Antes de construir tu casa, pregúntate: ¿qué afecto me lleva a hacerla?

Una de las invenciones de Mauro Gil-Fournier. ‘La casa que todo lo cura’.

Diseñar es, ante todo, un acto de escucha, proclama Mauro Gil-Fournier, fundador de ‘Arquitecturas Afectivas’, un entorno profesional en el que antes de pensar en los materiales de construcción, hay que explorar las emociones del profesional y del cliente. Dar forma al propio interior a través de una casa ayuda a concretar el tan ansiado encuentro con el otro. Y así surgirá la casa de los egos escondidos, la casa de las preguntas o la de las certezas, la de la ansiedad, la casa de las culpas, la guardería de mí mismo, la del apego, la casa cualsea, la de crecer para aprender a ser niños, la de las desinhibiciones, la de ganar tiempo…

Primero apareció el dibujo, la representación de la idea de que algo había que empezar a pensar desde otro lugar. Eso es lo que explica el arquitecto Mauro Gil-Fournier (Burgos, 1978), fundador de Arquitecturas Afectivas, acerca de cómo se acuñó este concepto que ha llegado a convertirse en un refugio profesional de arquitectos y urbanistas que trabajan con placer e intentando auscultar el deseo del corazón de quienes les consultan.

“Hacía mucho que no dibujaba sin un propósito claro, para un cliente… Uno empieza mirando un poco la vida que lleva, ¿sabes? Esto conlleva parar un poco, y así comienzan a aparecer diseños desinteresados, y colores que, a su vez, nos hacen preguntas”, explica Gil-Fournier.

Entonces llegó la palabra, porque “al dibujo hubo que hacerle una descripción”, narra el doctor arquitecto, a propósito del momento –hace unos cinco años– en que una cierta insatisfacción empieza a encontrar un cauce de reflexión profunda. En este caso, esa brecha reflexiva se abre en la carrera de un profesional consumado, con 15 años de carrera profesional, ex socio de estudiosic y co-creador de proyectos como estudiofam y el vivero de iniciativas ciudadanas, también codirector del proyecto europeo Mares de Madrid, en el marco del programa Urban Innovative Actions de la UE (2017-2019).

Un interior de las propuestas Mauro Gil-Fournier.

Interior de una de las propuestas de Mauro Gil-Fournier.

Las casas introspectivas

Aquellos dibujos y los escritos que los acompañaban se convirtieron en un libro muy personal de Gil-Fournier, Las casas que me habitan. Se trata de un ensayo gráfico en el que el arquitecto propone diseñar como “acto de escucha”, a partir de sus propias confesiones hechas de plantas de viviendas imaginadas para darles forma a dolores, alegrías, situaciones que parecen no tener salida, o complejos, inhibiciones y otras “realidades” emocionales bien propias.

Aparecieron los planos, que ya concretaban lo que parecía abstracto. Hacer un ejercicio planimétrico, disfrutándolo, “no significa que mañana vayas a construir la casa de los egos escondidos”, ni la casa de las preguntas y la de las certezas, la de la ansiedad, la de los egos escondidos, la casa de las culpas, la del deslumbramiento, la de la raíz-rizoma, la guardería de mí mismo, la del apego, la casa cualsea, la de crecer para aprender a ser niños, la de las desinhibiciones o la de ganar tiempo. ”Significa que estas tienen dimensión y materiales que las definen, que no son una abstracción, y que se puede ser también muy preciso con los afectos”, señala.

De allí sale una declaración mayor que dice que la arquitectura es materia afectiva.

En efecto, cuando la propia vida interior del arquitecto se volvió edificio, después de desenredar esas emociones disimuladas o disfrazadas en la vorágine cotidiana, entendió que “esos diseños podrían construirse y que serían preciosos”, como “una maqueta naranja bajo la luz el sol”, y que “te los puedes llevar a lugares donde esa materialidad los dota de espacio”, afirma.

“Ahora sé que para diseñar lo primero que hay que hacer es escuchar y escucharse. Luego vienen otras tres acciones que también deben conjugarse en reflexivo: “investigar e investigarse, abrir y abrirse y vincular y vincularse”.

