Festival de cine de Doñana, el Hollywood de pavos y somormujos

Mi vida como un pavo

VENTANA VERDE

La tercera edición del Festival de Cine Científico y Ambiental de Doñana (FICCAD), celebrada en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), ha significado el reconocimiento de la ‘gente corriente’. Frente al carisma y profesionalidad de los ‘Clooney’ de los documentales verdes -leones, elefantes, ballenas, tiburones…-, los trabajos que más emoción transmitieron fueron los protagonizados por los ‘ciudadanos de a pie’ del reino animal, actores hasta ahora secundarios pero de interpretaciones inolvidables: los somormujos, los lucios y, sobre todo, los pavos. Salvajes, pero pavos.

RAFA RUIZ

Ganó la película Elefantes, el ocaso de los gigantes, realizada por un maestro de los documentales de naturaleza, Fernando González Sitges, y producida por Explora Films, sobre los paquidermos en el Congo y en la India, pero la III edición del Festival de Cine Científico y Ambiental de Doñana (FICCAD), celebrada a lo largo de la semana pasada en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), ha demostrado el triunfo de la gente corriente, de los ciudadanos de a pie en la naturaleza. Frente a leones, lobos, leopardos, tigres, ballenas, tiburones y demás aristócratas de la fauna, especies de tronío, carisma, porte y poder; el Festival de Doñana ha proyectado el atractivo, encanto e inteligencia de los somormujos, los lucios, las mariposas, los cangrejos y los pavos, sobre todo los pavos.

La deliciosa película británica Mi vida como un pavo (My life as a turkey), dirigida por David Allen y producida por Passion Pictures, BBC -ay, el aval de garantía de la BBC- y PBS, refleja con extraordinario mimo y delicadeza la decisión del naturalista Joe Hutto de improntar y criar trece pavos salvajes en peligro de extinción. En lo más remoto del desierto de Florida, Joe asiste a la eclosión de los huevos para que los pollitos lo identifiquen como su progenitor y se convierte durante un año en madre pava, sin prácticamente entrar en contacto con otros seres humanos. Lo que puede parecer una frikada a priori, se convierte en una originalísima aproximación a la naturaleza, a través de la mirada de los pavos, y gracias a un guion, una locución y una fotografía extraordinarias, que realizan continuos equilibrios para, con ironía, tacto y sentido del humor, no caer nunca en el ridículo ni en la exageración ni en la cursilería. Logra que estas aves, en principio poco agraciadas, poco expresivas, nos enternezcan mirándonos fijamente. Y la película se transforma, de la manera más sencilla, en un canto al respeto a la naturaleza, a todos los seres que la habitan. Sí, un filme único sobre el respeto a todo lo que nos rodea. Esa imagen del protagonista caminando por el campo con todo cuidado con sus doce pavos siguiéndole, observando con curiosidad pero sin superioridad todo lo que hay alrededor, discerniendo lo que es peligroso de lo que no, en plena comunión con el entorno, merece uno y mil premios . Y así lo entendieron también la Asociación Española de Cine e Imagen Científicos (ASECIC), organizadora del certamen, que le otorgó un premio especial, y el público, ya que fue el pase más aplaudido; frente a la opinión del jurado, presidido por Eudald Carbonell, codirector de los yacimientos de Atapuerca (Burgos), que optó por premiar a los Clooney y Jackman de la naturaleza, los elefantes y los leones.

Esos pavitos saliendo del huevo y mirando embelesados el bigote del hombre, identificándolo como su madre, acercándose a su mejilla… Esos pavos reposando en el regazo de Joe mientras lee el periódico, tranquilos porque saben que su peluda madre les da seguridad, les defiende frente a los depredadores… Esos pavos acercándose a los huesos del esqueleto de un animal muerto en el bosque y al tocón de un árbol talado… Son una perspectiva distinta sobre lo que nos une a los seres vivos, seamos pavos o seamos humanos: a todos nos iguala la muerte y el deterioro del planeta.

Pero no solo fueron los pavos salvajes los que me tocaron el corazón en Sanlúcar de Barrameda, que ha acogido por primera vez este festival (antes se celebraba en Almonte, Huelva) y que cuenta como único patrocinador con la Fundación BBVA, sino también los somormujos. El paraíso escondido es otra joyita; un documental alemán de la productora WDR sobre una laguna formada a partir de una antigua gravera en Alsacia (Francia), que se ha convertido en un ecosistema privilegiado gracias a que el ser humano se ha olvidado de ella. En sus 52 minutos de metraje observamos bellas imágenes de somormujos en sus ritos nupciales, en la construcción del nido, en el cuidado de los polluelos, en la vigilancia de sus crías frente a los lucios (los malvados de la película), que acechan bajo el agua esperando llevarse a la boca un suculento bocado con plumas en cualquier momento. No necesitamos cebras y leones para componer el drama de la supervivencia y la naturaleza. Actores extraordinarios, como los somormujos lavancos y los lucios, acompañados de fochas, sapos y libélulas, a los que hemos relegado permanentemente a papeles secundarios en nuestras pantallas, son capaces de interpretaciones de esas que no se olvidan jamás.

En esta nueva edición del festival, dirigido por Arturo Menor y José Antonio Vallejo, al que se presentaron un centenar de largos y cortos, y a cuya fase final de proyección pública pasaron diez películas, hemos podido apreciar el dignísimo trabajo de profesionales españoles como Juan Antonio Rodríguez Llano en Las guerras del lobo, de José María Montero en Planeta Australia y de Javier Molina en Doñana 4 Estaciones, pero El Asombrario quiere desde aquí resaltar otra película que también reivindica lo extraordinario de la gente ordinaria de la naturaleza. Se trata de Mentir para vivir, dirigida por Álvaro Mendoza y producida por Amprods, que recibió el premio a la mejor fotografía y cuyo leit motiv dice: «Estos animales han basado el mecanismo fundamental de su supervivencia en mentir». Y no, no estamos hablando de políticos españoles oportunistas (esa especie invasiva que tanto daño está causando en todos los nichos de nuestra biología humana), sino del cangrejo basura -que se añade prendas al caparazón, se viste según la moda y los colores dominantes de cada hábitat para pasar inadvertido-, de la tortuga caimán, el pez hoja, el camaleón, las plantas carnívoras, los escarabajos (los favoritos de los dioses, porque una de cada diez especies animales en la Tierra es un escarabajo) y la hormiga-león, insecto que ha desarrollado espeluznantes estrategias para cazar y devorar hormigas -estas escenas dejan al público pegado a la butaca- y que ha inspirado muchos de los monstruos más letales de las películas de ciencia ficción. Observar en primer plano a estos bichitos -o bichejos, según se mire- no tiene nada que envidiar a las secuencias más destructivas de las blockbuster apocalípticas.

Terminamos esta crónica desde Sanlúcar de Barrameda, con Doñana enfrente, la marea alta y el viento Levante apaciguado, con la frase con la que concluye este documental: «Son estrategias que también aplica el humano, el ser vivo más complejo de la Tierra. Es una lástima que nuestras mentiras no siempre estén justificadas».

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