Alejandro Palomas: «Los niños abusados están muy desprotegidos»
El pasado viernes se presentó en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid el libro ‘Esto no se dice’, de Alejandro Palomas, un descarnado testimonio de los abusos que sufrió de niño por parte de un sacerdote en su colegio. En la presentación pasaron muchas cosas porque, como dijo el escritor durante el acto, las víctimas no tienen espacio ni legislación para hablar de ello, y viven siempre en el silencio. Os contamos lo que pasó y todo lo que allí se dijo.
Los niños hablan, sobre todo cuando no hablan. Es lo que decía la abuela de Alejandro Palomas, que durante más de 40 años ha sido un niño silencioso aplastado por la enorme carga que llevaba a cuestas. Hasta que un día consiguió hablar. “Los niños violados, cuando hablamos de lo que ocurrió, volvemos a habitar el cuerpo que tuvimos a los seis, a los ocho, a los doce años, y en ese momento la cabeza nos estalla porque nos invade una pena como no hay otra: pena inconsolable por el niño que fuimos y pena por el que no hemos podido ser”.
El escritor solo tenía nueve años cuando sufrió agresiones sexuales continuadas por parte de un docente religioso del colegio La Salle de Premià. Pasó décadas traumatizado hasta que pudo contarlo en una entrevista radiofónica en enero de este año, sumándose a las voces que empezaban a destapar en nuestro país los casos de pederastia en colegios e instituciones de la Iglesia católica. De aquellos hechos y de los años mudos que siguieron ha dejado un descarnado testimonio en el libro Esto no se dice, que acaba de publicar la editorial Destino.
“Yo no sé muy bien qué es este libro”, dice el escritor. “Escribe el adulto, pero es el niño el que habla, todos somos un niño sobre el que construimos un adulto. Pero la gente que vive una situación como la mía crea un personaje que es el que cuida de ese niño. Yo he creído durante años que estaba loco, pero me construí un personaje, y soy un buen actor. Lo hice para protegerme porque no me fío de nadie, no puedo”.
Está lleno el auditorio del Espacio Fundación Telefónica de Madrid y la periodista Macarena Berlín da comienzo a la presentación de Esto no se dice, pero en cuanto Alejandro Palomas ha empezado a hablar un espeso telón de silencio ha envuelto a los asistentes. No es una actitud reverencial; el público exhala una atención grave, como si se concentrase ante una inminente revelación. Una revelación a la vez delicada y oscura, que en el fondo nadie quisiera escuchar. Es la misma sensación que te asalta al recorrer las páginas del libro, mientras la voz del escritor te lleva, transitando entre la conmoción y la serenidad, de una de sus heridas a otra. Le ha costado años poder mirarlas de frente, y de algún modo las personas que le escuchan lo saben.
“Estoy comprometido con la vida, con las personas que pueden sufrir como yo. No sabía que era tan activista conmigo mismo, en el día a día. Pero no se necesita una fuerza especial para hablar, soy muy visceral y un día estaba desayunando y dije: ya, se acabó, voy a hablar. Igual si supiera todo lo que iba a generar no lo hubiera hecho, porque tengo miedo de la mirada de los demás, que puedan pensar: a quién cree este que le importa. Hay un antes y un después de este libro; he vivido con mucha rabia, contra las cosas y contra mí. Pero hay que saber, hay que mirarse al espejo y vivir con lo que te ha pasado, si no, la vida es horrible”.
Todos los estudios acerca del abuso sexual infantil señalan que suele producirse en un entorno social cercano; las estadísticas dicen que en más del 80% de los casos los niños conocían al perpetrador, y por eso es frecuente que no revelen su daño hasta la edad adulta. Si es que finalmente consiguen hacerlo. Los mismos estudios apuntan que los casos de pederastia en el ámbito de la Iglesia causan un doble daño, ya que la familia mantiene con la institución una relación de confianza, el sacerdote tiene cierto poder espiritual sobre el niño y la familia, y se le impone a la víctima un pacto de silencio que se hace extensivo a su entorno más cercano. En el libro, cuando el niño consigue contarle a su madre lo que ha pasado, ésta va al colegio, pero lo único que hacen es pedirle discreción; el pequeño Alejandro va a seguir viendo, día tras día, a su agresor. Y además, a partir de entonces, su padre se convierte en una piedra que le asestará otro golpe. “Mamá había sido muy clara: no se podía volver a hablar con nadie del colegio de lo que había ocurrido, ese era el trato. El asunto estaba cerrado, así que decidí que lo mejor era esperar a que a papá se le pasara el asco”.
“Los niños están muy desprotegidos”, está diciendo el escritor. “Los padres quedan en estado de shock cuando reciben la revelación; es necesaria una figura que trate al niño y su entorno. Mi padre me detestaba, pero no le tengo rencor porque era un hombre educado así, no puedes pedir más. Yo rezaba cuando era niño para morir, no soportaba saber que había un día siguiente. Durante todos estos años he ido a terapia; era eso o abandonar. Todavía sigo yendo, porque, aunque crees que lo tienes todo, no estás bien, y necesito la vigilancia. Pero no todo el mundo puede permitírselo”.
