Acabar con el hambre con una visión holística: tierra, lluvia, árboles
De los 7.800 millones que habitamos hoy el planeta, 811 millones pasan hambre. Según cálculos de la ONU, en el año 2050 seremos 10.000 millones de habitantes. Para cubrir las necesidades sin que nadie pase hambre sería necesario duplicar la producción de alimentos. ¿Cómo podremos alimentarnos? Hace unos días, la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha presentado un informe, ‘El estado de los recursos de tierras y aguas del mundo para la alimentación y la agricultura. Sistemas al límite (SOLAW 2021)’ en el que además de señalar dificultades y retos, incluye varias iniciativas que podrían ser la puerta a un nuevo modelo de agricultura y que pasan por una visión holística hecha de lluvia, tierra, árboles y el conocimiento de las comunidades indígenas.
Teniendo en cuenta la influencia de esta institución en las decisiones alimentarias del planeta, merece la pena tirar de esos dos hilos que, paradójicamente, se llevan a cabo en los terrenos más degradados y entre las poblaciones más vulnerables. Es decir, en las antípodas del actual sistema de producción de alimentos. ¿Qué están haciendo los que menos tienen que se ponen como ejemplo para frenar el impacto de nuestra devoradora forma de alimentarnos?
En el prólogo a esta investigación, Qu Dongyu, director general de la FAO, señala: “La seguridad alimentaria futura dependerá de la protección de nuestros recursos de tierras, suelos y aguas”. Como una solución al deterioro de los recursos hídricos, el citado informe pone en valor el programa Un millón de cisternas El proyecto, que comenzó a aplicarse en 2019 a partir del programa Fame Zero, desarrollado en Brasil a principios de este siglo, se ubica en el Sahel. La solución consiste en promover y facilitar sistemas de recogida y almacenamiento del agua de la lluvia. Las familias de Senegal, Níger, Gambia, Cabo Verde, Burkina Faso, Chad y Mali, encabezadas por las mujeres, están aprendiendo a recoger agua de lluvia a través de placas y cisternas que se sitúan debajo de las casas. Evidentemente, la clave no está sólo en la solución tecnológica, sino en que no caen en el sobreconsumo ni en la sobreproducción.
¿Y si transitáramos este camino? En España existía una sólida tradición de recogida de aguas pluviales. Rara es la vivienda con más de 100 años en zonas secas que no tenga su propio aljibe. Actualmente hay países pioneros en Sistemas de recogida de agua de lluvia, como Alemania, donde algunos distritos llegan a subvencionar estas instalaciones. Según cálculos del departamento del medioambiente en Hessen (Alemania), en un hogar medio se pueden sustituir 50.000 litros anuales de agua potable por agua de lluvia.
La segunda iniciativa que pone en valor la FAO en su informe es la Gran Muralla Verde, programa que lanzó la Unión Africana en 2007 en más de una decena de países situados también en la región del Sahel para revertir la degradación de la tierra y la desertificación a través de la plantación y recuperación de árboles y mediante la regeneración de tierras de cultivo. El proyecto consiste en levantar un gigantesco corredor vegetal en los 8.000 kilómetros que antaño fueron una región fértil y que las sequías, los métodos de cultivo agrícolas deficientes y el uso excesivo de la tierra por la creciente demanda de alimentos o leña han convertido en un erial. Esta franja recorre el desierto del Sáhara a través de 11 países, de Senegal a Yibuti. En estos 13 años se han restaurado sólo 4 millones de hectáreas de los 100 millones previstos para 2030. La ONU estima que para ello se necesitarían unos 38.000 millones de euros. Durante la pasada cumbre de Glasgow, diferentes instituciones mundiales dieron un paso hacia delante, aunque la suma sigue siendo escasa: no llegaría a 1.600 millones en los presupuestos de este año.
Recuperar los árboles se está convirtiendo en un programa de desarrollo rural no sólo en las zonas fronterizas con el Sáhara, sino en otros puntos del planeta. En Haití, una isla que se está quedando sin árboles (apenas queda el 0,32% de sus bosques primarios) se van a plantar más de 200.000 árboles, entre frutales y forestales, y otros 50.000 manglares. En esta misma línea, el año pasado el gobierno de Fiji se propuso plantar 30 millones de árboles en 15 años. Fiji es una de las 30.000 islas en el Océano Pacífico que se enfrentan a una amenaza existencial por el aumento del nivel de los océanos, que se estima será de 24 a 30 centímetros para 2065. Crear cinturones verdes para almacenar CO2 es un incentivo para los gobiernos de cara a cumplir los acuerdos de París sobre el control de emisiones, pero, tal y como lo aborda la FAO, se trata de una restauración no sólo forestal sino ecosistémica, porque pasa por la regeneración de la tierra.
La agricultura regenerativa adquiere en este caso relevancia. A partir de los principios de la permacultura (que propone cosechar agua y tierra y capturar carbono bajo la superficie), los principios de la Agricultura Orgánica y de las Transition Towns, la agricultura regenerativa propone aplicar la producción de biofertilizantes (la llamada mico-remediación), apuesta por la remineralización de suelos y producción de microorganismos nativos, la llamada agricultura del carbono, el manejo Holístico, una nueva planificación más efectiva del pastoreo y un nuevo método para la toma de decisiones, así como el cultivo de cereales en pastos perennes y las denominadas granjas polifacéticas.
Estas alternativas están en línea con la tercera puerta a la que se asoma el informe de la FAO: el reconocimiento de la potencia de los sistemas agroalimentarios indígenas. Hace unos meses este organismo internacional, la Alianza Bioversity International y el CIAT elaboraron un documento (Sistemas alimentarios de los pueblos indígenas: perspectivas sobre la sostenibilidad y la resiliencia desde la primera línea del cambio climático) en el que se ofrecen lecciones aprendidas de ocho pueblos de Asia, África, América Latina, el Pacífico y el Ártico. Seis meses después, la FAO insiste en considerar valiosos los sistemas alimentarios ancestrales para alcanzar una estructura agroalimentaria mundial más resistente y sostenible.
De hecho, en ambos informes la FAO pone en valor el hecho de que los pueblos indígenas perciban sus sistemas agroalimentarios con una perspectiva sistémica que abarca la espiritualidad, la vida y la cultura, los componentes bióticos y abióticos del ecosistema y las interconexiones entre ellos. Este equilibrio está amenazado hoy por el cambio climático (al que contribuye de manera directa la agricultura industrial), la invasión de sus territorios para la explotación de sus árboles y fuentes de energía, las industrias extractivas, la expansión de la agricultura y la ganadería comerciales y la marginación, de modo que respaldando las iniciativas inspiradoras la FAO se pone indirectamente en las antípodas del actual sistema agroalimentario.
Por otra parte, esta perspectiva holística no suele estar presente en los análisis convencionales de seguridad alimentaria, pobreza y sistemas agroalimentarios, de modo que, aunque sólo sea por eso, merece la pena tirar de este hilo trenzado que aparece en el informe de la FAO y hacerlo crecer.
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