Augsburgo, tras los pasos de Bertolt Brecht y su teatro militante

Fuente de Hércules en Maximilianstrasse. Foto: Josu Bilbao.
¿Quién no ha visto representada alguna obra de Brecht alguna vez? Su dramaturgia, surgida de la búsqueda de un compromiso con las clases trabajadoras, es conocida a nivel mundial; fue el creador del teatro épico o dialéctico, un teatro militante. Esta Semana Santa, ‘El Asombrario’ viaja por Alemania. Ayer visitamos Múnich, hoy recalamos en Augsburgo tras los pasos de Bertolt Brecht en esta ciudad pequeña y acogedora de 300.000 habitantes, buscando pistas que nos ayuden a entender mejor su legado en la urbe a la que el autor siempre se mantuvo estrechamente vinculado.
En esta ciudad nació en 1898 (solo meses antes que Lorca en Granada) y aquí estudió Primaria y Bachillerato. Las referencias que encuentro me llevan a su casa natal en Auf dem Raim 7, localizada tan solo a unos cientos de metros de otro grupo de casas conocido como Fuggerei, el proyecto de vivienda social más antiguo del mundo, del siglo XVI. La ubicación de este proyecto sería profética: la modesta casa que los padres de Brecht eligieron para vivir en un barrio obrero en 1897 estaba a tiro de piedra de esa colonia que desde siglos albergaba a los más necesitados, algo que fue decisivo en la creación de su obra, y ahí nacía el autor que revolucionó el panorama teatral del mundo con su teatro del compromiso.
La casa donde nació Brecht es una encantadora vivienda de dos pisos que conserva mucho de su aspecto original y atesora cantidad de recuerdos: decenas de fotos inéditas, la cama original de su madre, una completa librería con material histórico, y toda la dramaturgia del autor, incluyendo primeras ediciones, cartas, borradores de poemas. Me pierdo entre tanto material y me parece escuchar al pequeño Bertolt gatear, mientras Angélica, que nos ha dado la bienvenida desde la taquilla de entrada, se deshace en disculpas porque todo está exclusivamente en alemán. “Acepte usted este libro resumen en inglés como compensación, por favor”.
Es una mujer pequeña, educada, muy amable, que cuida las formas y que se desvive para que el visitante pueda disfrutar; se diría que la casa le pertenece. Fuera, el cielo se pierde absurdamente en un infinito de nubes grises y hay parejas maduras tomando té en mesas sobre un canal de agua que viaja con fuerza hacia cualquier desembocadura, y cuya corriente está pintada de azul, como el de la bandera de Baviera, el lander sureño donde me encuentro.
La colonia de viviendas sociales Fuggerei fue concebida por una familia de ricos financieros, los Fugger, conocidos como los Fúcares en España (en Madrid hay una calle que lleva su nombre, la calle Fúcar, entre Atocha y Huertas) que llegaron a prestar dinero a Carlos V para sus campañas y terminaron explotando las minas de Almadén. Los ricos empresarios y prestamistas construyeron esas viviendas para alojar a los pobres de su ciudad bajo la condición de que fueran originarios de Augsburgo, estar casados y ser católicos.
La calle principal, la que desde la casa natal de Brecht lleva a los Fuggerei, es una vía sin encanto y el cielo abotargado la hace más gris aún. En la colonia de los Fugger sigue viviendo gente con pocos recursos en casas de dos pisos. Cada familia ocupa una planta, las fachadas pintadas en mostaza, los techos muy empinados y unos brazos de hiedra cubriendo muchos de sus muros. Hay alguna que se visita como museo. Me pregunto qué hacemos un puñado de turistas, previo pago de una entrada, espiando la vida confortable de sus habitantes, merodeando por las callejas, mientras varias amas de casa regresan en silencio cargadas con sus compras. Los habitantes siguen pagando unos simbólicos 0’88 euros al año, el equivalente de un florín imperial, por cada vivienda de 60 m².
La obra de Brecht Trommein in der nacht (Tambores en la noche) se desarrolla en el Berlín de la revolución espartaquista de enero de 1919 –coletazo de la rusa de 1917– en la que obreros y soldados se alzaron contra el poder burgués establecido. Brecht tenía 21 años cuando escribió la obra y su orientación política se acercaba al marxismo-leninismo. El joven Brecht ya quería transformar el teatro en un arma política de cambio urgente. Tenía 16 cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, cuyo estallido interrumpió sus estudios de Medicina en Múnich, para regresar a Augsburgo a enrolarse como asistente médico.

