Así se comunican los árboles
“Atención chicos, por esta zona nos están atacando los pulgones y tenéis que estar atentos para activar vuestras defensas contra ellos”. “Gracias, por nuestra parte seguimos trabajando para pasaros más carbono, que vemos que os llega poca luz para hacer la fotosíntesis”. Este diálogo entre árboles es ficticio, está humanizado, pero se acerca a algo que sí existe: la transmisión de informaciones entre árboles. En el Día Internacional de los Bosques (hoy, 21 de marzo) nos adentramos en la capacidad de los árboles para comunicarse a través de la red de micorrizas subterráneas que forman junto a los hongos y de los compuestos orgánicos volátiles que viajan a través del aire. Y, atención, porque esos mensajes no solo van dirigidos también a otras plantas, insectos o aves, sino a nosotras, las personas, incluso para mejorar nuestra salud.
Es inevitable. Cuando comienzas a conversar con personas expertas sobre la comunicación entre árboles en particular y en el reino vegetal en general, surge un clásico: el del envenenamiento y muerte de antílopes tras comer hojas de acacias. La investigación del zoólogo sudafricano Wouter van Hoven tiene más de 30 años y sirvió para explicar cómo las acacias se defienden del excesivo ramoneo de sus hojas y ramas por parte de los antílopes kudú. Expulsan una sustancia (etileno) que llega a otras acacias cercanas y les hace reaccionar ante la inminente llegada de estos ungulados salvajes segregando otra sustancia (taninos) que acaba con su vida en pocos días por su potente toxicidad.
Lo comentan Mariano Sánchez, jefe de la Unidad Técnica de Jardín y Arbolado del Real Jardín Botánico (RJB-CSIC); Elena Amat de León, doctora en Biología de la Conservación de Plantas, y Josep Peñuelas, investigador del CSIC en el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) y uno de los mayores expertos mundiales en comunicación entre plantas a través de compuestos orgánicos volátiles (COV) como el etileno. También destacan cómo las jirafas, mucho más altas, están más atentas a la dirección del viento y seleccionan aquellas acacias que no han sido todavía informadas por sus congéneres. Es un ejemplo de los muchos que surgen en cuanto se indaga en la capacidad de comunicarse entre los árboles y las reacciones de cooperación y ayuda que surge entre ellos.
Cooperación, supervivencia y competencia
“Y de supervivencia”, señala Amat de León. Bien sabe de ello, ya que lo vivió con la especie sobre la que versó su tesis, endémica de sierras abulenses y de nombre científico Pseudomisopates rivas-martinezii. “No es un árbol”, señala Amat de León, “pero sus raíces encierran algo parecido a un árbol por sus dimensiones, aunque por lo que destaca es por la capacidad que tiene para dividir el trabajo ante las perturbaciones que sufre, con ramas que reciben menos sol y se dedican a captar y retener el agua y otras más expuestas al calor y que se centran en atraer insectos para su polinización”. También cita otra planta objeto de su estudio, el Erysimum penyalarense, como “ejemplo de quien busca crecer al abrigo de otros arbustos, como el enebro, para que le sirvan de protección”.
Cooperación, supervivencia “y competencia”, afirma Mariano Sánchez: “Ahí tienes a algunos pinos, que como les dé por provocar alelopatías tóxicas soltando sustancias químicas a las micorrizas no crece uno solo ejemplar más a su alrededor”. La alelopatía, definida como la influencia directa de un compuesto químico liberado por una planta sobre el desarrollo y crecimiento de otra, es una de las muchas reacciones que se originan en el principal territorio en el que se comunican los árboles: el subsuelo. Aquí se forma una red de micorrizas (la simbiosis entre el micelio del hongo y la raíz del árbol) básica para que el árbol reciba nutrientes minerales y agua del hongo y lo intercambie por el carbono fruto de su fotosíntesis. Numerosos estudios coinciden en que este “internet de las plantas” (wood wide web) conecta innumerables plantas y sirve para fortalecer su salud y la del suelo en los ecosistemas forestales.
