Hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores: el arte de la entrevista
Hoy descansamos del ajetreo semanal con dos libros de entrevistas: una selección de las que hizo el escritor y periodista Pedro Sorela en el diario ‘El País’, recogidas en ‘La entrevista como seducción’, y muchas de las que ha concedido el poeta, filósofo y ecologista Jorge Riechmann, recopiladas en ‘Un lugar que pueda habitar la abeja’ y que proyectan su hacer en torno al pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad. Como nos recordaba Galeano, hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores.
Uno de los géneros periodísticos y literarios que más me gusta es la entrevista. Es ahí donde vemos al personaje, lo conocemos de primera mano. Es un género difícil, en el que hay que mostrar mucha pericia y mucho oficio para poder sacar lo mejor del entrevistado, para seducirlo y que nos cuente lo que tal vez no haya contado nunca a nadie o para que se muestre sin disfraces. Frente a la entrevista tipo cuestionario, hay otra, más narrativa y profunda, digamos más indirecta, a modo de reportaje, que quizás tenga más interés y mérito literario, la que es más proclive a que se haga sin grabadora, como nos recomendaba Gabriel García Márquez. Un aparato no puede interponerse entre el entrevistador y el entrevistado porque contamina la conversación, la oculta. Son estas entrevistas, indirectas y reportajeadas, las que se incluyen en el libro La entrevista como seducción, que recoge una selección de algunas de las conversaciones con escritores que mantuvo Pedro Sorela durante los 14 años que trabajó en la sección de Cultura de El País y que este medio ha publicado en formato digital.
“Muy pocas de las entrevistas están escritas en estilo directo –pregunta, respuesta–, y el resto de ellas, en indirecto: al modo de una narración, con citas, y alguna de ellas casi sin ellas. Y es porque, pese a haberme dedicado al teatro durante una década de mi vida, considero que la reproducción de un diálogo supuestamente exacto tiene algo de falso. Incluso en televisión. Algo pasa, que es impostado, y más honrada y fiel me parece la narración de ese encuentro, ese momento. Exactamente igual que si fuera un relato. Y eso es: la narración de un encuentro desde el punto de vista del periodista, lo que no quiere decir que este usurpe el protagonismo. Supongo que en esta idea influye mi principal dedicación, que es la de novelista y cuentista”, subraya en la introducción Pedro Sorela, fallecido en abril del año pasado.
Sciascia, Sontag, Saramago, Paz, son algunos de los escritores retratados en estas páginas, una excelente manera de acercarse a la mejor literatura del siglo XX de la mano de un gran narrador, mestizo, híbrido versátil y cosmopolita como Sorela. Lo explica el propio autor. La mitad de ellas llevan un prólogo, escrito después, “no porque sean las mejores, sino porque, por sus características, se prestaban a una reflexión sobre ciertos aspectos de la entrevista como género periodístico. El conjunto de todos ellos aspira a ser un pequeño ensayo, escrito al margen de la habitual jerga académica, que considero un obstáculo. Si me parece que unas cuantas de ellas cumplieron su objetivo, fue porque a mí mismo me cambiaron”.
Esa transformación del lector es lo que le pedía Borges a un buen libro y es lo que seguramente encontrarán ustedes en estas entrevistas. Al hilo de las dos veces que entrevistó a John Berger, por ejemplo, nos cuenta Sorela: “En una entrevista con John Berger intervienen tres interlocutores: el periodista que hace las preguntas, el silencio que sigue, de varios a muchos segundos, y luego él. Pues silencio es lo que puntúa de forma inevitable a cada pregunta, y lo mejor de todo es que no parece ficticio, un acto teatral para impresionar al periodista. Uno recibe la impresión nítida de que la pregunta que ha hecho es la más importante que John Berger ha recibido en su vida, y que en consecuencia se está tomando todo su tiempo en contestarla. Y no defrauda: Nunca […] recibí de él más que respuestas… inteligentes no es la palabra, sino carentes del menor rastro de lugar común. Si hay alguien con un pensamiento propio –como por lo demás queda patente en su obra de múltiples caras y en permanente movimiento– ese es Berger”.
La entrevista puede servirnos también para conocer a fondo a un escritor o pensador en el devenir del tiempo, como ocurre con Un lugar que pueda habitar la abeja (La oveja roja), donde se recogen la mayor parte de las entrevistas concedidas por el poeta y filósofo Jorge Riechmann, desde 1990 hasta 2017. Este libro, en una edición a cargo de Alberto García-Teresa, nos permite acercarnos a la obra de uno de los referentes del pensamiento ecologista español y a un poeta imprescindible que ha nadado contracorriente. La ecología, la poesía y el compromiso político hilvanan estas páginas. Uno de los atractivos del libro es la variedad de entrevistadores que conversan con el autor a lo largo de los años. El resultado es un mosaico de voces entreveradas en torno a Riechmann y su obra, atravesada por esos ejes de los que hablaba antes: la ecología, la poesía (incluida la traducción) y la política. Entre esas voces que preguntan está la del propio autor, en un autointerrogatorio publicado en la revista La Pecera, en 2005. Se pregunta Riechmann: “¿Es un destino escribir?”. Y responde: “Escritor es aquel que hasta que no escribe, no comprende. Una subespecie un poco lenta y lerda de ser humano”.
Y eso , creo, es lo que ha tratado de hacer Riechmann a lo largo de su vida, intentar comprender a través de la palabra y la acción. Una búsqueda que bucea en nuestra fragilidad, en todo aquello que nos convierte en humanos, como el amor o la belleza, pero también la desmesura, y que va de la mano de la denuncia. La poesía y la filosofía como formas de resistencia frente a un sistema que nos aboca al colapso ecológico, a la desigualdad y a la infelicidad. En el siglo XXI, el de la Gran Prueba, en palabras de Riechmann, la humanidad se enfrenta a un reto sin precedentes: se juega su superviviencia en el planeta. Y no parece que estemos haciendo mucho para evitarla, todo lo contrario. Los Trump, Bolsonaro y demás sátrapas que van surgiendo en el mundo no incitan a la esperanza. Pero Riechmann hace suyo ese mantra gramsciano del pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad, pues como nos recordaba Galeano hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores.
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