Alejandro Melero: “Las vecinas son el pilar de la civilización”
Alejandro Melero, conocido autor teatral (su obra ‘Clímax’ lleva cinco temporadas en Madrid, en el teatro Alfil), nos presenta su salto a la novela. ‘La luz de mis días’ (Ediciones B, Penguin Random House) es un entretenido libro que hace hincapié en la solidaridad entre mujeres, entre vecinas, la fuerza de la sororidad en un humilde barrio de familias pobres y plana cotidianidad.
¿Por qué este salto de teatro a la novela?, ¿te lo pedía el cuerpo?
Yo creo que la novela es el gran género literario. Tú en solitario ante el papel puedes hacer lo que quieras. Tiene que ver con la fantasía, con poder llegar adonde tú quieras. Eso de que todo lo que tú fantasees pueda quedar en el resultado final es maravilloso, no como en el teatro, donde todo es una lucha por ver lo que se puede y no se puede hacer, por limitaciones técnicas, por presupuesto. Esto es un gustazo. Y tampoco es tan diferente. Al final, escribir se trata de sorprender al público.
¿De dónde surge esta historia de dos vecinas de un humilde barrio que escapan de su triste vida cotidiana a través de una teleserie llena de ricachones y mansiones?
Realmente el germen viene de cuando yo vivía en Irlanda hace ya nueve años. Irlanda es un sitio maravilloso, pero donde tienes mucho tiempo libre; y las historias que sigo sacando en teatro o en relatos vienen de aquella época en Irlanda, donde iba anotando ideas. Ya más en concreto, la historia de La luz de mis días surge el verano pasado. Seis meses escribiendo, con sus parones. Y surge por la necesidad de explorar el lenguaje de una novela, algo que nunca había hecho, la necesidad de crear personajes profundos con tramas desarrolladas.
¿Satisfecho con la experiencia?
Lo he disfrutado muchísimo; ya estoy pensando en la siguiente.
¿Cómo es tu hábito de escribir?
Bueno, ten en cuenta que soy profesor de la Universidad Carlos III, profesor de narrativa y guión, así que aprovecho las vacaciones para escribir ficción. El proceso es muy sencillo: estar en casa, en Tirso de Molina (Madrid), con el ordenador, que no molesten mucho las maletas de los turistas Airbnb… Pero también precisamente por ese trabajo en la Universidad, soy muy disciplinado; no me cuesta escribir. Me puedo pasar todo el día escribiendo, lo que incluye releer, reescribir, tachar… Es que me gusta mucho escribir, no es algo que me agote. En absoluto.
Esas voces femeninas de las protagonistas, de Luisa y Marifé, tan bien pilladas, ¿de dónde salen?, ¿de tu familia, vecinas, infancia?
Sí, esto tiene mucho que ver con los patios andaluces, y las mujeres que están ahí; y tiene que ver con que las mujeres en general tienen historias más interesantes que contar que los hombres, y no solo las historias, sino también sus propios discursos. Esta novela habla de solidaridad entre mujeres; yo esa solidaridad entre hombres no la veo igual.
La solidaridad entre las vecinas, uno de los pilares de este país…
¡Y de la civilización! Vas a pedir sal, pero en realidad vas a pedir consuelo, compañía…
Es muy plástica y reconfortante esa imagen de la vecina que se asoma al patio y se siente menos sola al ver iluminada la ventana de su vecina. Esa sororidad.
Sí, esa sensación de que… está ahí. Habla de esa soledad, que cuando es compartida, ya es menos solitaria.
¿Tú eso, Alejandro, lo has vivido o lo vives ahora?
Sí, pasé mi infancia en un pequeño pueblo de la Alpujarra almeriense, en Canjáyar, y crecí con mi madre y nuestra vecina, la madre de mi mejor amiga, aún a día de hoy, y con mis abuelas y las vecinas del pueblo. Los hombres estaban en el bar, estaban como desaparecidos, no hablaban con los niños.
¿No saldrá también de una especie de añoranza de esas vecinas, de esa vida, cuando residías en Irlanda?
Pues no lo había pensado, pero seguramente sí, porque vivir fuera ayuda mucho. Yo soy supercrítico con España y con tantas cosas que ocurren en España, pero a menudo duele cuando alguien dice: solo en España… Si ni siquiera la picaresca, algo tan nuestro, es exclusivo de los españoles…. Al vivir fuera aprendes a apreciar temas.
¿Por ejemplo?
Pues por ejemplo pensar que algo molesto solo ocurre en España, como la corrupción o los enchufes en el trabajo. Yo he visto más nepotismo en la Universidad extranjera, en Reino Unido e Irlanda, que en la española. O la prensa. Cuando alguien dice: qué horrible es el periodismo español, yo añado: ¿pero conocéis el periodismo británico, los tabloides?
Y ahora en Madrid, en tu barrio, en Lavapiés, ¿puedes seguir disfrutando ese ambiente de vecinos y, sobre todo, vecinas?
Sin duda, mi vecina del 3º es exactamente así. Pero es algo generacional. Esta vecina tiene ya ochenta y pico años. Es un legado del pasado. Mi pueblo se está quedando sin habitantes (Canjáyar ha pasado de los 3.000 habitantes en los años 60 a poco más de 1.000). Y las grandes ciudades tienden al anonimato, a no saber ni siquiera quién es el vecino que tienes al lado.
