Balenciaga cose la pintura clásica española en el Museo Thyssen
El Thyssen-Bornemisza rinde homenaje a Cristóbal Balenciaga en una exposición en la que dialogan con maestría algunas de las mejores creaciones del modisto vasco con grandes obras de los mejores pintores clásicos españoles. Es la gran apuesta de este museo para el verano.
“Un buen modisto debe ser arquitecto para los patrones, escultor para la forma, pintor para los dibujos, músico para la armonía y filósofo para la medida”. El diseñador vasco Cristóbal Balenciaga (Getaria, 1895 – Jávea, 1972) definía de esta manera su oficio en una de las pocas entrevistas que concedió en su vida. En definitiva, de lo que hablaba es de creatividad. De una forma de enfocar la mente a la hora de afrontar las ideas de volumen, equilibrio, elegancia y vanguardia.
Desde muy pequeño fue un gran observador. No solo se nutrió de las evoluciones de su madre, costurera de destacadas familias como los marqueses de Casa Torres, que pasaban los veranos en el palacio de Aldamar –noble edificio de Getaria que ha sido ampliado para albergar el museo dedicado al diseñador–, también de todo lo que le rodeaba. Puso su mirada sobre la naturaleza, sobre el mar y los pescadores de su pueblo natal, pero sobre todo le impresionaron, de forma definitiva, la pintura y las tradiciones artísticas españolas.
Precisamente es la influencia de los grandes maestros españoles el hilo conductor de una de las grandes exposiciones del año del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid. Una muestra que vincula la creación de Balenciaga con la tradición de la pintura española de los siglos XVI al XX. “Las exposiciones de pintura tienen algo de plano al estar confinadas a la pared y son relativamente fáciles de hacer para instituciones como la nuestra que está muy acostumbrada a ello”, aseguró ayer Guillermo Solana, director artístico del museo, durante la presentación de la muestra. “Pero cuando incluyes moda, volúmenes, la pintura salta de la pared, generando problemas de todo tipo, pero también una extraña belleza en la que se establece un diálogo de cuerpos ausentes, el del cuadro y el del vestido”.
La muestra ha sido comisariada por Eloy Martínez de la Pera, que ha seleccionado 90 piezas de indumentaria procedentes en su mayoría del Museo Cristóbal Balenciaga de Getaria, pero también del Museo del Traje de Madrid, el Museu del Disseny de Barcelona y de colecciones particulares nacionales e internacionales, muchas de ellas nunca expuestas. La exposición cuenta con 55 cuadros prestados por museos nacionales como el Prado, el Museo de Bellas Artes del Bilbao o el Lázaro Galdiano; y fundaciones como las del BBVA, el Santander y la Casa de Alba. También de colecciones privadas como las de Abelló y Alicia Koplowitz. El recorrido por las salas sigue un itinerario cronológico a través de las pinturas; el espacio expositivo rinde homenaje al negro, uno de los colores fetiche del modisto.
Cuenta Cristóbal Balenciaga que a los 12 años, en el año 1907, cuando se estrenaba en España Madama Butterfly de Puccini en Barcelona, la marquesa de Casa Torres le hizo su primer encargo. “La marquesa me autorizó a hacerle un primer modelo, podéis imaginar mi alegría cuando, al domingo siguiente, la amable dama llegó a la iglesia luciendo mi vestido. Así fue cómo hice mi primera entrada en la alta costura y en la alta sociedad”, le contó a la revista Paris Match en 1968. Aquel fue un hito en su carrera, como también lo fue su traslado a París en 1936, cuando estalla la Guerra Civil en España. En la capital de la moda, se codeó con Dior y Chanel, que le admiraron no solo como diseñador, sino también como artesano en todas y cada una de las etapas de sus creaciones de alta costura. Es famosa la frase de Christian Dior refiriéndose a él: “Con los tejidos nosotros hacemos lo que podemos, Balenciaga hace lo que quiere”.
Como dice Eloy Martínez de la Pera, “desde el París de la modernidad, el de Madeleine Vionnet y Le Corbusier, supo extender su visión de la realidad en forma de piezas exquisitas donde vibraban Velázquez y Goya, Miró y Picasso (con el que le compararía otro grande, Cecil Beaton), pero también los toros, el cante jondo y una profunda espiritualidad». Allí, en el número 10 de la Avenue George V, concibió algunas de las piezas más bellas de la historia de la moda. Sastres de perfil arquitectónico, vestidos de cóctel modelados en seda o abrigos que invertían la figura femenina.
La exposición comienza con algunas de las pinturas que el modisto pudo contemplar en el palacete de los marqueses de Casa Torres. El Museo Nacional del Prado ha cedido tres pinturas que formaban parte de la colección de los marqueses: Cabeza de apóstol, de Velázquez, un San Sebastián de El Greco y El cardenal Luis María de Borbón y Vallabriga, de Goya. El recorrido continúa con salas dedicadas a El Greco; a la pintura española de Corte y el uso del negro que se popularizó en la corte de Felipe II; a los bodegones y otras pinturas que le sirvieron de inspiración para algunos de los ricos bordados que decoraban algunas de sus creaciones; a Zurbarán, de quien rescató volúmenes y pliegues que informarían algunas de sus creaciones para novias; y a todo un maestro en innovación, Goya y algunas pinturas de los siglos XIX y XX.
‘Balenciaga y la pintura española’. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Del 18 de junio al 22 de septiembre de 2019.
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