Aunque son sólo ‘cosas de mujeres’, algo nos está pasando 

El expresidente de la Federación de Fútbol, Luis Rubiales. Foto: Deporte Balear.

Últimamente vemos a muchos hombres que se hacen preguntas sobre cómo deben comportarse con las mujeres. Hombres conmocionados, sin duda, por todo lo que ha provocado en verano el ‘escándalo Rubiales’. Pero dicha conmoción no deriva precisamente de un sentimiento de empatía hacia la víctima principal, Jenni Hermoso, y hacia sus compañeras, las campeonas del mundo. Al contrario: se sienten afectados porque se consideran, ELLOS, las verdaderas víctimas de todo esto. Es algo habitual: cuando las mujeres dan un paso al frente para defender sus derechos y su dignidad, muchos hombres se sienten amenazados, porque “algo nos está pasando” (afortunadamente).

Debido a este sentimiento de amenaza, sospechamos que todas esas preguntas que se hacen ahora algunos hombres son, en realidad, preguntas retóricas. Cuando dicen, por ejemplo: ¿Es que ya no vamos a poder darnos dos besos, como toda la vida?. Ellos ya tienen, claramente, la respuesta. Saben que “algo nos está pasando”, como advirtió con aire disgustado un conocido periodista. Y tiene toda la razón. Algo nos está pasando, afortunadamente.

Y lo que está pasando es que el #SeAcabó no es solo una protesta. Es una expresión más de que el feminismo lo está cambiando todo. Empezando por esto que escribía Simone de Beauvoir en El segundo sexo: “A veces se opone el mundo femenino al universo masculino, pero es preciso subrayar una vez más que las mujeres no han constituido jamás una sociedad autónoma y cerrada; están integradas en la colectividad regida por los varones y en la cual ocupan una posición subordinada”.

Ciertamente, el mundo siempre ha funcionado al dictado del varón. “Como toda la vida” significa precisamente eso. Pero ellas no están dispuestas a que el futuro transcurra por el mismo camino.

Precisamente fue la obra de Beauvoir quien enseñó al autor de este artículo que los hombres somos los que manejamos el mundo, los que dejamos nuestra huella en él y los que conseguimos que todo siga avanzando. Nuestras aspiraciones y sueños de hombres encarnan, por tanto, las aspiraciones y sueños de toda la humanidad. Mientras que las “cosas de mujeres” no tienen, ni mucho menos, esta vocación de universalidad, sino que quedan reducidas al pequeño e insignificante nicho de la intimidad femenina.

Tanto hemos creído en esto los hombres que, literalmente, pensamos que estas “cosas de mujeres” no son dignas tan siquiera de ser consideradas. Salvo que nos estorben o, peor aún, que nos cuestionen. Y eso sí que no: los hijos sanos del patriarcado se sienten demasiado satisfechos de sí mismos como para hacer ningún propósito de enmienda. Y menos por ellas.

Para los hombres que sí hemos iniciado este camino de deconstrucción tampoco está siendo fácil. No en vano nos han educado en el machismo. Nos han programado así, y por mucho que hayamos decidido borrar ese disco duro y apostar por un nuevo sistema operativo de código libre y feminista, siempre quedan viejos archivos ocultos por algún resquicio. Pero, al menos, estamos luchando, con más o menos torpeza, contra nuestros propios privilegios. Y lo hacemos, al menos en mi caso, no solo leyendo libros de filósofas francesas o publicaciones feministas digitales. Hay algo mucho más importante: escuchar a las mujeres.

Y cuando decimos escuchar, no nos referimos a hacer como que escuchamos mientras aguardamos el momento oportuno para sentar cátedra. Queremos decir escuchar de verdad y preguntar de verdad. Preguntar para que ellas puedan hablar todavía más y nosotros escuchar aún mejor.

Escuchar es, sin duda alguna, uno de los actos más deconstructivos que existen. ¿Cómo no te vas a plantear que algo no marcha cuando TODAS las mujeres de tu entorno te cuentan que han sufrido algún tipo de violencia o acoso sexual?

