Antonio Cerrillo y la emergencia climática: “El peligro de volver a los atajos”
Antonio Cerrillo es uno de los periodistas especializados en medioambiente con más perseverancia y rigor en su trayectoria. Treinta años siguiendo la información ambiental en primera línea, desde el diario ‘La Vanguardia’. Recientemente ha publicado el libro ‘Emergencia Climática. Escenarios del calentamiento y sus efectos en España’ (libros de vanguardia), una obra de divulgación de gran honestidad, capacidad de síntesis y fácil lectura sobre este gran reto que tiene planteado la Humanidad. ‘El Asombrario’ no podía dejar de recabar su autorizada opinión sobre la encrucijada en que nos encontramos.
La primera pregunta es obligada, Antonio. ¿Cómo crees que va a incidir en la crisis climática esta emergencia sanitaria que estamos viviendo? ¿Cómo va a impactar en la concienciación social?
La pandemia va a añadir nuevos argumentos a la preocupación sobre el estado de salud del planeta. Nos han preocupado hasta ahora los daños que ha producido la sobreexplotación de los recursos y la contaminación por tierra, mar y aire, así como los impactos del calentamiento. Ahora sabemos además que el daño que hemos causado se nos puede volver en contra, pues los virus que están confinados en especies han dado el salto a especies intermedias y de éstas al ser humano, y ahora nos amenazan directamente a nosotros como especie. Ya han sido muchas las advertencias que estos virus han lanzado en los últimos años.
¿Y la repercusión de la pandemia en cuanto a la adopción o el avance de medidas concretas en el reto climático?
Está en juego cómo saldremos de la crisis sanitaria y hasta qué punto el tipo de salida que se dé o se decida puede agravar la crisis climática. No tenemos ni mucho menos todas las respuestas, pero podemos aproximarnos. Creo, en primer lugar, que estamos asistiendo a una fuerte presión de diversos sectores para intentar recuperar la normalidad con urgencia con el ánimo de volver al modelo convencional. Son sectores que intentarán buscar atajos económicos y recurrir a las ayudas de las administraciones y los rescates para repetir su modelo, pese al fuerte impacto ambiental que algunos de estos sectores están teniendo. Eso volvería a disparar las emisiones de gases y agravar los riesgos climáticos. Entre quienes buscan esa vía citaría a la industria petrolera, los fabricantes de vehículos convencionales, los plásticos y, sobre todo, el transporte aéreo.
Creo que el transporte aéreo ya no volverá a ser lo mismo. Un virus que aparece en el sudeste de Asia se puede transportar a la otra parte del mundo en horas y contagiar a media humanidad. Algo deberemos aprender de esto. La actual situación ha demostrado su contribución a la pandemia. Eso es así. Nos debe hacer reflexionar sobre el irracional incremento de los vuelos de los últimos años y cómo en gran parte son vuelos innecesarios, banales y que han caído en el turismo de masas. Sabíamos que el transporte aéreo no pagaba su coste ambiental, como demuestra las exenciones de impuestos o que los vuelos internacionales fuera de Europa no tienen regulación de tipo gubernamental al no estar sujetos al mercado de carbono ni al acuerdo de París. No tienen objetivos creíbles para reducir emisiones; y eso ya no es aceptable. Ahora sabemos más sobre su impacto. Las ayudas que se den deberían condicionarse a planes de reducir sus emisiones de manera transparente, con calendarios concretos.
El sector del automóvil debería activar los planes para fomentar los vehículos limpios, un ámbito que podría dinamizar la economía. Y es urgente dar una salida, una transición justa, una reconversión o como queramos llamarlo al problema de la planta de Nissan en Barcelona. El sector del plástico debe ser llamado al orden de una vez para que cese de presionar, que es lo que está haciendo, para retrasar la nueva directiva sobre plásticos de un solo uso. En cuanto a las petroleras… chocamos con Trump; entre otros.
Las medidas que se han estado tomando en los últimos meses, ¿pueden haber incidido de alguna manera en la crisis climática global?
Hemos asistido solo a medidas defensivas de confinamiento, correctamente diseñadas y aplicadas, gracias a una ciudadanía temerosa y ejemplar; aunque no sé en qué grado ha actuado la disciplina en cada uno de esos dos factores. Pero ahora debería emplearse el mismo rigor para programar una “escalada verde” para salir de este pozo, para no volver a caer en él. Espero la misma pedagogía del gobierno para la nueva fase. Espero que sea transparente
Debemos dar respuesta en primer lugar a la gente que sufre y poner en práctica medidas urgentes, ahí está la renta mínima, y prestar apoyo a las nuevas actividades que tal vez empiecen a emerger: los cuidados, la alimentación de proximidad y ecológica o regular el teletrabajo para no caer en la nueva sobreexplotación, la de trabajar en casa sin diferenciar entre ocio y trabajo. Se debe poner fin a toda la precariedad en servicios que han resultado básicos, insustituibles, y poner la bases para confiar tan alegremente en una globalización que nos había dejado sin mascarillas y otros bienes básicos.
