Ajolote, la extraña salamandra símbolo de México, en peligro crítico

Los aztecas emparentaban al ajolote con sus dioses. Ahora está en serio peligro.

SOS por el ajolote. Sigue en Cali (Colombia) la Cumbre de la Biodiversidad. Y nosotros en ‘El Asombrario’ seguimos dando visibilidad a esta enorme crisis –unida a la del clima– a través de otra especie emblemática, como la mariposa monarca, del continente americano: el ajolote. Esa extraña y simpática salamandra que parece extraterrestre y está relacionada con los dioses aztecas, símbolo del México prehispánico, se encuentra en serio peligro de extinción. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) califica al ‘Ambystoma mexicanum’, el más conocido, en “peligro crítico de conservación”. De los 6.000 ejemplares por kilómetro cuadrado que se calculaba había en los canales de Xochimilco –al sur de la Ciudad de México– en 1998, en 2014 se habían reducido a 36.

A comienzos de este año organizaba un evento en Xochimilco, al sur de Ciudad de México. Lo hacía en una chinampa –islote artificial de origen prehispánico destinado al cultivo–, emplazada en lo que queda del antiguo sistema lacustre existente en el centro mexicano. La misma masa de agua donde, en 1325, se fundó Tenochtitlán –actual capital federal– y que, con el paso de los siglos, fue desecada, y de la que hoy apenas quedan unos pocos restos. Entre ellos, los existentes en el enclave xochimilquense. Allí, los asistentes a la cita quisieron saber más sobre la mencionada fórmula tradicional de cultivo, así como del entorno natural del lugar, que todavía hoy mantiene gran parte de sus valores ambientales.

La unicidad de su flora y fauna le ha valido a este emplazamiento la calificación de Área Natural Protegida, bajo la denominación Ejidos de Xochimilco y San Gregorio Atlapulco. De hecho, una de las preguntas que más se repitió hace unos meses tuvo que ver con un endemismo que habita en el emplazamiento, y que, por sus características y relevancia en la cultura mesoamericana, se ha convertido en un símbolo de México. Nos referimos al ajolote, un tipo de anfibio vertebrado de la familia de los ambistomátidos, relacionado con la salamandra tigre.

En todo el país existen 17 variedades de Ambystoma –nombre técnico de su género–, de las cuales 16 son endémicas. Se distribuyen en el centro y noroeste mexicano, en regiones de mediana a gran altitud, y se desarrollan en sistema lagunares o presas, aunque, en algunos casos, también viven en pequeños arroyos de alta montaña. Entre las variantes de este anfibio destaca la que se desarrolla al sur de la megalópolis latinoamericana, y que recibe el apelativo de Ambystoma mexicanum. “Se define por su cuerpo robusto, con surcos costales sobre sus lados, por su cabeza ancha y por su cola aplanada lateralmente”, explican los investigadores Gustavo Casas Andreu, Ricardo Cruz Aviña y Xóchitl Aguilar Miguel.

Se trata de un organismo neoténico, lo que significa que alcanza la madurez sexual conservando características larvarias. Pero ¿cómo es posible esto? Muy fácil. No completa la metamorfosis, lo que se explicaría porque “en su hábitat natural no se presentan simultáneamente todos los factores externos que la desencadenan”. “Esto es, aumento en la temperatura hídrica, disminución en la disponibilidad de alimento, hábitat con una elevada altitud sobre el nivel del mar, congelamiento o desecación del cuerpo de agua, disminución drástica en la concentración de oxígeno disuelto y pervivencia del estrés”, enumera el especialista Alejandro Molina Vázquez.

Sin embargo, estos no son los únicos factores que explicarían la realidad larvaria de los ajolotes. Este hecho también se debe a la ausencia de determinados factores internos, como los endocrinos. “Su glándula pituitaria no libera hormona tiroidea activa para dar inicio a la metamorfosis”, recuerda Molina Vázquez. Por esta conjunción de razones, dichas salamandras mantienen rasgos no metamorfoseados a lo largo de toda su vida. De hecho, un ajolote puede llegar hasta los 27 meses de edad, alcanzando una talla de entre 15 y 20 centímetros, aunque con variaciones entre las diferentes especies.

Entre los rasgos que definen a este género se encuentran una aleta que se prolonga desde la cabeza hasta la cloaca o tres pares de branquias externas, que colaboran en el proceso respiratorio, permitiendo una mejor adaptación al medio acuático. Otro de los elementos que llama la atención son las anchas cabezas de estos animales, en las que brotan unos ojos sin párpados. “Debido a que no cuentan con un sentido de la vista óptimo a causa del tipo de hábitat donde se encuentran, han desarrollado un gran sentido del olfato, que utilizan para cazar sus presas”, narra Leticia Romero Amador, de la Autónoma de Nuevo León (UANL).

