Ana Rujas: fue ‘La Mesías’, ahora es ‘La otra bestia’

La actriz Ana Rujas interpreta ‘La otra bestia’ en Nave 10, Matadero Madrid.

Ana Rujas interpreta hasta el 2 de febrero en Nave10 (Matadero Madrid) ‘La otra bestia’, la adaptación homónima de su poemario ublicado en Penguin Random House. En ella se puede admirar su talento como actriz y como creadora, su gran capacidad de trabajo… y la bendición y peso de su belleza.

Cada creador tiene sus temas. Por lo general no son muchos, dos o tres –en ocasiones incluso uno solo–, aunque con frecuencia se escondan bajo argumentos que puedan ser muy distintos o incluso que parezcan contrapuestos.

No hace falta analizar en profundidad la carrera de Ana Rujas (Madrid, 1989; de Carabanchel) para identificar los suyos y para constatar la evidencia de que han jalonado su recorrido vital y profesional. La belleza (incontestable al admirar su rostro) como una bendición y como una carga es uno de ellos. Pero también lo es la juventud o el comienzo de su pérdida y, sorprendentemente para quien no contemple el universo de los Javis al que ella pertenece: la religión (es una de las protagonistas de La Mesías). Todos ellos salen a escena con La otra bestia, la adaptación dramatúrgica de su poemario homónimo a cargo de los también directores José Martret y Pedro Ayose.

“Querida, estamos en una edad que nos sitúa, exactamente, en el epicentro de la catástrofe”. La frase la dirigió Mercedes Abad a Almudena Grandes y encabezó la novela de esta última Atlas de geografía humana. Eso es en cierta medida lo que le pasa a Sara (álter ego de Rujas y protagonista de la función), que está en el epicentro de la catástrofe: la lleva dentro y pugna por salir de ella como si su cuerpo necesitara un exorcismo. La otra bestia a la que alude el título es esa furia, ese deseo por atrapar una juventud que se le empieza a escapar y que encuentra en las camisetas de algodón sin mangas de un chaval (encarnado por Itzan Escamilla o Teo Planell) mucho más suave que ella, que vive en un piso mucho peor que el que ella comparte con su pareja y que tiene una moto que no vemos pero que funciona como una metáfora evidente de su miembro viril, al que tampoco vemos.

La lucha entre su deseo por aferrar al muchacho compite con Marc (Joan Solé), la pareja estable de la protagonista, en la cuarentena. En la hipotenusa de este triángulo el cuerpo de Eva/Rujas actúa como oficio y como templo, como consagración y traición, en un clímax de 85 minutos del que la actriz no se baja, pero en el que consigue no llegar a la sobreactuación (muy en la línea de Angélica Liddell), quizá porque es eso lo que esperamos de ella, lo que queremos ver cuando nos sentamos para admirar a la protagonista de Cardo sobre la tablas: que nos demuestre que más allá de su belleza es una espléndida actriz y creadora.

El texto, si bien evidencia su origen poético, no llega a empalagar –más allá de las totalmente innecesarias referencias religiosas, alguna muy mística, a lo Jonás Trueba en La Virgen de Agosto– con fragmentos magníficos (“hay suciedad en tu pulcritud”) que evidencian la pelea entre la belleza y lo intelectual, en una evidente lucha de clases que recorre toda la representación y que colocan al personaje en una situación de vulnerabilidad respecto a su pareja: un arquitecto de clase alta, alguien de quien intuimos una vida fácil que le hace incapaz de entender que haya algo o alguien que pueda romper la seguridad en su relación de pareja.

Todo este cóctel –repasemos: la dicotomía de la belleza, la lucha de clases, la religión, el triángulo amoroso– se nos cuenta no sólo sobre la escena, sino sobre una pantalla que perpetuamente irá ofreciendo al público primeros planos de lo que acontece, narrados en streaming por la cámara de Alicia Aguirre (merecedora de un gran aplauso al término de la representación). La belleza de sus imágenes es inmensa, y la destreza de la cámara magnífica, pero ahora sí totalmente empalagosa, sobre todo si uno tiene la suerte de sentarse en primera fila y no tiene dificultades para ver a los actores.

Para eso mejor está el cine y no tanto el teatro.

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