Agustín Fernández Mallo, ya nadie se llamará como el de la Generación Nocilla
Es ante todo poeta. Y se confiesa: ¿Acaso crees que entiendo todo lo que escribo? Aunque en su carrera literaria la narrativa y el ensayo han tenido un papel importante, la poesía es el eje en torno al cual gravita su obra. “Todo viene de la poesía”, comenta Agustín Fernández Mallo, que acaba de publicar con Seix Barral en un solo volumen toda su obra poética, así como su nuevo poemario, ‘Ya nadie se llamará como yo’. El padre literario de la ‘Generación Nocilla’, uno de los principales teóricos del apropiacionismo y autor de ‘Postpoesía’ regresa a las librerías con este espléndido libro de poesía, con menos ciencia y más vísceras y vacas.
Tu último poemario se presenta como un punto y aparte respecto a tu anterior obra: a la desconfianza en el lenguaje y en la ciencia, parece sumarse un nihilismo que te lleva incluso a preguntarte para qué sirve escribir si todo está escrito.
Es indudable que realizo un paso más hacia algún lugar de difícil concreción, pero no detecto y no tengo la sensación de instalarme en una cierta zona de nihilismo o de acabamiento. Al contrario, tengo la impresión de que mis poemarios anteriores enuncian más nihilistamente el mundo de cuanto lo haga este. En realidad Ya nadie se llamará como yo es, al menos para mí, una afirmación de la vida a través de la muerte y, en este sentido, puede parecer más pesimista respecto a las anteriores obras, pero creo que más que nihilista o pesimista, este poemario es más grave, hay menos fiesta. Sin embargo, a pesar de esto, hay en él una celebración absoluta de la carne, de la materialidad, de la naturaleza mezclada con la sociedad de consumo.
De hecho, a esta mayor carnalidad y materialidad se contrapone una mayor desconfianza por lo abstracto y lo meramente reflexivo.
Esto puede ser; en Ya nadie se llamará como yo se muestra más la desconfianza en el sentido del escribir y del lenguaje, una desconfianza en aquello que puede llegar a decir y a significar el lenguaje por sí mismo. Por este motivo, en el poemario aparecen elementos más matéricos y más físicos.
Y este acercamiento a lo matérico lo realizas vaciando tu poesía del lenguaje explícitamente científico que definía tu poesía hasta ahora.
Quizá lo que sucede es que la ciencia está ya tan diluida en mi propio lenguaje que en estos nuevos poemas aparece de forma menos explícita y, sin embargo, está ahí, está intrincada en el propio lenguaje poético. En este sentido, la ciencia tal y como la manejaba en otros poemarios, de forma más explícita y más clara, aquí está diluida en el habla, en la estructura. Y sí que es verdad que en relación a la ciencia explícita, en Ya nadie se llamará como yo no hay tanta presencia de la física, puesto que al interesarme más sobre lo matérico me ocupo sobre todo de la animalidad, la carnalidad, la víscera, cuestiones que tienen que ver más con la zoología o la medicina.
Cuando publicaste ‘Limbo’, tu última novela, afirmabas que en ella tratabas de adentrarte más en el yo, en la subjetividad e interioridad del mismo. ¿Crees que en ‘Ya nadie se llamará como yo’ haces desde la poesía este mismo movimiento realizado en ‘Limbo’ desde la prosa?
No estoy muy seguro, debería pensar acerca de este mecanismo que comentas, pero si lo hay sin duda no es algo consciente. De lo que, sin embargo, no hay duda alguna es que en Limbo ya está presente el interés por la materialidad y por la zoología; de hecho, describo un museo de animales escondido bajo tierra, que ejemplifica la mezcla entre lo orgánico y lo inorgánico, mezcla que vuelve a aparecer en este último poemario y que en mis anteriores libros no estaba presente. En Ya nadie se llamará como yo observo cómo el mundo inorgánico se mezcla y se combina de forma anómala con el mundo orgánico. Yo siempre había manejado y combinado la sociedad de consumo y la alta cultura jugando con el apropiacionismo; sin embargo, con este poemario doy un paso hacia delante en mi obra, respecto a este sistema de apropiacionismo y a la búsqueda de los bordes de las cosas, que es el lugar donde se da el hecho poético. Esa sociedad de consumo y esa alta cultura forman en Ya nadie se llamará como yo un pack conjunto: ya no son dos elementos separados que se tocan, sino son un pack, un conjunto, que yo pongo en diálogo con la naturaleza, acercándome al límite que separa y une lo natural con lo fabricado. Casi por primera vez en mi obra, aparecen campos, vacas, es decir, elementos de la vida rural.
