“Apoyaría una revolución que desnudara la impostura, tan común hoy”
Sometemos a Ignacio Vleming, que acaba de publicar el poemario ‘La revolución exquisita’ (La Bella Varsovia), a nuestra ‘Entrevista 10’: 10 preguntas a partir de 10 retazos de su libro. Y se muestra a la altura de la descripción en la contraportada: “Desde la militancia en la belleza, su escritura cuestiona siempre lo establecido”. “Tras ‘Clima artificial de primavera’ y ‘Cartón fósil’, avanza así en uno de los proyectos más originales y libres de nuestra poesía”. ¿Es necesaria una nueva revolución, de qué tipo, no bastaría con crear una nueva religión o una nueva vanguardia?
Antes de empezar con la Entrevista 10, Ignacio, cuéntame de dónde sale ‘La revolución exquisita’, el proceso de creación.
Marx decía que cualquier revolución se manifiesta la primera vez como tragedia y la segunda como farsa. Utilizó dos categorías estéticas para referirse a un fenómeno de naturaleza política, por lo que me propuse abordar el mito de la revolución como si fuese una obra de arte, el que sucede en un lugar incierto entre la historia y la fantasía y tiene que ver con la belleza y el amor, con el miedo y la esperanza.
Aunque ya tenía algunos poemas escritos, La revolución exquisita empezó a tomar consistencia tras la muerte en el verano de 2019 de mi querida Carmen Jodra, a quien está dedicado el libro. Todo lo bueno que haya en mi poesía se lo debo a ella, que fue una grandísima escritora. Cuando fallece un amigo de tu misma edad no sólo sientes una enorme tristeza por su falta, también una fragilidad terrible ante el curso del tiempo. La revolución exquisita es la tabla central de un tríptico formado junto a mis dos poemarios anteriores, Clima artificial de primavera y Cartón fósil. Todos publicados por La Bella Varsovia.
1) Abres el libro con esta cita: “Nosotros, hijos y nietos ya de terroristas melancólicos y de científicos supersticiosos, que sabemos que en el día de hoy está el error que alguien habrá de condenar mañana” (Heberto Padilla, ‘Fuera de juego’)”. Algo, Ignacio, que debo preguntarte desde el comienzo para saber a qué atenerme. ¿Tienes más de científico, de supersticioso, de científico supersticioso o de terrorista melancólico?
No puedo evitar ser algo supersticioso. Procuro no pasar por debajo de una escalera y me echo a temblar si me cruzo con un gato negro. Sé que se trata de un comportamiento irracional, pero… por si las moscas, no me gusta tentar a la mala suerte. Tengo muchos amigos científicos, alabo el rigor de su metodología. Menos mal que ellos la ponen en práctica. La poesía y el arte, sin embargo, funcionan de otra manera: aquí no valen las pruebas, sino la intuición.
2) Al hilo del poema ‘Las mil y una revoluciones’…, ¿cuál es tu revolución histórica preferida?
Todas las revoluciones, incluso aquellas que han instaurado prácticas terribles como la guillotina o el burka, pueden resultarnos inspiradoras desde un punto de vista literario, porque son momentos en los que la historia se acelera y se producen cambios sociales, políticos y estéticos sorprendentes. No hay revolución sin romanticismo y no hay revolución sin fe. La fe es la que mueve las montañas. Si los actores de una revolución se guiaran por la lógica, siempre encontrarían alguna excusa para no enfrentarse al orden establecido. Pero si me preguntas por mi revolución preferida, yo te diría que la francesa. En esto no soy muy original. Lo que pasó entre 1789 y 1804 resume los 200 años de historia occidental siguientes. No sólo se quiso derrocar a la monarquía, también se propuso inaugurar un mundo nuevo y para eso se estableció un calendario según las estaciones del año (nivoso, ventoso, pluvioso…) y el culto a la razón. ¡Qué bella paradoja!
3) Personajes que recorren tu libro… ¿Quién preferirías ser: Napoleón, Sísifo o Praxíteles?
