Ana Casino: “Es fundamental la voz contundente de los científicos”

Ana Casino, directora del Consorcio de Entidades Taxonómicas Europeas, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, Madrid. Foto: Rosa M. Tristán.

Los museos de ciencias naturales de toda la Unión Europea hace años que decidieron dejar de ir por libre y asociarse para compartir investigaciones y conocimiento, pero también para que su voz se oyera más alto ante la crisis de biodiversidad que empobrece nuestro mundo. Son muchos miles de investigadores los que están hoy agrupados en el Consorcio de Entidades Taxonómicas Europeas (CETAF, por sus siglas en inglés), que agrupa a 81 instituciones y tiene su sede en Bruselas. Desde 2013, la española Ana Casino es su directora ejecutiva. Con motivo de la celebración hoy, 3 de marzo, del Día Mundial de la Vida Silvestre, publicamos la entrevista que le hicimos en Madrid 

“Fue hace 25 años cuando 10 museos europeos, reunidos en Madrid, vimos que teníamos problemas compartidos y mensajes que no éramos capaces de hacer llegar y vimos que era necesario crear una entidad que facilitara estar en contacto, generar comunidad”, explica Casino, que convocó una reunión en otoño en Madrid, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales.

¿Por qué era necesario un encuentro internacional en Madrid?

Muchos de los que nos reunimos, pese a ser miembros de CETAF, no se conocían antes personalmente. Ha sido la primera vez que nos reuníamos para hablar de la ciencia. Además, teníamos una estrategia que acaba en 2025 y era preciso aprobar una nueva, vigente hasta 2030. Es importante porque estamos viviendo una gran crisis por la pérdida de biodiversidad. El impacto del cambio climático, con o sin Donald Trump en el gobierno de Estados Unidos, es evidente. También las empresas lo están viendo. Pero no ocurre igual con la biodiversidad, que no tiene tanta voz. Y los museos tenemos que decir alto y claro que la pérdida de biodiversidad nos lleva al colapso, que este planeta no da más de sí y que cuando hablamos de pérdida de especies no es solo que dejemos de ver un insecto, es que estamos perdiendo con él todo un ecosistema y sin ese ecosistema, el reciclaje en la Tierra no funciona. Y tampoco va a funcionar con la inteligencia artificial. Solo lo hace con recursos naturales, así que hay que preservarlos. Los museos de ciencias naturales deben tener un papel en todo esto. Estas instituciones tienen la información, los datos y las colecciones y deben decir de forma contundente qué es lo que está pasando y proponer soluciones.

Esta estrategia nueva que han aprobado ¿en qué cambia respecto a la anterior, visto cómo se acelera esta crisis de biodiversidad?

En realidad, no es un cambio, sino que se consolida el papel de los museos de cara a implementar unas políticas y a generar otras nuevas. Hay tres ejes sobre los que nos movemos. Uno es crear y sostener la experiencia y conocimiento en torno a las colecciones que tenemos y que son el reflejo de la biodiversidad en este planeta. Hoy se necesitan personas expertas que sepan identificar qué especies son prioritarias o cuáles son las invasoras y, a la hora de recuperar especies, señalar cuáles son las que hay que elegir. Sabemos, por ejemplo, que una prioridad son los polinizadores, porque en torno a ellos se puede recuperar un ecosistema entero. Eso requiere generar nuevas generaciones de taxónomos, investigadores que estudien estos asuntos.

¿Hay un hándicap de profesionales dedicados a este tipo de investigaciones?

Lo que necesitamos primero es una carrera profesional, es decir, que existan puestos de trabajo para estos especialistas más allá de instituciones como los museos. Los expertos en taxonomía ya trabajan en museos de ciencia con las colecciones, en proyectos científicos, pero también son muy necesarios en otros lugares, como en las aduanas para colaborar contra el tráfico de especies, o en las empresas. Tenemos una directiva europea que obliga a que las compañías informen de qué mejoras están haciendo desde el punto de vista ambiental en su entorno. No se trata de los informes de impacto ambiental de su actividad, sino de que tienen que mejorar lo que está a su alrededor y eso es otro campo para esta especialidad, porque para poder hacerlo primero hay que saber qué es lo que hay.

Decía que son tres ejes estratégicos. ¿Alguno de ellos tiene que ver con el asesoramiento a quienes toman las decisiones políticas?

Es muy importante tener en cuenta que en los museos europeos compartimos, gracias a CETAF, una información muy valiosa. Como parte de nuestra estrategia, todos los datos científicos, que son reales y homogéneos, se comparten, aportando un conocimiento muy valioso, una colaboración que sería nuestro segundo eje. Y el tercero tiene que ver con esa pregunta: queremos que todo ello sirva de base científica para que los políticos tomen decisiones informadas. Es decir, si en la UE se decide rebajar la protección de una especie como el lobo, que sea porque la ciencia ha comprobado que el nivel de población de esa especie que hay en Europa lo permite. Somos nosotros los que lo sabemos.

¿Hoy existe ese canal directo de la ciencia con los políticos comunitarios?

