Angélica Liddell oficia su propio funeral tras pactarlo con el diablo
El Festival Temporada Alta de Girona estrenó el pasado sábado 18 de noviembre ‘Vudú’ (3318) Blixen, el nuevo espectáculo de Angélica Liddell, un extenuante ritual de belleza y horror en una travesía tenebrosa y tremendamente evocadora de cinco capítulos, cuatro entreactos y casi seis horas de duración. Tras semejante maratón emocional y estético, el público que abarrotó el Teatro de Salt aplaudió entusiasmado esta nueva entrega de la ganadora del Premio Nacional de Literatura Dramática que en 2017 fue nombrada Chevalier de l’ordre des Arts et des Lettres por el Ministerio de Cultura de la República Francesa. El espectáculo podrá verse en Condeduque en Madrid el próximo febrero.
Palabras de la propia Liddell, que además de interpretar firma el abundantísimo texto, la dirección y la escenografía del espectáculo: “Encomendada a Isak Dinesen, Maya Deren, Hermann Nitsch y Bach, poniendo a prueba el poder mágico de los deseos y los ritos, presento este itinerario fatal hacia mis propios funerales, invencible e inevitable, a causa de un error fatal o contra un destino”.
Así son los cinco capítulos de Vudú (3318) Blixen. Las particulares cinco fases del duelo descritas en este espectáculo, que se convierte en un viaje desde el amor hacia la muerte plagado de palabra, poesía visual, música, contradicciones, referencias y mística salvaje y en el que la creadora Angélica Liddell comprime su personal universo creativo que lleva asombrando y golpeando al público desde principios de los 90.
Capítulo primero: ‘No me abandones’
La negación es un torrente imparable de negritud y desastres que sangra a borbotones por la herida del desamor. Y así empieza Angélica Liddell su espectáculo, vestida de rojo, y cantando una perturbadora versión de Ne me quitte pas de Jacques Brel sobre un lecho de claveles blancos tejido por ella misma. Y a lo que asistimos, durante esta primera hora, es al inconmensurable dolor de un ser humano devastado. A la onda expansiva de un desamor que detona en su vida sin ningún atisbo ni posibilidad de resiliencia ni redención.
Y para exorcizar ese dolor decide nombrarlo. Hacer un pacto con el diablo. “Pactamos con el diablo a fin de que nos otorgue el don de la palabra (…) El diablo me ha prometido una obra, a cambio debo desear la desgracia de una persona todos los días de mi vida. He de entregarle a alguien en sacrificio”, dice Liddell sobre el escenario. Y así el trágico error de sus últimos cinco años, el sujeto de ese terrible fracaso amoroso, se le mostrará al espectador en una inabarcable sucesión de versos libres. Los disparará hacia el patio de butacas en una ceremonia del verbo y sus contrarios. En la que el amor y el odio tenderán a convertirse en la misma cosa vista a través del espejo, así como el silencio de Dios será la tinta con la que se rubrique el contrato con el maligno. Y esta tónica del yin y el yang, de lo oscuro y lo brillante, de la dualidad y la no dualidad, informarán todo el espectáculo. Porque no puede haber muerte sin vida, noche sin día, ni la amenaza de la nada sin la promesa del paraíso.
Suena el número de apertura de La pasión según San Juan, de Bach, la turba arrepentida que anuncia el episodio de la persecución y muerte de Cristo. Y la escuchamos recitar a gritos, como una loca, el Ave María más irreverente y hereje que pueda imaginarse, y maldecir al amor y al abandono en una letanía de comparaciones imposibles o a través de la historia de un perro que aún desollado y en carne viva mantiene la fuerza suficiente para follarse a una perra “subnormal” de nombre Nefertiti.
Y en esa ceremonia de la enajenación mental escuchamos la misa de réquiem más famosa de la historia de la música, la inacabada de Mozart, pero también un himno de los enamorados de la canción francesa Et si tu n’existais pas, de Joe Dassin. “Y si tú no existieras / Dime, ¿por qué existiría yo? / Para deambular el mundo sin ti / Sin esperanza y sin pena”. Una vez más la colisión de la contradicción: Liddell nos enseña su locura, pero también su lucidez que, en un guiño final, arroja al público como quien tira un hueso a un perro: “Para ser la reina de los gritos me basta un trocito de corona. Ojo de loca no se equivoca”.
