Apaga la luz y mira al cielo: el potencial del ‘astroturismo’
Ahora que estamos con la cantinela permanente de salvar el sector turístico, no estaría de más aprender a poner en marcha nuevas vías –más creativas, diversificadas y respetuosas–, que no sean solo el turismo de fiesta urbana y de sol y playa. Como el astroturismo. Frente a la contaminación lumínica, un tipo de polución a la que apenas atendemos y, sin embargo, altera los biorritmos de toda la naturaleza, incluidos los humanos, reivindicamos el turismo de las estrellas. El de las estrellas de verdad. Y viajamos hasta un pequeñísimo pueblo de Cuenca que ha entendido bien las posibilidades de mirar hacia arriba y hacia el futuro.
Existen muchos tipos de contaminación. Quizá la más conocida sea la atmosférica. Pero se generan otras muchas. Entre ellas, la hídrica, la de suelos, la visual, la térmica, la electromagnética, la radiactiva, la acústica… Una de las más desconocidas –y que sufrimos diariamente– es la lumínica. De hecho, aparece en múltiples emplazamientos. Sobre todo, de carácter urbano.
¿En qué consiste? “Se trata de la emisión de radiaciones de luz en momentos y horas en las que el planeta tendría que estar en oscuridad”, describe Gabriel Dorado, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). “Y el problema es que todos los organismos existentes en la Tierra (animales, plantas, hongos, bacterias o seres humanos) estamos acostumbrados a un ciclo en el que se alterna luminosidad y oscuridad”.
Un problema al que “todavía no se le ha otorgado la relevancia que requiere”, denuncia Pedro Luis García Ybarra, catedrático en la UNED. “Es una de las preocupaciones ambientales que más se ha incrementado durante las últimas décadas”, confirma el físico Carlos Herranz.
A pesar de ello, existen algunas comarcas que han conseguido zafarse de la sobredimensión lumínica. Una de las más evidentes es la que comprende la convergencia de Guadalajara, Teruel y Cuenca. “Esto ocurre por la despoblación que sufre la zona”, aseguran desde la UPM. Una realidad a la que se añade la falta de industrialización y la inexistencia de grandes superficies comerciales, complementa García Ybarra, de la UNED.
Por tanto, nos encontramos ante una circunstancia que, para muchos, es sinónimo de “malas noticias”. Sin embargo, y al mismo tiempo, está abriendo infinidad de oportunidades. “Con una escasa contaminación, el primer –y más indiscutible– beneficio es tener la oportunidad de ver el firmamento con claridad, un patrimonio que nos ha estado vetado a los habitantes de las grandes ciudades”, explica Gabriel Dorado. Además, “se gana en salud, porque se impide alterar los ciclos biológicos de todos los seres vivos, también de los humanos”.
No en vano, la Declaración sobre la defensa del cielo nocturno y el derecho a la luz de las estrellas –más conocida como la Declaración de La Palma– reconoce la necesidad de un firmamento nocturno “no contaminado”. Este documento también indica que “los efectos negativos sobre la calidad del cielo en los espacios naturales, causados por el incremento de la intrusión de la luz artificial, afectan gravemente a muchas especies y hábitats”.
De hecho, con una reducción de las emisiones lumínicas se prevendrían múltiples daños en los ecosistemas. Sobre todo, en la fauna. Y más concretamente, en algunas especies, como aquellas que se orientan por el Sol o los insectos. “Las farolas son una trampa para estos últimos”, explica Ossian de Leyva, coordinador de la asociación Micorriza, radicada en la comarca de Molina de Aragón–Alto Tajo (Guadalajara).