El aspecto extraterrestre del ajolote se debe a que alcanza la madurez sexual conservando características larvarias.

Tras sus testas, nace una triada de pares de “tallos branquiales externos”, que les permiten mover y oxigenar el agua de su alrededor. Unos apéndices que, además, se encuentran revestidos de una multiplicidad de filamentos, con el objeto de aumentar el área de intercambio de gases. Al mismo tiempo, sus extremidades no cuentan con un gran desarrollo, mientras que sus dedos son delgados y largos. Apenas existe una diferenciación entre machos y hembras –lo que se conoce como dimorfismo sexual–, aunque en el caso de los primeros –los varones– se identifican por sus “cloacas hinchadas”, señalan los biólogos. En cambio, sus compañeras de viaje poseen un cuerpo más robusto, debido al incremento en el tamaño de los ovarios y los oviductos, y, dado el caso, por la presencia de huevecillos.

Su reproducción es sexual, poseyendo fecundación interna. “Existe, por tanto, un intercambio de material genético, aunque, como en la mayoría de los anfibios, estas salamandras no poseen órganos copuladores”, confirma Alejandro Molina Vázquez. “La inseminación se lleva a cabo después de un vistoso ritual de cortejo, que sucede exclusivamente en el agua y se le conoce como el vals, ya que el macho, al ser atraído por estímulos olfativos producidos por la hembra, la empieza seguir, efectuando círculos consecutivos a lo largo de la columna de agua por tiempo indefinido”. Y una vez que logra este objetivo, el animal deposita su material genético.

La alimentación es muy similar entre machos y hembras. Lo hacen por succión, ya que cuentan con una dentición de tipo vestigial que apenas es visible y se encuentra carente de uso. “Su dieta principal se compone de renacuajos, pequeños peces, lombrices, larvas de mosquitos, zooplancton o insectos acuáticos”, explica Leticia Romero Amador. En cuanto a la coloración de estos anfibios, la más habitual es la marrón, con un matiz de verde oliva. Incluso se pueden llegar a distinguir manchas doradas. Sin embargo, y atendiendo a sus genes de pigmentación, se han descrito ejemplares rosa pálido, gris, plata o, incluso, negro y/o azul oscuro.

Además, su sistema óseo se encuentra constituido, de manera preponderante, por tejido cartilaginoso. En consecuencia, no es extrañó que el ajolote se constituya como una de las escasas variedades animales con capacidad regenerativa de algunas de sus partes corpóreas. Puede recuperar aquellas extremidades extirpadas en apenas unos pocos meses. Y, en casos extremos, la rehabilitación también se observa en determinados apéndices y órganos vitales, como la cola, el sistema nervioso central, así como tejidos oculares, cerebrales y cardíacos.

Una especie muy amenazada

Actualmente, muchas variantes de este anfibio se hallan amenazadas. Sin ir más lejos, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) califica al Ambystoma mexicanum, que es el existente en las aguas de Xochimilco, en “peligro crítico de conservación”. Y es sólo un ejemplo. Hay más variantes que también atraviesan por problemas de perpetuación en libertad. Sus poblaciones silvestres son cada vez más reducidas, lo que genera un incremento en su endogamia, dificultando su continuidad.

Sólo se debe acudir a los datos para verificar lo crítico de esta situación. De los 6.000 ejemplares por kilómetro cuadrado que se calculaba había en los canales de Xochimilco –al sur de la Ciudad de México– en 1998, en 2014 se habían reducido a 36. “Hay un peligro muy fuerte de extinción de este anfibio”, explica Luis Zambrano González, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

No se puede permitir la desaparición de ninguna de las variantes del Ambystoma. No sólo porque supondría una pérdida irreparable para los ecosistemas mesoamericanos. También porque ha formado parte de la cultura y cosmogonía previas a la llegada de los europeos al continente americano. El ajolote era parte integrante de la mitología prehispánica, estando asociado al dios azteca Xólotl –hermano de Quetzalcóatl–, una deidad que se vinculaba a las ideas del movimiento y de la vida, y que, según la leyenda, ante su negativa a morir, tuvo tres transformaciones para evitar su fallecimiento. En el último cambio, tomó la forma de Ambystoma mexicanum, el endemismo existente al sur de la capital mexicana.

