Álex Rigola: «El mayor enemigo del pueblo es uno mismo»
“Uno mismo. Uno mismo con sus miedos. En ese balance entre la ética y nuestro ego, ahí está nuestro peor enemigo, que no es más que la propia cobardía”, sentencia el director de teatro Álex Rigola ante la pregunta de quién es el mayor enemigo del pueblo. Y es que este “yo temeroso” es el protagonista de su nueva propuesta escénica, ‘Un enemigo del pueblo’ (Ágora), en la que ha versionado la obra homónima de Henrik Ibsen. A partir de esta primera persona cobarde (con la que intenta representar a todos), crea un espacio en el que tienen cabida temas muy delicados que (quizá) necesitan una revisión a día de hoy: sufragio universal, libertad de expresión, ética…
Como primer experimento sociológico, la propia actuación se convierte en un ágora donde se rompe la cuarta pared y donde los espectadores votan y dan su reflexión en ciertos momentos. Con sus respuestas, dirigirán la línea de la obra. La obra estará en El Pavón / Teatro Kamikaze hasta el 7 de octubre con un elenco excepcional, compuesto por nombres como Irene Escolar, Nao Albet, Israel Elejalde, Óscar de la Fuente y Francisco Reyes.
¿Quién es el mayor enemigo del pueblo?
Uno mismo. Uno mismo con sus miedos. En ese balance entre la ética y nuestro ego, ahí está nuestro peor enemigo, que no es más que la propia cobardía. Evidentemente, en esto tiene que ver lo material. Pero no por la posesión, sino muchas veces por la necesidad. Esta es una de las grandes temáticas de Bolaño: apartar la mirada de una situación conflictiva.
Si somos nuestro peor enemigo, ¿cómo podemos afrontar dejar de serlo?
Perder el miedo y tener valores. O más bien recuperarlos. En este sentido la cultura es importante, ya que te pone en debate contigo mismo.
Este enemigo se concreta en que al final la individualidad pesa más que lo común, que no hay equilibrio entre los dos entes.
Sí. Se necesita un equilibro entre individuo y sociedad. Creo que ahí es donde tenemos que vivir. Pero desgraciadamente el sistema capitalista ha sabido cómo sacar lo peor de nuestro individuo para convertirnos en masa ausente. Sí que somos un grupo, pero que se mueve porque lo mueve el mar, no porque nosotros mismos tomemos los remos. A veces hay que remar a contracorriente, aunque sea agotador y peligroso.
Muchas veces resulta complicado dar forma concreta a estas palabras, ya que cada uno tenemos nuestros valores y nuestra ética. ¿Podrías dar una imagen más clara?
Yo no intento adoctrinar a nadie. Simplemente lo que me gusta es ser como un ácido que lo tiras en una disolución y ésta reacciona. Creo que estamos muy amuermados y que nos preguntamos muy pocas veces a nosotros mismos: nos quejamos, accionamos hacia fuera, pero nunca hacia el interior. La literatura y el teatro se centran mucho en esto, ya que son espejos más cóncavos o convexos de lo que somos. Nos llevan a preguntarnos sobre nuestra identidad, sobre qué tenemos que cambiar.
Uno de los ácidos que has utilizado en esta obra es el sufragio universal, un tema bastante sensible.
Es uno de los motores principales; como continuamente estamos poniendo en duda cómo está de pervertido el sistema democrático, creo que tengo que entrar en el meollo del asunto. Y aquí no podía faltar cuestionarnos el sufragio universal. En el propio espectáculo proponemos debates y es curioso como el público propone fórmulas para mejorar el sufragio universal que automáticamente hace que se convierta en una negación de éste. Pero, al mismo tiempo, al votarlo, casi todos los días ha salido sí al sufragio universal.
¿Cómo presentas estas preguntas en la obra?
Directa e indirectamente. Lo que hacemos también es poner en un conflicto ético al propio espectador. Hay unas votaciones que traerán unas consecuencias. Estas votaciones no las toman los personajes, sino la platea. Esto hará que la pieza tome una dirección u otra.
