Alba Cid, una Marco Polo de la poesía

La poeta Alba Cid. Foto: Loli Fernández.

La Bella Varsovia publica en castellano ‘Atlas’, un poemario escrito originalmente en lengua gallega y por el que su autora, Alba Cid (Ourense, 1989), obtuvo el premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández en el año 2020. Como si fuera Marco Polo, Alba Cid atraviesa bosques, humedales y desiertos hasta desbordar los límites de nuestro asombro. Cada composición suscita el mismo estupor que un tesoro.

Según los antiguos griegos, Atlas era el titán que cargaba el peso de la bóveda celeste sobre sus hombros. Este gigante dio nombre a una cordillera de Marruecos y a las colecciones de mapas que dibujan el orbe en su totalidad. Sin embargo, más que una cartografía, el poemario de Alba Cid es una cámara de las maravillas, similar a las que había en los palacios europeos desde el Renacimiento. Fue entonces cuando, a través de las primeras exploraciones de ultramar, comenzaron a llegar objetos singulares que daban testimonio de culturas lejanas. Al mismo tiempo que estos gabinetes de curiosidades estimulaban la imaginación, también alimentaron los mitos y los prejuicios hacia lo desconocido. Los visitantes salían conmovidos por las cabezas reducidas de los jíbaros o los zapatos minúsculos de las mujeres chinas, expuestos entre dientes de narval y aves del paraíso.

Lejos de reivindicar una mirada colonial ni de combatir los bulos con argumentarios del siglo XXI, la autora se ocupa en este libro de tejer una estrategia mucho más interesante para recuperar lo esencial, lo verdaderamente valioso de aquel momento: la emoción de la aventura, el poder de la evocación, que es el principio de todo conocimiento.

Pequeña occidental,

confías en la historia de las palabras

porque nunca pudiste confiar en la de los hombres.

Como si fuera Marco Polo, Alba Cid atraviesa bosques, humedales y desiertos hasta desbordar los límites de nuestro asombro. Cada composición suscita el mismo estupor que un tesoro. Quizá no se trate exactamente de poemas, sino de fogonazos de ensayos a propósito de algunas curiosidades. La escritora nos cuenta que el libro se nutre de sus derivas por internet, donde encontró pinturas sobre tela de araña o cartas de navegación polinesias que sólo se leen con los dedos, entre las piezas más extrañas de este álbum que también incluye algunas fotografías y grabados. Aunque algunos objetos parezcan falsos, asegura que todo es real, que todo se encuentra perfectamente documentado en algún sitio, en el que ella nunca ha estado. En sus páginas se refiere también a los bulbos de tulipán que guardan dentro todos los colores del arcoíris o a una cigüeña que regresó a Europa con la flecha de un cazador africano clavada en el cuello, lo que permitió a los científicos determinar el recorrido de las aves migratorias.

Más que el coloso que sostiene el cielo en su espalda, Alba Cid es la taxidermista que dota de un nuevo contenido a la piel del pasado. El interior de sus textos no son un bastidor de lana y madera como el de los animales disecados, sino un cuerpo de carne y hueso.

nos enseñaron a esconderlo ante los iguales
como si en vez de un músculo fuese
un vestigio cálcico —hueso de sepia—,
una defensa —arca milenaria—;
pero el corazón es más bien un puerto humilde, a los pies del mar del Norte
que vive
en exclusiva de la pesca y la salazón del arenque.

Frente a la literatura confesional, convertida en escaparate de ínfulas y miseria, los poemas de Atlas son como vitrinas de un museo en el que todo parece estar vibrando. Lo que sí reivindica Alba Cid es la posibilidad de emocionar a través de la erudición y la delicadeza. Aquí nunca hay estridencias ni provocaciones innecesarias. Su voz poética parece marcar una distancia, como quien mira a través de un fanal, lo hace esgrimiendo términos científicos y frases afiladas por el bisturí. Luego descubrimos que solo era aire lo que parecía encerrar los objetos de estudio o que el cristal se ha ido derritiendo al calor de pasiones subterráneas y de pequeñas obsesiones que hacen la vida más apasionante. Alba Cid es la botánica, la zoóloga o la historiadora que transforma el conocimiento en entusiasmo.

en ciertos relatos sobre el diluvio,
el mundo que surge del desastre mejora el mundo precedente.

El insomnio no me deja dormir y leo Atlas con una enciclopedia cerca. Levanto una a una todas las capas de interpretación posibles: tiene algo de jeroglífico, de mensaje encriptado o de juego de espejos, lo que permite numerosos recorridos. Es una experiencia similar a la de entrar en un museo por la noche, antes de que lleguen los primeros visitantes, y pasear por sus salas como si fuera un sueño. Al día siguiente vuelvo a abrir el libro y me dice cosas distintas, me lanza preguntas que no soy capaz de responder, a las que a lo mejor no quiero responder. Puede que su autora hable de todos nosotros más de lo que parece.

¿es este arte un modo de transmitir un saber

o de ocultarlo?

Imagino que Alba Cid ha tenido que emborronar muchos cuadernos antes de ofrecernos este poemario redondo. Su versión en gallego ha alcanzado ya seis ediciones. Quien lo lee tiene la sensación de ver un poco más y un poco mejor, como si colocara la lente de un microscopio o de un telescopio delante de sus ojos. Quepa o no el mundo entero en Atlas, después de leerlo nada será exactamente igual.

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