Pero, sobre todo, debemos hacer caso a los propios profesionales sanitarios. La producción de lo local debe ser re-prestigiada. Una declaración firmada por más de 40 millones de profesionales sanitarios de 90 países ha pedido a los líderes mundiales que garanticen una recuperación ecológica tras la crisis del coronavirus en la que se tengan en cuenta la contaminación del aire y la degradación climática. Nos dicen que, si queremos que el mundo se recupere de esta crisis de forma saludable, no podemos permitir que la contaminación continúe nublando el aire que respiramos y ensuciando el agua que bebemos, ni que el cambio climático y la deforestación continúen adelantes
Hablas en tu libro del ‘Green Deal’ de la UE. ¿Y ahora? ¿Crees que la pandemia supone un acicate –yo creo que sería lo obvio, pero no lo tengo tan claro, viendo por dónde están tirando gobiernos autónomos como el andaluz y el madrileño- o un freno?, ¿una oportunidad histórica o un obstáculo?
Creo que estamos en una fase dialéctica, de lucha de intereses, de presiones en diversos campos y en sentido contradictorio, como digo. La Comisión Europea ha trazado la propuesta de una recuperación centrada en las actividades que no perjudiquen el medioambiente, pero tenemos un modelo con inercias. En España, la tentación es volver a impulsar el atajo del ladrillo, pero sabemos que este modelo es contraproducente; ya sufrimos una crisis por ese motivo. Es una apuesta arriesgada, destructiva y de ineficacia contratada. Vemos que hay, efectivamente, gobiernos autónomos que buscan la salida de emergencia en detrimento de la conservación. La ciudadanía y las entidades sociales deben estar atentas para asentar estos otros valores.
¿Cuál es tu opinión sobre el recién presentado proyecto de ley sobre Cambio Climático por el Gobierno español?
Lo veo algo muy positivo. Da señales claras de hacia dónde debemos ir. Marca objetivos muy precisos y eso es bueno para fijar un marco o un campo de juego. La idea de empezar a sacar los coches de combustión en 20 años me parece ambiciosa y responsable, aunque algunos digan que el gobierno se echa atrás al no utilizar la palabra “prohibición” para los vehículos convencionales de combustión en 2040. Debemos poner punto final a las ayudas a los combustibles fósiles y hacer que las empresas renuncien a los activos en este sector. Bueno, esto no se dice así en el proyecto de ley, con esta contundencia, ni mucho menos, pero sí marca esa dirección. Echo en falta, de todas maneras, una mayor exigencia a la navegación marítima y al atraque de barcos en los puertos para que reduzcan emisiones, la implicación del transporte de mercancías y más concreciones en materia de fiscalidad ambiental, aunque supongo que esto se dirá desarrollando. En cuanto al asunto de energía, se precisa una apuesta más rotunda por un modelo descentralizado; apoyo a las iniciativas en el mundo local, ciudadano, social, dar competencia a los ayuntamientos para no ceder todo el protagonismo a las grandes empresas y su modelo centralizado en grandes instalaciones.
Tu libro es todo un ejercicio que se agradece de información detallada, con datos, de explicación, de divulgación honesta. De todos los escenarios de impacto del cambio climático en España (subtítulo de tu libro), ¿cuál crees que es ya, ahora mismo, el más elocuente, más preocupante?
Podría citar el impacto de la subida de temperaturas sobre pluviometría y la disponibilidad de agua. Las altas temperaturas, el avance del bosque sin gestionar y la mayor evapotranspiración restan caudales que fluyan a los ríos. No podemos seguir planificando la gestión del agua con la mentalidad del siglo XIX. Los planes hidrológicos deben incorporar los caudales ecológicos, pero de verdad. Por otro lado, es tremendo lo que está pasando en el delta del Ebro, la geografía se está modificando ante nuestros ojos, aunque en esta zona, junto a la subida del nivel del mar, incide la falta de sedimentos o el hundimiento del suelo y los temporales extremos. No obstante, aquí la acción que se promueve es una defensa de la costa como adaptación de emergencia. Pero hemos perdido el 90% de los glaciares; las olas de calor las sufren los médicos de urgencias; necesitamos seguir la evolución del complejo fenómeno de la desertificación. La adaptación en materia de cultivos, por ejemplo, es fundamental
También hemos de agradecer la presentación que haces de experiencias positivas. Leo tus referencias a Costa Rica, por ejemplo… ¿Puedes elegirnos alguien en quién fijarnos, algún colectivo, comunidad, país, que esté afrontando con mayor sensatez el reto de la crisis climática?