Aparece lo rural y lo no urbano.
Sí, y también lo salvaje, y a partir de ahí me pregunto por la confluencia de los dos mundos: ¿qué hace y qué suscita una tarjeta abandonada en mitad de un monte por donde nadie transita? A partir de este hecho epifánico, intento establecer metáforas, problematizar esta combinatoria para observar qué hace un objeto de consumo en mitad de un monte que nada tiene que ver con la sociedad de consumo y qué produce en ti esta aparición epifánica.
La fricción entre el elemento fabricado socialmente y lo natural puede interpretarse también como un elemento ‘político’ en el poemario, es decir, una mirada hacia la conflictividad entre dos sociedades y dos mundos.
Desde luego, si hay este elemento político no es premeditado, en cuanto que el libro no tiene ninguna voluntad de pastoreo aleccionador, no lo tiene este último poemario como tampoco lo tiene ninguna de mis anteriores obras. A lo mejor sí que es verdad que puede haber esta lectura política que comentas; en este sentido puede que pueda decirse que el poemario no es ideológico, pero sí político. Lo que sucede es que referirse a lo político puede interpretarse como que yo hago política desde la literatura como hacen otros autores, y en absoluto es así.
Entiendo. A lo que me refería, sin duda me he explicado mal, es que a través del contraste entre los dos mundos –el fabricado, el artificial y el natural- surge una mirada crítica.
Sí, en este sentido es así, pero cabe señalar que se trata de una mirada crítica hacia ambos mundos. En esa fricción no me quedo a favor del mundo salvaje y de la naturaleza en contra de la sociedad de consumo. Y tampoco me quedo de parte del mundo del consumo, del mundo contemporáneo y moderno en contra del mundo natural. A partir de la fricción, mi intención es la de plantear y problematizar el encuentro y el contraste entre estos dos mundos, sin decantarme por ninguno, en primer lugar porque yo no sé decantarme.
En efecto, ‘Ya nadie se llamará como yo’ no es en absoluto un libro ‘rousseauniano’.
No lo es en absoluto, como tampoco es un libro ecologista. Lo que me interesaba era poner en cuestión la confrontación entre la sociedad burguesa contemporánea que idealiza la naturaleza, que es un invento romántico, y la propia naturaleza, de la que me interesaba hablar, no desde una perspectiva eco o happy, sino poniendo de relieve su manera no idealizada de mostrarse; es decir, quería representar la naturaleza en toda su dureza, violencia, y a la vez en todas sus bondades. Hasta el momento nunca había problematizado este encuentro desde la metáfora.
Un leit-motiv de tu obra es el particular uso de la metáfora: defines la ciencia y las fórmulas científicas como expresiones metafóricas y toda tu poesía se configura con una gran metáfora de un lenguaje no referencia. ¿Qué es para ti la metáfora?
Para mí la metáfora es sencillamente aquello que conecta dos objetos, dos ideas, dos entes, que en principio están tan separados que nadie había encontrado entre ellos alguna identificación parcial, y que de repente el poeta encuentra. Hoy en día, una metáfora como “tus ojos son el mar” nos resulta absolutamente cursi, gastada y la encontramos en cualquier telenovela melodramática; sin embargo, hay que entender que la primera persona que inventó esta metáfora hizo un acto creativo brutal como es identificar el agua del mar con unos ojos. Relacionando el azul del mar con el azul de los ojos, el inventor de esta metáfora amplió el campo semántico del mar y de los ojos, enriqueció su significado; en definitiva, lo que hizo esa persona fue crear realidad y precisamente lo que hace la metáfora es crear realidad reuniendo dos términos, ampliando el campo semántico de dos conceptos separados. Cuando yo me refiero a mi interés por la investigación poética me refiero en concreto a mi interés por crear realidad, porque creo que la única función de la poesía, como también la de la ciencia, es la de crear realidad. Para poner un ejemplo manido y entendible: cuando Newton, tras ver caer del árbol una manzana, establece la teoría de gravitación universal, que se aplica tanto a las manzanas como a la Luna, a la Tierra, a ti y a mí, lo que está haciendo en verdad es ver la manzana como nunca nadie la había visto antes. Con la teoría de gravitación universal, Newton establece unas relaciones metafóricas entre la manzana, la Luna, tú y yo a través de un lenguaje científico, y creando estas relaciones lo que hace Newton es crear realidad. Y para mí esto es la metáfora, esto es crear metáforas: crear realidad, porque la realidad no es algo que está allá fuera esperándote, la realidad es algo que creamos con el lenguaje, puesto que fuera del lenguaje no hay nada.
