‘Aladdin’, un genio anda suelto por la Gran Vía de Madrid
‘Aladdin, el musical’, llega a la Gran Vía de Madrid en busca de un éxito que todavía sigue cosechando en Broadway, donde lleva más de 3.000 representaciones a lo largo de nueve temporadas. Un espectáculo para todos los públicos, lleno de humor y amor, en el que no está muy claro quién es el protagonista, si el muchacho que da nombre al show o el genio de la lámpara, que arrolla desde su posición de secundario de lujo.
Si alguien no ha visto todavía Aladdin, el musical en Broadway, el West End o alguno de los seis países donde se representa actualmente, probablemente termine llevándose una grata sorpresa en el patio de butacas. Aladdin viene a sustituir en el Teatro Coliseum de la Gran Vía madrileña a Tina, el musical sobre la vida de Tina Turner, que en España terminó convirtiéndose en lo que en argot de los empresarios de Broadway se denomina un hard seller: un espectáculo que no puede ser considerado un fracaso, pero tampoco un exitazo, y del que se hace cuesta arriba vender todas las entradas del teatro. La cantante estadounidense no cuenta con tantos fans en España como atesora en el norte de Europa, por poner un ejemplo. Su estancia en la Gran Vía de Madrid no llegó si quiera al año y medio. Echó a andar el 1 de octubre de 2021 e hizo las maletas el 8 de enero de 2023.
Desde que cierto felino se instalara hace ya más de una década en la otra acera de la arteria madrileña de los musicales, en el Teatro Lope de Vega, corre cierto rumor de que Disney sólo hace musicales demasiado infantiles, en los que los animales cantan narrando historias de lo más edulcoradas y convencionales. Nada más lejos de la realidad. El Rey León es un espectáculo magnífico que lleva camino de romper todos los récords de permanencia y audiencia. Stage Entertainment ha sido la empresa capaz de importar a España las producciones de estos shows con unos incuestionables niveles de exigencia y calidad. No es una sorpresa entonces que con Aladdin ocurra exactamente lo mismo. Salvo por una adecuación obvia por el tamaño de los teatros y algunos detalles menores, podemos decir que el espectáculo que se ha estrenado en la Gran Vía no tiene nada que envidiar al que acaba de cumplir nueve años y lleva ya más de 3.000 representaciones en el New Amsterdam Theater de Nueva York o el que pudo verse en el West End londinense desde 2016 hasta 2019.
Son varias las decisiones acertadas que convierten este musical en un espectáculo para todos los públicos, más allá de la audiencia infantil. En primer lugar, haber contado con un tándem casi infalible para las músicas y las letras de las canciones como es el formado por Alan Menken y Tim Rice, al que se suma Howard Ashman como letrista, asegura una materia prima de primera calidad. Pero hay más. El director y coreógrafo de este espectáculo es Casey Nicholaw, que ya se encargó del algo más que gamberro The book of mormon. Y esa desvergüenza también se destila aquí, aunque en menores dosis.
Es cierto que el musical se titula Aladdin y que, a grandes rasgos, trata sobre eso tan manido de: chico de gran valía y baja ralea se enamora casualmente de princesa que en principio le corresponde y que, pese a la negativa del padre de ella y la oposición de un consejero real y rival malo malísimo, termina con final feliz de cuento. Sin embargo, esta vez por el camino encontramos ingredientes muy a tener en cuenta: el valor de la amistad, la verdad como bien inalienable y mantener la palabra dada sobre todas las cosas. Casi nada.
Aladdin es un musical en el que hay un personaje principal que puede terminar siendo secundario y uno secundario que terminará siendo principal. Un libro mágico le aconseja a Jafar, el malo de toda esta historia, que para lograr sus maléficos planes se haga con una lámpara mágica que descansa en una recóndita cueva y en la que hay atrapado un genio que le concederá tres deseos. Pero no cualquiera puede entrar en esa cueva; solo una persona íntegra podrá hacerlo, y ese no es otro que Aladdin. Así que nuestro héroe, bajo engaño, termina entrando en la cueva y, sin querer, despierta al genio de la lámpara. ¡Chas! Un truco de magia y el pobre Aladdin verá peligrar su protagonismo. ¿Es el genio el escudero de Aladdin o es más bien al contrario? Es sabido que ayudado por la voz de Robin Williams, ese genio locuelo, capaz de transformarse en mil personajes, era capaz de robarse la película de dibujos animados. Es curioso cómo esta misma eventualidad ha sabido trasladarse a las tablas de un teatro.
Solo por ver la actuación del actor y cantante panameño David Comrie en el papel del genio ya vale la pena ir a este musical. En España se ha optado por explotar el poder cómico que tiene la socarronería cubana o puertorriqueña (caribeña en general), ese flow y ese sabor especial que solo ellos saben imprimirle al humor y las ganas de vivir. Esa salsa única en el mundo. David Comrie no es nuevo en esto de los musicales. Él fue Mufasa, padre de Simba en El Rey León, durante las seis primeras temporadas en la Gran Vía. Ahora le toca sacar su lado más cómico y delirante, y desde luego no se le da nada mal.
En el otro platillo de la balanza situamos a la pareja formada por Aladdin y la princesa Jasmine. La pareja es interpretada por Roc Bernadí y Jana Gómez. Musicalmente, es sin duda ella la que sostiene al dúo protagonista. En general, las chicas, vocalmente, están más afinadas y con mayor seguridad que los chicos. Al menos en la función del pasado miércoles 22 a la que asistió este periodista. Es cierto que a Bernadí se le ve cómodo en el papel de Aladdin. Su actuación es correcta y efectiva como ladronzuelo que termina travestido de príncipe para tratar de seducir a su amada. Pero a quien estás deseando escuchar es a Gómez. Vocalmente está perfecta en el personaje de la princesa Jasmine.
Los personajes animales de la película de animación han sido sustituidos en el musical por equivalentes humanos. La malvada cotorra Iago se reencarna en el magnífico actor Ian Paris, que borda algunos de los mejores golpes cómicos de la velada y es capaz de darle la réplica a un estupendo Álvaro Puertas, perfecto en el personaje del malvado Jafar. El mono Abú y la alfombra mágica (tranquilidad, también en el musical una alfombra protagoniza el número más mágico de la noche) que servían de compañeros a Aladdin se transforman en el teatro en tres muchachos, Babkak, Kassim y Omar (Robert Matchez, Josep Gámez y Alex Parra) que funcionan como estereotipos que saben bien reírse de sí mismos.
Uno de los elementos principales de este musical es, sin duda, la escenografía, que mezcla métodos tradicionales con trucos de magia. En ocasiones, resulta premeditadamente excesiva y deslumbrante para acoger una partitura y una coreografía que saben navegar con rapidez entre los números tipo Las Vegas, el Hollywood Tintagel y el Bollywood más descarado. Todo envuelto en un vestuario que no envidiaría ninguna drag queen dispuesta a emular las fantasías más fantásticas del cliché arábigo.
Le auguramos un gran éxito y una muy buena salud a este divertido, excesivo -con mucho brillibrilli– y encantador espectáculo.
Puedes consultar aquí las funciones de ‘Aladdin’ en el Teatro Coliseum de Madrid.
No hay comentarios