Tras 45 años de terapia psicológica, solo a raíz de la declaración pública de lo sucedido el escritor pudo empezar a hablar de los abusos en sus sesiones, como si hubiera quitado un tapón, como si hubiese abierto al fin la ventana para dejar entrar un poco de aire. Por las páginas que escribió cruzan las secuelas en años de desconfianza, en la búsqueda errática del amor con sucesivas parejas que incluso le maltratan, en la vulnerabilidad y la culpa, en la constante tentación de rendirse. En la amputación emocional. “Y el silencio. El silencio siempre. Que no se enteren. No cuentes. Esto no se dice”. Y pese a todo, hay instantes de luz que puntean el libro, balsas amarillas a las que aferrarse y flotar. Ahora mismo, aquí en la presentación, el público se ríe con una anécdota que cuenta el escritor.
“La vida es salir de cosas horribles y reírte”, dice. “Yo lancé el mensaje de que este es un libro luminoso, porque no sé hacer otra cosa. Pero en mi vida falta un planeta que es mi madre y lo he escrito para contarle a ella todo esto, para decirle: este soy yo. Es un libro de un hijo a una madre, y es un viaje para que el lector vea cosas propias y entre adonde es muy difícil entrar”.
La mayoría del público asistente es lector de Alejandro Palomas (hace un rato lo preguntó Macarena Berlín y en casi todas las gradas se izaron las manos), pero casi nadie habrá leído aún el libro porque se presenta hoy. Y, sin embargo, se diría que todas estas personas que le están escuchando ya han visto esas cosas propias o cercanas y necesitan compartirlas, porque llega el turno de preguntas y un espectador pide la palabra para contarnos que tiene un hijo abusado; y después una mujer confiesa con la voz rota que su tío abusó de ella y que, tras muchos años de silencio y de sentirse sucia y culpable, pudo contarlo a su marido cuando se casó, pero entonces éste la maltrató; y después otra mujer expone el caso de una niña de nueve años que está siendo abusada por su padre desde los tres y la justicia no hace nada; y una chica mexicana pregunta cómo hay que reaccionar ante la confesión de un niño agredido; y la mujer elegante que se sienta a mi lado toma el micro para afirmar que probablemente en la sala haya muchas personas que lo han sufrido, que es un delito privado del que no se habla y esto hace que parezcan casos excepcionales, pero que es un problema social extendido que debería estar en alguna agenda política. De pronto, en el auditorio, es como si todo el mundo quisiese que alguien les diese una respuesta, que alguien hiciese algo. Y el escritor se remueve en la silla, seguramente sobrecogido como lo estamos todos.
“Yo sabía que esto iba a pasar”, dice, “y me alegro de que ocurra, porque no se ha creado un espacio para hablar de esto, la reacción es siempre el silencio y no hay un ámbito para estas voces desesperadas que necesitan ser oídas, que necesitan ayuda. En Francia se han denunciado 300.000 casos de pederastia en instituciones religiosas y aquí solo se han reconocido 250, no sé qué broma es esta. Pero estoy contento, porque creo que por fin he encontrado una vía para poder hacer algo, y que en tres o cuatro meses vamos a oír cosas, pronto”.
A principios de año, en pleno torbellino mediático tras desvelar en la radio las agresiones que había sufrido, Alejandro Palomas se reunió con el presidente del Gobierno para pedir medidas que acabaran con esta lacra. Así que quizá la primicia dé alguna esperanza a los que han hablado en este auditorio, que han compartido su drama y han tenido la valentía de reconocerse víctimas. Como explica el autor en el libro, no es fácil. “Las víctimas somos testigos de lo feo, esa memoria histórica no resuelta que tiene voz y que nadie, ni siquiera una legislación concebida para callarnos, puede obviar. No se nos quiere cerca porque aunque parezcas irreal, todavía hoy la naturaleza sexual del delito del que hemos sido víctimas avergüenza y provoca el rechazo en quienes están al otro lado de la barrera. Es un delito horrible, uno de los más espantosos, y oírlo y saberlo no nos gusta. No gustamos, las víctimas no somos bienvenidas. Incomoda y violenta oírnos hablar de los horrores que, a los cinco, diez o quince años, nos tocó vivir en manos de hombres y mujeres como los que ahora nos escuchan”.
En Esto no se dice, Alejandro Palomas va desgranando con minuciosa honestidad el daño sufrido y los años de silencio que vinieron después; es la memoria de un largo tiempo de nombre impronunciable. No es un libro fácil. Pero en sus páginas también están su madre, su abuela, sus hermanas, su vida en el campo y Rulfo, sus perros. Están las palabras, la redención de la escritura. Su madre, siempre, empujándole hacia arriba para que flote, aunque ya no esté. “Sobrevivimos, como sea pero sobrevivimos. La pulsión de vida que nos habita es demasiado animal, demasiado pura como para rendirnos ante un golpe no mortal. Solo la muerte puede con la vida. Para todo lo demás siempre está el duelo”.
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