través de una instalación vemos cómo se ha configurado cierto espacio de deseo en los medios de comunicación que tiene que ver con aquellas imágenes de la adolescencia de cómo debe ser un instituto (con sus taquillas, sus animadoras…) y cómo chocan con una realidad que parece banal o desajustada frente a esas imágenes, pero que está cargada de cariño y de informaciones. Ser fan no significa ser idiota, sino tratar de crear unas narrativas que se ajusten a lo que deseas de ti mismo, muchas veces de manera inconsciente o incluso restrictiva, pero siempre relevante. Dice más de lo que en un principio parece.
¿Hasta qué punto los peinados, el maquillaje, las vestimentas hacen que el fan se posicione contra el poder? ¿Hay otros factores que convierten al fan en un activista político?
La asociación de diversos factores como los peinados, el maquillaje, etcétera, configuran un ambiente, o más bien una atmósfera social, que se ubica también en otras esferas como el club, las discotecas, los conciertos o los festivales de música. Ryan McGinley lo ha rastreado en su serie ‘Grids’ con obras como ‘You and My Friends 3’ (2012), una serie de fotografías de espectadores que acudieron al Voodoo Music Festival de New Orleans. Un tejido social formado por una serie de desconocidos que de repente se vuelven íntimos, al compartir una misma arena mediada por sus mensajes a través de teléfonos, sus bailes, sus peinados, la subscripción a canales de Youtube o Vimeo o las redes sociales (Facebook, Twitter, Tuenti…) para formar una comunidad efímera e intermitente, transitoria, pero real y efectiva. Porque, como señala Amparo Lasén, a través de las tecnologías móviles, del baile y la escucha se conforma una sociedad donde las líneas que les unen no impiden manifestar las diferencias entre unos y otros a través de códigos de vestimenta o de asociación. Los distintos elementos contribuyen a crear esa fluidez entre ámbitos, categorías y relaciones, al tiempo que son utilizados para gestionar las consecuencias de dicha fluidez, y son también protagonistas de muchas de las tensiones que dicha coexistencia origina. Partiendo de este reconocimiento del papel de lo material, de la importancia de las mediaciones objetuales, la vida social se revela entrelazada en un conjunto de procesos materiales, de flujos, que forman, constituyen y extienden el carácter reticular de las relaciones sociales que no sólo atañen a las personas. Es decir, una visión ecosistémica.
¿Cómo se relaciona el fan socialmente en la era de Internet y las redes sociales? ¿Qué cambios significativos se producen?
En el siglo XX, tanto el arte como la música han formado un poderoso campo de acción política. En el siglo XXI, siguen desempeñando este papel. Es el caso de las Pussy Riot. En marzo de 2012, durante un concierto improvisado y sin autorización en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, las Pussy Riot fueron arrestadas y acusadas de vandalismo por el gobierno de Putin. Su juicio se inició a finales de julio y fueron condenadas a dos años de cárcel, configurando un campo de discusión internacional sobre política, arte y música, hecho subrayado por el manifiesto de apoyo a las Pussy Riot firmado por personalidades como Madonna, Yoko Ono o Barack Obama.
¿Qué otras acciones se pueden citar?
Por ejemplo el baile ‘Gangnam Style’ de PSY por parte de Ai Weiwei en 2012 para protestar por el régimen autoritario chino que prohíbe cosas en apariencia tan absurdas como este baile; a través de las flash mobs antes referidas a ritmo de Lady Gaga, como la producida en mayo de 2010 entre los trabajadores del hotel Westin de San Francisco para reivindicar mejoras laborales; los conciertos de Tom Morello, cantante de Rage Against the Machine, en Occupy Wall Street en 2011; o los disturbios en Beirut contra la intervención de Israel en el programa ‘Arab Superstar’, en el verano de 2003, al influir el gobierno de Tel Aviv en la eliminación del héroe local, Melehm Zein.
¿Y qué significa todo esto?
A medio camino entre la performance y la actuación musical, todas estas acciones han demostrado que el arte y la música no sólo ayudan, sino que construyen una visualización de estas políticas y dan cabida a debates que van desde la configuración de identidades a todo aquello que conforma una sociedad. Porque en la política, como en el arte o en la música, no se da un adentro y un afuera, no se dan esferas separadas de la realidad, sino que se construyen arenas donde cada posicionamiento debe entrar en acción. Y lo pueden hacer, por qué no, gracias a un ritmo festivo de afirmación.
En los clubs, en los conciertos, en las habitaciones de los adolescentes cubiertas de pósters se generan visiones distintas de la familia, nuevos espacios de acción política, nuevos activismos. ¿Cree que es así?
Puede serlo. Como dice Kim Gordon, llevar una camiseta de un grupo no te hace activista. Es lo que hagas con ella. Vestir o actuar como David Bowie puede resultar hoy lo más corriente o no, dependiendo del contexto y del significado que quiera o pueda otorgársele. En cualquier caso, un concierto puede ser concebido como un laboratorio crítico donde se ensayan formas de relación, atmósferas sociales y cuestionamientos del status quo, al activar subjetividades alternativas a través de la experimentación química, musical o espacial.
¿Hay algún ejemplo de esto en Pop politics?
Sí, un documental como ‘Paris is Burning’ (1990), de Jennie Livingston, que recoge las culturas producidas en torno a las competiciones de baile en clubs nocturnos de mediados de los años ochenta en Nueva York, protagonizadas por comunidades afroamericanas, latinas, gay y transgénero, en su mayoría hombres, reunidos en torno a diferentes familias o casas: los integrantes del clan LaBeija, los Pendavis, los Duprée o los Xtravaganza. En el documental, a través de diversas situaciones y, sobre todo, a través de los jurados reunidos en torno a la pista de baile para otorgar los distintos galardones, se ponen en cuestión diferentes términos que parecen tener un significado muy preciso pero que, sin embargo, adquieren unas ramificaciones muy diferentes. Conceptos como ‘familia’, ‘madre’, ‘casa’ o ‘comunidad’, que protagonizan las conversaciones de los personajes del documental, pero también las de los espectadores, ponen en quiebra aspectos que parecían darse por fijados, entendidos y aceptados. Es decir, la pista de baile como un lugar donde es posible desarrollar multitud de debates políticos que nos conciernen a todos.
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