En ‘Joan Fontaine Odisea’…
Este para mí es mi poemario médula, puesto que recoge lo que había hecho antes en Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus y en Creta Lateral Travelling y a la vez lanza una serie de ideas que están contenidas en el proyecto Nocillas, así como en los poemarios sucesivos, Carne de Píxel y Antibiótico. Para mí Joan Fontaine Odisea fue una explosión de ideas, de metáforas, de investigaciones que dieron lugar y se consolidaron en obras sucesivas.
En ‘Joan Fontaine Odisea’ escribes: “La vida es un libro que se borra al ir leyéndolo”. Un verso que afirma la inexistencia de la realidad o la existencia de la realidad sólo como ficción.
Claro, creo que podemos convenir que la realidad o, mejor dicho, las realidades son una ficción pactada socialmente. Pactamos el lenguaje, pactamos qué es un objeto y para qué sirve, pactamos qué es una política, pactamos qué eres tú y qué soy yo, pactamos que determinado sentimiento es correcto o incorrecto… La realidad es una complejidad pactada. A nivel filosófico, la idea de realidad como ficción proviene del hecho de que a lo largo del siglo XX, primero a partir de Freud, luego con Heidegger y posteriormente con Deleuze y los postestructuralistas, se plantea la cuestión de que el sujeto, el yo, no es algo cerrado, sino que es excéntrico, es decir, el yo no tiene centro, es una red de significados. Asimismo, con el postestructuralismo no sólo se deconstruye el sujeto, sino también todas las categorías: esto es lo que hace Derrida, quien nos dice que ya no es posible referirse a categorías fijas, como bueno/malo o blanco/negro, puesto que la creencia en dichas categorías es pura metafísica. Estas categorías, nos dice Derrida, son construcciones nuestras, son ficciones construidas por nosotros.
En tu obra, tal y como señalabas en tu ensayo ‘Postpoesía’, deconstruyes las categorías poéticas y redefines la poesía como poesía rizomática, en clara alusión al filósofo Deleuze.
En mi obra poética realizo una continua deconstrucción, pero no con el afán de destruir, porque la deconstrucción no tiene en absoluto nada que ver con la destrucción, sino con el afán y la voluntad de analizar y observar que todo aquello que denominamos realidad o, en mi caso, aquello que denominamos poesía es una red más compleja a partir de la cual construir algo.
Y esta red la conviertes en un tejido hecho de bordes, donde los materiales poéticos, los significados y las realidades se entremezclan de tal manera que es difícil determinar dónde empieza y termina cada cual.
Lo has dicho mejor de cuanto habría podido decirlo yo. Esto es exactamente lo que quiero mostrar y de ahí que insista en mi interés por lo que yo llamo el nomadismo estético: un nómada estético es aquel que se sitúa en los bordes, en las fronteras; el nómada es aquel que está constantemente atravesando fronteras, que son precisamente el lugar en el cual aparece la anomalía. Y la anomalía es el terreno natural de la poesía, como también es el terreno propio de la ciencia. La anomalía es la aparición de un ruido de fondo que no logramos comprender y que nos suscita curiosidad y a partir del cual la poesía construye un mundo de emociones y de realidades. Lo que yo hago es buscar a través de la metáfora los puntos de creación en estos bordes y en estas fronteras.
¿Crees que la tradición poética o el lector de poesía ha buscado en exceso en la poesía respuestas rehuyendo de las problematizaciones a las que tú aludes?
Sí, la búsqueda de respuestas es por parte del lector una posición bastante común ante la poesía; la prueba es que muchas personas que leen poesía afirman o no entenderla o entenderla. Sin embargo, hablar de entendimiento respecto a la poesía implica que se espera encontrar una serie de respuestas dentro del texto y la poesía; al menos para mí, no ofrece respuestas. En ocasiones yo tampoco entiendo la poesía, porque la poesía no es para entender, sino que es para dejarse llevar por el ritmo, para crear en tanto que lector tus propias conexiones. La racionalización debe excluirse de la poesía, la racionalización es propia del ensayo.
Sin embargo, tus poemarios ‘Antibiótico’ o ‘Carne de pixel’, si no son intelectualizantes, sí tienen un fuerte componente ensayístico. ¿Cómo pasar por alto en su caso la comprensión?
