Angrois, los vecinos del hombre
BAJO EL MANTEL
La realidad pica, se instala en el plato cuando alguien dejó atrás la herencia de algo que luego hirió. Las mesas es lo que tienen, son generosas, te dan de comer y, por igual -antes o después de- te dejan su espalda para que acribilles cualquier superficie con un punzón, o con tijeras, o con algunos de esos lápices de colores que siempre están sin punta, y hay que afilar…
Hemos de aprender de las mesas; hemos de prestar atención a las cosas en general; no reprochan, se transforman para nosotros, ahora soy gentil, ahora me dejo manchar. A veces pienso que el nuevo humanismo viene de lo inerte, de lo que aparentemente siempre nos han dicho que no tiene vida… Una mesa, un tren.
…los actos que acometemos en la vida también
nos llevan por los mismos senderos, desde las
causas hasta los efectos porque a las personas
solo nos diferencia una gran cosa, la más
grande: la actitud de cada cual.
La actitud es la gran desconocida y, sin embargo, ella tiene la clave del ser. Un lector me manda esas frases de mi propia novela “Efectos Secundarios”. Son las frases que decía un personaje de verdad secundario, una médico forense analizando un cadáver… Sí, la actitud es la gran diferencia entre las personas aquí en la tierra: la actitud de cada cual. Como los vecinos de Angrois, que se comportaron como lo que son, vecinos de los hombres. Esto no es un homenaje a Galicia, dejemos de trocear la existencia porque el ser es grande y pequeño a la vez, y como un mapa apenas planteado en su contorno, no tiene fronteras. Angrois es un pueblo de cualquier sitio, es cualquier corazón con carreteras que son arterias, o vías de tren.
“Niño geopolítico contemplando el nacimiento del hombre nuevo” es un cuadro de Dalí (1943) que se podría unir a otro: “Los esfuerzos estériles cenecistas” (1927-28), en óleo sobre contrachapado. Tal vez con la mente en Arnois, son esos los cuadros del pintor que quedaron colgados de mi memoria. Esta magnífica exposición de Dalí en el Reina Sofía igual que la de Nicanor Parra y sus antipoemas en la Biblioteca Nacional (ambas sólo un mes más en Madrid) me calmaron en los días de pena, que persisten.
La pena unifica, lamentablemente más que la alegría. ¿Por qué la gente enmudece en los funerales?
Clara Sandoval, la madre de Nicanor Parra, sacó a sus ocho hijos hacia delante, como pudo, con su máquina de coser, uniendo retales y creando cosas desde el desperdicio ajeno. En La Biblioteca Nacional se ve una gran colcha hecha por ella con pequeños retales de algodón. Si pudiera pedir un deseo, ahora mismo me llevaría esa colcha y a la propia Clara Sandoval, y animaría a su hijo Nicanor Parra, y a Dalí, y a todos los vecinos de Angrois a sentarse en la mesa. Antes, soplaría fuertemente esa superficie para limpiarla de incómodos restos de lápices de colores… Y lanzaría esa colcha sobre la mesa, como si fuera un gran mantel.
Una vez hecho, ya todos sentados, brindaríamos, por el nuevo humanismo, el que viene de las cosas, de lo espontáneo… de lo secundario, de lo que nadie espera, lo que nadie programa. Es lo único que consigue engrandecer la pena.
(En homenaje a los vecinos de Arnois, por su actitud y su grandeza. El principio de todas las cosas)
Te espero, hasta el próximo jueves.
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