La acogedora Viena en vísperas de Navidad: Mozart, mercados y cafés

El Wiener Musikverein de Viena. Considerada una de las tres salas de conciertos con mejor acústica del mundo. Foto: Use Lahoz.

El ‘viajero asombrado’ nos lleva a Viena, ciudad que si siempre es interesante por su enorme poderío histórico cultural –desde Mozart y Haydn a Adolf Loos, Freud, Klimt…–, en esta época navideña se hace aún más atractiva, por el calor que entre el frío desprenden sus famosísimos cafés y mercados. Aquí una ruta llena de recomendaciones para disfrutarla.

Como son las 10 de la mañana, bastante temprano, y hace un frío que pela, 2 grados, lo primero que hago al llegar a Viena es ir a la Mozart Haus para ver la exposición Mozart & Women, un acercamiento al genio de Salzburgo a través de sus relaciones con las mujeres de su vida y con sus figuras operísticas. Aunque repetida, la visita a esta casa museo es siempre reveladora (y por supuesto está a la altura de la magnífica casa Museo de Beethoven en Heiligenstadt, distrito 19). El artista Oskar Stocker ofrece retratos de seis que influyeron en su vida: su madre, su hermana, su esposa, su amante, una estudiante y una mecenas, además de esbozos de cantantes de ópera, para las que Mozart escribió arias específicas.

Sigo la exposición con los precisos comentarios de la historiadora Andrea Kühbacher, mediante los cuales conozco a Anna Maria Walburga Pertl, una madre enérgica y segura de sí misma. Tenía 27 años cuando se casó (tarde para la época) con el compositor de corte y cámara Leopold Mozart. Sobrevivió a siete embarazos en ocho años, pero sólo Nannerl y Wolfgang vivieron más de seis meses. Cuando el talento de la pareja de hermanos se hizo evidente, la familia emprendió una larga gira con sus niño prodigios. Recorrieron 4.400 kilómetros en carruaje durante tres años en los que visitaron Alemania, Bélgica, Francia, Inglaterra, Países Bajos y Suiza. Cuando Nannerl dejó de ser rentable, la madre y ella se quedaron en casa, dejando al padre y al hijo seguir de aquí para allá con el trote de los caballos. Las giras de Mozart darían para varios artículos. En 1777, no obstante, Leopold pidió a Anna Maria que acompañara a su hijo en otra gira, pero Mozart ya tenía 21 años, pensaba en otras cosas más apetecibles y lascivas y apenas le hizo caso. En París enfermó, perdió el oído, entró en coma y murió a los 58 años.

Café Prückel. Foto: Harald Eisenberger.

Mozart desobedeció la orden de su padre de regresar inmediatamente a casa y siguió hasta Múnich a Aloysia, una célebre soprano de la que estaba tan profundamente enamorado que incluso había preparado la música para la boda. El padre detestaba la idea de que su hijo pudiera llegar a casarse por amor (¡por conveniencia, vale, pero por amor jamás, dónde vas, tolai!), pues temía que afectara a su carrera. No se casó con ella, pero años después, en Viena, sí lo hizo con la hermana de Aloysia: Maria Constanze. Tampoco es que Leopold lo aceptara, pero esta vez Mozart tuvo el valor de retarlo. Muchos biógrafos han considerado a Constanza frívola, compulsiva, infiel y egoísta. En cualquier caso, se quedó embarazada seis veces en ocho años, pero sólo sus hijos Carl Thomas y Franz Xaver sobrevivieron a la infancia. Entre composiciones, conciertos y clases, lo cierto es que Mozart ganaba pasta para aburrir (unos 5.000 florines al año, cuando alguien normal ganaba 12, alucina), pero era un vividor tan profesional que jugaba más que Dostoievski y no paraba de gastar en ropa, instrumentos, muebles, apartamentos y viajes. Es maravillosa la relación con Haydn, que como buen maestro tuvo siempre una descomunal admiración por el alumno que lo superó y que supo devolverle los favores.