“Un gran número de animales son nocturnos, por lo que esta polución altera sus biorritmos, como los vinculados al mutualismo, a las relaciones predador–presa, a la mortalidad, a su orientación o a su fisionomía”, explica Antonia M. Varela, directora de la Fundación Starlight e investigadora en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). “Todo lo que no sea cielo oscuro por la noche es una desnaturalización que afecta al conjunto de los seres vivos, pues los ciclos circadianos se encuentran regulados por la sucesión natural del día y la noche”, explica el profesor de la Universidad de Murcia Javier Bussons.
Al fin y al cabo, no se puede olvidar que todos “hemos evolucionado durante millones de años sin contaminación lumínica, únicamente sometidos a los periodos de luz y oscuridad naturales, lo que ha dado lugar a adaptaciones y equilibrios ecológicos que se están viendo alterados en apenas un siglo”, describe el físico Carlos Herranz.
Fomentar el astroturismo
De igual forma, los beneficios de evitar la contaminación lumínica también están vinculados a la mitigación del cambio climático, ya que ante un menor derroche energético también se reduce la producción y, en consecuencia, la generación de gases de efecto invernadero. Igualmente, entre las grandes ventajas de una escasa luminosidad artificial se encuentra el estímulo de determinadas actividades económicas…
Y para muestra, el astroturismo, una propuesta basada en el conocimiento social de las estrellas y en la que ciertos espacios –como la citada confluencia de las provincias de Guadalajara, Cuenca y Teruel– tienen mucho que decir. “La gente que se acerca hasta la zona se sorprende al poder observar la Vía Láctea”, confirma Ossian de Leyva. “El cielo no contaminado es un patrimonio muy importante, que se olvida muy rápido, pero que, sin embargo, impresiona a quien vuelve a disfrutarlo”.
Por ello, el astroturismo es una opción a tener en cuenta. “Puede convertirse en un poderoso instrumento para desarrollar una nueva alianza a favor de la calidad del cielo nocturno”, se afirma en la Declaración de La Palma. Una capacidad que también posee el archipiélago canario, un emplazamiento que desde hace siglos “ya era conocido por sus potencialidades para la observación estelar”, confirma Antonia M. Varela.
En este sentido, se debe apreciar el trabajo desarrollado por Starlight, que ha ideado un sistema de certificaciones que buscan la protección y reconocimiento del cielo nocturno, la mitigación de la contaminación lumínica, la difusión cultural de la astronomía o el fomento del turismo basado en dicha disciplina. En definitiva, “se intenta revalorizar los espacios con un firmamento de calidad”.
Para acceder a las calificaciones expedidas por esta Fundación se han de cumplir varios criterios. Entre ellos, la “calidad de imagen”, o “nitidez del cuerpo astronómico que se divisa”; la “escasa nubosidad” del lugar, para “garantizar un número racional de noches de observación del firmamento”; o la “transparencia atmosférica”, que se encuentra “muy unida a la calidad del aire y a la escasez de la contaminación lumínica”.
El ejemplo de un pueblo de 129 habitantes
Uno de estos reconocimientos lo ha obtenido Vega del Codorno, un municipio de 129 habitantes ubicado en la serranía conquense, en un valle del río Cuervo; con una densidad de menos de 5 habitantes por kilómetro cuadrado (la milésima parte que, por ejemplo, la ciudad de Madrid). Tras varias mejoras y modificaciones en el alumbrado de la localidad, unido a la falta de contaminación lumínica de la comarca, ha conseguido que la calidad de su cielo sea elevada. “Tener el firmamento limpio de luminosidad es muy beneficioso para las aves nocturnas, las especies migratorias y para el medioambiente en su conjunto”, confirma el alcalde, Rodrigo Molina. Unas realidades a las que se suman el ahorro económico y el fomento del astroturismo.
Esta línea de trabajo es compartida desde Guadalajara, otro territorio que puede verse favorecido por los mencionados reconocimientos, que “se constituyen como una nueva forma –y distinta– de atraer visitantes a comarcas afectadas por la despoblación”, asegura Rubén García Ortega, responsable de Turismo de la Diputación arriacense.