Árboles madre que cuidan a sus hijos
A mediados del pasado año, Suzanne Simard publicaba el libro En busca del árbol madre. Descubre la sabiduría del bosque. Se trata de un paso más de esta popular catedrática y profesora de ecología forestal de la Universidad de la Columbia Británica en su férrea defensa de esa red subterránea que comunica a los árboles del bosque y propicia respuestas y adaptaciones a fenómenos de todo tipo. “Bajo tierra hay otro mundo, un mundo de infinitos caminos biológicos que conectan árboles y les permiten comunicarse y comportarse como un solo organismo. Esto podría remitirnos a algún tipo de inteligencia”, subraya Simard.
En su nuevo libro, la profesora canadiense ahonda en su teoría de los árboles madre o árboles núcleo como indispensables para la supervivencia de los bosques, ya que cada uno de ellos está conectado a cientos. “Utilizando nuestros rastreadores isotópicos”, explica, “descubrimos que los árboles madre envían el exceso de carbono a través de la red de micorrizas a las plántulas del sotobosque, a sus hijos, y lo hemos asociado con una sobrevivencia de plántulas cuatro veces mayor”
Esos mismos rastreadores sirvieron para seguir “el movimiento del carbono y de señales de defensa desde el tronco de algún árbol madre herido hacia la red de micorrizas y las plántulas vecinas. Estos dos compuestos incrementaron la resistencia de las plántulas a la tensión futura”, apostilla.
Hay incluso estudios que demuestran cómo el exceso de carbono en algunos árboles lo aprovechan a través de la red de micorrizas otros de especies diferentes que tienen más dificultades para captar la luz solar y metabolizar el dióxido de carbono a través de la fotosíntesis. En un artículo publicado por la Agencia SINC en 2017, Tamir Klein, geoquímico de la Universidad de Basilea (Suiza), explicaba cómo, tras instalar junto a su equipo una red de tubos en los que inyectaron carbono-13 en las copas de los árboles, excavaron en la tierra hasta llegar a la red de micorrizas para verificar que el isótopo etiquetado había viajado desde el ejemplar marcado hasta los árboles más próximos de especies diferentes. Concluyeron que hasta el 40% del carbono en las raíces finas de un individuo puede derivarse de los productos fotosintéticos de un vecino.
“Eh, tú, carbonero común, ¿me podrías quitar del árbol estas orugas?”
Volvemos a la superficie de la mano de Josep Peñuelas y de los COV. Recuerda: “No solo se trata de emitir señales por parte de unos árboles, sino de recibirlas e interpretarlas por otros; y sí, podría ser el equivalente a nuestras palabras, porque cada uno de estos compuestos serían palabras que comunican conceptos”. De esta manera, prosigue Peñuelas, “los árboles son capaces de reaccionar ante las señales que les lanzan sus vecinos por el ataque de una bacteria, de un hongo o de un herbívoro”. Esas señales sirven también para atraer polinizadores, para protegerse contra ciertos estreses ambientales y para llamar la atención de ciertas aves y advertirlas que las necesitan para librarse de plagas.
Un estudio conjunto entre investigadores del Instituto de Ecología de los Países Bajos y de la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA/CSIC) describe la manera que tienen algunos árboles de comunicar a ciertos depredadores que están infectados por orugas de mariposas y que les necesitan para deshacerse de ellas. Un ave como el carbonero común no acude porque haya observado a esas orugas o el efecto que provocan en el árbol, sino por los COV que lanza este árbol y le llevan hasta él. Estos compuestos no solo atraen a depredadores vertebrados, sino a otros insectos depredadores de larvas.
Los árboles nos regalan salud y les respondemos interfiriendo en sus comunicaciones
Pero también nos dicen cosas a las personas como: “Pasear por el bosque siempre es beneficioso, pero veniros mejor a primera hora de la mañana en verano, que os vamos a ofrecer los mejores efectos saludables con nuestras fragancias”. Así se colige de otro trabajo con científicos de diversos centros de investigación de Cataluña con participación de Josep Peñuelas, que concluye que los monoterpenos que emiten las plantas dentro de un encinar tienen niveles máximos durante julio y agosto. ¿Qué son los monoterpenos? Fragancias que emiten las plantas para comunicarse, repeler a sus depredadores o captar la atención de sus polinizadores; y que actualmente se estudian por sus propiedades antiinflamatorias, neuroprotectoras y antitumorogénicas. El estudio comprobó que “las máximas concentraciones se producen durante julio y agosto a primera hora de la mañana (de 6 a 8 horas) y de la tarde (de 13 a 15 horas)”.