También está la prima Marianne, hermosa, inteligente y amante de la diversión. A los 19 años pasó 14 días en Augsburgo con su primo Wolfgang, algo mayor que ella. Si atendemos a las siete cartas de Mozart en las que tiernamente le llama Violincellchen y la dibuja en topless, aquella fue una época intensa. Cuando Mozart regresa de París en 1779, se encuentran de nuevo. Marianne incluso le acompaña a Salzburgo dos meses y medio, pero finalmente Mozart desiste del juego. Años después, ella devolverá la correspondencia a la viuda de Mozart. Por prudencia, sólo se citaron en fragmentos, ya que el lenguaje vulgar y las alusiones eróticas no parecían encajar con la imagen del músico genial.

Programas para niños en la Casa de Mozart en Viena. Foto: Eva Kelety.

Luces de navidad en Graben, Viena. Foto: Turismo de Viena / Christian Stemper.

A través de las pertinentes explicaciones de Kühbacher, también descifro el mundo femenino que acompaña a Mozart en la ficción, pues no se pasan por alto las mujeres de Las Bodas de Fígaro (estrenada precisamente en el Burgtheater de Viena en 1786): Susanna, celosa y calculadora, pero también amable y sabia. Anhela el amor correspondido y la paz interior. Conecta con todos los protagonistas en su objetivo de casarse con Fígaro. La Contessa di Almaviva está triste y llena de nostalgia. Su gran amor por el conde no es correspondido y, cuando aparece por primera vez, está dolida e infeliz. Más tarde, en su búsqueda de un nuevo sentido a la vida, muestra su lado sensual. La música de Mozart para Marcellina es inicialmente conflictiva. Pero después del dúo con Susanna en el primer acto, cambia y tiene motivos cada vez más cálidos y afectuosos. En su aria del cuarto acto, Mozart le da la posibilidad de rebelarse como mujer independiente contra el mundo de los hombres. Barbarina es joven, sensible y melancólica. Cree en la bondad y el amor. Al comienzo del cuarto acto nos ofrece una preciosa joya en fa menor, una tonalidad poco habitual en Le Nozze di Figaro y en todo el catálogo de Mozart.

En La flauta mágica está la Reina de la Noche, vengativa y desesperada por recuperar su poder y su fe en el amor verdadero. La música de Mozart refleja que su dolor es el caldo de cultivo de su despiadado odio. Al contrario, Pamina es un alma pura. Cree en el poder del amor y lo simboliza. La música para ella abarca toda la gama del amor. Ninguna otra mujer de Mozart es tan auténtica musicalmente como Pamina.

Alban Berg, Adolf Loos, Freud, Klimt…

Salgo de la visita y, de camino al Café Schwarzenberg, donde me espera Cristina, pienso que ese triunvirato imbatible de la historia de la música que conforman Haydn, Mozart y Beethoven (en el que parece que se vayan superando unos a otros) acompaña al viajero por toda la ciudad. No solo porque vivieran aquí en incontables casas (las mudanzas que suman Beethoven y Mozart deben ser más de cien), sino porque son iconos cuyo legado aparece siempre, tarde o temprano, en cualquier parte, un café, una chocolatería o hasta en el museo de las bolas de nieve. Luego vendrán Schoenberg, otro ilustre vienés, y los grandísimos Alban Berg (mi debilidad, nada como la Suite Lírica para entender el refinamiento del lirismo de la Segunda Escuela de Viena) y Anton Webern, para abrir nuevos caminos.