De esta forma, metes al espectador de lleno en la obra.
Es una necesidad que tengo desde hace tiempo. A mí, cada vez que me cuentan una ficción en el escenario, la mayor parte de las veces no acabo de entrar. Para mí, siempre que entro es cuando rompo la cuarta pared. Sin embargo, en el cine y en la televisión me lo creo todo si está mínimamente bien hecho. Uno de los puntos positivos sin duda del teatro es la posible relación directa con el público. Por eso creo que debemos hacerle partícipe. En este caso es una pieza que es política y la votación va relacionada. Sus propios votos nos van a tensar a nosotros como personajes.
Así, los protagonistas actúan más como personas que como personajes.
Esto es importantísimo. Desde hace tiempo defiendo que me interesan más las personas que los personajes; que los actores tienen que usar el texto para contarse a sí mismos. Quizá no tienen interiorizadas las mismas tensiones que exponen en la obra, pero siempre van a ser conflictos parecidos. Que los usen para contar cómo se sienten.
Esto hace que brote un teatro más arriesgado, pero también más libre.
Pero eso es bueno. Estar en presente es bueno. Eso se llama jugar. Normalmente representamos, nos sabemos el texto…, entonces ¿qué nos queda? ¿Qué necesidades tiene el actor cuando está encima del escenario? Si tú rompes la cuarta pared, ese espectador es nuevo cada día, no es tu compañero al que le das la réplica. Eso te crea una relación con el público muy diferente.
¿Por qué rescatar esta obra ahora?
Vivimos en un tiempo en el que hay un retroceso brutal sobre la libertad de expresión, sobre un sistema democrático muy partidista que creo que ha llevado a un agotamiento a parte de la población. Es un tema sobre el que creo que es importante reflexionar.
¿Es la obra motivo de la situación o la situación motivo de la obra?
Todas las obras son motivo de cómo yo me encuentro. Cómo yo me encuentro y, en este caso, cómo el propio teatro Pavón piensa. No por lo que esté viviendo personalmente. A mí siempre me ha sucedido esto: se me crean preguntas que me ayudan a reflexionar sobre ello.
Dentro de la obra aparecen continuamente ejemplos paralelos de la temática fundamental. Uno de ellos expone que si un teatro percibe subvenciones de un organismo político del que difiere completamente, debe ser crítico con el poder o doblegarse para seguir recibiendo el dinero. Una temática que tiene que ver mucho con la noticia que saltó hace poco de que el Teatro Kamikaze va a tener que abandonar el Pavón porque no le llegan las subvenciones que esperaban.
Estas tensiones las tenemos todos. Estoy seguro de que, a pesar de que te guste la tendencia del medio en el que publicas, hay algunas cosas que no te gustan. Y algunas las dices y otras las callas. A pesar de que haya esto, te parecerá que de manera global merece la pena éticamente. Uno entra en tensiones éticas cada día. Hablamos del Pavón porque estamos en este teatro. Uno toma opciones cada día y no siempre son las más éticas. Ahora vamos todos con mucho más cuidado. Pero hace unos años al escuchar un comentario machista lo más normal era pensar que el tío ese estaba tarado. A día de hoy, lo normal es pararlo, pero depende de quién sea te lo vas a pensar. Cada día entramos en conflicto con nosotros mismos.
Y nos mentimos.
Es la solución fácil. Buscar justificaciones que nos salven. Ser un héroe es imposible. De vez en cuando nos paramos a reflexionar y pensamos: ya podía haber hecho aquélla más pequeña y no ésta que me ha jodido el sueldo de cuatro años.
Comentarios
Por c, el 20 septiembre 2018
«Conocete, Vencete » Delfos
El poder corrompe a quien no busca conocerse y por eso fracasan muchas revoluciones y hay corrupcion eterna
Quien no busca conocerse intenta controlarlo todo
y atrae la infelicidad por doquier