Ayuso podría liarse a tiros en la Puerta del Sol sin perder un solo voto
Desembarca en ‘El Asombrario’ Sergio C. Fanjul con su columna ‘Bocata de calamares’. Cita quincenal. Y arranca enredándose con los ‘ayusers’ que han acorralado, con maneras al más puro estilo ‘trumpista’, al presidente del PP, Pablo Casado, en la última semana.
El domingo, en la soleada manifestación delante de la sede del Partido Popular, una mujer portaba una bandera rojigualda y un cartel que decía: “Casadismo o libertad”. Parecía una sátira del discurso ayusista, ese que ve comunistas como quien ve fantasmas, y a los que opone una falsa libertad adolescente y mesmerizante.
Pero no era una sátira: lo del eslogan iba completamente en serio, algunos manifestantes calificaban a Casado de traidor, de amigo de Sánchez, de rojo, hasta de podemita. Es una muestra de cómo el sector más derechista del PP ha conseguido inocular en España el virus del populismo trumpista: si en Génova 13 no había un tipo vestido de toro bravo, como el que fue disfrazado de búfalo a asaltar el Capitolio, seguramente faltó poco. Este populismo tipo alt right es como esos objetos encantados que proveen de milagros, pero que piden a cambio la vida, porque ahora amenaza con comerse todo el partido.
Me he pasado la semana muy entretenido asistiendo a las concentraciones ayusistas frente a la sede del PP, ese edificio avejentado y corrupto que parece un Corte Inglés. No es una crisis del partido, que es muy grande y aglutina muchas sensibilidades, sino una crisis muy localizada dentro del ala más radical/liberal/madrileña de la organización, pero que amenaza con arrastrar al resto a las profundidades de las encuestas electorales: por eso los barones están preocupados. Pero lo bueno de los cánceres muy localizados es que aún se pueden extirpar.
El viernes pasado se reunieron los primeros grupúsculos en Génova 13 y allí me planté. Las luces azules de las lecheras policiales destellaban a lo lejos y se oían los gritos de “¡fraCasado, fraCasado, fraCasado!”, propinados por unos pocos cientos. “Son unos paquetes”, me dijo un chaval con un arete en el lóbulo izquierdo y una bomber verde, “mientras tanto, Pedro Sánchez debe estar frotándose las manos”. Ya había anochecido completamente y estaban presentes todos los medios de comunicación habidos y por haber. “Mira, por allí va Teo, parece que le ha dado un síncope”, bromeaba un Capitán España con la bandera rojigualda a modo de capa.
Los ayusistas eran heterogéneos. Había los que cabía esperar, pijolines, fachalecos y señoronas, pero también gente random y hasta modernos: conté hasta tres cazadoras de cuero modelo Perfecto, un no despreciable número de barbas hipster y un tipo con gorra de camuflaje que parecía recién salido de una rave en un monasterio abandonado. Una adorable abuelita entrada en años mostraba su dulzura mientras conversaba con las amigas: “Ahora va a ser imposible sacar a ese chuloputas de mierda de la Moncloa”.
Los chavalines gritaban muy fuerte, y uno decía no sé qué de una camiseta muy chula con una esvástica. “Tienen que dejar de decir que Vox son de extrema derecha, ¿qué son, amigos del gilipollas de Sánchez?”. Un señor fumaba un puro apoyado en la pared y pedía mesura mientras le entrevistaban para un podcast. A Casado le llamaban rojo y morado. “¡Casado a Galapagar!”, gritaba un exaltado. “No jodas”, respondía otra ciudadana, “que yo vivo en Galapagar y ya hemos aguantado mucho rato al Coletas… menos mal que se ha ido a Torrelodones”. Twitter hecho carne.
Digamos que esta primera concentración fue algo así como el underground ayusista, los que opinan que el primer disco era el mejor, los early adopters, que luego se volverían mainstream el domingo, a la hora de misa, cuando los 3.500 que se concentraron guardaban más el perfil de propietarios de toda la vida del Barrio de Salamanca: las familias que poseen España. El sistema siempre acaba absorbiendo a la vanguardia y normalizándola. El PP de los últimos tiempos, vociferante, exagerado, practicante de la falacia y la desinformación, el PP del “comunismo o libertad”, ha servido de catalizador para las maneras populistas de la ultraderecha estadounidense. Y eso dinamita desde dentro el que era un partido institucional.
Una vez dijo Donald Trump que su electorado le era tan leal que podría salir a la Quinta Avenida y liarse a tiros con el gentío sin perder un solo voto (lo de disparar a las multitudes, por cierto, era el gesto surrealista supremo, según André Breton). Estoy seguro de que Isabel Díaz Ayuso podría salir a la Puerta del Sol y liarse a tiros con los transeúntes sin perder un solo voto. El manifestante más sensato que vi en esas manifestaciones fue un chaval que, mientras liaba un cigarrillo resguardado en un portal, se encogía de hombros y le decía a su amigo: “Estamos aquí apoyando a Ayuso, pero todavía no sabemos si es corrupta…”. Y el amigo le decía: “Da igual: ¡Ayuso, Ayuso, Ayuso!”.
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