Año Internacional de la Tabla Periódica: una lectura literaria con Primo Levi
Si algo ha quedado en la memoria de los estudiantes, aunque no todos se acuerden, es la existencia de la tabla periódica de los elementos químicos. Para conmemorar su siglo y medio de vida, Naciones Unidas ha declarado 2019 su Año Internacional. Para nuestro particular homenaje a la tabla periódica, unimos literatura y ciencia, lo que hizo en ‘El sistema periódico’ (1975), el italiano Primo Levi, escritor, químico y superviviente de Auschwitz, autor de ‘Si esto es un hombre’.
Es una tabla donde todos los elementos se ordenan por su número atómico (número de protones). Fue en 1869 cuando el químico ruso Dimitri Mendeléiev presentó su sistema de ordenación. Hasta ahora se han descubierto y confirmado 118 elementos. Los cuatros últimos son nihonio, moscovio, teneso y oganesón, nombres que parecen los personajes de una tragedia shakesperiana, pero no, aluden a Japón, Moscú, Tennessee y al físico ruso Yuri Oganessian.
Para nuestro particular homenaje a la tabla periódica uniremos literatura y ciencia. El sistema periódico (1975) es una de las últimas obras de Primo Levi (Turín 1919-1987), químico, superviviente de Auschwitz, al que fue deportado en 1943, y escritor. Editado en España por Alianza en 1999, el libro cuenta nada menos que con Carmen Martín Gaite como traductora. El autor de Si esto es un hombre escribe en el último capítulo, titulado Carbono: “Ocurre, pues, que cada elemento químico le dice algo a cada uno (a cada cual una cosa diferente), igual que pasa con los valles o las playas visitados durante la juventud”.
Levi escribió El sistema periódico 30 años después de salir del campo de concentración. A Levi le tatuaron el número 174517: “Me marcó, pero no me arrebató las ganas de vivir: al contrario, me las acrecentó, porque ha conferido un propósito a mi vida, el de aportar testimonio, de modo que nada parecido vuelva a suceder nunca más”, apunta en uno de sus libros de memorias dedicados a Auschwitz. En 1947 publicó Si esto es un hombre, su primer testimonio sobre los campos de exterminio nazis. Posteriormente verían la luz La tregua (1963) y Los hundidos y los salvados (1986), dos títulos imprescindibles que completan la Trilogía de Auschwitz.
El sistema periódico está compuesto por 21 capítulos dedicados, cada uno de ellos, a un elemento químico, que el autor convierte en distintas metáforas para hablar de las relaciones humanas en tiempos bárbaros.
Todo tiene un principio y Argón está dedicado a sus antepasados: “Lo poco que sé de mis antepasados me los hace afines a estos gases. No todos eran materialmente inertes, porque no se lo podían permitir; eran, por el contrario, o tenían que serlo, bastante activos, por necesitar ganarse la vida y a causa de cierto moralismo imperante, de acuerdo con el cual “quien no trabaja no come”; pero inertes seguro que lo eran en su fuero interno, dados a la especulación desinteresada, al discurso ingenioso, a la discusión de buen tono, sofisticada y gratuita”.
Levi recuerda al lector al terminar el libro que: “al llegar a este punto, se habrá dado cuenta de sobra de que éste no es un tratado de química. (…) No es tampoco una autobiografía, sino dentro de los límites parciales y simbólicos donde cabe considerar como autobiografía cualquier escrito, es más, cualquier obra humana. Pero historia, en cierto modo, sí lo es”.
Para el Zinc elige esta reflexión que muchos deberían leer en estos tiempos extraños: “Para que la rueda dé vueltas, para que la vida sea vivida, hacen falta las impurezas, y las impurezas de las impurezas; y pasa igual con el terreno, como es bien sabido, si se quiere que sea fértil. Hace falta la disensión, la diversidad, el grano de sal y de mostaza. El fascismo no quiere estas cosas, las prohíbe, y por eso no eres fascista tú; quiere que todo el mundo sea igual, y tú no eres igual. Pero es que ni siquiera existe la virtud inmaculada, o, caso de existir, es detestable”.