Y más ahora con la masiva turistificación del centro de Madrid, con la avalancha de apartamentos turísticos, ¿no?
Sin duda es un problema en el centro de Madrid. Yo también quería jugar en la novela con la idea de lo que se está perdiendo. Esa sensación de vecindario. ¿Qué lazos vas a crear con alguien que ha llegado esa noche para estar en esa casa un fin de semana y luego se va?
Sin que destripemos el argumento, porque hay hasta una trama policiaca en las últimas páginas, estas mujeres se vengan a su manera contra los hombres que les han estado amargando la vida.
Son pequeños gestos cotidianos que les dan el poder que les están diciendo que no tienen. Cuando se dan cuenta de que sí pueden tomar esa decisión –les habían hecho creer que no–, la toman y con ella toman las riendas de su vida.
La soledad de esa mujer, Marifé, está muy bien reflejada a través de las conversaciones por teléfono que mantiene con su hijo. Son tremendas…, por la sequedad del hijo, que llega a mostrarse borde y cruel en las contestaciones a su madre.
Yo creo que todos los hijos somos en algún momento crueles con los padres; esas conversaciones que tenemos con prisas, en mitad de la calle, sin pensar que al otro lado del teléfono están nuestros padres, que quizá han estado esperando horas para esa llamada, y nosotros las despachamos sin mayor atención…Todos somos egoístas con nuestros padres, y nos olvidamos de que, llegados a cierta edad, nos necesitan y estamos aquí para cuidarnos unos de otros.
Y esa otra parte del culebrón, de la telenovela o la teleserie, un poco al estilo de ‘Dinastía’, ‘Falcon Crest’ o ‘Dallas’, contada a lo largo de todo el libro en contrapunto con la historia de las dos vecinas…
Es la fantasía de la ficción. No lo veo tanto como un culebrón sino como una de esas series en las que hay muchos secretos, en las que detrás de cada puerta de cada mansión se esconde un secreto, más en la línea de Mujeres desesperadas. Y tiene que ver con ese hábito tan extendido en nuestra sociedad de todo el tiempo que dedicamos a consumir ficción. Es un porcentaje enorme de tu vida el que dedicas a consumir las historias de ficción que se inventan otros.
¿Eres de los adictos a las teleseries?
Completamente.
Una que te haya enganchado últimamente.
El cuento de la criada.
Pero Luisa y Marifé lo ven como algo más, ¿no? Como una manera de escapar a la planicie y tristeza de su día a día.
En las casas de estas mujeres están las ventanas y luego las pantallas de la televisión, y son dos maneras de asomarse al exterior, para que entren vidas a su salón. La televisión es ese Caballo de Troya que se cuela en mitad del salón, y te mete gente desconocida que te cuenta sus experiencias.
¿De niño te enganchabas mucho a la tele?
De toda la vida.
En la parte de las vecinas veo mucho de tu infancia, pero también en esa parte del… culebrón, permíteme que insista en que lo veo más como la telenovela latinoamericana de lenguaje pomposo.
Está totalmente ahí; yo de niño jugaba a que tenía un canal de televisión todo mío y me inventaba las tramas de las series. Y yo con mis amigos representábamos las series. Las interpretábamos y grabábamos en casetes, que imagínate que gracia tenían, solo la voz grabada. Era nuestro juego favorito. Pero es que además hacíamos todos los géneros, porque en nuestro canal de televisión había series infantiles, de terror. Era el Netflix de nuestra infancia. (Risas). Recuerdo que había muchas telenovelas, y muchas infantiles y del espacio.
¿De qué año eres, Alejandro?
Del 79. Yo creo que tenía también mucho que ver con lo que no podía ver; así que, como no lo podía ver, pues entonces me lo imaginaba. Cuando comenzaron a emitir las teles privadas en España, a mi pueblo al prinicipio no llegaban esos canales. Pero yo me cogía la revista Tp, con la programación de la tele, y me imaginaba cómo eran esos programas, esas series que no llegaban a Canjáyar.
Pues yo ahí veo un material valioso para una próxima novela; sobre todo, si tienes guardadas esas casetes.
Por ahí deben de andar, sí.
¿Hasta qué edad viviste en tu pueblito?
Hasta los 13, de allí me fui a Almería ciudad, y con 20, a Londres. Y con 29 a Madrid. Y llevo aquí nueve años.
¿Y te gusta Madrid, el centro, a pesar de todos esos cambios que comentábamos que está experimentando? ¿Quieres seguir aquí?
Me cuesta mucho imaginarme fuera de Madrid, porque me fascina. Me gusta todo lo que pasa aquí. La gente, pasear, la oferta cultural, hacer teatro aquí. Es una ciudad difícil, que te plantea retos constantemente; pero a pesar de todo, creo que merece mucho la pena vivir aquí.
Comentarios
Por Ramón, el 21 julio 2018
Me gusta Alejandro como dramaturgo pero esta novela me ha parecido mediocre y no muy bien escrita. Una pena…