Creo que sí, Costa Rica es un buen ejemplo de los intentos de proteger la biodiversidad y de fomento de las renovables. Pero no hablaría de ejemplos de países. Debemos saber coger o copiar lo mejor de ámbitos diferentes: cómo se ha fomentado la energía descentralizada y con base popular en Dinamarca, la importancia de los municipios en la democratización de la energía en Alemania, el modelo inglés y su comisión de expertos independientes para tutelar el cumplimiento de la ley de cambio climático, la valentía de los jueces holandeses cuando recuerdan a su gobierno que incumplen leyes ambientales, los procesos de participación en Francia, el rigor, seriedad y determinación china en la planificación, la apuesta escocesa por la eólica marina… Es cuestión de saber aprender de los mejores, ¿no?
Te refieres en tu libro a la ‘ecofatiga’, ‘ecofatiga’ además sin casi haber empezado a tomar medidas para frenar el calentamiento global; hablas de cómo hemos gastado el significado de la palabra ‘sostenible’, también te refieres a la poca eficacia del alarmismo para comunicar… Esto para un periodista dedicado a la información ambiental desde hace décadas, ¿en qué se traduce?, ¿hastío, decepción, motivación?, ¿cuál es tu relación actual, tu estado de ánimo, con tu profesión, en la que además ahora han entrado como un huracán los bulos que se expanden como la pólvora por las redes?
Jorge Riechmann me explicó un día muy bien lo que es la ecofatiga: eso es como quitarle un trozo de pan a un pobre y decirle que es para que no se atiborre de comer tanto. Algo similar ha ocurrido en España. Los apóstoles de la ecofatiga… Cansaba a algunos hablar tanto de cambio climático… ¡Cuando no se había hecho nada para combatirlo! El antídoto a la ecofatiga fue Greta Thunberg y los jóvenes movilizados que han permitido recargar las pilas. Estamos en la fase del aperitivo, que diría nuestro admirado Riechmann.
Creo que nuestro papel, la tarea del periodista, es informar, formar, educar, divulgar, opinar, interpretar, valorar y, a veces, cuando es necesario, alarmar. En general, siempre me he sentido motivado, es verdad que pasas malos momentos, pero no he desfallecido nunca de mi interés en estos asuntos. Creo que procede de mi ansia por saber; de que esta área de información resume y sintetiza las grandes preocupaciones y cuestiones sobre el futuro, nuestro y del planeta, y eso puede más que la frustración que puedo sentir al comprobar ciertos comportamientos, la inacción o los brochazos verdes con que algunas empresas revisan su actitud. Pero es lamentable la ausencia o la desaparición de estos asuntos en el debate político, aunque hay que reconocen que con este gobierno se han dado algunos avances
Hablas de palabras cadáver, como ‘sostenibilidad’…
Sí, siempre me ha escandalizado el empleo para fines publicitarios, los intereses económicos o políticos de palabras que sistemáticamente se han ido desvirtuado. Se podrían citar abundantes ejemplos; pero la primera, por méritos propios, es “sostenible”. De hecho, se ha convertido en una palabra cadáver, aborrecible porque, a fuerza de ser manoseada, ha perdido todo su valor, su frescura y su fuerza de significado. Ha quedado hecha un trapo. En el ámbito del medioambiente, este tipo de apropiación por parte el creativo mundo de la publicidad es continuo. Pasa con ecotasa, valorización energética, economía circular. Por eso, muchos diarios utilizamos la expresión crisis climática o emergencia climática en lugar del anodino, rutinario y anestesiante “cambio climático”. Prefiero usar la palabras perdurable, duradero, racional o incluso sustentable. Son sostenibles los ascensores, los vuelos, los helados… Hasta me han querido vender “wáteres sostenibles”. Y no era porque tuvieras que aguantarlos trabajosamente mientras hacías tus necesidades, sino porque se limpiaban no con agua, sino con una sustancia química…
¿Dónde crees que radicó el éxito del impacto de Greta Thunberg el año pasado? Impacto que, por cierto, no sé si a ti te pasa, veo tan lejano, con este planeta patas arriba…
De Greta hablo mucho en el libro. Fue un fenómeno muy importante. Y no ha desaparecido, simplemente es que la Covid-19 lo tapa todo. Pero Greta volverá. Su éxito es la suma de muchos factores, pero creo que lo relevante es su autenticidad, el representar las generaciones futuras que están aquí, la conciencia muy exacerbada de que el planeta que pueden recibir en herencia es una suma de intereses, basura y destrucción en manos de multinacionales más poderosas que el bien publico. Thunberg ha conectado la emotividad de muchas personas y ha aglutinado a su generación, que posiblemente quedará marcada por una conciencia de que puede sufrir las peores consecuencias de la crisis climática (altas temperaturas, deshielos, subidas del nivel del mar, sucesos climáticos extremos…). No sólo ha provocado las primeras huelgas mundiales estudiantiles seguidas en todo el planeta, sino que se ha convertido en algo así como la voz de la conciencia de las futuras generaciones que no quieren recibir como legado un planeta más degradado o casi inhabitable.
