‘Armándola’ con Pippi, Heidi, Patán y el conejito Duracell
A partir de 18 microrrelatos escritos ex profeso por autores como Sara Mesa, Ana Esteban, Use Lahoz, Luis Magrinyà, Mercedes Cebrián y Luisgé Martín, el artista Armando Seijo (1971) ha pintado al óleo los cuadros de la exposición ‘Armándola’, que presenta la galería Mad is Mad de Madrid. Y que nos sorprende con una alocada iconografía de la generación EGB, en la que Pippi Calzaslargas y Heidi comparten paredes con la Hormiga Atómica, Batman, el conejito Duracell y el Patán de los ‘Autos Locos’. Hasta el 9 de abril.
Para abordar este proyecto de trasladar a la pintura pasajes literarios, algo que nunca había hecho antes en su larga trayectoria como pintor, Seijo empezó a trabajar con objetos que tenía por el estudio, reciclándolos, y con los que inició un proceso experimental (sobre todo lienzos, telas y retales, algunos recuperados de la calle, pero también maderas y espejos).
Al haber sido esos lienzos utilizados con anterioridad, aprovechó la mancha pictórica que ya existía como elemento para empezar a imaginar. Y al carecer de marco, y tener esa característica de que alguien ha desechado y tirado semejantes superficies ya arruinadas, se planteó el proyecto con cierto desenfado, abstrayéndose así de la responsabilidad de tener que reinterpretar los textos de una larga lista de creadores entre los que se encuentran nombres
distinguidos de la literatura actual en español. Han participado: Natalia Carrero, Mercedes Cebrián, Manuel Cuéllar, Ana Esteban, Esther García Llovet, Marcos Giralt Torrente, Use Lahoz, Luis Magrinyà, Antonio Maldonado Muñoz, Luisgé Martín, Sara Mesa, Elvira Navarro, Andrés Rubio, Rafa Ruiz, Cristina Sánchez-Andrade, Marta Sanz, Ruth Toledano y David Villanueva.
A medida que se acercaba a un texto, Armando Seijo iba plasmando sobre el lienzo (o cualquiera de las superficies elegidas) la primera idea que se le venía a la cabeza, por literal o equivocada que fuera. Para ello ha tomado como referencia palabras como rata, animal sobre el que hizo ocho o nueve pruebas, o frases inspiradoras fuera de contexto que en su cabeza derivaron, por ejemplo, hacia una serie de sugerentes retratos caninos.
El proceso se convirtió casi en una obsesión, el artista se acabó aprendiendo los textos de memoria, y el reto de extraer temas pictóricos de ellos siguió el curso de la interpretación más libre, tomándolos como haikus que hubiera que exprimir mentalmente para sacar a la luz su esencia.
En ese bucle artístico y literario, Seijo ha tenido que reinventarse y hacer un ejercicio de pintura sobre lienzos pequeños en los que se ha liberado del gran formato que caracteriza su obra anterior. No se ha querido alejar, sin embargo, del que es uno de sus principales rasgos: su capacidad para producir cuadros instantáneos, frescos y directos. En sus trabajos previos ha pintado del natural, entre gente que va y viene (en parques o, una de sus más claras motivaciones artísticas, en el bar). La agitación urbana le inspira, y también lo bizarro, como en su serie de lienzos en la que modelos conspiranoicos venían a su estudio para ser retratados y le iban contando, mientras posaban, sus teorías. Escenas en los garitos, salas de conciertos con los músicos actuando, un universo performático plagado de la fauna nocturna del Londres en el que vive. Tales han sido algunas de las cartas que ha barajado de madrugada Armando Seijo. Con un posible mantra: cómo se hace un cuadro de considerable tamaño en una hora (o en un mes, o en un año, dependiendo de la urgencia de la situación dada).
En Armándola predomina la pincelada rápida, larga, de masas de colores. Una premura autoimpuesta (pues de su dominio técnico y su formación académica en la facultad de Bellas Artes de Sevilla dan cuenta obras iniciales suyas de carácter realista). Según los textos, sus interpretaciones han sido abstractas, divertidas, irónicas o más pictóricas dependiendo de elementos o ideas o palabras. A veces se ha servido de pies, como por ejemplo las últimas frases de los escritos.
