‘Animales pequeños’ nos habla de una tortura endémica: la amistad tóxica

La escritora Mercedes Duque. Foto: Tusquets Editores.

Hay algo muy excitante en la lectura de una primera novela. Algo que te otorga un súper poder, algo que marca la velocidad de tu memoria, que la incita a reprogramarse, a ofrecerle un territorio virgen a quien da rienda suelta a su imaginación o a quien cuenta su vida con extraordinaria avidez, con esa determinada y determinante zozobra que convierte la experiencia en una autobiografía para otros, en un regalo emocional y emocionante que dictamina la muerte de la rutina mientras dura. Y eso es lo que me ha pasado mientras leía ‘Animales pequeños’, ópera prima de la escritora Mercedes Duque Espiau (Sevilla, 1996). Una novela que habla a palo seco de una tortura endémica, la amistad tóxica.

Me ha enamorado la fluidez en las confesiones de Rita, su protagonista, ese vía crucis a ratos lisérgico y a ratos de una crudeza impropia en una narradora tan joven.

Animales pequeños te atrapa como atrapa una trampa al animal al que el hambre ha aniquilado la mejor versión de su olfato. Su sinceridad te somete, también lo hace la sencillez de sus argumentos y esa poesía que exhala la herida que no se espera.

Animales pequeños se sostiene sobre un riquísimo realismo centrífugo y sobre ese cinismo que manejan con diligencia aquellos que poseen nuestro corazón:

“Dime la verdad, Rita, ¿en serio te parece que aún nos conocemos?”.

Espiau ha sabido encapsular la falibilidad de su protagonista de esa forma en que las farmacéuticas encapsulan los opiáceos para que le cierren la boca al dolor de sus enfermos mientras van liberando su sedante poder a través de la piel.

Espiau no le teme a la deriva de sus personajes, al exigente lenguaje de sus sombras; es una narradora paciente, eficaz, desinhibida cuando es necesario:

“Sentada sobre el váter, miro la puerta cerrada. Todos los cubículos de los baños son iguales: húmedos, duros e impersonales, como la polla de un desconocido”.

Y hermética y justa cuando narra los estragos de la deslealtad, leitmotiv de este libro:

“Todos mis días empiezan en silencio. Las mañanas en esta casa amanecen muertas”.

He leído esta historia con el cuidado que demandaba su argumento. He cuidado las palabras de la autora con avidez y puedo certificar que esta novela ha fortalecido mi memoria, que la ha limpiado de malas huellas, que ha conseguido borrar decepciones y le ha labrado un porvenir libre de depredadoras.

Es encomiable cómo trata esta historia ese lastre que supone la amistad gestionada por monstruos y parásitos. Con qué naturalidad, con qué lirismo y con qué venturoso desparpajo. Espiau inventa a Lis e inventa a Eva para tocar temas delicados, temas como el aborto, como la violencia que hay detrás de las vidas cómodas e incluso admirables, como la imposición, como el abuso jamás imaginado.

Animales pequeños está llena de fantasmas y de ilusiones muertas.

Animales pequeños es mucho más que una novela salvaje, que un sepulcro para la extravagancia del malditismo tan común en los autores jóvenes. Es una novela importante que sacude la mirada del lector como sacude un mal día de invierno el plácido juego de los niños. Una novela que no cree en el reproche como materia de defensa, que aboga por la justicia que provoca la liberación. Una novela que habla de ese tipo de abuso que no admite denuncia ni tratamiento. Una novela que habla a palo seco de una tortura endémica, la amistad tóxica, de esa silueta que se parece tanto a la de Saturno y que nos devora cuando debería alimentarnos.

Animales pequeños es una novela que dará que hablar porque está escrita con una inteligencia serena, contraria a la vehemencia del profundo dolor que narra y porque el camino literario que ha abierto es ya una nueva biografía para la literatura de este país.

‘Animales pequeños’. Mercedes Duque Espiau. Tusquets. 203 páginas.

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