Contaminación de las aguas y presión urbanística

Entre las causas de esta situación se distingue la degradación que han sufrido los ecosistemas donde habitan. “Estamos ante una especie endémica de México, cuyas poblaciones en vida silvestre han disminuido debido al crecimiento de la mancha urbana, contaminación biológica y química del agua, aunando al excesivo aprovechamiento culinario en platillos tradicionales y medicinal para el tratamiento de enfermedades respiratorias”, asegura la investigadora Paulina Lavista.

Por tanto, la polución acuática es una de las acciones más dañinas para los ajolotes. Algo que sucede debido al vertido de aguas residuales y agroquímicos, al lanzamiento de residuos sólidos o los desperdicios de las granjas de truchas. “Los ajolotes, al ser anfibios, necesitan muy buena calidad hídrica para poder respirar, ya que, en parte, toman el oxígeno a través de la piel, que la tienen muy sensible”, relata Luis Zambrano, de la UNAM.

Incluso se debe mencionar la presión urbanística y turística creciente de sus hábitats, que ha conllevado a la desecación de lagunas, lagos y cuerpos hídricos donde habitan. Una realidad que se pronunció a raíz del terremoto del 19 de septiembre de 1985 en el centro de México, que provocó que muchos ciudadanos se mudaran del centro de la capital federal hacia su extrarradio. “Una de las orillas más afectadas por este proceso fue precisamente la de Xochimilco”, confirma Zambrano.

Tampoco se puede pasar por alto la introducción y reproducción de especies exóticas en los ecosistemas mesoamericanos, que compiten por los recursos disponibles con los Ambystoma y que pueden llegar a constituirse como depredadores de los ajolotes. Entre ellas, destacan la carpa, las tilapias azul, de Mozambique y del Nilo, así como la trucha arco iris. Otras amenazas para este animal se encuentran en la sobreexplotación y captura de sus ejemplares como alimento, como mascotas e incluso para utilizarlos con fines medicinales. Unas prácticas que están completamente prohibidas en la actualidad.

Planes de recuperación

A pesar de su precaria realidad, los ajolotes deben sobrevivir. Para ello se están diseñando diversas medidas, con el fin de mejorar los ecosistemas que habita, de la mano de ejes de actuación definidos, como la mejora del entorno natural, el fomento de la educación ambiental y el estímulo del turismo sostenible no invasivo. En este sentido, se ha de mencionar la protección de los hábitats de este anfibio. Un ejemplo se observa en el lago de Xochimilco, que se ha catalogado, como hemos dicho, como un Área Natural Protegido.

Además, se han impulsado otras iniciativas en la misma línea. Entre ellas, el Plan de Acción Nacional para el Manejo y la Conservación del Ajolote en Xochimilco, o el Plan de Rescate Ecológico de Xochimilco. Al mismo tiempo, se están desarrollando otras propuestas ciudadanas y científicas para asegurar la supervivencia del ajolote, como el proyecto Chinampa–Refugio. En él, “investigadores y estudiantes de la UNAM trabajan con los chinamperos de la zona de Cuemanco, en Ciudad de México, para rehabilitar su chinampa como refugio para los ajolotes y, al mismo tiempo, hacer productivo ese pedazo de tierra”, explican fuentes universitarias. “Elaboramos un filtro que funciona de retén para mantener la buena calidad del agua y, además, evita que entren las carpas y las tilapias”, añade Luis Zambrano.

Asimismo, se ha de mencionar el Santuario del Ajolote Planeta, Biodiversidad y Sociedad, o el Centro de Investigaciones Biológicas y Acuícolas de Cuemanco (CIBAC), vinculado a la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y que busca la reproducción de esta especie.

Todo ello para conseguir que permanezcan en sus ecosistemas, donde se han identificado como reguladores potenciales de la densidad de invertebrados asociados con la descomposición de materia orgánica de los ambientes acuáticos. Además, “estos anfibios, al habitar en contextos acuáticos y terrestres, ayudan al intercambio de materia y energía entre dos hábitats y contribuyen en la dinámica del suelo”, explica Leticia Romero Amador, de la UANL.

Y gracias a que se alzan como depredadores clave, estas salamandras contribuyen a la disminución de presas, estimulando la diversidad en los niveles tróficos inferiores. Al mismo tiempo, son una fuente importante de alimentación para “consumidores terciarios”, como aves o ratones. Además, añade Romero Amador “la vinculación que se presenta con el ser humano es de gran importancia, ya que pueden ser utilizados como centinelas biológicos para medir la calidad de los ecosistemas”.

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