Amos Gitai, trozos de vida frente al relato oficial

Rodaje entre las ruinas de Wadi Salib (Haifa). ©Thierry Nouvrille

Rodaje entre las ruinas de Wadi Salib (Haifa). ©Thierry Nouvrille

Rodaje de ‘Esther’ entre las ruinas de Wadi Salib (Haifa). ©Thierry Nouvrille

La poliédrica exposición que el Museo Reina Sofía dedica al cineasta israelí Amos Gitai se convierte en una parábola sobre cómo se escribe la historia oficial -necesitada de héroes- frente a cómo se componen las biografías personales, a base de renuncias y sufrimientos. Y cómo aprovechar el arma más poderosa: la creación de la memoria y de la palabra. 

“Hablo de mi lugar, hijo de mi madre Efratia nacida en Israel, hija de padres procedentes de Odesa en 1905; hijo de mi padre, nacido en Silesia, que se crió en Berlín. De un lado, Israel, del otro, Europa. He salido de esas dos posiciones, que merecen dos reflexiones”. Ese es el linaje, la línea de la vida del cineasta israelí Amos Gitai (Haifa, 1950) con el que se encuentra el visitante de la exposición. Las biografías de Amos Gitai en el Museo Reina Sofía de Madrid –puede verse hasta el próximo 19 de mayo- y sobre la que el comisario de la muestra, Jean-François Chevrier, afirma que se puede seguir como un perfecto caso práctico en la investigación sobre las formas biográficas del arte.

Amos Gitai narra su vida en estratos que se entrecruzan como anillos de un grueso tronco, capas geológicas que descubren los hilos tejidos por su padre, el arquitecto de Silesia, formado en la Bauhaus con Mies van der Rohe, y huido de Berlín en 1933, Munio Weinraub (1909-1970), y por su madre, Efratia Munschik Margalit (1909-2004), una mujer de izquierdas, psicóloga y maestra. Esa es la raíz, la biografía de Gitai, la tierra de Israel materna y el cosmopolitismo paterno.

Dividida en nueve espacios, la exposición del Reina Sofía tiene como hilo conductor fragmentos de algunas de las películas de uno de los cineastas más reconocidos del mundo (ha rodado más de 40 filmes entre documentales y ficción y su obra ha sido objeto de retrospectivas en el Centro Pompidou de París, en el MoMA de Nueva York o en el British Film Institute de Londres), junto a objetos, fotografías y planos arquitectónicos que despliegan la biografía personal del cineasta. Emociona, porque no abundan los retratos personales, contemplar sus fotos de niño de excursión con su clase en 1962. O levantar la vista y observar un móvil a lo Calder de plástico, metal y nylon, un trabajo práctico que Gitai realizó como estudiante en la Facultad de Arquitectura en Haifa en 1970, el año de la muerte de su padre y, por eso, al lado de la obra juvenil cuelga una alfombra tapiz con apariencia de Mondrian que su padre realizó en la Bauhaus.

Escribe Gitai en las paredes de la muestra una orden: «Que tu mundo no se quede fijo”. El suyo no lo está, sino que aparece repleto de muescas a cámara lenta, de mojones de fechas claves, como la del 11 de octubre de 1973 junto a una serie de dibujos del exorcismo. Son sus recuerdos de guerra, la de Yom Kippur en la que intervino, y ese día 11, como todos los malditos onces de después, era el día de su cumpleaños, cuando volvió a nacer al ser alcanzado su helicóptero por un misil sirio y se salvó de la muerte por los pelos. Biografía e historia se entrelazan como secuencias en un filme.

Fotografías de los decorados a color del set de 'Esther'. Archivo Amos Gitai.

Fotografías de los decorados a color del set de ‘Esther’. Archivo Amos Gitai.

El padre y la madre, el tronco de Amos Gitai. Dos de sus últimas películas, Carmel (2009) y Lullaby to My Father (2011), son dedicatorias íntimas a sus progenitores. Cuando estrenó Carmel, “un poema sobre los seres humanos”, publicó las cartas-río escritas por Efratia entre 1929 y 1994, y cuando estrenó “la nana para mi padre” (Lullaby to My Father) escribió la biografía del padre y el significado hebreo del cambio de apellido de Weinraub a Gitai.

La influencia de su madre aparece en cada sala, aquella escritora pertinaz que nunca dejó de remitir cartas a su hijo y quien, sin saberlo, le dio el arma de la creación. Fue Efratia la que en 1972 le regaló su primera cámara súper 8 y con ella comenzó a rodar, tras aparcar la arquitectura en Israel para no “contribuir a la colonización de los territorios ocupados” [conversación de Jean-François Chevrier con Amos Gitai].

