Un viaje literario a Tánger, la ciudad que se está reinventando
El festival Noches de Ramadán proyecta hoy en el Ateneo de Madrid la película de José Ramón da Cruz ‘Mapa emocional de Tánger’. Como dijo Eduardo Haro Tecglen, Tánger fue sobre todo un estado de ánimo, o un sueño, en palabras de Emilio Sanz de Soto. El documental aborda la relación que une pasado y presente de una misteriosa ciudad que a lo largo de la historia ha cautivado a multitud de artistas, pensadores y escritores. En la narración desfilan tanto intelectuales como gente humilde que buscó en el esplendor de Tánger una forma de supervivencia. Abordamos la ciudad desde la literatura, a través de un texto de la escritora Rocío Rojas Marcos.
Por ROCÍO ROJAS MARCOS
Tras la proyección habrá un debate en el que participarán el director de la película, los poetas Farid Othman-Bentria Ramos y Cloti Guzzo y la escritora Rocío Rojas Marcos. Esta última (Sevilla, 1979) es doctora en Literatura y Estética en la Sociedad de la Información (Universidad de Sevilla), máster en Escritura Creativa y Licenciada en Estudios Árabes e Islámicos. Entre sus publicaciones, destacan Tánger, ciudad internacional (Almed, 2009), Sanz de Soto y Buñuel. La tercera España transfetrana (Khbar Bladna, 2012) y Carmen Laforet en Tánger (Khbar Bladna, 2015.) Próximamente verá la luz su primer poemario y recientemente ha presentado su último ensayo, Tánger, segunda patria (Almuzara 2018), donde rastrea ese “Tánger escrito, descrito y representando en español, en un tiempo en el que arribar en la ciudad debía parecerse a atracar en un puerto donde empezar de cero”.
La escritora, ensayista y poeta sevillana nos adentra con este texto en la ciudad con una visión desde la creatividad.
Tánger, la ciudad que existe a través de la palabra
Leyendo a Baudelaire sabemos que la lección de fugacidad es la que las ciudades han procurado a la poesía contemporánea. Este don nosotros lo hacemos extensible en el caso tangerino a toda la literatura. Pasear por Tánger es pasear por la negación de una esencia frente a la proclamación de una existencia. La ciudad que se erige como puerta de África, como balcón de todo un continente, es puro movimiento. Vida en permanente cambio y transformación. Así lo fue durante todo el siglo XX y así lo sigue siendo hoy. Incansable, la ciudad se convierte en inspiración y escenario, puede intuirse como si de un insalvable telón de fondo se tratase. Tánger eterna e inabarcable utiliza la literatura como modo de sobrevivir, necesita de palabras igual que los vampiros de Jim Jarmuch necesitan de sangre en la película Solo los amantes sobreviven, sobre la eterna vida de esta ciudad.
Hoy Tánger está resurgiendo de sus cenizas. Tras décadas de abandono y desolación de las que nos han llegado versos como los del poeta Leopoldo María Panero que dicen: “Morir en un wáter de Tánger / con mi cuerpo besando el suelo / fin del poema y verdad de mi existencia (…)”. El contraste en innegable, entrar hoy en Tánger es descubrir cada día un nuevo cambio. Ver cómo cada vez las obras de recuperación avanzan. Bien es verdad que debe parecerse poco al Tánger de principios e incluso mediados del siglo XX, pero era necesaria la regeneración en todos los aspectos, aunque parte de esa regeneración pase por inventársela un poco, pero ¿y quién no se ha inventado alguna vez su pasado? Es mejor retocar y seguir vivos que pecar de ese delito tan propio que Juan Goytisolo bautizó como “delito de memoricidio”. Nunca es preferible olvidar.
Comprendemos entonces con esta intención toda la literatura tangerina que existe. Para autores como Ramón Buenaventura, Ángel Vázquez o más recientemente Antonio Pau, por ejemplo, escribir sobre Tánger se convierte en un ejercicio de supervivencia. El Tánger que los vio crecer ahora está irreconocible. Escribir es su cura, su modo de no olvidar. Darle forma con las palabras a ese Tánger de la memoria pasa a ser el único modo de mantenerlo vivo. La literatura tangerina de Ramón Buenaventura es un ejemplo de esa necesidad catártica. La pérdida, la desaparición del Tánger de su infancia y juventud solo puede paliarse con la escritura. El momento de mayor intensidad, pues se trata casi de una confesión, se produce cuando en la novela El año que viene en Tánger, el protagonista, León Aulaga, descubre que tiene una hija y se llama Tánger. Ahí, en una sola línea, Tánger se materializa en un sueño hecho realidad, ya no solo no es huérfano de ciudad, sino que ahora es su padre. Y además es una mujer/ciudad alta, fuerte, con mucho carácter. Como si de una ciudad rejuvenecida, de nuevo un ave fénix se tratase: “Ahora resulta que Tánger es mi hija –mascullé-. Ahora resulta que Tánger es mi hija. Hércules y yo tenemos una hija que se llama Tánger”.
Como escribía Barbara Probst Solomon en un artículo para El País (1999) sobre Bowles, éste se tomó el acto de escribir, y de vivir la vida, como pensábamos que era la vida de un escritor, como una religión. Pero yo apunto que seguramente en Tánger todos se tomaron el acto de vivir y escribir como una religión. De ahí que la vida interior se hiciese necesaria, y el modo de expresarlo convirtiese la escritura en ese ejercicio catártico del que venimos hablando; convertir en religión vivir la vida y utilizar la escritura como desahogo da como resultado el modo directo e instintivo de escribir. Hace falta escribir para hallar una forma de seguir viviendo. Y terminamos volviendo a una cita de Buenaventura en su novela NWTY: “Vivimos para ir olvidando, tranquilamente la vida • El presente es una sensación instantánea que apenas deja muesca en la memoria, o casi nunca • Al final, y más allá del final, alguien ha de ocuparse de recordar por nosotros. Mirar no es vivir (se le parece) (¡tanto!)”. Y en ese mirar constante para vivir es donde la literatura tangerina ha encontrado su lugar.
‘Mapa emocional de Tánger’ se proyecta en el Ateneo de Madrid, hoy a las 19 horas, con entrada libre.
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