La casa natal de Bertolt Brecht en Auf den Raim, 7. Foto: J.B.
Siguiendo las esculturas rojas de Brecht, diseminadas por la ciudad con indicaciones para un recorrido brechtiano por los lugares que visitaba el autor, descansamos en una típica pastelería. Frente a la mesa donde nos sentamos para degustar una deliciosa tarta Selva Negra auténtica, un grupo de mujeres de mediana edad comparten porciones de varios dulces con frutas y se ríen al unísono; una de ellas nos mira con curiosidad. Lleva en el pelo un lazo del mismo color azul que el agua pintada del canal de la casa de Bertolt Brecht. Al marcharse, se acerca y nos dice algo en alemán que no entendemos, solo acertamos a comprender “Anna”, parece que fuera su nombre. Como la protagonista de Tambores en la noche. No sonríe, solo pretende ser cordial.
Augsburgo fue fundada por Druso, el hijo adoptivo del emperador Augusto, en el año 15 antes de Cristo y se considera la más romana de las ciudades alemanas. Bajo el Sacro Imperio Romano-Germánico llegó a convertirse en ciudad imperial libre, es decir, gobernada directamente por el emperador, y no por príncipes o duques, pero la ciudad se presenta hoy deslucida. En el centro histórico cerrado al tráfico, muchos de sus edificios están cubiertos de andamios y hay vías levantadas aquí y allá que le dan una sensación de provisionalidad. Imagino estas mismas calles con parecidos andamios siendo reconstruidas tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Augsburgo fue muy castigada por el interés de los aliados en destruir la fábrica MAN que construía motores para los submarinos nazis. Sin embargo, la impresionante catedral de Santa María de estructura original románica, coros góticos y decoración interior barroca, compendio de estilos común a otras muchas otras iglesias, sorprendentemente no sufrió daños graves durante los ataques aéreos.
Ahora la fuerza del viento en el cielo adelgaza unas nubes que se convierten en nidos grises. Desde nuestra llegada, en la calle es como si no hubiera prisas y parece que todo transcurre con calma y en silencio; a veces me parece una calma tensa, a punto de explotar. En la plaza del Rathaus (Ayuntamiento) y al lado de la casa consistorial, con su espectacular Salón Dorado, se encuentra la Perlachtum, la torre de la adyacente iglesia de San Pedro, de más de 70 metros que mira a la plaza en cuyo centro se erige una espectacular fuente coronada por una estatua del emperador Augusto. La fachada de uno de los edificios municipales que rodean la plaza exhibe un enorme cartel a favor de la diversidad y en contra del antisemitismo.

Colonia de viviendas sociales ‘Fuggerei’. Foto: J.B.
En la avenida Maximiliamstrasse hay dos fuentes renacentistas formidables, la del poderoso Hércules en su cima, que somete con fuerza a varios demonios alados y la del dios del comercio, Mercurio. Leo en una guía que se considera una de las calles más bellas de Augsburgo, pero el cableado del tranvía extendido por todo el espacio celeste, entre edificios en obras, desluce el conjunto y es imposible sacar una foto en la que no estén los cables presentes como rayajos molestos.
En la iglesia de Santa Ana, originalmente adosada a un monasterio carmelita, están enterrados los tres hermanos Fugger y sus dos sobrinos, en una capilla de estilo renacentista frente al altar mayor, el ejemplo más antiguo de arquitectura en este estilo en el país. La capilla, que se sitúa debajo de un bello órgano y del coro, impresiona por la factura del conjunto escultórico de La Lamentación de Cristo y evidencia el poder de los hermanos Fugger y su afán por construirse un lugar para la eternidad. Lo que no previeron los Fugger fue que la iglesia se convertiría con Lutero (que estuvo alojado aquí con los frailes carmelitas) en protestante en 1548, aunque la capilla siguió estando consagrada al culto católico. En otra capilla, la de los Orfebres, se muestran sus espectaculares frescos que representan la vida de Cristo, y que junto a los estucos barrocos y rococó del techo hacen del conjunto un lugar especial. Hay un cuadro de Lutero que parece vigilar la iglesia, quizás porque fue aquí, en Augsburgo, donde fue juzgado por el legado papal después de haber publicado sus famosas 95 Tesis, provocando el cisma que cambió la historia de Europa. El padre de Brecht era católico, pero él fue bautizado protestante, como su madre, lo que le marcaría en su evolución juvenil.
Brecht murió en Berlín en 1958 de una trombosis coronaria, pero su cuerpo no descansa en un mausoleo. Había recalado en la capital alemana tras un largo exilio que comenzó en 1933, cuando la representación de su obra Toma de medidas fue interrumpida por la policía y sus organizadores acusados de alta traición. Su tumba y la de su segunda esposa están detrás de unos setos, bajo un par de rocas con sus nombres grabados, en un cementerio de Berlín, donde se desarrolla la trama de Trommein in der Nacht. Se dice que la trombosis no fue suficientemente atendida por orden expresa de alguien de la Stasi, el servicio de inteligencia comunista, a quien él quería denunciar. Es una hipótesis. A mí me parece que podría haber sido parte de la trama de una de sus obras.
El levantamiento espartaquista de Tambores en la noche fue brutalmente reprimido en enero de 1919 por los freikorps, una banda protonazi que actuó para el gobierno socialdemócrata de entonces, y aquel sueño de rebelión se apagó, como en la obra se apagan los fuegos revolucionarios de los novios: Anna, triste y azul, embarazada de un nuevo prometido rico, y Kragler, su antiguo novio, que ha vuelto tras cuatro años de cautiverio en África tras la Primera Guerra Mundial. No quieren traicionar su amor, pero para ello necesitan traicionar la lucha.

Maximiliamstrasse. Foto: J.B.
He leído en alguna parte que al final de la representación del libreto se dijo una frase que, de ser verdad, debió de sacudir al auditorio generando una reacción imprevisible: «Todo esto no es más que puro teatro. Simples tablas y una luna de cartón. Pero los mataderos que se encuentran detrás, esos sí que son reales». Pero tampoco encuentro cómo confirmar si esto se dijo o fue simplemente un rumor.
El legado de Bertolt Brecht es inalcanzable, tanto su poesía como, sobre todo, su teatro, con obras mil veces representadas en todo el mundo, como La ópera de los tres centavos –su obra maestra– o Madre Coraje y sus hijos, y su larga sombra se extiende también a la cultura popular, de Louis Armstrong a David Bowie, quien en 1982 protagonizó Baal, la primera obra que Brecht escribió justo antes de Tambores… y en la que el cantante interpreta a un poeta errante, un anti-héroe capaz de amar y odiar con la misma intensidad.
Salimos de Augsburgo. Me voy con el alma tranquila, como la propia ciudad, en calma, mientras el joven Bertolt, tímido, austero y reflexivo, con sus gafas de alambre, parece decirnos adiós con la mano desde cualquier tranvía en esta mañana oscura de la ciudad gris que sigue siendo su ciudad.
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