La Historia sigue pasando por Hierro: “Por fuera de las paredes del Instituto Químico era de noche, la noche de Europa. Chamberlain había vuelto engañado de Munich, Hitler había entrado en Praga sin disparar un tiro, Franco había tomado Barcelona y se asentaba en Madrid. La Italia fascista, pirata menor, había ocupado Albania, y la premonición de la catástrofe inminente se condensaba como una rociada viscosa en las casas y por la calle, en las conversaciones cautelosas y en las conciencias adormecidas”.
En Hierro también aflora la amistad salvadora en épocas duras con su compañero Sandro: “Cómo podía ignorar que la Química y la Física de las que nos nutríamos, además de alimentos vitales por sí mismos, eran el antídoto contra el fascismo que él y yo estábamos buscando, porque eran claras, distintas, verificables a cada paso, en lugar de un amasijo de mentiras y de vanidad, como la radio y los periódicos”.
Estos ecos y amasijos del pasado vuelven lamentablemente a sonar por el mundo. Sandro era Sandro Delmastro. Murió de una descarga de metralleta en la nuca, disparada por un monstruoso niño-carnicero, uno de aquellos desgraciados esbirros de 15 años que la República de Saló había reclutado en los reformatorios.
La belleza de la amistad vuelve a aflorar en Oro, así como la conciencia de lo que estaba pasando. “Si mal no recuerdo, todos escribíamos poemas, menos Ettore, que decía que no era cosa digna de un ingeniero. Escribir poemas tristes y crepusculares y además tampoco tan bonitos, mientras el mundo estaba en llamas, no nos parecía ni extraño ni vergonzoso”.
“De lo que por aquellos meses estaba pasando en toda la Europa ocupada por los alemanes, en casa de Anna Frank en Amsterdam, en la fosa de Babi Yar cerca de Kiev, en el ghetto de Varsovia, en Salónica, en París, en Lidice; de toda aquella pestilencia que estaba a punto de sumergirnos no nos había llegado ninguna noticia precisa, solamente vagos y siniestros barruntos traídos por los soldados que volvían de Grecia o de la retaguardia del frente ruso, y que nosotros tendíamos a poner en cuestión. Nuestra ignorancia nos permitía vivir, igual que cuando estás subiendo a la montaña y la cuerda se ha gastado y está a punto de romperse, pero tú sigues tranquilo porque no sabes. En el lapso de pocas semanas cada uno de nosotros maduró más que en los veinte años anteriores. Surgieron de la sombra unos hombres a quienes el fascismo no había conseguido someter, abogados, profesores y obreros, y reconocimos en ellos a nuestros maestros, aquellos cuya doctrina habíamos buscado infructuosamente hasta entonces en la Biblia, en la química o en la montaña. El fascismo los había condenado al silencio durante veinte años, y nos explicaron que el fascismo no era simplemente un desgobierno grotesco e improvisado, sino la negación de la justicia”.
¿Nos suena esto de algo?
“En la celda me volvió a recibir la soledad, el aliento helado y puro de las montañas que se colaba por el ventanuco, y la angustia del mañana. Aguzando el oído, en el silencio que seguía al toque de queda, se oía el murmullo del Dora, amigo perdido; y todos los amigos estaban perdidos, y la juventud, y la alegría, y tal vez la vida. Se deslizaba cerca de mí pero indiferente, arrastrando el oro en su regazo de hielo fundido”.
El infierno todavía estaba por llegar, pero Levi sólo le dedica un capítulo al campo de concentración en Cerio, porque según él ya lo había contado en otra parte. “El hecho de que yo, un químico metido a escribir aquí mis historias de químico, haya vivido una etapa distinta, es algo que ya he contado en otra parte. A treinta años de distancia, me resulta difícil reconstruir el tipo de ejemplar humano que pudiera corresponder, en noviembre de 1944, a mi nombre, o mejor dicho a mi número: el 174517”.
