El señor de las moscas
BAJO EL MANTEL
ALMUDENA SOLANA / FOTO: IZASKUN GARCÍA
Las moscas llegan a los restos. Las moscas llegan a veces al mantel, buscando las migas; a veces también llegan a los cuerpos. Las telas en si (colcha, sábana, mantel) puede darse la circunstancia de que tengan que asumir por necesidad una doble vida; puede llegar a darse que, por ejemplo, este mantel que vemos acompañando tan dulcemente un ramillete de flores y un azucarero, tenga como misión final en su vida de tela el ser, quién sabe, el encargado de acompañar a un niño en la muerte, envolviéndole entre los restos de azúcar. La pena es así; doblemente azucarada.
Las moscas llevan mucho tiempo comiendo sin parar en Siria, y los plásticos y las sábanas blancas (excesivamente blancas para ser lavadas en la guerra) aguardan en los armarios para ser utilizados como mortajas de cadáveres. Todos, alineados e incómodos, forman los nuevos peldaños por los suelos de una morgue; “vosotras que os habéis posado/ … sobre los párpados yertos de los muertos”, nos decía (nos dice) Machado.
Las moscas acompañan y ahora escuchan que la flota norteamericana viene a salvar a los sirios y ellas, esperando tal carga de trabajo, se someten a una catarsis reproductiva para estar a la altura de la muerte que llega, y se frotan con sus patas sus ojos asombrados, compuestos de un centenar de ojos. Así ven la colaboración con los humanos; así ven lo que la acción del hombre es capaz de mostrar ante ellas, así afrontan ellas mismas su propio peligro. Tal vez, una de las moscas se pose sobre un poema de Emily Dickinson: «Yo oí el zumbido de una mosca cuando moría«.
Ellas, las moscas, cuando te pisan te saborean. Las siempre despreciables tienen una boca adaptada para succionar, lamer o agujerear como un taladro. No mastican, por lo tanto no muerden, pican. Su nuevo señor si muerde, y golpea, y dispara, y usa armas químicas. Bachar el Asad, Baal Zabut, “El Señor de las moscas» tiene las botas puestas que, como las moscas, le permiten caminar, incluso boca a bajo, sobre los espejos rotos de su palacio.
Se están matando los hombres y las telas cubren cuerpos, y no mesas, o camas; nichos de amor. Tal vez esta mesa, tan inofensiva, nos permitiera arrancar ese mantel blanco de un tirón seco, arremetiendo contra las flores y el azúcar, dejando que le diéramos otro uso como bandera. Bandera blanca de paz.
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