¿Crees de verdad en la mayor conciencia verde de las nuevas generaciones o es una esperanza a la que nos agarramos (al menos algunos)?
De verdad que no sé responder a esa pregunta. Debería ser objetivable con encuestas y seguimiento. Santiago Martín Barajas me dijo una vez que ahora se habla más del medioambiente, pero que la destrucción del medioambiente es mayor. Si hay más conciencia, tal vez sea porque la degradación ecológica es mayor.
Antonio, en estos tiempos de incertidumbres –y cada vez más, hasta un punto ya de producir una ansiedad asfixiante–, pedimos salidas, soluciones… Tú hablas mucho en tu libro de que los pequeños gestos de los ciudadanos no son suficientes para cambiar, te refieres a menudo a la eficacia de una fiscalidad verde… Ilústranos un poco a partir de todos tus años de experiencia como comunicador, desde tu punto de vista de estar pegado a la actualidad ambiental desde hace 30 años.
Cualquier salida exige acciones políticas y no solo llamamientos a las actitudes personales. Después de muchos años dedicado a la tarea de informar sobre asuntos medioambientales, he desarrollado una particular intuición para descubrir a los malos políticos, que son aquellos que, ante el problema del cambio climático o asuntos de gran envergadura, se parapetaban en el argumento de que “este es un asunto de todos”. Es una particular demostración de su inacción política o, al menos, de su falta de liderazgo. Muchas organizaciones y personas sostienen que deben ser los ciudadanos quienes impulsen los cambios. Que la verdadera transformación llegará desde la base. Que los buenos ejemplos de actitud cívica pueden ser la mejor respuesta. Se parte así de la convicción de que la onda expansiva de esa actitud ejemplar se iría extendiendo, hasta provocar un efecto multiplicador, de forma que al final se generalizaría hasta convertir un catecismo personal en una guía práctica de actitudes modélicas y respetuosas con nuestro medioambiente.
Pero los pequeños gestos, las pequeñas cosas del día a día, son importantes, ¿no?
Dentro de esos colectivos se ha insistido en la importancia y la fuerza de las “pequeñas cosas”, de los “pequeños gestos”. Reciclar, colocar luces de bajo consumo, moverse en transporte público o, incluso, renunciar a viajar en avión son percibidos como ejemplos de comportamiento ecológico ejemplar. Cambiarse a una compañía o cooperativa eléctrica que produzca y comercialice energía verde sería uno de los momentos de mayor compromiso. Se citan muchas actividades cívicas transformadoras, como reutilizar, reciclar, usar el transporte público o favorecer las energías renovables. Todo el mundo tiene la lista en la cabeza. Son acciones bien intencionadas; pero todas ellas serán insuficientes para lograr frenar y revertir nuestra injerencia en el clima y en los procesos globales del planeta.
Se necesitan estímulos económicos. Yo creo que solo un 30% de los ciudadanos están dispuestos a llevar el duro peso del planeta a cuestas, a las espaldas, el resto necesita verdaderos estímulos. Por ejemplo, hay que dar un valor al residuo. Los llamamientos para fustigar al ciudadano y convencerlo de que es insostenible por no reciclar choca con la psicología. Si les damos un valor al envase vacío de botellas de bebidas con el sistema de depósito y retorno seguro que no habría ni una botella en el suelo. Me parece que este un buen ejemplo de uso de la fiscalidad para modular los comportamientos. Culpabilizar a la gente o flagelarnos por lo que no hacemos tampoco sirve.
El anteproyecto de la ley de Cambio Climático reconoce las lagunas y la necesidad de mejorar la formación ambiental en escuelas y universidades; si no lo hace el sector público, será muy peligroso, porque ese papel didáctico puede quedar en manos de las empresas privadas, la publicidad, la mentira y las fake news. Detecto intentos de que esa visión sesgada llegue a las aguas.
COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.
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