El Cerio, podríamos decir, fue el elemento químico que le permitió vivir. El joven licenciado en Química sobrevivió gracias a sus conocimientos químicos, los alemanes le emplearon como técnico-esclavo en una factoría de I. G. Farben que se dedicaba a producir goma Buna.
Estas historias personales obtienen hoy, con la deriva actual, una intensidad pasmosa. Relatadas de manera concisa y hasta amable, pero sin olvido, deberían ser de obligada lectura. Otorgan la memoria necesaria para seguir siendo seres humanos y no números manipulados por las personas que hay detrás de los algoritmos.
Para George Steiner, en las palabras como en la física de partículas existe la materia y la antimateria. En las palabras existe la construcción y la aniquilación. “Los cuchillos del decir son los que llegan más hondos. Sin embargo, idéntico instrumento, léxico, sintáctico y semántico, es el de la revelación, el éxtasis y la maravilla de la comprensión”. Steiner continúa su reflexión con una idea que debería ser en estos momentos un aviso para navegantes. “El virtuosismo retórico del charlatán propio de un Hitler es antimateria, realiza un contralogos que conceptualiza y luego actúa la deconstrucción de lo humano”.
Levi optó por seguir siendo humano. En Cromo vuelca la necesidad de seguir adelante y, como él dice, de purificarse: “Todas las cosas que había visto y sufrido me quemaban dentro. Me sentía más cerca de los muertos que de los vivos, y avergonzado de ser hombre, por ser los hombres quienes habían edificado un lugar como Auschwitz. Auschwitz se había tragado a millones de seres humanos, muchos amigos míos, y a una mujer que yo llevaba en el corazón. Me daba la impresión de que si lo contaba me purificaría, y me sentía como el viejo marinero de Coleridge, que va agarrando por el camino a todos los invitados que acuden a la fiesta para imponerles su cuento de maleficios. Escribía poemas concisos y sangrientos; hacía, unas veces por oral y otras por escrito, narraciones vertiginosas, tanto que poco a poco criaron luego un libro. Cuando escribía, encontraba un breve lapso de paz y sentía que volvía a convertirme en hombre, un hombre como los demás, ni mártir, ni infame, ni santo”.
Al volver a Italia, Levi ejerció como químico industrial en la factoría química SIVA en Turín. En Varadio hace una tranquila y lúcida reflexión sin dramatismos de lo que puede ser el encuentro con uno de sus carceleros dentro de una relación profesional. “Si este Müller era mi Müller, no era el antagonista ideal, porque en cierto modo, tal vez solamente por un instante, había tenido compasión, o aunque no fuera más que un rudimento de solidaridad profesional”. Nunca se encontraron.
Levi dejó de ser gestor en SIVA en 1977 para dedicarse a escribir a tiempo completo. Murió el 11 de abril de 1987; para unos, se suicidó, pero amigos y biógrafos han cuestionado esta afirmación. El sistema periódico fue recibido por Italo Calvino como “un libro extraordinario y fascinante que no puede por menos de dejar una profunda huella en el lector”. Y La Royal Institution le otorgó el título de mejor libro de ciencia mediante una votación informal. Entre sus obras, destacan también sus cinco volúmenes de cuentos: Historias naturales, Defecto de forma, Lilít y otros relatos, y Última Navidad de guerra. En Historias naturales se vuelve a mezclar el humanismo y el conocimiento científico del autor.
Comentarios
Por Asanuma, el 23 enero 2019
Ciencia, literatura, reflexiones de Primo Levi muy necesarias para estos tiempos en que el orden neo-liberal impone el autoritarismo por todo el mundo. Excelente artículo, repasaré la «tabla», gracias.