El paisaje tan bello de Israel, el monte Carmelo de su madre, es su hábitat. Haifa, su querida Haifa, su poema visual. En Esther, la película rodada en las ruinas del antiguo barrio árabe Wadi Salib donde vivieron los palestinos hasta la guerra de 1948, el protagonista es ese lugar. Allí, entre ruinas cubiertas de mala hierba, es donde Gitai cuenta la historia biblíca de Esther y Assuerus.

En otras ruinas, las de Wadi Rushmia, transcurre House, la película que rodó en 1980. «Yo tenía 22 años y estudiaba arquitectura. Ese año experimenté urbanísticamente con varios recorridos, cada uno de los cuales trazan un nuevo corte en la ciudad. Así descubrí realmente Haifa. Un día llegué a ese lugar, Wadi Rushmia, que no conocía nadie. Era una especie de enclave. Hallé unas comunidades de personas que reciclaban los desechos de la ciudad, trozos de metal, madera, y con ellos construían sus viviendas”. Gitai ha regresado a Wadi Rushmia una y otra vez en varios documentales. La sombra de ese no barrio le ha perseguido con la idea de la destrucción del paisaje y la visión del conflicto entre palestinos e israelíes. “Haifa», le dice Gitai a Chevrier, «nunca ha sido realmente judía. La población original era árabe, palestina. Haifa tiene muchas ventajas sobre cualquier otro lugar de Palestina. Con la instauración del mandato británico, la ciudad se convirtió en en el gran enclave portuario, industrial y proletario, y aún hoy las comunidades judía y árabe coexisten un poco mejor que en otras partes. Un detalle significativo lo refleja bien; en Haifa los transportes colectivos funcionan el sábado, el día del Sabbat”.

La biografía se detiene en Haifa, donde su padre proyectó más de 8.000 viviendas. Herencia y resistencia. Tierra y trabajo. Como en las Preguntas de un obrero que lee, el poema de Beltrod Brecht: ¿Quién construyó Tebas,  /la de las Siete Puertas? / En los libros figuran sólo los nombres de reyes. / ¿Acaso arrastraron ellos / bloques de piedra? / Y Babilonia, mil veces destruida, / ¿quién la volvió a levantar otras tantas? / Quienes edificaron la dorada Lima, / ¿en qué casas vivían? / ¿Adónde fueron la noche / en que se terminó La Gran Muralla, sus albañiles? / Llena está de arcos triunfales / Roma la grande. Sus césares / ¿sobre quiénes triunfaron? / Bizancio tantas veces cantada, / para sus habitantes / ¿sólo tenía palacios? / Hasta la legendaria / Atlántida, la noche en que el mar se la tragó, / los que se ahogaban pedían, bramando, ayuda a sus esclavos. / El joven Alejandro conquistó la India. / ¿Él solo? / César venció a los galos. / ¿No llevaba siquiera a un cocinero? / Felipe II lloró al saber su flota hundida. / ¿No lloró más que él? / Federico de Prusia / ganó la guerra de los Treinta Años. / ¿Quién ganó también? / Un triunfo en cada página. / ¿Quién preparaba los festines? / Un gran hombre cada diez años. / ¿Quién pagaba los gastos? / A tantas historias, / tantas preguntas».

Vista de una de las salas de la exposición de Amos Gitai. ©Museo Reina Sofía.

Vista de una de las salas de la exposición de Amos Gitai. ©Museo Reina Sofía.

En House, el hilo de Ariadna se hace nudos, se rompe. La dureza de las imágenes, los comentarios de los albañiles que trabajan para Israel: “Les odio tanto como ellos a mí. Nuestra religión dice ojo por ojo y diente por diente. Cuando veo que han destruido mi casa, les odio”, le valió el primer desencuentro con el Estado de Israel. Intervino la censura, pero Amos Gitai volvió a la carga con Journal de campagne (1982). La ruptura se consumó. “Israel necesita una cura profunda”, asegura. “Los israelíes han fragmentado el territorio de una manera irreversible. La opción de los dos Estados ya sólo existe en los discursos diplomáticos; en el terreno se ha convertido en imposible”.

Ya en el hoy, la exposición termina. El presente no son recuerdos. Se ve en sus películas, en el rostro de sus actrices cuando lloran, se emocionan en parábolas que cuentan sin nombrar. Amos Gitai vive en París y recuerda, siempre recuerda. Una biografía emocionante, rica, que sugiere debates intelectuales intensos. Abre la mente.

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