Al incorporar estas íntimas aproximaciones literarias a su paleta, Seijo ha luchado con el hecho de tener que descubrirse a sí mismo en soledad. Aquí no había nadie que le contara, o que tocara o cantara, o que hablara en voz alta o pidiera la última copa, sino sólo palabras escritas. Lo ha resuelto por la vía quizás más eficaz, la cromática. Forzando la paleta para abrir el color, para hacer las manchas más alegres y divertidas. Colores más inmediatos, que no tienen por qué mezclarse, menos reflexivos, más íntegros, menos austeros. Traduciendo en formas lúdicas los mensajes encriptados de las palabras (como si hubieran llegado a una playa de ese Sur donde se crió dentro de una botella magullada por los movimientos de las corrientes).
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Aquí os dejamos una muestra de nueve de los 18 micro-textos que componen ‘Armándola’:
Animalística
Soy la que ladra, la que maúlla, la que escribe poemas. Soy la que se esconde en la madriguera más estrecha y la que guía al pueblo con los pechos desnudos. Soy la más solitaria y la que abre las puertas a las mejores fiestas. Soy pública sonrisa y melancolía privada. Soy lideresa y niña abandonada. Soy la que pía y croa, la que lee en voz alta. Soy cigarra y hormiga. Soy pelirroja, Pippi Calzaslargas.
(Ruth Toledano)
Fábula Moral
-Esta ha sido la última vez –le dijo el camaleón a la tortuga-. Seamos serios. Tú y yo no deberíamos compartir cama ni aunque enviudemos.
(Marcos Giralt Torrente)
Escena Conyugal
“Voy a doblar la rata”, le dije a mi marido en un ‘lapsus linguae’ que no dejaba de tener su gracia. “Es significativo, sí”, pensé mientras emparejaba calcetines, aunque no tanto como que mi marido no se hubiese dado ni cuenta del error. La rata estaba royendo nuestra ropa y él, ya ves, seguía tan feliz, en su despacho.
(Sara Mesa)
Arte frigorífico
Recuerdo un reportaje en TVE hace años, sobre un pueblo empobrecido de Andalucía. Entraban en la casa de un hombre con las facultades mentales más o menos perdidas y la recorrían grabándola con las cámaras. “¿Qué tiene usted en la nevera, señor?” El hombre la tenía desenchufada y la usaba como armario para meter cosas diversas. En la parte en la que habitualmente se colocan los huevos y la mantequilla, él en cambio guardaba peines y cepillos de dientes. La presencia de objetos en la nevera que no se colocan habitualmente allí me resultó ciertamente perturbadora. Si la nevera es blanca por dentro es porque el blanco representa la higiene; la nevera no desea esconder ni disimular sus manchas; nunca veremos una nevera pardusca por dentro. La nevera es una galería de arte: blanca y límpida para que se aprecie su limpieza.
(Mercedes Cebrián)
Belleza Biónica
La función hace el órgano y el órgano la función. En los tiempos del ‘ciborg’, sustituiremos la carne por otros compuestos para ser inmortales. Mi ojo me ofenderá y, en lugar de aliviarlo con colirios de ácido hialurónico, me sacaré mi ojo para reemplazarlo por el maravilloso vidrio de las brujas de Macbeth. Dejaré de perder pelo. Una pierna ortopédica me dará la felicidad.
(Marta Sanz)
5/8/2012
Todos mis muertos volvieron a partir la noche en que murió Chavela.
Yo me remorí.
(Antonio Maldonado Muñoz)
Despedida
Si quisieras, podrías verlo una y otra vez: la calle y la lluvia y tú y yo en el abrazo,
detenidos entre gente que no sabe. En otro tiempo y bajo otra lluvia. Ahora es como si la memoria fuese una aguja encendida, una punta de cuchillo que apenas acaricia la piel suave de tu frente y te deja un rasguño leve, delgado como un pétalo de amapola.
(Ana Esteban)
Homenaje a ‘La Cartuja de Parma’
Recibí, encerrado en esta torre, una cuerdecilla muy larga. La lancé entre los barrotes de la ventana y al recogerla encontré, atado en el extremo, un pedazo de chocolate.
(Luis Magrinyà)
Todos mienten
Un hombre se hizo un selfie y se lo envió a otro hombre a través de una aplicación de relaciones sexuales. El otro hombre dio su aprobación y concertaron una cita en su casa. Cuando se encontraron, sin embargo, el segundo hombre vio que el primero era completamente diferente al que estaba en la fotografía. Le acusó de
impostor y de mentiroso. Discutieron. Cuando estaba a punto de agredirle, el primer hombre sacó su teléfono y le hizo una fotografía. Se la enseñó. El segundo hombre la vio. No era él.
(Luisgé Martín)
Comentarios
Por jose, el 16 abril 2019
buenos relatos.concomunsentido
Por Bruno MG, el 10 diciembre 2019
Interesante.