Yo pasaría por alto la comprensión, porque en esos poemarios hay cosas que ni yo mismo entiendo. ¿Acaso crees que entiendo todo lo que escribo? En muchos casos juego con la contradicción y la paradoja que son irresolubles y, por tanto, impiden encontrar una respuesta a la problematización.
Una problematización que, sin embargo, en ‘Ya nadie se llamará como yo’ pierde parte de ese carácter ensayístico en favor, como tú mismo dices, de un tono más narrativo.
Sí, en efecto. Antes te comentaba la presencia de la naturaleza y de lo salvaje en este último poemario, pero hay que añadir que el tema en torno al cual gravita la obra y sobre el cual quería investigar es el de la muerte. Quería preguntarme acerca de la muerte, pero no desde un punto de vista triste o elegíaco, sino desde la consideración de que la muerte no es un punto y final. Creo, y para mí el descubrimiento de esta idea fue un evento casi epifánico, que cuando alguien cercano a ti se muere comienza un proceso por el cual empiezas a ver a la persona fallecida de una manera distinta: empiezas a construirla o reconstruirla de tal manera que se produce el renacimiento de otra persona. Me pareció fascinante la idea de que alguien muere para resucitar dentro de ti.
Es decir, la muerte forma parte de la propia existencia.
Exacto, y esto porque la persona fallecida resucita dentro de cada uno de nosotros. Y no hay nada de esoterismo en esta idea, más bien es una idea no lineal de la temporalidad, es decir, la convicción de que el pasado está en el ahora como memoria transformada. De hecho, a la idea no lineal de la temporalidad se añade la conceptualización de la memoria, no como un archivo, sino como una ficción y una creación. Y retomando lo que comentabas, es muy importante señalar que el poemario se sustenta precisamente en la idea de que la muerte no es lo contrario de la vida; lo verdaderamente contrario a la vida es la nada, pero la muerte pertenece a la vida y está cada día en el aquí y en el ahora. Esta idea ya aparece en San Agustín, quien decía que cuando uno se muere no está en la muerte, sino que se encuentra después de la muerte. La muerte forma parte de la vida desde el momento en que nacemos.
El recuerdo como representación de un tiempo pasado y como reconstrucción del pasado está presente en ‘Ya nadie se llamará como yo’, pero es un tema recurrente en toda tu obra poética.
El recuerdo es un tema constante en mi obra, el recuerdo del pasado que se reconstruye en el tiempo presente y por tanto es modificado. La memoria, como decía antes, no es un archivo; para tener memoria hay que tener una gran capacidad de ficción; la memoria es la manera en la que reconstruimos en el presente el pasado. Por esto, en el poema introduzco muchos elementos que tienen que ver con la paleontología o la arqueología, dos disciplinas que para mí no tienen tanto que ver con una mirada hacia el pasado para evocarlo románticamente y nostálgicamente, sino con la posibilidad de entender el presente. Lo interesante de encontrar un hueso de los neandertales no es saber cómo eran los neandertales; lo interesante es que ese hueso nos dice cómo soy yo. En el caso del poemario, podemos hablar de una arqueología inversa: la muerte y el pasado regresan a mí para decirme qué soy yo. Y esta es la parte vitalista, nietzcheana incluso, de afirmar la muerte para afirmar el presente.
Una actitud profundamente dionisíaca.
Por esto he comentado en más de una ocasión que trato de contemplar la muerte de alguien cercano como un regalo que la persona fallecida te hace para que puedas descubrir el mundo de la muerte, que hasta entonces desconocías.
Te referías al interés que suscita el descubrimiento de huesos o restos arqueológicos para entender nuestro presente, pero hay que tener en cuenta que nosotros los leemos e interpretamos desde su descontextualización; en el fondo creamos un relato y una realidad para comprenderlos.
Evidentemente. Yo, que soy un gran defensor del apropiacionismo, creo que el apropiacionismo está en todo: construimos y reconstruimos a través de cosas que encontramos descontextualizadas de su contexto correspondiente. Nos apropiamos de algo y lo reelaboramos, creamos con él algo absolutamente nuevo. La manera en que alguien fallecido vuelve a ti desde el momento en que tú lo reconstruyes es una forma de apropiacionismo que sirve para construir una obra o una persona nueva. Precisamente sobre este tema acabo de terminar un ensayo, en el que he trabajado los últimos años.
