Antonio Colinas: “Una Europa que desprecia la cultura no es Europa”

El poeta, ensayista y traductor Antonio Colinas. Foto: Tista Rubio.

El poeta, ensayista y traductor Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) cree que hoy no estamos satisfechos con nada porque padecemos “la terrible dualidad, porque no la asumimos ni la superamos”. El autor de ‘Canciones para una música silente’ o ‘Tratados de armonía’ (Editorial Siruela) asegura que para vivir bien es necesario alcanzar un estado de equilibrio, una plenitud consciente. “Una forma de deshacer la dualidad es fijarnos en aquellos símbolos que ayudan a sanar y a salvar. Cuando llega la dificultad, la crisis, el mal, nos aferramos a los símbolos”, señala el poeta, que ha recibido durante su trayectoria el Premio Nacional de Literatura y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, entre otros.

El hombre moderno, respecto al que habitaba en las sociedades tradicionales, vive en una época desacralizada e ideológica, alejado de lo trascendente, ajeno al misterio que nos rodea y a lo sobrenatural. Es un ser humano al que, como decía Mircea Eliade, le cuesta trabajo aceptar que lo sagrado pueda manifestarse en las piedras o en los árboles. ¿Cómo podemos hoy trascender lo profano y cambiar nuestra cosmovisión?

Lo sagrado es una presencia que reside en los seres humanos desde el origen de los tiempos. Todas las culturas se han hecho eco de ella, especialmente a través de las distintas artes. Es significativo también que todas las grandes civilizaciones han tenido su poesía mística. Lo que sucede es que en nuestro tiempo se suele confundir esa sensación primigenia con cierto clericalismo decimonónico y trasnochado, especialmente en algunos políticos, y de ahí las reservas. Lo sagrado es una aspiración del ánimo a ir más allá, y de desvelar el misterio de ser. El misterio que, a su vez, no remite a lo evanescente o fantasioso, sino a la necesidad de conocer lo que aún desconocemos, que es mucho, y, en el caso del poeta, a un afán de ir más allá con las palabras. De aquí también que tengamos que reconocer la poesía como algo más que un simple género literario y le exijamos a esta, en el poema, que la palabra sea palabra nueva.

Todo está lleno de dioses, aunque ya no los veamos…

Bueno, esta es una frase muy metafórica, como aquella de Platón, cuando en su Ión nos dijo: “El poeta no se puede hacer sin la ayuda de un dios”. O aquella otra de que “los dioses nos proporcionan el primer verso del poema”, que luego el poeta debe completar con sus propias palabras. Esa idea remite a la idea de Unidad, tan presente en el pensamiento primitivo de Extremo Oriente y Neoplatónicas, en las filosofías iniciadas. 

Escribes que la soledad funde la multiplicidad, deshace la dualidad. “La soledad es la Unidad”. Y añades: “Las tres vías más directas para acceder a la Armonía: soledad, serenidad, silencio”. El auténtico silencio es mental, surge allí donde el ego pierde sus dominios…

Así es. De esos tres principios nace en poesía otro esencial que es el de contemplar, o el de la contemplación, muy unido también a la naturaleza bien entendida, presente en una gran parte de las poéticas universales. Hesíodo, uno de los primeros poetas europeos, contemplaba en la ladera del monte Helicón a la espera de que le fuera concedido el canto. Luego, son tres factores que favorecen la sanación y, a través de ellas, se enriquece el conocimiento interior. De aquí también que reconozcamos la mejor poesía como una vía de conocimiento.

La poesía es ese espacio donde es posible la idea de armonía, la unión de los contrarios. Tu literatura dialoga con las culturas del Extremo Oriente y del Mediterráneo, donde destacan lugares como Corea, India, China, Italia, Grecia, Israel… ¿Cómo respira un buen poema?

En las culturas originarias de esos países está el fundamento del conocimiento humano. Algunos de ellos poseen poesía antes del siglo XX a. C. Ese don también lo tuvieron los presocráticos y la lírica primitiva griega. El Renacimiento italiano fue otro de los momentos cimeros: se miró hacia los clásicos, se fusionó lo profano con lo cristiano: la pintura de Botticelli y los poemas de Poliziano estuvieron en este afán. Luego en la órbita de la poesía y siendo a veces poesía, están los Libros sapienciales bíblicos, con el Cantar de los Cantares a la cabeza. En esta tradición es donde ha ido respirando toda la poesía posterior, aunque yo dudo de que hoy sea así: el poema tiende, mayormente, a seco y plano, sin intensidad, sin fulgor. Desea ser una mera copia de la realidad en blanco y negro.

Por cierto, en un viaje a Corea del Norte le multaron porque en la fotografía de su visado aparecían detrás libros de su biblioteca. Los libros son peligrosos… 

La fundación budista Manhae organizó en Corea del Sur un encuentro de poetas “en favor de la paz mundial”. Me invitaron y, dentro del amplio programa de ocho días, se programó un viaje al Parque Natural de la Montaña Kumgan, una cima sagrada desde siempre, incluso hoy, para las dos Coreas. Para allá salimos en dos autobuses: en uno íbamos poetas de varios países y algunos monjes; en otro, los medios de comunicación. Ese viaje de dos días nada logró en favor de la paz mundial, pero sí vinimos con el mensaje del símbolo: el de la extraordinaria naturaleza en el Parque y el de la montaña sagrada. Una forma de deshacer la terrible dualidad es fijarnos en aquellos símbolos que ayudan a sanar y a salvar.