No como debiera. Es verdad que tenemos gente colaborando en la Comisión Europea y que intentamos que quienes deciden tengan toda la información, pero queremos hacerlo de forma más consolidada y directa. Por ejemplo, a nivel europeo hay un plan de monitorización de los polinizadores. Todos los países comunitarios, y también algunos asociados que se han sumado, deben tener sus planes o estrategias para su conservación y recuperación. Sin embargo, sin la experiencia de los taxónomos es imposible porque ¿cómo se va a identificar si una población sube o baja sin una persona que controle las especies? Con las mariposas es fácil distinguir unas de otras, pero no lo es con las abejas. Es preciso contar con una base científica fiable. Como CETAF, estamos en el proceso de participar en ese monitoreo. El acuerdo Kunming-Montreal para preservar la biodiversidad, alcanzado en la Cumbre de la Biodiversidad de 2022, la COP15, nos dice que es importante el control para conocer la situación real de las especies en crisis y revertir la tendencia con medidas concretas.

Esos deseos de asesoramiento científico chocan con una realidad en la que la ciencia parece estar perdiendo espacios. El propio editor de la revista ‘Science’ ha alertado de que vamos a vivir tiempos difíciles en este sentido. Y en la UE se ha rebajado, precisamente, la protección del lobo y se han relajado las medidas para proteger la biodiversidad por presiones del sector agrario…

Somos conscientes de que, si no nos mantenemos alerta, el espacio que tenemos lo ocuparan otros sin ninguna base científica. Y se aprovecharán de las redes sociales, sobre todo de X, porque ya sabemos quién la dirige. Por eso es fundamental tener una voz contundente y que existan organizaciones como CETAF. Ya no es un museo el que alerta de algo, sino todos los museos europeos y, detrás de ellos, todos sus científicos. Esto enlaza con un cuarto pilar: debemos trabajar por una mejor educación de la sociedad en lo relacionado con la biodiversidad. Hay que lograr transmitir que no es un asunto baladí, sino que influye en la salud humana, el futuro, la economía, incluso en las emociones. Cuando hablamos de la importancia de vivir en paz con la naturaleza es porque estamos viviendo de espaldas. Es verdad que podemos beneficiarnos de los recursos naturales para vivir, pero necesitamos que la ciudadanía esté informada con datos reales de los impactos. Como museos generamos conocimiento y una voz pública, pero además tenemos la confianza de la ciudadanía, después de 400 años acumulando conocimiento, que es clave para avanzar.

Sin embargo, poca gente sabe lo que hace un taxónomo, ¿qué hacer para que se conozca más su función social?

Estamos en ello y hemos creado el Día del Reconocimiento de la Taxonomía, una fecha en la que abrimos las colecciones de los museos para que la gente sepa qué es identificar una especie o para qué sirve. Coincide con el cumpleaños de Carlos Linneo, el 23 de mayo. Se trata de mostrar que las colecciones no son esos insectos puestos en una vitrina con alfileres, sino que tienen historias que contar. Algunas especies nos dicen que hace 200 años eran abundantes y que ahora no existen, con otras podemos averiguar los beneficios que supondría recuperarlas o las consecuencias que tienen cuando son invasoras. No podremos modelizar cómo será el futuro sin saber qué es lo que tenemos. Transmitirlo es fundamental.

¿Cuántas especies pueden tener en las colecciones de todos los museos europeos? ¿Y cuántas podrían haber desaparecido?

Sabemos que entre los 81 asociados acumulamos unos 1.500 millones de especímenes y que juntos representan el 80% de la biodiversidad descrita en el mundo. Es decir, no solo hay ejemplares de Europa, sino de todos los lugares del planeta, en gran parte porque en todo el mundo hubo colonias. Lo que no sabemos es cuántas están extintas. Hay que tener en cuenta que a nivel mundial sólo está descrita un 10% de la biodiversidad que existe y que incluso muchos de esos especímenes en colecciones aún no lo están. Por eso necesitamos expertos, no para irse por ahí con un cazamariposas, sino para hacer análisis con novedosas técnicas de ADN, para trabajar con la IA… El informe de IPBES [Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas] de 2019 señaló que había un millón de especies en el mundo en peligro de extinción, a diferentes niveles. En 2025 se espera su revisión y ya se habla de que la cifra podría doblarse. Los científicos aventuran que pueden ser dos millones, teniendo en cuenta que no llegamos a todos los sitios.

Con esta realidad, ¿qué opina sobre los resultados de las últimas cumbres mundiales donde se habló de estos temas, como la de octubre en Cali?

Esperábamos que la negociación política no diera la espalda a la ciencia, pero, tras la falta de un documento final, nuestra conclusión es que debemos aumentar nuestra capacidad de fuerza, no tirar la toalla. Por ello, vamos a ir a más, estar en más foros, ser más contundentes. La forma de encarar el futuro es transformar a la ciudadanía, cambiar conciencias, compromisos, actitudes. También debe revisarse el motor económico, las estructuras económicas actuales. Las nuevas generaciones nos lo están demandando. Una encuesta reciente decía que una gran mayoría de los jóvenes europeos prefieren una vida saludable a una proyección profesional, que quieren vivir en un entorno sano, con una vida familiar con conciliación positiva.

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