Creo que por eso me gusta tanto Viena, porque una ciudad cuyos referentes son compositores como ellos, arquitectos como Otto Wagner, Olbrich o Adolf Loos, pensadores como Wittgenstein (y el posterior Círculo de Viena), Freud o el propio Stefan Zweig, y pintores como Schiele, Klimt (madre mía, el friso de Beethoven), Richard Gerstl o Kokoschka, nunca puede fallar. La Viena del «fin de siecle» o del 1900 es uno de los acontecimientos más impactantes de la historia de la cultura. Aquí evolucionó el rumbo del pensamiento, de la música, del diseño, de la arquitectura, así como la manera de entender el arte y la ciudad. Sus cafés fueron el epicentro de un estallido creativo irrepetible, desde ellos se abanderó un proceso de transformación cultural y social que llenó de preguntas lo que parecía inalterable. Los versos de Schiller perduran: “Las artes nos llevan al reino de lo ideal, el único donde podemos encontrar pura alegría, pura felicidad, puro amor”. Para nuestro gozo, los rastros de los padres espirituales de Secesión (“A cada tiempo su arte, a cada arte su libertad”) siguen vivos y es un placer descifrar sus empeños en trascender.

Mercado de navidad en Rathausplatz, Viena. Foto: Turismo de Viena.

Cafés y mercados de Navidad

Es mi primera vez en este café, el Schwarzenberg, tan frecuentado por Josef Hoffmann, otro alumno aventajado de Otto Wagner, y no puedo más que acusarme por no haber venido antes. Yo, tan partidario siempre del Café Sperl, del Café Museum, del Café Hawelka o del Café Bräunerhof, me siento rendido en esta mesa, esperando mi primer schnitzel, feliz como un niño que despierta un 6 de enero.

Por la tarde, es el momento ideal para disfrutar de Viena en Navidad. El espíritu del Adviento despierta la ciudad y transforma el invierno en un limbo cálido. La afluencia de gente y de buen rollo que concentran los mercados de Navidad va más allá de la propia Navidad. Son puntos de encuentro y cada uno tiene sus particularidades. Por supuesto que flipo en el Weihnachtsmarkt am Spittelberg, porque asume a su manera el espíritu bohemio de un barrio extraordinario. Aquí estaban en 1525 los campos y los viñedos que abastecían al hospital público vienés (Bürgerspital) y a sus pacientes. En 1584 se añadió una pequeña finca en la actual Spittelberggasse. En 1675, Sigmund Christoph von Kirchberg adquirió los terrenos y los dividió en parcelas para hacerlos edificables. El desarrollo y la alta densidad de población trajeron sus problemas. La escasez de agua era frecuente y las condiciones higiénicas desastrosas. Pero entonces llegó la noche y lo cambió todo: desde finales del siglo XVIII hasta el siglo XX, florecieron bares de dudosa reputación y luces rojas. Algunas de las prostitutas se hicieron tan famosas que llegaron a imprimirse tarjetas postales con sus imágenes y sus nombres. El mercado va siguiendo el trazado de sus calles y sus plazas. Por supuesto corre el Glühwein y también una potente bebida a base de ginebra y jengibre.

Es muy distinto al Altwiener Christkindlmarkt, curioso por la cantidad de actividades que ofrece y sus puestos tradicionales como el de los huevos pintados y sus muchas Apfel spezialitäten. Es ideal para niños, pues las representaciones del pequeño teatro los mantiene a todos embobados. Como además está junto el Ferstel Passage, lo atravieso para llegar a la Minoritenkirche, iglesia donde uno alucina con el mosaico dedicado a La Última Cena de Leonardo. Aprovecho que estoy cerca y entro en los Almacenes Billa para comprar la Feigensenf (mostaza de higos), pues desde que la probé hace un par de meses en Halstatt no puedo comer queso sin ella como acompañante. La mostaza de higos es al queso lo que el wasabi al sashimi, pican lo justo para dar sentido al acto de comer. La mostaza de higos es un producto que te cambia la vida.

