Ana Etchenique: “Es crucial llegar a los jóvenes, pero sin fundamentalismos”

Ana Etchenique, presidenta de la Confederación Española de Consumidores y Usuarios (CECU).

Ana Etchenique, presidenta de la Confederación Española de Consumidores y Usuarios (CECU), lleva décadas batallando por promover las compras responsables y la responsabilidad de las empresas. Fundadora del movimiento Attac en este país y miembro del Patronato de FSC España , hoy se debate entre la necesidad de ser optimista para trabajar por el futuro y una realidad que se empeña en poner “zancadillas” a cambios que cada vez son más urgentes. En esta entrevista, analiza la velocidad desorbitada a la que están cambiando las cosas, sin tiempo para la reflexión, y ofrece algunos caminos de salida en semejante encrucijada.

¿Cómo calificarías el momento que estamos viviendo?

Es muy delicado, porque tenemos tantos frentes que estamos desbordados. Antes, podíamos confiar en la información y formarnos un criterio, pero ahora esto se ha complicado. Se nos bombardea de noticias que al final permiten la manipulación. Es muy grave, sobre todo por los jóvenes, que solo pueden conseguir informarse dentro de un modelo que es el que promueven personajes como Elon Musk.

¿Cómo nos afecta el cambio como consumidores?

Hemos perdido derechos como ciudadanos y como consumidores. Ahora se compra por internet sin obtener las explicaciones correctas de lo que se adquiere, complicando el sistema de las reclamaciones tanto que al final nos falta tiempo para hacerlo. Al final, estamos atrapados y más desprotegidos.

¿Ha cambiado mucho el perfil del consumidor en los últimos años?

Sí ha cambiado, aunque en lo fundamental la gente sí quiere siempre comprar bien. Lo que pasa es que el precio es importante y, aunque se quiera comprar productos sostenibles y ecológicos, si son caros, es imposible para una mayoría. Por eso en CECU estamos en la Alianza por la Justicia Alimentaria, porque no puede ser que sólo coman sano los que tienen dinero. Hay otras opciones, como los grupos de consumo, pero requieren ser muy militantes. También hay una parte de la sociedad a la que no le importa nada de lo que está pasando…

Dices que te consideras optimista, pero con este panorama ¿dónde encuentras la energía para serlo?

Tengo mucha confianza en la gente joven. Por ello considero crucial llegar a los jóvenes y hacerles comprender que son necesarios los cambios, pero utilizando experiencias, sin planteamientos fundamentalistas que generen rechazo, sin demonizar algunas cosas como se ha hecho a veces. Además, hay que conseguir que rija a nivel general el principio de precaución, es decir, que no se pongan en el mercado productos con tóxicos que, una vez que los compras, hay que retirarlos. Acaba de pasar con los utensilios de cocina de silicona: primero nos inundan de ellos y ahora resulta que son dañinos. ¿Qué hacemos con ellos?

¿Cómo ha sido la evolución de CECU en este nuevo escenario?

Tenemos un nuevo director, David Sánchez, muy centrado en los consumidores. Recientemente se nos acaba de incorporar el Sindicato de Inquilinas, y eso es una gran noticia. La pena es que seguimos teniendo pocos asociados. Hay un nivel de individualismo social muy alto. Se nos asocian personas cuando les surge un problema para tener asesoramiento y luego se borran. Si queremos avanzar, hay que encontrar un gancho para potenciar lo colectivo. En temas como la vivienda sí que se ve más compromiso. En CECU también nos preocupan las nuevas tecnologías y queremos llegar a influencers que tienen un público joven que descubre el medio ambiente con ellos. Y, por último, vuelvo al principio de precaución: hay que pensar qué futuro queremos, porque nos hemos convertido en la sociedad de lo inmediato.

Un caso claro es usar las nuevas tecnologías para consumir ‘on line’…

El impacto de estas compras está siendo mucho más rápido que los análisis de las consecuencias. Hay personas que hoy compran por la red hasta tres vestidos para ver cuál llega antes y luego devuelve dos porque hacerlo es gratis. Es frívolo, una absoluta falta de respeto al trabajo. Y luego está la paquetería, que es tremendo que no sea reutilizable. Hoy no hay papel para libros, porque se gasta en cartón de embalaje. Es un vivir al día sin sentido.

Ahora que mencionas el papel, éste es un tema que preocupa mucho en una organización con la que colaboras, FSC, que trata que proceda de bosques sostenibles.

Es gratificante poder aportar en este asunto. Cada vez son más empresas las que colaboran y eso es bueno. También creo que hay que legislar más, porque hay que impedir comprar mal. En realidad, el mundo de la economía es el del dinero especulativo, no el real. Una vez estuve en una junta de accionistas de una gran compañía y comprobé cómo se mueve la gente que solo busca ganar más y que se conforma con un postureo ambiental.

Desde el consumo, ¿podemos cambiar esta forma de moverse el mundo?

Podremos si aumenta la conexión que tenemos con la naturaleza. Todos sabemos lo que es un bosque, comprendemos su importancia como símbolo de la vida. Con el certificado FSC se avanza porque a todo el mundo le gustan los árboles. Pero en otros asuntos, como el cuidado de la tierra, es más difícil concienciar. Además, son iniciativas basadas en la confianza, que hay que trabajársela. Otro logro importante fue conseguir un único sello ecológico para toda la Unión Europea, porque facilita mucho las cosas a la hora de comprar. También es evidente que es un reto alimentar una ciudad de muchos millones de personas con calidad. Estamos mal repartidos y, además, mal informados e inmersos en una cultura capitalista hipertrofiada, con un crecimiento salvaje que se denomina mal como desarrollo. Y tampoco son buenos tiempos con los Trump, Milei o Erdogan, con los intentos de acallar a la ciencia.

¿Por dónde habría que empezar entonces para lograr tener un consumo crítico y responsable con el planeta y con los derechos humanos?

El primer paso es la educación. Durante mucho tiempo trabajé con niños y adolescentes, y es ahí donde todo empieza. También habría que promover canales de comunicación que sean intergeneracionales. Ahora, cada generación tiene los suyos y eso genera una fisura que no ayuda. Ahí, las tecnologías son una herramienta poderosa, pero tienen que estar bien manejadas.

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