Y hablando de reapropiacionsimo, ¿cuánta reapropiación hay en este último poemario del Fernández Mallo anterior?
Mucho, claro que hay reapropiación, al fin y al cabo toda la obra es una curva orgánica, una especie de molécula que va creciendo con todos sus aciertos y con todas sus imperfecciones. Al releer los anteriores poemarios, he encontrado versos y poemas que hoy día no escribiría, pero no he querido eliminarlos porque creo que somos hijos también de nuestros errores y nuestros errores nos han hecho buenos. Esta concepción separa y aleja dos cosmovisiones completamente opuestas: por un lado, están aquellos que creen que el mundo es algo escrito y que se puede delinear y, por otro lado, están aquellos que como yo creen que el mundo crece orgánicamente y que los errores jamás se pueden eliminar. Lo que se debe hacer, como hace la propia naturaleza, es utilizar los errores en tu propio beneficio. Ya en Nocilla Dream hay un personaje que dice: “Algo que me enseñaron en el ejército es a redefinir el absurdo en mi beneficio”. Lo que tenemos que hacer nosotros es redefinir los errores en nuestro beneficio y, de hecho, en más de una ocasión he hablado de la apología del error, es decir, de la necesidad de dignificar el error que, como la muerte, forma parte de la vida.
Además, la perfección es paralizante, anula todo posible progreso.
Exacto, por eso la necesidad de dignificar el error.
En la segunda parte de ‘Ya nadie se llamará como yo’ construyes a partir del método de la apropiación una oración.
Esta segunda parte del poemario es un paso más en mis mecanismos de crear poesía, porque lo que hago es una oración a través de fragmentos que pertenecen estrictamente al mundo de lo mineral, de lo animal, al mundo de ciencia y de la matemática. Creo que, metafóricamente, a pesar de ser aparentemente áspero, funciona esta combinación de elementos diversos para elaborar una oración. Y partes del material utilizado para esta oración me han servido y lo he incorporado al ensayo del que antes hablaba acerca del apropiacionismo. Como ves, para mí todo parte de la poesía: es desde la poesía que llego luego al ensayo.
Para concluir, quería citar un fragmento de tu último poemario que creo define el ejercicio que has realizado a lo largo de tu obra de asociar la ciencia con la poesía, es decir, hacer del lenguaje científico una expresión del lenguaje poético: “El lenguaje de la ciencia es tremendamente preciso en cuanto a los sustantivos, pero espectacularmente metafórico en cuanto a los verbos”.
Este es precisamente uno de los núcleos de todo mi sistema. El fragmento que señalas, además, prosigue con una serie de preguntas: “¿Cómo es posible que un gas sufra una expansión? ¿Cómo es posible que una partícula sienta una fuerza? ¿O que un gen se exprese?”. Con estas preguntas lo que quiero señalar es el problema al que se enfrenta la ciencia, que termina afirmando que un gas sufre, pero ¿un gas puede sufrir? De este conflicto de expresión nace su relación también conflictiva con la poesía, ámbito aparentemente distinto al científico. Yo me sitúo precisamente entre el límite de lo científico y de lo poético para problematizar la ciencia y sus propios límites y, así, a través de esta problematización, crear poesía.
Comentarios
Por libra, el 02 noviembre 2015
Me gusta eso de que el lenguaje de la ciencia es sustantivo. Sí. Quizá de una sustantividad que busca una evidenciación permanente de aquello que nombra. Quizá incluso la sustantividad de ese lenguaje pueda ser descompuesta en atributos (adjetivaciones) y «adverbialidades» –permítaseme el palabro– que, justamente, otorgan a esa sustantividad una complejidad de caracteres abiertos que los enlazan con la acción (verbo) que, quizá sea algo más propio del lenguaje del hombre ¡existente! (Heráclito?), y no del lenguaje de la ciencia del hombre ¡objetivador!(Parménides?). Pero claro podemos incluir a Zenón, a Demócrito, a Anaximandro, a…, simplemente para enriquecer el vínculo entre poesía y ciencia… Saludos.
Por libra, el 02 noviembre 2015
Sí, sí, insisto. El lenguaje de la ciencia sí que es verdad que es sustantivo. Y su potencialidad es la de actualizar eso abstracto que conjetura en hechos con los que sustantivar su mundo o su existencia precaria en el mundo, o la existencia de su mundo, en el que habita. Al final, el lenguaje de la ciencia intenta cobijar al hombre, hacerlo para de ese haber que lo deja pasmado al habitar…