Jeanne Tripier, la ‘medium’ que hacía arte al dictado del más allá
Desde la pared nos contempla el rostro de una mujer de mediana edad, con el pelo recogido del que se escapan hebras blancas, tiene una gran verruga en el mentón y los ojos de mirada triste. Es ésta la única imagen que nos acerca a la figura de Jeanne Tripier (París, 1869 / Neully.sur-Marne, 1944), la protagonista de la exposición ‘Creación y Delirio’, en La Casa Encendida de Madrid, un acercamiento a lo que es la repetición obsesiva, entendida como expresión de un estado mental. Tripier, una creadora que escuchaba voces, sufría psicosis crónica y que vivió sus últimos años recluida en un manicomio, era, sin ella saberlo, una precursora del Art Brut.
Acabada la II Guerra Mundial, un psiquiatra de la Escuela de Viena, Leo Navratil, ayudaba a sus pacientes animándoles a exteriorizar sus traumas mediante dibujos. Entre las montañas de garabatos, Navratil descubrió unos cuantos que le gustaron. Se los envió al pintor francés Jean Dubuffet, quien al verlos acuñó el término Art Brut para designar las obras artísticas libres de toda influencia. «Los mecanismos psicológicos de los que surge la creación artística tienen tal naturaleza que, o bien deberían incluirse en el terreno de la patología, y considerar a todos los artistas como psicópatas, o bien habría que extender los límites de la normalidad para que abarquen la locura». Éste es el arte sin razón, algo intuitivo, el ideal de cualquier artista que persigue dejar de lado lo racional y trabajar desde lo más profundo. Arte creado al margen de la cultura oficial que Roger Cardinal, un crítico de arte inglés, amplió en 1972 al campo de los artistas autodidactas, los outsiders, que no persiguen ser artistas famosos, ni ganar dinero, ni complacer a nadie.
Dubuffet no llegó a conocer a Jeanne Tripier. Como respuesta al llamamiento que el pintor hizo en septiembre de 1948 a los psiquiatras franceses para dotar de contenido su colección de”personalidades oscuras”, le hicieron llegar una maleta con los bordados y los escritos de Jeanne, lo poco que quedó de ella en la Maison Blanche, el hospital psiquiátrico en el que vivió recluida más de diez años, “unas cincuenta obras bordadas o de punto, trescientos o cuatrocientos dibujos, unas dos mil páginas repletas de una escritura fina y apretada que era el trabajo de tres o cuatro años, de 1935 a 1939, en realidad sólo una parte de dicha producción”. De esta manera tan rocambolesca, la obra de Jeanne, enferma mental, autodidacta y “medium de primera necesidad” –tal como firmaba en sus cuadernos–, entró en esta particular historia del arte.
Aurora Herrera, arquitecta, profesora de arquitectura y comisaria de la exposición, confiesa su atracción por cómo el arte y la terapia van a menudo unidos para plantearse la eterna duda: ¿son o no estos creadores marginales propiamente artistas? Con Jeanne Tripier se ha topado con una personalidad fascinante, con un material inclasificable, “puro”, surgido de lo más profundo del subconsciente.
De la vida de Tripier se conocen pocos datos. Una biografía hecha a retazos. Nació en plena revolución de la Comuna de París, a finales del siglo XIX, le tocó sufrir dos Guerras Mundiales, se intuye algo sobre un hijo, que fue quien la internó, y se sabe que en algún momento trabajó en unos grandes almacenes parisinos. Y poco más, una vida sin relieve.
En el informe de su ingreso en el hospital, se lee el diagnóstico: psicosis alucinatoria crónica: “Excitación psíquica. Verborrea. Megalomanía”. Dicen que los espíritus se alojaban en su cerebro. Oía voces y las reproducía como en una psicofonía.
Cuando la internaron, empieza a escribir de una forma automática, en cuartillas llenas de una letra diminuta, apretada, en pliegos cuadriculados. En su cama escribe con frascos de tinta, en papel y sobres. Su caligrafía es delgada, picuda. No deja espacio al blanco, al vacío.
Se construye así una realidad desconocida. Se autodenominaba “medium de primera necesidad de Juana de Arco” –en los años veinte la Doncella de Orleans era el tema estrella en la sociedad francesa; fue canonizada y Dreyer filmó su gran película sobre el personaje–. A Jeanne Tripier le interesaban las sesiones espiritistas, vio cómo la mujer se incorporaba al mercado laboral y oyó hablar de movimientos pictóricos que determinaron los inicios del siglo XX. Esta mujer lo absorbía todo como una esponja. Le interesaba el arte, el cine, los grabados de Gustav Doré, conocía posiblemente el surrealismo, incluso podría haber leído el manifiesto de André Bretón.
La exposición de La Casa Encendida está dividida en tres partes: dibujos, escritos y bordados. En los dibujos se ve cómo Tripier descubre la maravilla de esparcir tinta sobre el papel y fantasear sobre las imágenes que sugieren las manchas. Figuras que denomina clichés, y son eso, la representación en el papel, la realidad en el negativo. Las manchas empiezan a ser cada vez más grandes, dice que son planetas, personajes de otras galaxias. Con ellas construye historias. Y todo al dictado de Uranus que le convierte en su medium; Jeanne Tripier es ya “la Planetaria”, así la llaman en el manicomio. Visto ahora, todo esto no era más que un acercamiento autodidacta al surrealismo de aquellos años de entreguerras.
Hay una serie de los cuadernos de Jeanne Tripier en que las manchas se hace enormes e introduce elementos repetitivos, textos que son como mensajes en clave morse. Muy gráficamente, Aurora Herrera dice que ella retransmitía todo el tiempo, como un transistor.
Se observa en esas hojas amarillentas por el tiempo cómo entra en trance. Su vehemencia desbordada. En algunos de los papeles se lee: “El arte es lo único que nos salva”. Combinaba sus trabajos con dibujos de pluma y con bordados. Los clichés eran posiblemente los dibujos preparatorios de sus labores, pequeños tapetes, inclasificables. Manualidades que marcan su espiritualidad de la que le hacen partícipe las voces del más allá. Con el hilo enredado en los dedos hace ganchillo, tricota con pelo, lana de las mantas, o con trozos de sábana. Crea tejidos como telas de araña, bordados de medallones talismanes para espantar el mal, porque “las artes decorativas gobernarán los territorios sin excepción” .
Y este es el legado de una enferma mental en un periodo en que no se investigaba sobre nuevas terapias que dieran rienda suelta a la creatividad, cuando no se pensaba en el arte como sanación. La mujer francesa no está sola en el Art Brut, hay otros muchos enfermos mentales, Alöise Corbaz, Madge Gill y Adolf Wölfli; más recientemente, la estadounidense Judith Scott, sordomuda y con síndrome de Down, logró el reconocimiento internacional de museos y coleccionistas con sus esculturas envueltas en lana.
Cuando Dubufett recibió aquellas maletas salvadas del olvido y los desastres de la última guerra, renombró, numeró y expuso los trabajos de Jeanne Tripier. Así volvió a la vida.
Las obras que se exhiben en La Casa Encendida son una selección de los trabajos que realizó Jeanne Tripier entre 1935 y 1939 y que actualmente forman parte de los fondos del museo Collection de l’Art Brut de Lausana, en Suiza. Pueden verse hasta el 5 de enero de 2019.
Comentarios
Por c, el 21 noviembre 2018
«muertitos a gogó»