Monika me pone bajo la pista de un café que desconozco alejado del centro y, sin dudarlo, voy a Schottentor y cojo el tranvía 41. Paso por la magnífica Volksoper (Ópera del pueblo) y bajo el puente de la Schül-Gasse. Cuando llego al Café Schopenhauer, descubro un universo hecho a medida y doy las gracias al filósofo, al Monika, a Pasqua Rosée –que inventó el concepto cafetería en el Londres de 1652, trastocando la sociedad con la radical propuesta de sentarse entre desconocidos– y al que levantó este templo. Me avisan de que la única mesa libre está reservada a las 19 y son las 18.15. Tiempo de sobra para darme un capricho de contemplación estética y té verde. Igual que el gol es el orgasmo del fútbol, el descubrimiento de un café es el placer máximo del viajero asombrado. Acogedor como él solo es el típico café vienés en el que cualquier ser con dos dedos de frente instalaría su oficina. Nadie utiliza el móvil. Hay que ver qué bien se modula la voz baja en Centroeuropa. Arthur Schopenhauer no concebía la alegría, pero gracias a su pesimismo, experimento una que se me antoja muy sana. A mi alrededor hay jugadores de cartas que dan la razón al pensador alemán: “El destino baraja las cartas y nosotros jugamos”. Si él fue determinante para la filosofía occidental (influyó notablemente a Nietzsche), creo que este café es tan determinante para Viena como el Café Jelinek, hasta ahora mi otro favorito. Elegir entre el Jelinek y el Schopenhauer es como para algunos niños elegir entre papá y mamá.

Café Sacher en Viena. Foto: Harald Eisnberger.

El mercado de navidad de la Karlsplatz es interminable y al mismo tiempo el más cómodo por todo el espacio del que dispone. Sin duda el mejor mercado para venir en familia y para una reunión de ex alumnos. En la Punschspezialitäten (con ponches de todo tipo) nadie pasa frío. En el Kafe Pourjahani nadie se queja de la cola para adquirir las propiedades curativas de su típica goldene milch, leche caliente de cúrcuma. También se le llama Art Advent Christmas por la cantidad de artesanos que venden sus creaciones. Estoy entre la Filarmónica y la Karlskirche. El cielo es una lámina opaca. Lo mejor viene ahora, cuando Cristina (haciendo un esfuerzo considerable) me recuerda que tenemos que ir al Musikverein.

El programa parece que lo haya escogido yo: Dvořák, Mozart y Lutoslawski dirigidos por Jakub Hrůša, acompañado al piano por Yevgueni  Kisin, un pianista prodigio (que lleva viajando por el mundo desde niño, como el que fue Mozart). Ninguno necesita presentación. El concierto para orquesta de Witold Lutoslawski me lleva de viaje por su Varsovia y sus exilios y me recuerda su apoyo a Lech Walesa y al sindicato Solidaridad. Es un inmenso compositor del siglo XX que además no escondió jamás su admiración infinita por uno de los más grandes: Béla Bartók. Basta escuchar la Petite Suite para comprobarlo.

Asistir a un concierto en este templo de la música es una de las experiencias más intensas que se pueden vivir en Viena. Si alguien piensa en venir al concierto de Año Nuevo será mejor que lo planee a largo plazo. Hasta dentro de seis años está todo vendido. Al salir, aun sobrecogido, aunque no quiera, bajo las escaleras pensando en los Strauss y no puedo evitar girarme a observar la fachada tarareando la Marcha Radetzky.

Tras un placer como este no hay nada que lo supere que no sea otro schnitzel. Tengo la gran suerte de que me indican que Sabine nos ha citado en otro lugar que no conocía: Praterwirt, local muy popular de la cerveza Budweiser que no me cansaré jamás de recomendar. Yo, que era tan fan del schnitzel de Meissl & Schadn y del de Plachutta’s, creo que los cambio por este. Bueno, creo no, lo cambio seguro. No hay mejor manera de terminar. Qué calor. Cómo me gusta Viena. Y esta vez ni me ha dado tiempo de pasar por la salchichería Bitzinger. Mein Gott. Imperdonable.

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