Sin duda preferiría ser el escultor griego Praxíteles: aunque de él sepamos realmente muy poco, se cree que disfrutó de un gran reconocimiento en vida. Formuló un nuevo canon de referencia para representar el cuerpo humano, más naturalista en las actitudes y más idealizado en las proporciones. Por el contrario, siempre suele hacerse una lectura muy negativa del mito de Sísifo, condenado por los dioses a cargar eternamente con una roca hasta lo alto de una montaña. Desde luego que no quiero sufrir esa tortura. Pero también puede interpretarse desde otro punto de vista, como una reivindicación del esfuerzo y la resistencia, que para muchos son un fin en sí mismos. Esto es precisamente lo que estimula a la mayoría de atletas y a los artistas de circo. Napoleón, sin embargo, no se conformaba con aguantar en el poder. Se coronó a sí mismo Emperador, conquistó media Europa y probablemente estaba convencido de su misión: instaurar un mundo nuevo. Generó odio y admiración a partes iguales. Tuvo que ser una vida estresante y frenética. Yo no lo resistiría ni dos días.
4) “Una revolución comienza cada día / y siempre nos parece / inaplazable”. “…porque ¿cómo contener / la furia y la poesía / si de la revolución nos separa / un chispazo?”… ¿Qué revolución apoyarías ahora mismo? ¿La revolución, para ser auténtica, tiene que ser exquisita?
Probablemente ya se me ha pasado la edad de la revolución, cuando uno tiene fe en la posibilidad de cambiar el eje sobre el que gira el mundo. Claro que hay mil causas por las que luchar, pero creo que es mucho más interesante hacerlo a través de la razón, del diálogo y el consenso. Algunas revoluciones, sin embargo, han puesto sobre la mesa los temas del debate y eso es importantísimo.
Para ser auténtica la revolución tiene que surgir de los corazones, como el amor, pero da igual que sea más o menos exquisita, porque siempre tiene una dosis de violencia. Con exquisita me refiero a todo lo que sucede en el campo de las apariencias y que tiene mucho de trampantojo, de juego de espejos, de cosmética… Tal vez apoyaría una revolución que desnudara la impostura, tan común en nuestro tiempo; una revolución que dejara en evidencia a esa gente que te arroja sus valores con orgullo y luego se comporta de una manera totalmente contraria a los mismos. Pero esa revolución se apoyaría en la lógica social y la coherencia personal, y como decía, lo que mueve las montañas es la fe, no la razón.
5) “El pintalabios hace / que el beso se intensifique, / pero tal vez estéis equivocados / puede que demasiado cómodos / en la tibia impostura rebelde. / ¡Me parece cosmética!”. “Voy a enseñaros las postales que compran los turistas. / Esto es exactamente lo que quiero deciros. / Dos niñas con vestidos tradicionales / no son un souvenir. / Fuera de foco abren sus manos / para pedir limosna”. Lo acabas de mencionar: la revolución contra la impostura. ¿Hemos de entender estos versos como que tanto postureo nos aplasta y vamos aplazando aplazando aplazando la necesaria revolución? ¿O no hay que entender nada, no quieres decirnos nada? Por cierto, ¿la poesía tiene que querer decirnos siempre algo?
No sé si necesitamos una revolución: a veces las revoluciones salen muy mal. Hay sobrados ejemplos. Pero es evidente que el postureo aplaza cualquier posibilidad verdadera de cambio. A mí me encanta el refranero castellano: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. La literatura no sólo tiene que decirnos algo, tiene que decirnos mucho más que una noticia del periódico o un manifiesto. Un buen poema nos agita de tal manera que cada vez que lo leemos cambia nuestra interpretación. Incluso puede expresar dos ideas contradictorias al mismo tiempo. Es el poder de la poesía: funciona como una bola de cristal que revela el presente, el pasado y el futuro de quien lee.
6) “¿Acaso no sabemos quién le limpia la mierda al chico pelirrojo? ‘No quiero que me griten los hijos de la inmigración”. “Pronto recordaremos las cúpulas, las torres / desmochadas, el viejo caserón que hacía esquina / sin el trino vivaz de los gorriones, al borde / del abismo de su extinción”. ¿Las desigualdades sociales y el colapso ambiental nos están llevando al abismo, podemos hablar del fin de un ciclo?
Tal vez estemos al final de un ciclo, nadie puede asegurar lo contrario. En cualquier caso, creo que se está imponiendo un nuevo paradigma: seguimos viviendo más o menos de la misma manera, pero con un sentimiento de culpa brutal. Por otro lado, la literatura nos enseña que el mundo no ha dejado nunca de transformarse, al mismo tiempo que ciertas estructuras sociales se repiten una y otra vez desde hace siglos. Puede que esto suene un poco lampedusiano porque, aunque siga con asombro el curso de los acontecimientos, trato de dejar atrás el discurso apocalíptico. Me asusta cuando oigo a la gente afirmar con vehemencia que sus hijos tienen un futuro terrible en el que las desigualdades serán mayores y Europa será un desierto. Creo que este pensamiento tiene mucho de milenarismo y, del mimo modo que el milenarismo, también puede ser una forma de control social. Está claro que la vida que tú y yo hemos conocido cuando éramos niños ya no va a volver. Es mejor que lo aceptemos cuanto antes.
