Arsuaga y Millás, diálogos sobre la vida entre un sapiens y un neandertal
El escritor Juan José Millás y el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga hablan de todo lo humano en el libro ‘La vida contada por un sapiens a un neandertal’. Y nos descubren la presencia de la evolución humana en una cueva, una juguetería, una pescadería o una sex-shop.
Un sapiens y un neandertal, ya sea reunidos en una habitación o en una sex-shop, ¿de qué hablarían?
Si se trata, además, del escritor Juan José Millás, que se considera a sí mismo muy cercano a nuestro pariente extinto, pese a tener en su haber un buen puñado de premios literarios, y del paleontólogo Juan Luis Arsuaga, codirector en Atapuerca y gran divulgador, la conversación puede girar de asuntos tan dispares como pueden ser los pollos, los peluches, los perros de extrañas razas o las patatas revolconas. Y ¿qué nos están contando? La vida humana, la misma vida que comenzó hace unos dos millones de años en el África profunda y que ambos nos muestran en estado puro, entre las reflexiones científicas de Arsuaga y las curiosas, casi ingenuas preguntas del ingenioso escritor.
El resultado de todo ello es un libro: “La vida contada por un sapiens a un neandertal” (Ed. Alfaguara), que firman ambos porque uno ha puesto la pluma y el otro sus conocimientos. Lo llevo bajo el brazo cuando nos encontramos en un céntrico hotel de Madrid (con distancia y mascarilla, por supuesto). Llego con mil y una preguntas para entender cómo se ha pergeñado un texto en el que, a modo de Don Quijote y Sancho Panza, la razón y la curiosidad se dan la mano, aderezadas con la frescura de la escritura de Millás. Un relato surgido de un ir y venir de un lugar a otro en busca de vestigios de nuestro pasado que siguen aquí, entre nosotros, en fruterías, tiendas, restaurantes, ferias o colegios.
“Siempre he leído mucha literatura científica. Me gusta porque es muy precisa y quería tener una experiencia con un científico que respondiera con sencillez a mis preguntas. Creo que la base de la sabiduría está en la ingenuidad, la extrañeza. Vas mal si das todo por sentado. Es como si tú llegas a una rueda de prensa sabiendo lo que vas a escribir de antemano”, me explica Millás. “Estar con Arsuaga a lo largo de los dos años que hemos tardado en tener el libro me ha aportado mucho conocimiento que estaba difuso, además de conocer a un personaje complejo e interesante como es él. En estos dos años mi vida ha cambiado en muchos aspectos. Hay un antes y un después…”.
Arsuaga le interrumpe. “Si es que hemos viajado mucho, porque el marco en el que se desarrolla es también protagonista. No se puede entender ninguno de nuestros diálogos sin el marco donde estábamos. En el fondo, era un poco quijotesco, salvando las distancias. Uno que se cree científico y el otro que es muy práctico y realista. Uno ve molinos donde el otro ve gigantes. En ese ir y venir les van pasando cosas… Un chat hubiera sido más rápido; pero nosotros íbamos a un sitio a comer queso y hablábamos con la gente que vendía el queso. Lo que ha seleccionado Juanjo es una mínima parte de todo lo hablado. Y vamos a tiendas eróticas, a un mercado, un museo, una cueva… Incluso fuimos a un certamen canino, donde pasaron muchas cosas. Allí me dio para hablar de la selección natural, de las razas. Más que un capítulo, daba para un libro”. Ahora el que interrumpe es Millás: “Y de la relación entre domesticado y domesticador. Es que si el dueño está contento, ves que el perro también lo está”.
Me pregunto si las visitas a esos sitios y su relación con los temas tratados surgían sobre la marcha. Porque en el libro se habla de sexo, comida, reproducción, cuerpo humano, religión, muerte…
Y es Arsuaga quien responde: “Tenía una lista con temas sobre la naturaleza humana, que son los que son, y sobre ella buscaba sitios que pudieran servir para contárselo a Juanjo. Una vez allí, se generaban nuevas ideas. De hecho, el contenido y el sitio elegido es un todo. [Y mirando a Millás] Ahora mismo se me ocurre que para contarte que los humanos estamos hechos para caminar, deberíamos haber ido a una maratón. Allí está toda la diversidad humana”. Inesperadamente, Arsuaga confiesa su nueva obsesión: “Si es que ahora voy por cualquier lugar y pienso que tengo que llevar a Juanjo. Y eso me preocupa, porque ni Don Quijote y Sancho se ven todos los días. Me tengo que curar esto. No puede ser que vaya a comprar bacalao y pensar que me gustaría explicarle allí el problema de la pesca y los recursos marinos. Debo superar esta obsesión…”.
