“Hasta encontrar el camino donde el hombre al que amo me asesina”
Tras la estremecedora ‘La Azotea’ (pronto entrevista con su autora, Fernanda Trías, aquí en ‘El Asombrario’), la recién creada Tránsito Editorial nos vuelve a sorprender con otro libro que no puede dejar indiferente: ‘La memoria del aire’, de la autora belga Caroline Lamarche (Liège, Bélgica, 1955). Un corto relato autobiográfico que desvela los recuerdos de la autora –su relación con un hombre iracundo– y que profundiza en el amor y sus violencias, y en cómo una sociedad construida sobre el machismo traslada culpabilidades a las mujeres víctimas. No dejen de leerla porque hay heridas individuales que rearman generaciones.
Hay vidas que parecen tener una sola dirección hasta que la soledad las acoge entre sus manos. La memoria del aire, la extraordinaria metáfora escrita por Caroline Lamarche, que limpia el dolor y que a la vez está construida para no infligir heridas, desgrana una de esas vidas dirigidas por el daño, por el abuso, por los malos tratos y por las casualidades que ponen de manifiesto la fragilidad de la mujer dentro del inflexible engranaje de la sociedad.
Las mujeres somos parias en nuestras casas, en la calle, dentro de los organismos públicos, porque el abuso siempre se vuelve contra nosotras con esa violencia con que se vuelve el cuerpo de un paraguas cuando el azote del viento resulta ser una condena a muerte.
La memoria del aire es un apocalipsis emocional y emocionante, un evangelio, una oración, un salvoconducto. La exposición del maltrato y el abuso que acabará por empañar el amor y convertirlo en una limosna llena de microbios. La evidencia desconcertante de ese camino que a diario recorren muchos seres humanos y que va desde la violencia a la rutina en una maniobra sin importancia que hace crujir entre sus dedos la vida del golpeado, del humillado, y que da lugar a la indiferencia, ese lugar que se parece tanto a estar muerto:
«Sé también cuánto he deambulado hasta encontrar el camino donde el hombre al que amo me asesina, y donde le suplico. Y donde él me responde que lo hará igualmente».
La memoria del aire es un diario hipnótico sobre la soledad nociva y pantagruélica que inocula en la carne el feroz amor romántico, y es extraordinario poder observar a través de sus páginas cómo ordena la protagonista el dolor y cómo ordena el daño; y es impresionante cómo convence a la locura para que se olvide de ella articulando un desdoblamiento vertiginoso e inusual. Es un homenaje a Ofelia, un deshacer el porvenir de un clásico sobreviviendo a un final que se supone dramático en cuanto se deja que el primer golpe señale la carne. Es una lucha titánica sobre la violencia a la que el patriarcado somete a sus cautivas. Es una denuncia ininterrumpida, la belleza que dibuja en la boca el no temer que la verdad nos ofrezca el futuro. Es reconocer el lugar en el que la libertad se olvida de nuestro nombre, y reconocer el lugar en el que la violencia se enamora de nuestro destino:
«La madre no le dio una bofetada, ni le pegó en el brazo ni en ninguna otra parte. La madre chilló, maldijo, mientras zarandeaba con violencia a su hijo que lloraba.
En ese instante comprendí lo que me había sucedido».
Es querer estar muerta, pero también es querer mirarse en un espejo por pura supervivencia.
La memoria del aire es un pequeño esqueleto que se mueve entre contradicciones, un fantasma que ya no puede atravesar las paredes, un resucitado al que se saca del sepulcro para meterlo en un laberinto. Es pura belleza, es furia y sometimiento, es un camaleón al que comienza a hacerle burla el arcoíris hasta dejarlo exhausto y casi agónico. Pero sobre todo es la historia de una mujer que con su acrobático desdoblamiento sanará la memoria de muchas otras.
No dejen de leerla porque hay heridas individuales que rearman generaciones.
‘La memoria del aire’. De Caroline Lamarche . Traducción de Raquel Vicedo. Tránsito editorial. 100 páginas.
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