El ser humano desciende de las ardillas, según ‘La extinción de las especies’

El escritor Diego Vecchio. Foto: Marc Llibre.

El escritor Diego Vecchio. Foto: Marc Llibre.

El escritor Diego Vecchio. Foto: Marc Llibre.

El escritor Diego Vecchio. Foto: Marc Llibre.

La ardilla fue el primer mamífero, el animal primitivo del que descendieron todos los demás. Desde el ciervo, una ardilla tremendamente coqueta; hasta el ser humano, una ardilla bípeda que descubrió pronto el fuego. Hemos hablado con el autor de tan alternativa y estrafalaria historia sobre la fe en el progreso y la manía de coleccionar y restaurar, con un sentido del humor exquisitamente surrealista. Así explica Diego Vecchio (Buenos Aires, 1969) ‘La extinción de las especies’ (Anagrama), novela con la que ha sido finalista del último Premio Herralde.

Tiene todo el sentido del mundo la teoría, porque así como la ardilla se desvive por recoger bellotas para el invierno, los humanos llevan coleccionando toda clase de partículas desde sus primeros días bajo la excusa del saber. Los museos surgieron para dar sentido a este afán coleccionista, primero como espacio de inspiración y después como cobertizo del mundo. Y La extinción de las especies es también una historia natural de los museos.

¿Qué es más fácil, museificar el mundo o abrir el museo al mundo?

Los dos procesos son simultáneos. El museo es un mundo en el mundo, una suerte de mundo miniaturizado y encerrado en una vitrina. Y a la vez, el mundo es un museo siempre en movimiento. Abran la puerta y echen un vistazo. Los objetos forman series.

¿Podría exponer brevemente la historia natural de los museos?

En el hombre reside el niño y en el curador, un niño que colecciona caracoles, estampas o monedas. Después, con la pubertad, vienen colecciones más volátiles de pasiones, dolores y placeres. En la edad adulta, todo se olvida y el coleccionista se matricula en la universidad. Pero el pasado, que es indestructible, retorna.

Los museos públicos surgieron durante la revolución francesa, así que puede decirse que en sí suponen una idea bastante revolucionaria, al menos en su origen. ¿Cómo casa esto con la novela que ha escrito?

Puede ser que los museos públicos hayan comenzado en Europa con la Revolución Francesa y que los primeros objetos exhibidos ante el pueblo hayan sido las cabezas de la reina y el rey, entre los pies del verdugo. Pero en América (la novela transcurre en un lugar llamado Norteamérica) los museos públicos comenzaron de una manera menos sangrienta, cuando a Charles Willson Peale, artista que retrató a muchas figuras de la Revolución de las Trece Colonias, se le ocurrió mostrar en su casa de Baltimore, a cambio de un céntimo, el cuerpo embalsamado de un pájaro.

Por otro lado, el término museo significa, en una interpretación libre, «lugar de inspiración». ¿Usted lo entiende así?

Sí, el Museo es también el Palacio de las Musas, en que vivían, un poco hacinadas, hay que reconocerlo, Calíope, Clío, Erato, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania, hijas de Zeus. Pero que nadie se ofusque. Las letras y las artes no nacen en la holgura.

¿Cuál es el sentido social de un museo, democratizar el arte, guardar un testimonio de lo que fuimos en algún momento?

Proponer a los ciudadanos una manera edificante de perder el tiempo, haciéndoles creer que se distraen, cuando en realidad se están instruyendo.

Los grandes museos llevan años batiendo récords de visitantes. ¿Qué es lo que lleva a una persona a dejarse caer por un lugar así?

Hay múltiples motivos: la curiosidad de ver en vivo y en directo Las hilanderas de Velázquez, el cráneo de Descartes, la colección de fotografías de osos de peluche de Ydessa Hendeles. Pero también una manera de distinguirse de los otros, un antídoto para neutralizar la tristeza de los domingos por la tarde, un lugar donde refugiarse de la lluvia porque se ha salido a la calle sin paraguas.

Si algo nos ha enseñado esta última década es que cualquier cosa puede ser expuesta. Usted tira de ese anzuelo para componer su historia. ¿Existe algo que no quepa encontrar en un museo?

Sí, hay algo que por el momento no ha entrado en un museo: este cuestionario y la lectora o el lector que están leyéndolo en este mismo instante. Pero es un problema de tiempo. Tarde o temprano, todo termina archivado en un museo real o virtual.

Fantasea con la idea de que el hombre descienda de las ardillas. ¿No es una figuración un poco maliciosa?

Es tan maliciosa como pensar que desciende del mono o de una lagartija.

¿Por qué no iba a ser verdad esta historia alternativa que plantea?

En la ficción, todo es verdad. Desde luego, se trata de una verdad que no tiene una relación de adecuación con lo real, pero sí de desplazamiento, condensación, inversión, torsión.

Permítame devolverle una pregunta que plantea en el libro: ¿cuándo cultivó el hombre el placer desinteresado de pintar, cantar, danzar o recitar poemas que gustaban universalmente sin concepto?

Esto ocurrió cuando inventó el arte. Como el origen está definitivamente perdido y olvidado, un modo de exhumarlo es inventar un mito (ahora diríamos una ficción) como la cueva de Lascaux o de Altamira, museos de arte prehistórico, donde los hombres y los bisontes trabajaban juntos, sin depredación ni plusvalía.

¿A cada periodo de extinción le sucede otro de regeneración?

La noción de extinción suele tener mala prensa. Y con razón. A nadie le gusta perder. Y nuestro planeta no es una excepción. Pero por momentos habría que pensar la historia de la vida como una obra de teatro: para que nuevos personajes entren, otros tienen que salir.

¿Qué pensaría si en las librerías pusieran su libro junto a ‘El Origen de las especies’ de Charles Darwin?

Me sentiría muy feliz, pero a condición de compartir una mesa o una estantería en el sector literatura, para reparar una vez por todas el injusto olvido de Darwin, uno de los mejores novelistas del siglo XIX.

Si tuviera que elegir, ¿la lectura de ‘La extinción de las especies’ iría antes o después de la obra de Darwin? Tenga en cuenta que a día de hoy el Darwinismo sigue recibiendo muchas críticas.

Después, por supuesto, pero como si estuviera antes. La literatura se alimenta de los manjares servidos por las pseudo-teorías científicas, como la alquimia, la astrología, el darwinismo, el psicoanálisis y hasta las tediosas neurociencias.

Y para concluir, ¿si hubiera un museo del futuro, estaría todo negro?

Al contrario: habría un haz de luz en medio de la penumbra. Esto significaría que el fin del mundo no ha tenido lugar.

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Comentarios

  • Sísifo

    Por Sísifo, el 29 enero 2018

    Eso depende. Los dirigentes del Partido Putrefacto son híbridos de hiena y víbora.

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