No es iluminar menos, sino hacerlo mejor
Se han observado las diversas ventajas de poner coto a la contaminación lumínica. Y limitar este problema no es tan difícil. “Sólo debemos apagar el interruptor”, señalan los expertos. De todos modos, ha de ser una acción coordinada. “La conservación de los cielos más oscuros no se logra actuando únicamente en dichas zonas, sino también sobre las grandes áreas urbanas situadas en un radio de 200 kilómetros”, asegura el físico Carlos Herranz.
En este sentido, los especialistas proponen diferentes medidas para solventar este tipo de polución. En primer lugar, utilizar “la energía justa y necesaria para realizar las actividades humanas”, explica Gabriel Dorado, de la UPM. Parece algo obvio, pero no siempre se tiene en cuenta. “Derrochamos mucha electricidad”, denuncian los investigadores.
Para evitar esta realidad, se debe limitar el alumbramiento de calles, carreteras o carteles publicitarios. “Se puede implementar unas instalaciones inteligentes que permitan regular la intensidad de la iluminación, dependiendo de la zona y del momento del día”, explica Dorado. Incluso sugieren establecer una suerte de control horario de dichas luminarias, atendiendo a la frecuentación de cada lugar. “No tiene sentido que las farolas de una plaza se encuentren al 100% de su uso, cuando a partir de cierto momento no hay ningún transeúnte”.
Es fácil: Sensores y orientación
Además, se sugiere apagar ciertos sectores o introducir sensores que reconozcan el movimiento y que posibiliten iluminar un lugar cuando pasen ciudadanos y/o automóviles. Incluso, se recomienda instalar interruptores que enciendan las luminarias al transcurrir por una determinada vía. Ésta última medida ya se ha adoptado en Bustares o Escalera (Guadalajara). “No se trata de iluminar menos, sino de hacerlo mejor”, aclara Javier Bussons.
Asimismo, desde diferentes grupos se propone “enfocar eficientemente las farolas”. Es decir, que los puntos de luz dirijan su irradiación hacia el suelo, evitando así que se escape energía a la atmósfera. También se ha de tener cuidado a la hora de instalar puntos de iluminación en “lugares sensibles” –como riberas de ríos–, que “pueden afectar negativamente a la fauna de las cercanías”, señala Ossian de Leyva. De igual forma, se debe emplear luz cálida en lugar de aquellas tonalidades azules o blancas, que son más contaminantes. “No sólo es importante la intensidad de la bombilla, sino también su coloración”, enfatiza Antonia M. Varela, de la Fundación Starlight.
En definitiva, acabar con este tipo de polución no es tan complicado como en otros casos. Y, además, traería numerosos beneficios. Uno de los más relevantes, el disfrute de un firmamento limpio y libre de impurezas, en el que poder contemplar el patrimonio astronómico. Asimismo, esta riqueza natural llevaría aparejado un incremento del turismo de “observación estelar”. No en vano, el ser humano siempre ha estado fascinado por la inmensidad del Universo. Ya lo dijo Confucio: “Las estrellas son agujeros por los que se filtra la luz del infinito”.
COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.
Comentarios
Por Carlos, el 03 marzo 2021
Soy aficionado a la astronomía y para mi desdicha vivo en Madrid, por lo que para observar un cielo medianamente oscuro, me tengo que desplazar bastante lejos. Pero ahora con la dichosa pandemia, los aficionados tenemos un problema más: los toques de queda, tenemos que estar recogidos antes de las 23 h. eso sin contar con que el tiempo(meteorológico) acompañe mínimamente, en fin que por mucho que surjan nuevos emplazamientos con buenos cielos, ahora mismo lo llevamos fatal, hace más de un año que no salgo a observar.
Gracias por el articulo.
Por ALBERTO MORENO Q., el 05 marzo 2021
Reúno información astronómica.
Pueden colocarme en su lista de distribución de artículos.
Mil gracias.