Anna Magnani, Silvana Mangano… Elvira Mínguez
Segunda entrega de la serie de retratos de mujeres que han impactado en el entendimiento y sensibilidad de la escritora Sonia Fides, aun sin conocerlas. Primero se detuvo en la fotógrafa Tasya Van Ree. Se detiene hoy en la actriz Elvira Mínguez, «dueña de una versatilidad ilimitada y de una mirada que no se acaba nunca».
«El destino añade peso a los extremos», enuncia la poeta Anne Carson. Y su verso recorre mi memoria con ese rigor con que recorre un muerto su camino hacia ese cielo que inventamos los seres humanos para no morir como demonios. Y al hacerlo pronuncia un nombre, el de una mujer balanza que acoge entre sus ojos y su voz todas esas vidas que el destino le ha añadido a ese oficio feroz con el que ha sido señalada para el resto de su vida.
Poseedora de una fecundidad emocional inagotable, tiene la generosidad de recrear con el mayor esmero aquello que antes ya había creado, y cuida de sus antagonistas como cuida una madre de ese hijo que al final resulta no ser perfecto. Destruir para no quedarse quieta, construir para que los demás caminen, porque hay dioses y diosas a las que nadie reza y que, sin embargo, ahítos de generosidad, construyen para los otros las vidas que les niega ese destino del que hablaba un poco más arriba.
Ella podría ser la silueta de las ya imposibles películas de Rossellini, de Truffaut o de Cassavetes, la concreta cicatriz de muchas generaciones, pero también la estrella indiscutible de un filme de Jarmusch. Porque a veces el cuerpo y el alma se contradicen y dibujan de cara a la galería vientos con el nombre equivocado. Y allí donde nuestra mirada dibuja una galerna, en realidad hay una brisa que quiere protegerse de lo que daña.
Dueña de una versatilidad ilimitada y de una mirada que no se acaba nunca, Elvira Mínguez (Valladolid, 1965) dirige una fortaleza en la que ninguno de sus personajes podrá percibir la más mínima erosión. Exacta y paradójicamente ilimitada, con esa casi incomprensible inmunidad frente a la locura de convivir con los muertos que con tanto detalle ha ido creando.
Heredera directa de Anna Magnani, de Silvana Mangano o de Gena Rowlands, traspasa las fronteras de la realidad como si la realidad fuese inofensiva, como si las heridas que forman las mentiras creadas por otros no pudieran atravesar el perímetro de su carne. Como si fuese una estatua a la que el viento sí pudiera hundirle la carne.
Hubiera podido construir el porvenir de la Fortunata de Gáldos, de la Mariana Sarmiento de Torrente Ballester o el de la señora Dalloway de Virginia Woolf, porque su rotunda precisión está por encima de esas palabras que el futuro cree haber convertido en mujeres que envejecen mal.
Verla trabajar, verla vivir, es reconocer que la infancia no se pudre mientras aquellos a quienes admiramos se mantengan intactos.
Y pienso muchas más cosas mientras la ciudad cierra la boca y hace prisioneros como aquella ballena que se comió a Jonás; por ejemplo, que posee esa elegancia de quien no necesita el exceso para ser entendida, o que quizás sea el silencio quien mejor me defienda de mi admiración por esta actriz de pasado perfecto y futuro pluscuamperfecto. Tal vez por eso recurra a un verso del talentoso Simón Partal para rehacer el laberinto por el que volver al principio de este pensamiento en el que la luz es fruto de mi imaginación, y la oscuridad y el insomnio, dos gemelos que sostienen la noche… Y es que definirte, admirada Elvira, es sin duda empobrecerte.
Elvira Mínguez escribe un Blog para El Asombrario.
Comentarios
Por Alex Mene, el 02 diciembre 2015
Una gran y hermosa actriz.
Por elvira, el 11 febrero 2017
Mi querida Sonia, mil gracias por tus palabras.
Como siempre me ocurre al leerte me quedo muda. Sólo cabe agradecerte siempre.
Un besazo. elvira.