Capítulo segundo: ‘Llegó la hora’
La ira, contra todo pronóstico, se expresa en prosa y con la inquietante cordura de la calma que precede a la tormenta. Un paño de terciopelo rojo sobre una silla flanqueada por una gigantesca bola de demolición, un soplete y una gallina muerta en un cojín. Todo sobre un lecho de claveles rojos tejido por ella misma. Tras derretir parte del metal de la bola con la llama del soplete, la artista se sienta, cruza las piernas y comienza su acto de venganza: el largo retrato sosegado y terrorífico de ese amante de personalidad narcisista, experto en violencia psicológica que la abandonó “en silencio, sin decir una palabra, como se abandona a los perros”.
El relato extenso y pormenorizado de una relación tóxica en la que Liddell muestra toda su capacidad literaria para continuar bajando a los infiernos cuando el público todavía cree que ya había tocado fondo 10 minutos atrás. “De qué sirve sobrevivir al invierno si después de él no queda nada”.
Y ese relato que declama como si fuese una amiga al otro lado de una mesa en una cafetería frente a un café con leche terminará con la artista retorciéndole el cuello a la gallina blanca hasta separar la cabeza del cuerpo con sus propias manos. Las mismas que cortarán las barbas de un hombre y el cabello de una mujer y sujetarán esos trofeos rituales mientras canta El novio de la muerte en la embocadura del escenario: “Soy un hombre a quien la suerte / hirió con zarpa de fiera / soy un novio de la muerte / que va a unirse en lazo fuerte / con tal leal compañera”.
Capítulo tercero: ‘Asteroide (3381) Blixen’
La negociación se lleva a cabo sin que se pronuncie una sola palabra. Este tercer capítulo es onírico, como si fuera el eje del espectáculo, el propio espejo que refleja su contrario. El cisne negro de El Lago de los Cisnes de Chaikovski que Liddell también utiliza como parte de la banda sonora de esta gigantesca propuesta.
Su título hace referencia a la escritora Karen Blixen que solía utilizar el seudónimo de Isak Dinesen y de la que se dice que también firmó un pacto con el diablo para lograr el triunfo literario. En 1985, desde un observatorio en Dinamarca, se descubrió el asteroide 1985 HB que más tarde recibió el nombre de (3381) Blixen en honor a la autora de Memorias de África.
Desfilan por el escenario imágenes que en ocasiones interpelan al texto que ya hemos escuchado o al que está por venir. Guacamayos multicolores vuelan por el aire como preludio. Sobre lo que podría ser una luna llena lorquiana, o el propio asteroide, se proyecta Divine Horsemen, de Maya Deren, una película que nos muestra algunas de las prácticas del vudú haitiano. Gallinas a las que los oficiantes retuercen el pescuezo y se retuercen en el suelo en sus últimos estertores; una cabra abierta en canal que vierte su sangre sobre una especie de celemín de madera. Un hombre en calzoncillos convulsiona sobre un manto de lo que parece arroz que la propia Liddell esparce por el escenario acuchillando unos sacos con la violencia con la que lo haría una amante despechada. Cinco mujeres desnudas, con la cara pintada de negro, simulan comerse a ese hombre. ¿El traidor devorado por sus amantes?
Suena el motete de Mozart Ave verum corpus como himno eucarístico, pero también la banda sonora de Georges Delerue de la película Lo importante es amar, del director polaco Andrzej Zulawski. Ese triángulo de amor absolutamente enloquecido y delirante que protagonizan una mujer, su marido y su amante. Tal vez sean los que vemos también en escena: ella vestida de novia y él, mucho mayor que ella, en una silla de ruedas.
Un hombre ataviado con un Shtreimel, el sombrero confeccionado generalmente con armiño teñido de negro que visten, sólo en Shabat, los judíos ultraortodoxos casados, cruza el escenario levantando en una mano una bicicleta infantil y llevando de la otra a un niño con una corona de espinas. El mismo infante que yacerá bajo una sábana blanca y al que Liddell simulará apalear hasta la muerte utilizando el contundente trozo de una rama de árbol. Y todo termina en una orgía de sangre, en la réplica de una de las obras de Hermann Nitsch, el artista austriaco multidisciplinar de vanguardia que utilizaba sangre y vísceras de animales para algunos de sus cuadros e instalaciones y del que escucharemos un fragmento de su novena sinfonía también llamada El egipcio. Chorretones de sangre ocupan las paredes del escenario donde casi se recrea una de sus instalaciones declaradas como sacrílegas mientras suena su música ruidosa, incómoda e ingrata.