7) “Justo ahora está naciendo una nueva religión. / En principio es bondadosa / como el hada de los cuentos / y sus ídolos tal vez se parezcan más / a ositos de peluche / que a maniquíes de plástico”. Ignacio, me surge ahora la duda, ¿no podríamos arreglar esto con una nueva religión sin tener que recurrir a una revolución, por muy exquisita que sea?
Las religiones y las revoluciones son muy parecidas, porque ambas se apoyan en la fe y la fe tiene dogmas incuestionables: significa creer en lo que no se ve. Ni el mártir cristiano ante los leones ni el soldado bolchevique en el frío de la estepa abandonaron la verdad que les había sido revelada… Bueno, a lo mejor en el último momento, cuando ya sentían en su propia carne el dolor, sí la abandonaron. Pero sospecho que los dogmas no sirven para solucionar ningún problema. Ojalá tuviera yo la respuesta y me convirtiera en un líder carismático… Por el momento, lo único que trato de hacer es lanzar preguntas: tal vez un poco incómodas si nos creemos a pies juntillas los grandes relatos. Nunca hay nada malo en dudar, dudar de todo, pero no porque esté en un relativismo filosófico, sino porque creo que es una manera de reafirmar nuestros valores.
8) “Aunque la vanguardia haya fracasado, / nosotros contemplamos / el mundo con las gafas del cubismo”. ¿Y no podríamos solucionarlo con una nueva vanguardia? Piensa en una; seguro que la tienes en mente…
¡Mi sueño sería crear una anti-vanguardia! Como Ramón Gómez de la Serna, que hablaba del botellismo y el jazzbandismo en una parodia de la modernidad que a la vez era una declaración de amor en toda regla a las novedades artísticas que llegaban de París. La obsesión por crear una tendencia, y muy especialmente el conceptualismo, se ha convertido en una Academia tan repetitiva como la del siglo XIX. Algo parecido a esto hemos dicho, con motivo de una exposición titulada también La revolución exquisita, el fotógrafo Luis Gaspar, el pintor Íñigo Navarro y yo mismo en una suerte de anti-manifiesto.
9) “… Y qué pena perderse este verano contigo, / este verano que ha partido en dos / el corazón de los poetas / y de los chicos de veinte años todos, / a los que amabas con amor de amante”. Te propongo una última opción en vez de la revolución. ¿No podríamos solucionarlo todo con más amor?
El amor lo enreda todo, pero también lo cura. Me interesa por eso el concepto de piedad, al que María Zambrano dedicó un artículo maravilloso y que, según ella, es un sentimiento anterior al de empatía, amor, amistad o compasión. La piedad nos ayuda a comprender a los demás, a los que queremos porque miran en la misma dirección, pero también a los que piensan diferente. Las transformaciones más profundas dentro de nosotros suceden gracias a la piedad, que también se sostiene gracias a la fe y a la confianza ciega en el otro. No creo que el libro pueda solucionar nada, pero espero que sirva para da testimonio del encuentro entre personas que se admiran y respetan. Y eso ya vale mucho. Los versos que citas son de un poema en el que recuerdo a Carmen Jodra, con quien tuve la suerte de compartir conversaciones, lecturas, viajes y paseos.
10) “Quien te dejó te seguirá como perro a su dueño, / arrepentido y suplicándote. Que no te preocupe / la impotencia sexual, también impulso / los negocios, soy un imán para tus clientes / convoco a la suerte en el juego. Llámame sin dudarlo. / Seré eficaz, preciso, formal, discreto. / Todos los días disponible de 9 h a 22 h”. Ignacio, aprovecha, haz tu propio anuncio.
Podrás leer La revolución exquisita muchas veces y siempre te parecerá un libro distinto. Tiene algo de oráculo sin pretenderlo, de esfinge caprichosa riéndose entre dientes. Y como esos brujos que se anuncian en papeles volanderos, te prometo que al menos, si nadas a contracorriente, sentirás una leve sensación de caricia en la piel. La revolución exquisita ya estalló en las mejores librerías.
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