Esos cuatro pasos esenciales son imposibles en el vértigo de una práctica en la que se acostumbra que “algo le parezca bien al cliente y me pague”. En un presente de tiempos acelerados, Gil-Fournier propone, en cambio, indagar “qué afecto es el que me lleva a hacer esto”, tanto desde el punto de vista del profesional que diseña como el del cliente que demanda.

Explorar los afectos nos ayuda a alejar vanidades y a abrir puertas que suelen estar clausuradas en las transacciones profesionales. Y es cuando llegan las concreciones.

En el caso de Gil-Fournier, este camino de preguntas honestas lo ha llevado a participar en las nuevas ideas para el bosque metropolitano de Madrid o a la renaturalización de un tramo fluvial en Burgos y, más recientemente, a Colombia, por invitación de la Fundación Prema, donde ya están desarrollando un proyecto pionero para la construcción del Centro de regulación emocional para adultos, situado en los jardines de un hospital de Bogotá, con la colaboración de la Fundación Cardio Infantil y la Universidad de Los Andes.

¿Quién cuida a los que cuidan?

“Un arquitecto colombiano que había leído el libro propuso llamar a su autor para mantener un encuentro con médicos y personal sanitario del centro al que llaman La Cardio y estudiantes de la Universidad de Los Andes”, relata. Unas cien personas se pusieron a conversar sobre la ansiedad que sufren médicas y enfermeros, a partir de ideas como que ‘el médico todo lo puede’ y surgieron preguntas que indagaban en sus realidades emocionales cotidianas.

“De aquel proceso nació el dibujo de La casa que todo lo cura, que nos empezó a formular nuevas preguntas como: ¿Qué es lo que hay que curar que el hospital no puede curar? ¿Dónde se depositan los afectos que los médicos llevan consigo? ¿Quién escucha a los que nos escuchan?”, sostiene Gil-Fournier.

Se debatió sobre el lugar en el que los médicos, enfermeros y otros cuidadores depositan esos afectos que no saben cómo gestionar, tales como la frustración de un paciente al que no pueden salvar o la necesaria aceptación de lo que es muy difícil de aceptar. “Todos sabemos que, en realidad, se depositan en el cuerpo en forma de dolencias diversas”, indica. De ahí la idea de este hospital de diseñar “un espacio diferente que pueda recoger esos afectos para que no se queden en el cuerpo, colapsándolo, sino que circulen y sean depositados en el sitio que crea esta arquitectura”.

El diseño arrancó dibujando cada uno de los árboles del jardín en el que se emplaza el centro de regulación emocional. Un cruce de líneas da como resultado un espacio muy sencillo en el que recogerse, quizá a solas, para cuidarse, en el que se contemplan incluso “las plantas que cubren las ventanas del pabellón, o si estas pueden atraer a colibríes que también nos ayudarán a curarnos”.

“La arquitectura visibiliza cosas”, expresa Gil-Fournier. “Y las arquitecturas afectivas ayudan a visibilizar aquellas que están siempre debajo de la mesa y que no queremos ver ni escuchar… La arquitectura permite habitar esos espacios para que sucedan cosas nuevas”.

Una vez que estos arquitectos finalicen el diseño de este pequeño módulo desmontable de madera, comenzará la etapa de construcción, que está prevista para finales de este año. Y será desmontable porque “quizá no haga falta ni siquiera que esté siempre; de ahí la idea de poder quitarlo en un momento dado”, admite. Porque, ante la crisis climática, la arquitectura “también es diseñar para que nuestros edificios sean igual de limpios (y sostenibles) cuando haya que retirarlos”.

Esta aventura afectiva demuestra que un libro puede abrir espacio a proyectos diferentes, que superen la motivación individual de un profesional… Y la interacción puede dar lugar a un libro colectivo, “que ahora podríamos escribir”, según Gil-Fournier, agregando las casas nuevas que ya se diseñan y se empiezan a construir.

En síntesis, las arquitecturas afectivas –que no son el nombre de una oficina o un estudio– constituyen una forma de relacionarnos con lo que es verdad e importa, a juicio del arquitecto. El resultado: “Una nueva posibilidad entre muchas otras posibles, que parte de un ejercicio personal pero con vistas comunes, para crear un lugar desde el que cuestionar nuestro propio trabajo para alcanzar mayores cuotas de responsabilidad con nosotros mismos y con el entorno que nos rodea”.

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