Capítulo cuarto: ‘Madrid, Navidad 2022’
La depresión es un estado a medio camino entre la realidad y la ficción. “Era tan bella que se tiraban de los balcones por no poder tenerla”. En este capítulo Liddell utiliza el suceso real de dos primos que desaparecieron en Madrid, en Carabanchel, en la Navidad de 2022 y a los que encontraron muertos en un vertedero en Toledo. Allí vivía la novia del mayor, Fernando, de 17 años, que junto a Ángel, de 11, se fugaron de un supermercado el 10 de diciembre para, presuntamente, visitar a Lucía, la amada del adolescente. Cámaras de vigilancia los sitúan a ambos en aquella localidad donde creen que se introdujeron en un contenedor de basura para protegerse del frío. Pese a las sospechas de que una tercera persona, de la familia de Lucía, hubiera intervenido en la muerte de los menores, el sumario concluyó que todo se debió a un fatal accidente.
Tiene justificación el giro dramático puesto que, en su delirio, la artista creerá que el cuerpo de Ángel, el menor de los chicos, era el portador del alma de su amante odiado. Y caerá entonces en la cuenta de que, muerto su amante, ya no podrá vengarse, ni maldecirlo día tras día y, por lo tanto, su pacto con el diablo quedará sin efecto y no podrá escribir la magistral obra a la que asistimos.
Pero una vez más habrá un envés de esa moneda. “Tal vez era del propio diablo de quien yo estaba enamorada”. “Tendré que enterrar todo mi odio sobre toneladas de ternura”. Frases que habrán de coexistir con la cita de Corintios 1 13: 13: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor”.
Visualmente será uno de los tramos más rituales de toda la obra. Tres hombres ataviados con ropas que evocan a oficiantes religiosos y con bindis rojos dibujados en el entrecejo oficiarán el milagro de los panes y los peces; desplumarán gallinas y desollarán una liebre muerta y todo acabará con los niños transportados en un enorme y antiguo coche fúnebre de los que se mueven tirados por caballos que llegará a un camposanto poblado de cruces amarillas en un cortejo fúnebre adornado por hojas verdes de palma.
Capítulo quinto: ‘A la muerte yo llamo’
La aceptación consiste en apuntalar las condiciones de tu yo más allá de la muerte.
Durante unos larguísimos 20 minutos, el teatro permanecerá a oscuras mientras escuchamos un demoledor texto que radiografía la existencia, el amor y la muerte en los tiempos del gin tonic. Con una prosa mordaz, de una sinceridad escalofriante y en la que es casi imposible no verse en cierta forma reflejado, Liddell habla sobre una época en la que gran parte de los proyectos amorosos y las relaciones sociales quedan sepultados bajo la copa número 3.000. Nos recuerda que por más que tratemos de evitarlo y de anestesiarnos, estamos y estaremos solos frente a la muerte, la vejez y el paso del tiempo. Nos advierte de una sociedad narcotizada, idiotizada e infeliz.
Golpea y golpea la creadora al público sin piedad antes de oficiar su última voluntad. Su último cuadro. Al iluminarse vemos que el escenario entero es una caja forrada de terciopelo rojo. En escena dos ataúdes blancos, uno de talla mediana y otro de niño. De una silla se levanta una notaria (real, no una actriz) que leerá las condiciones en las que la artista pide que ha de celebrarse su funeral.
Deberá ser velada en la habitación de un hotel cuyas paredes, techo y suelo se pintarán de rojo. Se oficiará una ceremonia religiosa cristiana en la que sonará música de Juan Sebastián Bach, no habrá velas ni flores y los asistentes han de vestir de negro riguroso. Alguien tendrá que descerrajarle un disparo con un revólver a la altura del corazón, se le tendrá que meter un libro de Baudelaire en el bolsillo y se dispararán 101 salvas. Se le incinerará con el traje regional de extremeña y, si hay algún mensaje, este habrá de decir: “Mamá, llévame contigo”.
Sobre el escenario, una niña negra vestida de blanco será el alter ego de la artista para la escena. Tras escuchar los 101 cañonazos en su honor, ella ayudará a la niña y al resto de invitados, incluida la notaria, a abandonar el escenario y se quedará sola. Encenderá un pitillo y un enorme cuervo negro entrará volando para posarse sobre el ataúd pequeño. Tras unos minutos en escena, también él hará mutis por el foro. En la pared del fondo veremos proyectado el título de una obra de Bach: Concierto para dos claves BWV 1060. Y en una última cabriola entre el esperpento y el humor negro la música que suena y que Liddell bailará es la canción de Ray Heredia Alegría de vivir.
‘Vudú (3318) Blixen’ es una coproducción del Festival Temporada Alta y el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque de Madrid, con la colaboración del Festival Citemor de Portugal. En Madrid podrá verse en Condeduque los próximos días 10 y 11 de febrero de 2024.
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