En la tranquilidad está la longevidad. Para estar más serenos quizá sería necesario comenzar a respirar de otro modo, de una manera más consciente, más plena. “Me he sentado en el centro del bosque a respirar. / He respirado al lado del mar fuego de luz”, dicen dos de tus versos. ¿Aprender a respirar es nuestra asignatura pendiente?

Esa es una idea extremadamente simple, pero a la vez extremadamente verdadera: el que no respira está muerto. Por eso la importancia de la respiración, que debe ser consciente, correcta. A la vez, todo respira en la naturaleza. Incluso el poema respira cuando el poeta lo recita en el ritmo del poema. A un poema le podemos quitar todo, pero no su ritmo. De ahí que hasta el verso libre tenga que tener su ritmo, su música: su sentido órfico. De ahí también que hoy algunos nos quieran dar como versos lo que sólo es prosa engañosamente cortada en trozos.

¿Qué es vivir bien?

Un estado difícil de adquirir, porque implica vivir en la plenitud y a la plenitud sólo se llega deshaciendo la terrible dualidad. Es difícil, pero en ocasiones los humanos damos con ese estado de armonía, aunque sea pasajero. Tampoco tiene nada que ver el estado de armonía con la ausencia de compromiso, con el vacío. La armonía para mí es lo que viene después de la prueba, de las dificultades. Vivir, por tanto, hasta donde podamos, en plenitud consciente.

Es difícil ir a algún sitio donde no haya un ser humano quejándose. Hablaba María Zambrano de que filósofo es el que ya no se queja. ¿Por qué nunca estamos satisfechos?

Porque padecemos la terrible dualidad, porque no la asumimos ni la superamos. De hecho, en las Poéticas de todos los tiempos pesa mucho el lamento, la nostalgia, pero también ese equilibrio entre pensar y sentir. Zambrano logró ese don de dar con la “razón poética”, que no es otra cosa que fundir razón y sentir. Por eso el poema ideal, a mi entender, es aquel en el que el poeta siente y piensa a la vez.

La piedra, la montaña, la noche, el huerto, el centro, la fuente, el agua, el fuego… son solo algunos de los numerosos símbolos que encontramos en tu obra poética y prosística. Para aquellos que viven únicamente con el pensamiento racional, que se mueven en términos cartesianos y científicos, ¿qué es un símbolo y adónde nos lleva?

Volvemos de nuevo al poder salvador de los símbolos: cuando llega la dificultad, la crisis, el mal, nos aferramos a los símbolos. Todo cuanto de mejor y más profundo se puede decir de los símbolos nos lo dijo Jung en sus libros. Se ha dicho que la suya va a ser la psicología del siglo XXI, en la medida en que se fundamenta en la sanación y no en el sentido meramente patológico de las ideas y situaciones. 

Eres un poeta y pensador junguiano. Hablemos del inconsciente colectivo. ¿Cómo nos influyen en el día a día los arquetipos?

El arquetipo es un concepto que completa el símbolo. Remite también a lo original y a lo primario, a lo permanente que ilumina. Respecto al “inconsciente colectivo” es otro de los grandes hallazgos junguianos. Esto los seres humanos lo pueden apreciar en muchos momentos: la permanencia de las guerras es uno de los más evidentes, pero también en los momentos de metamorfosis global, como son los que al parecer ahora estamos viviendo. En la ausencia de valores, en la filosofía del todo vale, en la masificación del conocimiento, en la imposición de las ideologías radicales y de las nuevas tecnologías mal utilizadas. Quizás hoy más que nunca los seres humanos se dejen llevar por fuerzas que no pueden controlar; fuerzas que otros controlan, pero que también se activan en nuestro interior.

“Y a donde no hay amor, ponga amor, y sacará amor”, escribía en una carta San Juan de la Cruz. ¿El único camino es el amor?

El amor es un término de sentido poliédrico, que se tornasola en su significación: el amor es el que se siente hacia la amada y los seres queridos, pero el amor remite también a lo telúrico y a lo germinal en la mujer; existe igualmente un amor solidario, de entrega a través de otro símbolo también muy zambraniano, el de la piedad. Así hasta llegar al significado del amor que es vía de conocimiento en la Vita Nuova de Dante, o en el último verso de la Comedia de este mismo autor: un amor que pretende ir más allá y, en cualquier caso, un amor que también ayuda y/o sana.

Señalas que Europa ha triturado sus valores y que su cultura ha dejado de ser lo más importante en ella. ¿Hacia dónde navegamos?

Creo, sin tremendismos, que lo que entendemos por cultura europea hoy deja mucho que desear. Aquel tópico de una Europa exclusivamente “de burócratas y mercaderes” parece que se impone a esas raíces profundas que han supuesto nuestra música, nuestra poesía, nuestro pensamiento. Una Europa que ignora o desprecia la cultura no es Europa. Nos devora un mundialismo unificador que tiende a arrancar nuestras raíces mejores, pero esto no debe hacernos caer en el etnocentrismo de lo local. La mejor poesía, la mejor música, el mejor pensamiento, siempre han tenido un sentido de universalidad bien entendida: fértil.

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