Lo cierto es que su paleontologizado alumno reconoce que mientras duró la aventura siempre estuvo dispuesto a lo inesperado; también que nunca sabía donde le llevaría, así que no siempre tenía el equipamiento adecuado (menudo frío pasó en el Desfiladero del Cares) . “Todos los sitios me sorprendían. Como el día que me llevó a una juguetería. ¿Pero qué hacemos aquí?, me preguntaba. Allí me di cuenta de que no hay lugar construido por el ser humano en el que no se pueda hablar del ser humano. Recuerdo que tenían unos bebés hiperrealistas y que la dependienta nos miraba raro. Igual pensaba que éramos pederastas. La verdad es que yo siempre estaba muy pendiente del qué dirían donde íbamos, pero a Arsuaga no le importaba… Yo siempre tenía ganas de decir que éramos antropólogos para justificarnos…”. Pero ahí se quedaba, escuchando, preguntando, con su cuaderno de tapas rojas, recogiendo notas para hacer de “la palabra, un órgano de la visión”, como nos cuenta en el libro.
A veces, las citas no salían como el científico esperaba. “Un día quería contarle cosas de la alimentación, de la caza y el origen de la agricultura, así que fuimos a un mercado, pero resulta que ya no hay caza como yo recordaba, ya no se ven las perdices colgando de ganchos como antes… Aun así, el mercado dio mucho juego”.
“Pues justo ayer leía que la humanidad come 60.000 millones de pollos al año. Eso es una barbaridad”, interviene Millás. “Oye, qué sintonía, porque justo también ayer leía sobre pollos. Era sobre un lugar que recomiendan porque hacen pollos al carbón. ¡Qué conexión!”, responde Arsuaga. “Y ya que lo dices, ayer comí pollo”…
En esas estamos cuando veo que se me va el tiempo que tengo para la entrevista, muy limitado, y trato de reconducir el asunto… “Rosa, ¿ves? Si es que, además, el pollo da para mucho. Son proteínas, que son menos dañinas que las de las vacas, porque se tiran pedos y aumentan el metano, generando más cambio climático”, me dice el paleontólogo. “ Y así hemos hecho este libro…”, continúa Millás. “Desde el principio, me dijo que no iríamos ni a un yacimiento, que sólo los ignorantes creen que la Prehistoria está sólo ahí; está entre nosotros, en lo cotidiano. Comprendí con él que la historia es un continuo, sin un muro que la separe de la prehistoria. Además, en mi caso, la prehistoria me explica mejor lo que soy. Así lo siento desde que volví de Atapuerca; la mayor parte del tiempo humano lo hemos vivido en la prehistoria”.
“Exacto”, añade Arsuaga, “la prehistoria se asocia sólo con huesos y fósiles. Creo que incluso algún paleontólogo cree que los animales que caminaban en el pasado circulaban en esqueletos (Risas). Se creen que la biología es osteología. Hay que recordarles que había plantas, virus, etcétera”.
Está claro que las conversaciones entre ambos y con ambos siempre acaban siendo un relato de la existencia en las que descubrimos que la evolución es el mundo del caos, pero también cómo la cultura ha cambiado nuestra biología.
Y pregunto: ¿Esa simbiosis cultura-ciencia la tenemos ahora bien enfocada?
“Creo que se ha producido, como decía el antropólogo Santiago Genovés, una explosión de la innovación. Es la especialización. Yo mismo ojeo una revista de divulgación científica y no entiendo nada; la hiperespecialización ha llevado a una explosión de ignorancia. Genovés entendía lo que decía un biólogo, un químico, un físico… Yo entiendo lo mío. Soy un ignorante. Y es porque nos falta cultura de la interconectividad, de la interrelación; si no la tenemos, seremos cada vez más ignorantes. En ciencia definimos a un especialista como una persona que a fuerza de saber cada vez más de menos, ha acabado por saber todo sobre nada. Este libro es un intento de crear esa cultura”, argumenta el científico sapiens.
Y continúa el escritor algo neandertal: “El hermanamiento entre el mundo humanidades y la ciencia existía, pero se separaron y este estancamiento desde edades tempranas entre ciencias y letras es un disparate. Las ciencias si no están alumbradas por el pensamiento humanístico son un desastre, y a la inversa igual. Además, cuando se separaron ganó la batalla la ciencia porque proporciona datos cuantificables en un mundo donde se valoraba lo que se cuantifica. Sin embargo, las primeras manifestaciones científicas humanas son el relato oral, el cuento, la gente que se reunía en torno al fuego, no para divertirse, sino porque allí se contaba cómo era el mundo al que se iban a enfrentar al día siguiente, cómo era el bosque. La primera aproximación al entorno del ser humano no fue científica sino oral. Ahora, si alguien aprende a dividir, se va a la cama contento y si lee El Quijote es más sabia, pero no puede cuantificarse lo que le proporciona, así que quienes dirigen el mundo, dicen que no es importante. Antes, cuando era paranoico, pensaba que, por ejemplo, se suprimió la Filosofía como asignatura obligatoria por culpa de una mente maligna, que era premeditado porque cuanto menos sabe gente, es más manipulable. Ahora creo que es porque piensan que no sirve para nada”.
Comentarios
Por Jesús Ricardo Zúñiga y, el 03 enero 2021
Me parece un enfoque interesante, estoy de acuerdo en que la súper especialización crea seres que ignoran todo lo demás. Gracias.