Empezando por tu propia madre, que me ha relatado en varias ocasiones cómo era espiada por sus propios compañeros cuando se cambiaba de ropa dentro de la tienda del mercado de abastos en el que trabajaba de joven. Y no sólo eso: las tenderas del mercado no se atrevían a bajar solas al baño, básicamente porque podían sufrir allí cualquier tipo de abuso, también a manos de sus propios compañeros. Por eso siempre bajaban al menos dos mujeres juntas. Frente a esta situación, su única defensa era plantar cara a los hombres, pues no era posible denunciarles por estos comportamientos en los años 70 y primeros 80.

Mi madre recuerda, de hecho, el caso de una clienta que siempre que acudía al mercado mostraba signos físicos de evidente maltrato por parte de su marido. “Creo que nunca vi a esa señora sin un moratón”, añade. Una situación dramática que la víctima intentó denunciar a la guardia civil. Esta fue la respuesta de los agentes: “Vete a tu casa, a saber qué le has hecho a tu marido para que te trate así”.

Lamentablemente, estas cosas siguen pasando, a pesar de que existen leyes que eran impensables hace 40 años. Pero hay que dar más pasos. Porque, a día de hoy, las mujeres siguen siendo acosadas por sus propios compañeros de trabajo. Y todas ellas –porque todas a las que les he podido preguntar me lo han confirmado–  han sentido miedo al ir caminando solas por la calle. Y no de forma gratuita. La mayoría también ha sufrido algún episodio desagradable en el transporte público o ha padecido algún tipo de abuso en su propio círculo de amigos. O con sus propias parejas. Todas las mujeres a las que he preguntado –todas, insisto– han sufrido, en algún grado, violencia sexual. Tu abuela, tu madre, tu pareja, tus amigas, tus compañeras de trabajo. ¿Cómo no te vas a plantear que algo va mal cuando descubres una realidad tan rotunda?

En otras ocasiones, las mujeres te hablan de otro tipo de violencias no sexuales, pero sí rotundamente machistas. Todavía las mujeres que quieren plantearse la maternidad deben decidir si este deseo es tan grande como para poner en riesgo su carrera profesional. Porque son sus carreras, y nunca las de los hombres, las que peligran. Todos conocemos casos de mujeres que tuvieron que responder en una entrevista de trabajo a la pregunta de si tienen o quieren tener hijos.

Si nos atrevemos a preguntar, veremos que hoy en día, camino ya de 2024, ellas continúan cobrando menos que nosotros por el mismo trabajo. Y muchas sufren condiciones indignas de tan precarias, sobre todo cuando son empleadas en sectores con rostro de mujer, principalmente en los ámbitos de la limpieza y de los cuidados. Todos conocemos a alguien que nos puede hablar de esto también.

Y terminamos con otro ejemplo, en apariencia menos importante, pero con un trasfondo pavoroso: los hombres siempre nos quejamos del mucho tiempo que ellas necesitan a la hora de comprarse ropa. También aquí es importante escuchar y preguntar para que nos cuenten, por ejemplo, cómo se sienten cuando entran en una tienda y no pueden encontrar nada de su talla. Y no hablamos de tallas grandes, pasa a partir de una talla 42, por ejemplo.

Ahora, cuando tanto se está empezando a hablar de los efectos nocivos para la salud mental de los modelos irreales de belleza, quizá sería el momento de señalar con el dedo a esas marcas de fast fashion que van de diversas y de sostenibles, pero que deciden que, a partir de una talla 42, no es posible probarte nada en su tienda. La excusa es siempre la misma: no pasa nada, puedes pedir esa prenda y en esa talla por internet y te la envían a casa. Todo ventajas.

El mensaje oculto, pero muy claro a la vez, es terrorífico: si tienes una talla acorde a nuestros cánones de belleza, puedes probarte la ropa aquí. Pero, a partir de la talla 42, estás gorda y te castigamos por ello. ¿Por qué permitimos esto? Es sumamente grave y nos concierne, como todo lo anterior, a la sociedad en su conjunto. Como pasa con todas las “cosas de mujeres”.

En definitiva, queda mucho por hacer para que las mujeres sean iguales en derechos y en dignidad. Para que se sientan seguras, para que cobren lo mismo que nosotros e incluso para que lo tengan tan fácil como nosotros a la hora de comprarse unos puñeteros pantalones. Como decía ese periodista hijo sano del patriarcado: “Algo nos está pasando”. Pero ni la mitad de todo lo que nos tiene que empezar a pasar.

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