Pero las personas, en lugar de agradecer estas dádivas tan saludables, respondemos con señales menos naturales. Las que provocamos con nuestra contaminación, cambio climático, incendios y talas indiscriminadas interfieren gravemente en la comunicación de los árboles. Según Peñuelas “la acumulación de ozono derivada de la contaminación atmosférica oxida los COV de origen biológico y cambia el código de la señal química que recibe el polinizador con la que debe encontrar la flor más adecuada para él y para la planta”. Luego tenemos el cambio climático: “Un clima más cálido genera una sopa de señales distinta e igualmente altera el mensaje”. Y, por último, Peñuelas cita la excesiva fertilización con nitratos y las bacterias asociadas a nuestra producción agrícola y ganadera: “Otra manera de alterar la comunicación natural entre las plantas”.
Suzanne Simard propone una solución al menos a uno de los males que causamos: la desaparición de los árboles madre o núcleo. “Podemos talar uno o dos árboles núcleo, pero hay un punto crítico para seguir con la tala, un punto en el que el ecosistema colapsa. En varios experimentos hallamos que con una tala selectiva y la retención de árboles núcleo y la regeneración de una diversidad de especies, genes y genotipos, las redes de micorrizas se recuperan muy rápido. Cuando se tale, hay que rescatar ese legado, los árboles madre y las redes, la madera y los genes, para que transmitan su sabiduría a la siguiente generación; y además debemos regenerar nuestros bosques con diversidad de especies, genotipos y estructuras”.
Comentarios
Por Vicente, el 21 marzo 2022
Excelente artículo que nos confirma una vez más que la naturaleza es un conjunto interrelacionado. Solamente objetar que en el último párrafo, donde dice: «En varios experimentos hayamos que con una tala selectiva…» creo que hayamos debería ser escrito con ll, puesto que es del verbo hallar y no del verbo haber.
Un saludo.
Por Javier Rico, el 30 marzo 2022
Muchas gracias Vicente, por tu comentario y tu corrección, que ya se ha llevado a cabo.
Por Alvaro Guerrero, el 21 marzo 2022
Gracias Javier por este artículo. Es una bocanada de oxígeno entre tanta actualidad negativa. Te animo a seguir divulgando investigaciónes y novedades del mundo natural que nos ayuden a los bichos de dos patas a entender mejor a los árboles y a todos los seres que nos rodean.
Por Javier Rico, el 30 marzo 2022
Gracias a ti Álvaro. Con ánimos como los tuyos es más fácil seguir por el camino divulgativo que comentas.
Por Rosalía, el 21 marzo 2022
Querría saber cómo se puede reconocer un árbol madre. ¿Hay algún artículo o alguna página con esa información?
Muchas gracias
Por Javier Rico, el 30 marzo 2022
En general, sigue la pista a los libros, escritos y conferencias de Suzanne Simard. Ella te llevará hacia los árboles madre, pero piensa que suelen ser los más grandes y centenarios, y en especial si están ubicados entre grandes masas boscosas. Muchos están catalagodas en las comunidades autónomas como árboles singulares.
Por Caridad, el 21 marzo 2022
Interesante! Creo en la comunicación de las plantas entre ellas, y con el ser humano capaz de sentirlas
Por Carmen gloria muga Astudillo, el 25 marzo 2022
Excelente información. Por eso todos los países deben ser responsables para la REFORESTACIÓN de árboles NATIVOS. No sirve de una especie debe ser con biodiversidad. Señores donde hay árboles hay agua. Saludos.
Por Javier Rico, el 30 marzo 2022
Muchas gracias Carmen. Tienes razón, no hay que reforestar por reforestar, sino pensar en la tierra, el suelo, el clima, el resto de la biodiversidad… Y sobre todo, respetar a los bosques más maduros y sus árboles madre.
Por jose hugo gomez h, el 18 diciembre 2022
Gracias por compartir sus conocimientos y excelente orientador turistico