Álbum de refrescantes fotogramas para combatir el calor
Agua, verano y cine comparten una larga y productiva asociación que a lo largo de la historia nos ha regalado títulos imprescindibles y escenas inolvidables. Desde ‘El Asombrario’ os ofrecemos algunas sugerencias para hacer más llevadero el calor. ¿Qué mejor forma de combatir el sofoco que una buena película sensual y refrescante?
Si lo que elegimos son vacaciones en el mar, lo primero que debemos hacer es ajustar el presupuesto. Si preferimos un destino lujoso, podremos disfrutar del bello atardecer en el Lido veneciano como hizo el músico Gustav von Aschenbach en Muerte en Venecia (Luchino Visconti, 1971), o de la elitista Costa Azul, desde el arranque del idilio romántico de Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940) hasta el regreso del director británico a Mónaco para perder a Grace Kelly para la causa cinematográfica en Atrapa a un ladrón (Alfred Hitchcock, 1955). Grace Kelly junto a Cary Grant en esta película forman probablemente la pareja más elegante y cool que ha dado el cine.
Si cruzamos el Atlántico, con mejor suerte que el Titanic (James Cameron, 1997), llegaríamos a varios destinos paradisíacos, empezando por las playas de Jamaica, donde se rodó la famosa salida del agua de la primera chica Bond, Ursula Andress, en Agente 007 contra el Dr. No (Terence Young, 1962). En el mismo Caribe podríamos ser asaltados por la Perla Negra, capitaneada por Jack Sparrow, el más célebre de los Piratas del Caribe (Gore Verbinski, 2003), o seguir la ruta del Bogart más marinero, desde la Martinica francesa en Tener y no tener (Howard Hawks, 1944) hasta los cayos de Florida en Cayo Largo (John Huston, 1948), en ambas perfectamente acompañado por su inseparable Lauren Bacall.
Saltando de costa a costa, llegaríamos a Colorado, al hotel playero donde recalan huyendo de la Mafia los músicos Joe (Tony Curtis) y Jerry (Jack Lemmon), acompañados por la irresistible Marilyn Monroe en Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959). Adentrándonos en el Pacífico hasta la hawaiana Pearl Harbor, descubriríamos al Frank Sinatra mas juerguista y el beso prohibido que escandalizó a Hollywood en De aquí a la eternidad (Fred Zinnemann, 1953), donde Burt Lancaster y Deborah Kerr desatan su adultera pasión a la orilla del mar.
En cualquiera de los emplazamientos que elijamos, cuando nos adentremos en el mar hasta que los pies se agiten sin tierra que palpar, una melodía resonará en la cabeza de los menos valientes, la que compuso John Williams para describir al depredador de los mares que lanzaría a la fama al Rey Midas de Hollywood gracias a Tiburón (Steven Spielberg, 1975).
Si elegimos un destino de interior, un lago siempre es escenario recurrente para que surja el amor, ya sea aprendiendo a bailar con el profesor Patrick Swayze en Dirty Dancing (Emile Ardolino, 1987), o exigiendo respuestas a unas cartas que nunca fueron contestadas en medio de una tormenta de verano en El diario de Noa (Nick Cassavetes, 2004). Alrededor de un lago también puede haber comedia adolescente desenfrenada como en American Pie: El reencuentro (Jon Hurwitz y Hayden Schlossberg, 2012), terror vengativo a manos de Jason en Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980) y encuentros pasionales entre hombres en El desconocido del lago (Alain Guiraudie, 2013), premiada en Cannes el pasado año.
Siguiendo en medio de la naturaleza, un río puede ser peligroso y cruel como el que impide el paso en Hacia rutas salvajes (Sean Penn, 2007) o los que se adentraban en mitad de la selva durante la guerra de Vietnam en Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979). En esta película también vemos un inolvidable y temerario homenaje al surf por parte de Rovert Duvall, justo después de oler napalm por la mañana. A la vez, un río puede ser también el escenario de una bella fábula que un padre soñador y aventurero le cuenta a su hijo en Big Fish (Tim Burton, 2003).
Para quienes no podemos movernos de la ciudad durante el periodo estival, siempre nos quedarán las piscinas. Para el recuerdo, la forma de tirarse al agua (no por el estilo, sino por la elipsis temporal) de Dustin Hoffman en El Graduado (Mike Nichols, 1967), y la insuperable forma de emerger de Phoebe Cates en Aquel excitante curso (Amy Heckerling, 1982), que revolucionó a toda una generación de adolescentes.
Al que no le guste mucho el agua, aconsejarle que recupere el espíritu aventurero de cuando era un chaval y coja la bicicleta (esa obsesión de juventud de Spielberg) en busca de aventuras, como hacían Los Goonies (Richard Donner, 1985).
No podemos terminar este recorrido por los mejores chapuzones de la historia del cine sin recordar el de Anita Ekberg, con elegante vestido de noche en vez de traje de baño y en una turística fuente pública romana para saltarse los cánones, en La Dolce Vita (Federico Fellini, 1960). En fin, a veces sólo necesitamos tumbarnos a tomar el sol en un jardín, como hacía sensualmente Sue Lyon en Lolita (Stanley Kubrick, 1962), para sentir que estamos oficialmente de vacaciones. A disfrutarlas, con o sin pantallas.
Comentarios
Por Filetamen, el 22 julio 2014
Hola! Muy bueno el artículo. Oye, una cosa. ¿Cómo es posible que no figure su autor como colaborador, siendo uno de los más leídos de esta revista? Sus artículos y comentarios son realmente fantásticos. Hacéroslo mirar.
Saludos.